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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (9 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—Entonces te apuesto a que no era una pulgada. Lo que vio era un olmo, lo más probable.

—Pero éste caminaba y no hay olmos en los páramos del norte. —Entonces no vio ninguno —dijo Ted.

Se oyeron risas y aplausos; la audiencia parecía pensar que Ted se había apuntado un tanto.

—De cualquier modo —replicó Sam—, no puedes negar que otros además de Hal han visto a gentes extrañas cruzando la Comarca. Cruzando, sí, no lo olvides; hay muchos que fueron detenidos en la frontera. Los fronteros no estuvieron nunca tan activos.

—He oído decir que los elfos se mudan al oeste. Dicen que van hacía los puertos, más allá de Torres Blancas.

Sam hizo un vago ademán con el brazo; ni él ni ningún otro sabía a qué distancia se encontraba el mar, más allá de los límites occidentales de la Comarca, pasando las viejas torres, pero una antigua tradición decía que en esa dirección, muy lejos, estaban los Puertos Grises, donde a veces los barcos de los elfos se hacían a la mar, para no volver.

—Navegan, navegan, navegan por el Mar; se van al oeste y nos abandonan —dijo Sam, canturreando las palabras, sacudiendo la cabeza triste y solemnemente.

Pero Ted rió.

—Bueno, eso no es nuevo, si crees en las viejas fábulas. No veo qué pueda importarnos. ¡Déjalos que naveguen! Pero te aseguro que tú nunca los viste navegar, ni ningún otro de la Comarca.

—Bueno, no sé —dijo Sam pensativo. Creía haber visto una vez un elfo en los bosques y todavía esperaba que algún día vería más. De todas las leyendas que había oído en sus primeros años, algunos fragmentos de cuentos y relatos recordados a medias que contaban los hobbits sobre los Elfos siempre lo habían impresionado profundamente—. Hay algunos, aun en aquellos lugares, que conocen a la Hermosa Gente, de quienes obtienen noticias —dijo—. Además, ahí está el señor Bolsón, para quien yo trabajo. Me contó que los Elfos salían a navegar y él algo sabe sobre Elfos y el viejo señor Bilbo sabía más aún; son muchas las charlas que tuve con él cuando era chico.

—Oh, los dos están chiflados —dijo Ted—. Al menos el viejo Bilbo estaba chiflado y Frodo va en camino de estarlo. Si ésa es la fuente de tus noticias, no llegarás muy lejos. Bien, amigos, me voy a casa. ¡A vuestra salud! —Apuró el vaso y se fue ruidosamente.

Sam se quedó sentado y no dijo nada más. Tenía tantas cosas en que pensar. Por una parte, había muchísimo que hacer en el jardín de Bolsón Cerrado; al día siguiente tendría una jornada de mucho trabajo, si el tiempo mejoraba. La hierba crecía rápidamente. Pero no era el cuidado del jardín lo que preocupaba a Sam. Al cabo de un rato suspiró, se levantó y se fue.

Era a comienzos de abril y el cielo aclaraba ahora, luego de un copioso chaparrón. El sol se había puesto y la tarde fría y pálida desaparecía fundiéndose en la noche. Sam regresó bajo las primeras estrellas; cruzó Hobbiton y fue colina arriba, silbando suave y pensativamente.

 

Gandalf reapareció justamente entonces, al cabo de una larga ausencia. Había estado fuera tres años, luego del banquete; después visitó brevemente a Frodo y partió una vez más. Durante uno o dos años había vuelto bastante a menudo; llegaba inesperadamente de noche y partía sin aviso antes del alba. No hablaba de sus viajes y ocupaciones y le interesaban sobre todo los pequeños acontecimientos relacionados con la salud y las actividades de Frodo.

De pronto las visitas se interrumpieron y hacía ya casi nueve años que Frodo no veía ni oía a Gandalf. Comenzaba a pensar que el mago no volvería y que habría perdido todo interés por los hobbits. Pero aquella tarde, mientras Sam regresaba caminando y la luz del crepúsculo se apagaba poco a poco, Frodo oyó en la ventana del estudio un golpe familiar.

Sorprendido y encantado, dio la bienvenida al viejo amigo. Se observaron un instante.

—¿Todo bien, no? —preguntó Gandalf—. ¡Estás siempre igual, Frodo!

—Lo mismo que tú —replicó Frodo, aunque le parecía que Gandalf estaba más viejo y agobiado.

Le pidió noticias de él mismo y el ancho mundo y pronto estuvieron metidos en una conversación que se prolongó hasta altas horas de la noche.

 

A la mañana siguiente, luego de un desayuno tardío, el mago se sentó junto a la ventana abierta del estudio. Un fuego brillante ardía en el hogar, aunque el sol era cálido y el viento soplaba del sur. Todo parecía fresco: el verde nuevo de la primavera asomaba en los campos y en las yemas de los árboles.

Gandalf recordaba otra primavera, unos ochenta años atrás, cuando Bilbo había partido de Bolsón Cerrado sin llevarse ni siquiera un pañuelo. El mago tenía el cabello más blanco ahora y la barba y las cejas quizá más largas y la cara más marcada por las preocupaciones y la experiencia, pero los ojos le brillaban como siempre y fumaba haciendo anillos de humo con el vigor y el placer de antaño.

Fumaba ahora en silencio y Frodo estaba allí sentado y muy quieto, ensimismado. Aun a la luz de la mañana sentía la sombra oscura de las noticias que Gandalf había traído. Al fin quebró el silencio.

—Gandalf, anoche empezaste a contarme cosas extrañas sobre mi Anillo —dijo—, y en seguida callaste diciendo que tales asuntos era mejor ventilarlos a la luz del día. ¿No piensas que sería mejor terminar la conversación ahora? Me has dicho que el Anillo es peligroso; mucho más peligroso de lo que creo. ¿En qué sentido?

—En muchos sentidos —respondió el mago—. Es mucho más poderoso de lo que me atreví a pensar en un comienzo, tan poderoso que al fin puede llegar a dominar a cualquier mortal que lo posea. El Anillo lo poseería a él.

"En tiempos remotos fueron fabricados en Eregion muchos anillos de elfos, anillos mágicos como vosotros los llamáis; eran, por supuesto, de varias clases, algunos más poderosos y otros menos. Los menos poderosos fueron sólo ensayos, anteriores al perfeccionamiento de este arte: bagatelas para los herreros de los elfos, aunque a mi entender peligrosos para los mortales. Pero los realmente peligrosos eran los Grandes Anillos, los Anillos de Poder.

"Un mortal que conserve uno de los Grandes Anillos no muere, pero no crece ni adquiere más vida. Simplemente continúa hasta que al fin cada minuto es un agobio. Y si lo emplea a menudo para volverse invisible,
se desvanecerá
, se transformará al fin en un ser perpetuamente invisible que se paseará en el crepúsculo bajo la mirada del Poder Oscuro, que rige los Anillos. Sí, tarde o temprano (tarde, si es fuerte y honesto, pero ni la fortaleza ni los buenos propósitos duran siempre), tarde o temprano el Poder Oscuro lo devorará.

—¡Qué aterrador! —dijo Frodo.

Hubo otro largo silencio. Sam Gamyi cortaba el césped en el jardín y el sonido subía hasta el estudio.

 

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —preguntó Frodo por último—. ¿Cuánto sabía Bilbo?

—Bilbo no sabía más de lo que te dijo; estoy seguro —respondió Gandalf —. Ciertamente, nunca te habría dejado algo si hubiera pensado que podía hacerte daño, aunque yo le prometiera cuidarte. Pensaba que el Anillo era muy hermoso y útil en caso de necesidad, y que si había allí algo raro o que andaba mal era él mismo. Dijo que el Anillo le ocupaba cada vez más la mente, cosa que lo inquietaba; pero no sospechaba que el Anillo fuera el único culpable, aunque había descubierto que necesitaba que lo vigilaran, pues no siempre parecía tener el mismo tamaño y el mismo peso; se encogía o crecía de manera curiosa y de pronto podía deslizarse fuera del dedo.

—Sí, me lo recomendó en su última carta —dijo Frodo—; por eso no lo saco de la cadena.

—Muy prudente —dijo Gandalf —. Pero en cuanto a su larga vida, Bilbo nunca la relacionó con el Anillo; se atribuyó todo el mérito y estaba muy orgulloso, aunque cada vez más inquieto y molesto.
Delgado y estirado
, decía. Señal de que el Anillo lo estaba dominando. —¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —preguntó Frodo de nuevo.

— ¿Saber? He sabido muchas cosas que sólo saben los sabios, Frodo. Pero si te refieres a lo que sé de este Anillo en particular, bueno, todavía no sé, podría decir. Me falta una última prueba. Pero ya no pongo en duda mis sospechas.

"¿Cuándo empecé a sospechar? —musitó Gandalf, recordando—. Espera... fue el año en que el Concilio Blanco expulsó al Poder Oscuro del Bosque Negro, poco antes de la batalla de los Cinco Ejércitos, cuando Bilbo encontró el Anillo. El corazón se me ensombreció entonces, aunque sin saber todavía cuáles eran mis verdaderos temores. Me preguntaba a menudo cómo Gollum había obtenido un Gran Anillo, de un modo tan simple... Esto fue claro desde el principio. Después oí la extraña historia de Bilbo acerca de cómo lo había "ganado", y no pude creerlo. Cuando al fin le saqué la verdad, entendí en seguida que había estado defendiendo sus derechos al Anillo. Algo parecido a la explicación de Gollum: "un regalo de cumpleaños". Las mentiras eran demasiado semejantes, a mi juicio, y al fin entendí: el Anillo tenía un poder nocivo que actuaba inmediatamente sobre su dueño. Fue para mí el primer aviso de que las cosas no andaban bien. A menudo le dije a Bilbo que era mejor no usar esos Anillos. Pero se ofendió y no tardó en enojarse. No había muchas otras cosas que yo pudiera hacer. Era imposible quitárselo sin causarle un daño mayor y yo tampoco tenía derecho a hacerlo, de todos modos. Sólo me restaba esperar y observar. Quizá debía haber consultado a Saruman el Blanco, pero algo me detenía siempre.

—¿Quién es? —preguntó Frodo—. Nunca lo oí nombrar.

—Quizá no —respondió Gandalf—. Nunca tuvo ninguna relación con los hobbits. Aunque es un grande entre los Sabios, el jefe de mi orden, el principal del Concilio. Tiene profundos conocimientos y un orgullo que ha crecido a la par y se toma a mal cualquier intrusión. Ha estudiado mucho la ciencia de los Anillos de los elfos y ha buscado largo tiempo los secretos perdidos de la fabricación de los Anillos; pero cuando se debatió el asunto en el Concilio lo que accedió a revelarnos casi borró del todo mis temores. Mis dudas se echaron a dormir, pero con un sueño intranquilo. Continué observando y esperando.

"Todo parecía desarrollarse normalmente con Bilbo; los años pasaron; sí, pasaron y parecía que no lo tocaban. Bilbo no mostraba signos de vejez; la sombra cayó sobre mí nuevamente, pero me dije: "Al fin y al cabo desciende por línea materna de una familia de longevos; hay tiempo aún. ¡Espera!"

"Y esperé hasta la noche en que Bilbo dejó esta casa. Bilbo dijo e hizo cosas entonces que me llenaron de un temor que ni las palabras de Saruman hubiesen podido calmar. Supe así que algo oscuro y mortal estaba operando y me he pasado la mayoría de estos años tratando de descubrir la verdad.

—No hubo ningún daño permanente, espero —inquirió Frodo con ansiedad—. Se pondrá bien con el tiempo, ¿no es así? Quiero decir, podrá descansar en paz, ¿no es cierto?

—Se sintió mejor inmediatamente —contestó Gandalf —. Pero hay un Poder en este mundo que lo sabe todo acerca de los Anillos y sus efectos y no hay poder conocido que lo sepa todo respecto de los hobbits. Entre los Sabios soy el único que estudia la ciencia hobbit: una oscura rama del conocimiento, pero colmada de raras sorpresas. Hay hobbits blandos como manteca, y otros resistentes como viejas raíces de árbol. Creo sinceramente que algunos podrían resistir a los Anillos mucho más de lo que la mayoría de los Sabios supone. No te preocupes por Bilbo.

"Por supuesto, tuvo el Anillo muchos años y lo usó; la influencia tardará entonces algún tiempo en desaparecer, antes que pueda verlo de nuevo sin que le haga daño, por ejemplo. Hubiera podido seguir viviendo así largos años y muy feliz; la influencia se detuvo cuando se libró del Anillo; y él mismo decidió dejarlo, no lo olvides. No, ya no me inquieto por el querido Bilbo, que resolvió terminar con el Anillo. Eres tú quien me hace sentir responsable. Desde la partida de Bilbo me he interesado profundamente en ti y en todos estos encantadores, absurdos y desvalidos hobbits. Si el Poder Oscuro se apoderase de la Comarca, sería un doloroso golpe para el mundo; si vuestros amables, alegres, estúpidos Bolger, Corneta, Boffin, Ciñatiesa y los demás, sin mencionar a los ridículos Bolsón, fuesen esclavizados...

—¿Pero por qué nos esclavizaría? —preguntó Frodo estremeciéndose—. ¿Y para qué querría esos esclavos?

—Te diré la verdad —replicó Gandalf —; creo que hasta ahora, "hasta ahora", grábalo en tu mente, el Poder Oscuro ha pasado por alto la existencia de los hobbits. Tendríais que estar agradecidos, pero vuestra seguridad es ya cosa del pasado. El Poder no os necesita: tiene sirvientes mucho más útiles, pero ya no olvidará a los hobbits. Le agradaría más verlos como esclavos miserables, que felices y libres. ¡En todo esto hay maldad y venganza!

—¡Venganza! ¿Venganza de qué? Todavía no entiendo qué tiene que ver todo esto con Bilbo, conmigo y con nuestro Anillo.

—Todo tiene que ver —dijo Gandalf—. Todavía no sabes en qué peligro te encuentras. Yo tampoco estaba seguro la última vez que vine, pero ha llegado la hora de hablar. Dame el Anillo un momento.

 

Frodo lo sacó del bolsillo del pantalón, donde lo guardaba enganchado a una cadena que le colgaba del cinturón. Lo soltó y se lo alcanzó lentamente al mago. El Anillo se hizo de pronto muy pesado, como si él mismo o Frodo no quisiesen que Gandalf lo tocara.

Gandalf lo sostuvo. Parecía de oro puro y sólido.

—¿Puedes ver alguna inscripción? —preguntó a Frodo.

—No —dijo Frodo—, no hay ninguna. Es completamente liso y no tiene rayas ni señales de uso.

—Bien, ¡entonces mira!

Ante la sorpresa y zozobra de Frodo el mago arrojó el Anillo al fuego. Frodo gritó y buscó las tenazas, pero Gandalf lo retuvo.

—¡Espera! —le ordenó con voz autoritaria, echando a Frodo una rápida mirada desde debajo de unas erizadas cejas.

No hubo en el Anillo ningún cambio aparente. Un momento después Gandalf se levantó, cerró los postigos y corrió las cortinas. La habitación se oscureció, se hizo un silencio y se oyó el ruido de las tijeras de Sam, ahora cerca de la ventana. El mago se quedó unos minutos mirando el fuego; luego se inclinó, sacó el Anillo con las tenazas, poniéndolo sobre la chimenea y en seguida lo tomó con los dedos. Frodo ahogó un grito.

—Está completamente frío —dijo Gandalf—. ¡Tómalo!

Frodo lo recibió con mano temblorosa; parecía más pesado y macizo que nunca.

—¡Álzalo! —ordenó Gandalf—, y míralo muy de cerca.

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