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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (81 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Norma, encontrarás una solución. —Sonrió y luego la besó—. Cederemos la tecnología a los militares en cuanto sea suficientemente segura.

—¿Me disculparás con Adrien, por favor?

Venport estudió con atención los instrumentos, las pantallas, los controles y las bobinas de datos.

—¿Este es el sistema computarizado del que me hablaste?

—Sí.

—¡Que los dioses nos protejan!

—Aurelius, por favor, tengo trabajo. Ya discutimos las razones por las que he introducido estos estrictos controles.

—Sí, sí, lo sé. —Norma lo miraba con cansancio y finalmente él se dio por vencido con un suspiro—. Si alguien puede dominar a las máquinas pensantes eres tú —dijo—, pero no me gusta.

—Ni a mí tampoco, pero por el momento no hay alternativa.

Cuando su marido se fue, Norma volvió a sellar la puerta y practicó programando distintos destinos en el sistema de navegación, dejando que la computadora calculara cada ruta para evitar soles, planetas y otros obstáculos en el espacio. Aunque ella había creado personalmente aquel ordenador y había introducido numerosos dispositivos de seguridad, la proximidad de una máquina pensante todavía la inquietaba. Y no se atrevía a instalar el sistema en las naves reales que ya estaban en activo.

Si encontrase una manera de guiar las naves que plegaban el espacio con una mente humana y no una mecánica… pero eso era imposible.

88

La carne tal vez no pueda ser eximida de las leyes de la materia, pero la mente no está así trabada. Los pensamientos trascienden la física del cerebro.

P
ENSADOR
V
IDAD
,
Pensamientos desde
la objetividad del aislamiento

En Hessra, un planetoide frío y desolado con una atmósfera apenas respirable, unos vientos furiosos clavaban en la piel cristales de hielo como agujas, y unos glaciares lentos pero constantes surcaban su superficie. Pocos habrían deseado pasar allí más de una semana, y mucho menos dos milenios, pero los pensadores de la Torre de Marfil habían elegido aquel lugar para continuar sus infinitas reflexiones, porque allí era poco probable que ningún elemento exterior perturbara su soledad.

Pero Serena Butler los encontró.

Aunque había perdido a la benevolente Kwyna en la Ciudad de la Introspección, estos otros misteriosos pensadores seguían existiendo. Vidad y sus filósofos de la Torre de Marfil siempre habían procurado aislarse, evitar intervenir en los asuntos humanos, aunque seguramente tenían una fuente externa de ingresos y provisiones. Serena tenía la intención de dirigirse directamente a ellos y pedirles —no, exigirles— que ayudaran a la raza humana. ¿Cómo podían negarse?

Incluso los pensadores de la Torre de Marfil debían ver que la neutralidad ya no era posible. En otro tiempo habían sido humanos pero, a diferencia de los titanes y neocimek, nunca se habían aliado con Omnius. Con sus milenios de sabiduría, tal vez pudieran proponer opciones de acción que la humanidad no había tenido en cuenta. Serena pensaba que su codiciado conocimiento tal vez llevaría a la victoria definitiva sobre los Planetas Sincronizados.

Los ayudantes que Iblis había elegido tan cuidadosamente para los pensadores llevaban ya ocho años sirviendo en Hessra. Serena apenas sabía nada de aquellos reemplazos, aparte de que ella les había dado su bendición poco antes de que partieran.

Recordaba haber pensado entonces que todos parecían extraordinariamente píos y educados.

Iblis le había comentado que aquellos subordinados habían recibido instrucciones para que hablaran a los pensadores de los daños que durante siglos habían infligido a la raza humana las malvadas máquinas pensantes. Los nuevos subordinados cuestionaban con frecuencia la moralidad del aislamiento de los pensadores e intentaban lograr que Vidad y sus contemplativos socios comprendieran que limitarse a ser neutral no era necesariamente una virtud.

Serena se dirigió directamente a Hessra acompañada solo por Niriem y otras cuatro serafinas. Su nave se posó en una plataforma de nieve y hielo que los subordinados habían preparado con ocasión de su visita. Las negras torres metálicas y los salientes cilíndricos, coronados por afiladas cúpulas apenas visibles entre los remolinos de nieve de la fortaleza de los pensadores, se elevaban sobre la piedra gris.

Originariamente, los pensadores construyeron aquel lugar de retiro sobre una estribación desnuda que miraba sobre un profundo cañón, pero, en el curso de veinte siglos de laborioso trabajo, un glaciar había bajado arrastrándose desde los altos neveros y estaba empezando a abrazar las torres. El grueso hielo tenía un color azul verdoso a causa de los contaminantes químicos destilados de la acida atmósfera de Hessra.

Hasta el momento, la marea de hielo había cubierto ya la mitad de los fundamentos inferiores y los sótanos del edificio, y Serena se preguntó si los pensadores abandonarían alguna vez aquella fortaleza. Allí sintió el implacable paso del tiempo. Cuando los glaciares acabaran cubriendo las torres, tal vez Vidad y sus complacientes compañeros se quedarían en su tumba de hielo, sumidos en sus pensamientos imposibles pero sin ir a ninguna parte.

A menos que Serena les incitara a la acción.

Un grupo de subordinados embutidos en parkas aislantes y encabezados por un hombre en el que reconoció a Keats salió por las puertas cubiertas de hielo de la torre principal. Serena se adelantó con torpeza, tosiendo a causa de la tenue atmósfera y del viento helado. Niriem se adelantó para acompañarla, pero Serena la despidió con un ademán. Le dijo a la serafina que permaneciera en la nave; prefería resolver aquella cuestión sola.

Los subordinados hicieron entrar a Serena en el túnel. Olían a productos químicos, como si hubieran estado trabajando en un laboratorio. Uno de ellos tocó una palanca y la pesada puerta del túnel se cerró detrás de ellos con un golpe. Mientras avanzaba junto a su sombría escolta, veía cómo el vapor de su aliento se elevaba ante sus ojos. Los corredores avanzaban en espiral como un sacacorchos, para descender finalmente a una amplia sala de paredes desnudas cuyas ventanas estaban cubiertas por unas sólidas cortinas de hielo. En los bloques de hielo habían tallado unos extraños símbolos que recordaban a las runas muadru. Seis pensadores de la Torre de Marfil descansaban sobre bruñidos pedestales, como las grandes piezas de un juego, y el pálido color azul de los electrolíquidos de soporte vital brillaba en los contenedores cerebrales. Más tanques de líquido vital, mucho más del que los pensadores necesitarían en su vida, se amontonaban en unos huecos. Serena se preguntó para qué querrían tanto líquido.

Haciendo acopio de fuerzas, Serena recordó las distintas técnicas de debate que había aprendido de Kwyna y de Iblis Ginjo. En ese encuentro necesitaría toda su habilidad. Esperaba que Keats y sus ambiciosos compañeros subordinados hubieran preparado hábilmente el terreno para lo que venía a pedir.

—¿Buscas consejo? —preguntó Vidad.

Su voz salía de un altavoz implantado en la parte baja de su contenedor, muy semejante al de un cimek. El sistema parecía nuevo y Serena supuso que era una innovación que los subordinados de Keats habían incorporado para permitir a los cuidadores conversar con más de un pensador a la vez. Antes de esta modificación, Vidad y sus compañeros seguramente habían reposado durante siglos en un plácido silencio, atendidos por mansos subordinados.

Ahora, con la gente de Iblis entablando debates constantemente, la vida de Vidad debía de haber cambiado mucho.

—Necesito tu ayuda —dijo Serena eligiendo cuidadosamente las palabras y el tono de voz para mostrar educación y respeto, pero también firmeza—. Nuestra Yihad ha durado muchos años y ha costado miles de millones de vidas humanas. Nuestra determinación se ha convertido gradualmente en estancamiento. Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta para conseguir una victoria rápida y decisiva.

Vidad no respondió, pero otro de los pensadores dijo:

—Según nuestros actuales subordinados, vuestra Yihad se inició hace solo unas décadas.

—¿Y te preguntas por qué estoy tan impaciente?

—Era solo una observación.

—A diferencia de vosotros, yo estoy limitada a unas pocas décadas de existencia. Es natural que busque el éxito en el lapso de mi vida.

—Sí, lo comprendo. Sin embargo, la batalla general de los humanos contra Omnius ha durado apenas más de un milenio, lo cual no es tanto cuando se ve el asunto desde una perspectiva más amplia. Los pensadores de nuestro grupo guardan recuerdos que se remontan al doble de ese espacio.

—Como humana transitoria —añadió Vidad—, tu percepción del tiempo es sesgada y limitada, Serena Butler, e irrelevante en el gran lienzo sobre el que se pinta la historia.

—Puesto que los seres humanos registran su propia historia, la duración de la vida humana es la única medida del tiempo significativa —contestó ella con un tono apenas mordaz—. Vosotros, pensadores, fuisteis humanos. —Serena hizo una pausa e inspiró profundamente, tratando de eliminar la estridencia de su habla—. Pensad en las víctimas humanas de las máquinas pensantes —continuó ya más tranquila—. Cada persona que ha muerto tenía un cerebro, lo que significa que cada uno de ellos tenía el potencial para convertirse en un pensador como vosotros. Pensad en las revelaciones y percepciones que podríamos haber ganado si esas vidas no hubieran sido apagadas prematuramente por Omnius.

Los pensadores guardaron silencio y meditaron sus palabras. Apostados discretamente junto a las paredes, Keats y los otros subordinados la miraban con evidente admiración.

—Coincidimos en que es una tragedia —respondió Vidad al fin.

La voz de Serena se elevó de nuevo.

—Durante treinta y cuatro años, los guerreros humanos han luchado duramente y han soportado mucho sufrimiento. Una generación entera ha sido diezmada y mi pueblo está empezando a perder la esperanza. Temen que nuestra Yihad no pueda vencer, que la guerra continúe durante siglos. Se desesperan intentando encontrar una solución inminente.

—Una preocupación legítima —convino uno de los pensadores.

—¡Pero yo no quiero que lo sea! No podemos perder impulso ahora. Fue necesario el asesinato de mi hijo y un extraordinario esfuerzo para unir al pueblo contra las máquinas después de siglos de apatía y falta de iniciativa.

—Ese es un problema humano y sin interés para los pensadores.

—Con el debido respeto, pensador, en tiempos de crisis los cobardes a menudo justifican la pasividad con tales comentarios. Revisad vuestros recuerdos históricos. —Los subordinados de la Yipol sonrieron, mirándola de reojo. Tal vez ellos también habían hecho observaciones similares a Vidad—. Tienes una gran sabiduría y me niego a creer que hayas perdido por completo la humanidad. ¡Sería una pérdida terrible!

—¿Y qué esperas de nosotros, Serena Butler? —dijo Vidad, y su voz simulada dejó traslucir una ligera exasperación—. Somos conscientes de tus fervientes convicciones, pero somos pensadores neutrales. Por tanto, Omnius nos deja en paz. Hace mucho tiempo, algunos de los veinte titanes recurrieron a nuestro saber, al igual que lo hicieron algunos humanos de la Liga. Nuestra posición es la quintaesencia de la justicia y el equilibrio.

—Vuestra posición es la quintaesencia de la imperfección —replicó Serena—. Tal vez os creáis neutrales, pero de ningún modo sois independientes. Sin vuestros subordinados humanos desapareceríais. La razón por la que estos subordinados ofrecen su tiempo y su servicio fiel, incluso su vida, para que vosotros podáis disfrutar de vuestra neutralidad y de la contemplación es que los humanos valoramos vuestras mentes. Ni las máquinas pensantes ni los cimek os han asistido nunca. Los humanos necesitan vuestra ayuda. Tenéis una oportunidad de la que no disponen mis yihadíes. Vuestra supuesta neutralidad os da acceso a Omnius y a las máquinas pensantes. Como pensadores, podéis hablar con ellos, observarlos e incluso decirnos cómo vencerlos.

—Los pensadores no actúan como espías —dijo Vidad.

Serena alzó el mentón.

—Tal vez no. Pero debéis vuestra existencia a los humanos. Yo soy una humana de vida breve, Vidad, mientras que tú tienes dos mil años de experiencia a los que recurrir. Si no apruebas mi sugerencia, te pido que utilices tu superior intelecto para encontrar otro modo de ayudarnos. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. No creo que este sea un desafío más allá de tus capacidades.

—Serena Butler, nos has dado mucho en que pensar —dijo Vidad. La luz brillaba con más intensidad en el interior de su contenedor cerebral y también en el de sus compañeros, como si aquellos cerebros desprovistos de cuerpo pensaran furiosamente—. Consideraremos tu petición y emprenderemos cualquier acción que juzguemos adecuada.

Serena aguardó un momento con la esperanza de que diría algo más, pero el pensador se mantuvo en silencio.

—No medites mucho tiempo, Vidad. Cada día mueren seres humanos a causa de la crueldad de las máquinas. Si ves un modo de terminar con esta pesadilla, debes actuar lo antes posible.

—Actuaremos cuando sea el momento. No abandonamos nuestra neutralidad fácilmente, pero has presentado argumentos de peso que son un eco de las afirmaciones de nuestros leales subordinados.

Muy cerca, Keats inclinó la cabeza con reverencia tratando visiblemente de ocultar una sonrisa.

Terminada la reunión, Serena enfiló los gélidos y ventosos corredores. Los subordinados apenas podían contener su entusiasmo mientras la escoltaban hacia la nave.

—Sabíamos que la sacerdotisa de la Yihad conseguiría lo que nosotros no habíamos logrado —exclamó Keats—. El Gran Patriarca tiene razón al honraros. Sois la madre y salvadora de toda la humanidad.

Serena frunció el ceño, incómoda ante aquellos elogios tan fervientes.

—No soy más que una mujer con una misión. Es lo que he sido siempre. —Entonces murmuró—. Es lo único que necesito ser.

89

El caudillo militar que deja pasar una oportunidad es culpable de un crimen igual al de la franca cobardía.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias

Después de que los titanes consolidaran el oscuro y nublado mundo de Bela Tegeuse como la piedra angular del nuevo imperio cimek, pasaron varios años remodelando las ciudades y la población para adecuarlas al formato que deseaban. El trío de titanes que quedaba, además de Beowulf y varios de los neos de alto rango, utilizaban el planeta como base para sus incursiones contra las naves de actualización de Omnius y buscaban puntos débiles en otros Planetas Sincronizados con vistas a su expansión definitiva. Mientras, Bela Tegeuse estaba segura y protegida frente a la supermente y los hrethgir.

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