La dama del lago (70 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La dama del lago
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—Adelante, pues, con todos mis respetos —dijo el posadero, sin ningún respeto—. Mas no vayan a quejarse después los señores, no digan que no se les haya avisado. En los tiempos que corren fácil resulta el salir trasquilado del barrio de los enanos. Llegado el caso.

—¿Llegado el caso de qué?

—¿Y yo qué sé? No es mi negocio.

—Vamos, Geralt le apresuró Jaskier, advirtiendo de reojo cómo la juventud maltratada por la guerra y muy consciente de su situación clavaba en ellos sus ojos brillantes por el fisstech.

—Hasta la vista, posadero. ¿Quién sabe?, tal vez en otra ocasión visitemos este local, dentro de un tiempo. Cuando no cuelguen esos carteles a la entrada.

—¿Y cuál de ellos es el que no les haya placido a los señores? —El tabernero arrugó la frente y se puso en jarras de manera chulesca—. ¿Eh? ¿El del enano?

—No. El del cocinero.

Tres jovencitos se levantaron de la mesa, ligeramente tambaleantes, con la intención evidente de cortarles el paso. Una muchacha y dos muchachos con cazadoras negras. Con las espadas colgadas a la espalda.

Geralt no aflojó el paso, siguió a lo suyo, con la cara y la mirada heladas, totalmente impertérrito.

En el último momento, los mocosos se echaron para atrás, dejándoles pasar. Jaskier notó su peste a cerveza. A sudor. Y a miedo.

—Habrá que acostumbrarse —dijo el brujo cuando ya estaban en la calle—. Habrá que adaptarse.

—A veces se hace difícil.

—Eso no es razón. Eso no es razón, Jaskier.

El ambiente era caluroso, espeso y pegajoso. Como una sopa.

*****

Fuera, delante de la posada, los dos chavales de las cazadoras negras estaban ayudando a la chica rubia a lavarse en un pilón. La chica resoplaba, tratando de explicarles, entre balbuceos, que ya estaba mejor, y aseguró que necesitaba un trago. Que, desde luego, pensaba ir al bazar a volcar tenderetes y así reírse un rato, pero que primero tenía que beber algo.

La chica se llamaba Nadia Esposito. Ese nombre sería registrado en los anales. Pasaría a la historia.

Pero ni Geralt ni Jaskier podían saber nada de eso todavía.

Ni tampoco la chica.

*****

En las callejas de la ciudadela de Rivia había un gran bullicio, y lo que parecía tener completamente absortos a lugareños y visitantes era el comercio. Se diría que allí todo el mundo comerciaba con todo, tratando de cambiar todo por algo más. Por todas partes estallaba la cacofonía de los gritos: se anunciaban productos, se regateaba encarnizadamente, se mentía por ambas partes, se acusaba ruidosamente de fraude, robo y trapacería, así como de otros pecados que ya no tenían que ver con el comercio. Antes de llegar a Los Olmos, Geralt y Jaskier recibieron muchas propuestas sugerentes. Entre otras cosas, les propusieron: un astrolabio, una trompeta de latón, una cubertería adorada con el escudo de la familia Frangipani, acciones de una mina de cobre, un tarro de sanguijuelas, un mamotreto hecho trizas titulado
El iresunto milagro o La cabeza de Medusa,
una parejita de hurones, un elixir que aumentaba la potencia y —en el marco de las transacciones anexas— una mujer ni demasiado joven, ni demasiado delgada, ni demasiado lozana.

Un enano de barbas negras, de un descaro inaudito, estaba tratando de convencerles de que compraran una birria de espejo con marco de tombac, alegando que aquél era el espejo mágico de Cambuscan, cuando de repente una pedrada certera le arrebató la mercancía de las manos.

—¡Kobold sarnoso! —gritó el agresor, un arrapiezo sucio y descalzo, dándose a la fuga—. ¡No humano! ¡Chivo barbudo!

—¡Que se te pudran las tripas, piojo humano! —replicó el enano—. ¡Que se te pudran y se te salgan por el culo! La gente se miraba en medio de un silencio lúgubre.

*****

El barrio de Los Olmos estaba situado en la orilla del lago, en una ensenada donde crecían los alisos, los sauces llorones y, naturalmente, los olmos. Aquí todo estaba mucho más callado y tranquilo, nadie compraba nada y nadie quería vender nada. Desde el lago soplaba una brisa que resultaba especialmente agradable para quien había escapado del hedor sofocante y lleno de moscas de la ciudadela.

No tardaron en encontrar la taberna de Wirsing. El primero que vieron por la calle se la indicó sin vacilación.

Sentados en las escaleras del soportal, donde crecía el guisante trepador y el escaramujo, bajo un techo cubierto de musgo verdoso y de nidos de golondrina, había dos barbudos enanos, trasegando cerveza de unas jarras que apoyaban en la barriga.

—Geralt y Jaskier —dijo uno de los enanos y eructó ruidosamente—. Sí que os habéis hecho esperar, granujas.

Geralt bajó del caballo.

—Salud, Yarpen Zigrin. Me alegro de verte, Zoltan Chivay.

Eran los únicos clientes en el establecimiento, que olía intensamente a asado, a ajo, a hierbas y a algo más, algo indefinible pero muy agradable. Estaban sentados en torno a una pesada mesa con vistas al lago, el cual, a través de los cristales ligeramente tintados con sus bastidores de plomo, daba una sensación misteriosa, mágica y romántica.

—¿Dónde está Ciri? —preguntó sin preámbulos Yarpen Zigrin—. Espero que no...

—No —le interrumpió rápidamente Geralt , Está de camino. Pronto la veréis. Bueno, barbudos, ¿qué os contáis?

—¿Qué te había dicho? —dijo Yarpen, sarcástico—. ¿Qué te había dicho, Zoltan? Aquí le tienes, de vuelta del fin del mundo, donde, si hay que fiarse de las habladurías, se ha bañado en sangre, ha matado dragones y ha derribado imperios, y nos pregunta a nosotros que qué nos contamos. El mismo brujo de siempre.

—¿Qué es eso que huele tan bien? —terció Jaskier, husmeando.

—La comida —dijo Yarpen Zigrin—. Carne. ¿No nos preguntas, Jaskier, de dónde ha salido esa carne?

—No os lo pregunto, porque ya me sé el chiste.

—No seas cerdo.

—¿De dónde ha salido esa carne?

—Ha venido sola arrastrándose.

—Y ahora, ya en serio. —Yarpen se enjugó las lágrimas, aunque el chiste, a decir verdad, era muy viejo—. En lo referente a los alimentos, estamos en una situación crítica, como siempre después de una guerra. La carne ni se ve, ni tan siquiera las aves de corral, el pescado también escasea... Tampoco hay apenas harina, ni patatas, ni legumbres... Las granjas han sido incendiadas, los depósitos saqueados, los estanques vaciados, los campos están sin cultivar...

—La producción está estancada —añadió Zoltan—. No hay transportes. Lo único que funciona es la usura y el trueque. ¿Habéis visto el bazar? Al lado de los indigentes, que venden y cambian los últimos restos de sus bienes, los especuladores amasan verdaderas fortunas...

—Como a todo eso se le añada una mala cosecha, en invierno la gente empezará a morir de hambre.

—¿Tan mal está la cosa?

—Si habéis venido desde el sur, tenéis que haber atravesado aldeas y poblados. Haz memoria, y dime en cuántos de esos sitios oíste ladrar a los perros.

—Su puta madre. —Jaskier se dio una palmada en la frente—. Lo sabía... ¡Ya te dije, Geralt, que allí había algo que no era normal! ¡Que allí faltaba algo! ¡Ja! ¡Ahora caigo en la cuenta! ¡No se oía a los perros! Como que no los había por ninguna parte...

Se calló de repente, miró hacia la cocina, de donde venía aquel olorcillo a ajo y a hierbas, y el terror se asomó a sus ojos.

—No temas —refunfuñó Yarpen—. Nuestra carne no es de ésas que ladran, maúllan o imploran piedad. Nuestra carne no tiene nada que ver. ¡Es digna de reyes!

—¡Confiesa, enano!

—Cuando recibimos vuestra carta y quedó claro que nos veríamos aquí en Rivia, estuvimos pensando, Zoltan y yo, en cómo os podríamos agasajar. Le estuvimos dando vueltas y más vueltas, hasta que, de tanto darle vueltas, nos entraron ganas de mear. Entonces nos acercamos a una aliseda que hay a la orilla del lago, y vimos que aquello estaba plagado de caracoles. Así que cogimos un saco y lo llenamos hasta arriba de esos preciosos moluscos.

—Muchos se nos escaparon —dijo Zoltan Chivay, asintiendo con la cabeza—. Habíamos bebido una miaja, y esos bichos corren como demonios.

Los dos enanos volvieron a partirse de risa con aquel otro chiste viejo.

—Wirsing —Yarpen señaló al tabernero que se afanaba junto a los fogones— prepara muy bien los caracoles, y tenéis que saber que eso requiere mucha ciencia. Es un chef muy renombrado. Antes de quedarse viudo, estuvo llevando con su mujer un mesón en Maribor, y cocinaban tan bien que hasta el propio rey conducía allí a sus invitados. ¡Y ahora a beber, digo yo!

—Pero antes —asintió Zoltan— hay que probar un corégono recién ahumado, pescado con pincho en las profundidades del lago. Acompañado de un matarratas, pescado en las profundidades de la bodega.

—¡Y a contar, señores, a contar! —les recordó Yarpen, escanciando—. ¡A contar!

*****

El corégono, caliente y jugoso, olía a humo de picón de aliso. La vodka estaba tan fría que dolían las muelas.

El primero en contar fue Jaskier, con su estilo florido, fluido, colorista, inspirado, engalanando el relato con ornamentos tan brillantes y fantasiosos que casi conseguían disimular el disparate y el embuste. Después contó el brujo. Contó la pura verdad, y hablaba con tanta sequedad, aridez y monotonía que Jaskier no se podía aguantar y metía baza cada dos por tres, lo que le valió más de una reprimenda de los enanos.

Y finalmente el relato se acabó y se hizo un largo silencio.

—¡Por la arquera Milva! —Zoltan Chivay se aclaró la voz y levantó su jarra—. Por el nilfgaardiano. Por Regís el herborista, que en su choza agasajaba a los viajeros con orujo de mandrágora. Y por esa Angouléme, a la que no conocí. Que la tierra les sea leve a todos ellos. Que allá, en el otro mundo, tengan en abundancia de todo aquello de lo que anduvieron escasos en éste. Y que sus nombres vivan largamente en canciones y relatos. Bebamos.

—Bebamos —repitieron Jaskier y Yarpen Zigrin con la voz apagada.

Bebamos, pensó el brujo.

*****

Wirsing, un hombretón entrecano, pálido y flaco como un palo, auténtica negación del estereotipo del mesonero y maestro de los arcanos culinarios, depositó sobre la mesa un cestillo de pan blanco y oloroso, y a continuación una fuente de madera donde, sobre una cama de hojas de rábano silvestre, chisporroteaban los caracoles, rociados con un mojete de ajo y aceite. Jaskier, Geralt y los enanos zamparon con ganas. La comida estaba exquisita, amén de resultar excepcionalmente entretenida, dada la necesidad de hacer malabarismos con aquellas pintorescas horquillas y pinzas.

Comieron, hicieron ruido, mojaron pan en la salsa. Juraron y perjuraron cada vez que un caracol se les escapaba de las pinzas. Dos gatitos se lo pasaron en grande haciendo rodar y persiguiendo por el suelo las conchas vacías.

El olor que venía de la cocina indicaba que Wirsing estaba preparando otra ración.

Yarpen Zigrin, desganado, hizo un gesto de rechazo, pero era consciente de que el brujo no iba a dar su brazo a torcer.

—Por lo que a mí respecta —dijo, rechupeteando una concha—, básicamente no hay novedades. A ratos combatiendo... A ratos gobernando, porque me han elegido teniente de estarosta. Voy a hacer carrera política. En los demás negocios hay mucha competencia. Pero en política un tonto se sube a cuestas de un chorizo y va detrás de un ratero. Es fácil destacar.

—Pues yo —dijo Zoltan Chivay, gesticulando con un caracol sujeto de las pinzas— no valgo para la política. Voy a montar una fragua, movida por agua y vapor, en compañía de Figgis Merluzzo y Munro Bruys. ¿Te acuerdas, brujo, de Figgis y de Bruys?

—No sólo de ellos.

—Yazon Varda cayó junto al Yaruga —le informó secamente Zoltan—. De una manera totalmente estúpida, en una de las últimas escaramuzas.

—Lástima de tipo. ¿Y Percival Schuttenbach?

—¿El gnomo? Ah, ése está bien. Es un pillo, se libró del reclutamiento alegando no sé qué derechos ancestrales de los gnomos, según los cuales la religión le impedía tomar las armas. Y le salió bien la jugada, a pesar de que todo el mundo sabía que el panteón completo de los dioses y las diosas se la refanfinfla. Ahora tiene una joyería en Novigrado. ¿Sabes que me compró el loro? Ha convertido a Mariscal de Campo Duda en un anuncio viviente, le ha enseñado a gritar: «Brrrillantes, brrrillantes». Y el caso es que funciona, imagínate. El gnomo tiene una clientela de la leche, trabajo a manos llenas y la bolsa a reventar. No, claro, estamos hablando de Novigrado. Allí atan los perros con longanizas. Por eso mismo, nosotros también estamos pensando en instalar nuestra fragua en Novigrado.

—Ahí te van a embadurnar de mierda la puerta —dijo Yarpen—. Y a tirarte piedras a las ventanas. Y a llamarte enano maldito. De nada te vale que hayas sido combatiente, que te hayas dejado la piel por ellos. En ese Novigrado que tanto te gusta no vas a ser más que un paria.

—Saldré adelante —dijo animoso Zoltan—. En Mahakam hay demasiada competencia. Y demasiados políticos. Bebamos, amigos. Por Caleb Stratton. Por Yazon Varda.

—Por Regan Dahlberg —añadió Yarpen, entristeciéndose.

Geralt meneó la cabeza.

—También Regan...

—También. En Mayenna. La vieja Dahlberg se ha quedado sola. ¡Ah, diantres, ya basta, ya basta, ya basta de todo esto! Bebamos. Y hay que darse prisa con estos caracoles, porque Wirsing ya viene con otra cazuela.

*****

Los enanos, con los cinturones desabrochados, escucharon la narración de Geralt sobre el romance aristocrático de Jaskier, que acabó en el patíbulo. El poeta parecía ofendido y no hizo ningún comentario. Yarpen y Zoltan se partían de risa.

—Sí, sí —dijo por fin Yarpen Zigrin, enseñando toda la dentadura—. Como dice esa vieja canción: «un mozo de rompe y rasga, y face lo que a las mozas les viene en gana». Algunos ejemplos eminentes de la certeza de este dicho se han juntado hoy en torno a esta mesa. Zoltan Chivay, sin ir más lejos. Cuando ha contado qué novedades había, se le ha olvidado añadir que se casa. Muy pronto, en septiembre. La feliz elegida se llama Eudora Brekekeks.

—¡Breckenriggs! —le rectificó rotundamente Zoltan, frunciendo el entrecejo—. Ya empiezo a estar harto de tener que corregirte la pronunciación, Zoltan. ¡Ten cuidadito, porque cuando me canso de algo yo también sé dar por culo!

—¿Dónde va a ser la boda? ¿Y cuándo, exactamente? —terció Jaskier, conciliador—. Lo pregunto porque igual nos pasamos por ahí. Si invitas, claro está.

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