en que murió Palante por su reino.
Sabes que en Alba tuvo su morada
más de trescientos años, hasta el día
que por él combatieron tres y tres
Y sabes lo que obró en siete reinados,
del mal de las Sabinas a Lucrecia,
venciendo en torno a los pueblos vecinos.
Y lo que obró llevado contra Breno
por los magnos romanos, contra Pirro,
y las otras repúblicas y príncipes;
donde Torcuato y Quincio, a quien dio nombre
su pelo descuidado, Fabios, Decios
ganaron fama que con gusto incienso.
Luego humilló el orgullo de los árabes
que tras Aníbal las alpestres rocas
de las que bajas tú, Po, atravesaron.
Bajo aquél, siendo aún jóvenes, triunfaron
Escipión y Pompeyo; y a ese monte
a cuyo pie naciste, le fue amargo.
Luego, cercano el tiempo en el que el cielo
quiso ordenar el mundo a su manera,
César por gusto de Roma lo obtuvo.
Y lo que obró desde el Varo hasta el Rin,
lo vio el Isara, el Era y lo vio el Sena
y los ríos que al Ródano engrandecen.
Lo que obró luego al marcharse de Rávena
y cruzó el Rubicón, fue tan aprisa
que ni pluma ni lengua alcanzarían.
Luego marchó con sus tropas a España,
luego a Durazzo, y tal golpe en Farsalia
dio, que hasta el Nilo se dolió del daño.
A Antandro y al Simoes, patria suya,
vio otra vez, y el lugar que a Héctor sepulta;
y partió para mal de Tolomeo.
De allí fue como un rayo contra Juba;
y desde allí se volvió al occidente
donde escuchó la trompa pompeyana.
Por lo que obró en las manos del siguiente,
en el infierno ladran Bruto y Casio,
y se dolieron Módena y Perugia.
Aún lo llora la triste de Cleopatra,
que, escapando de aquél, con la culebra
se dio la muerte atroz e inesperada.
Con él llegó a la orilla del mar Rojo,
con él en tanta paz al mundo puso,
que las puertas de Jano se cerraron.
Mas lo que el signo del que estoy hablando,
hizo primeramente y luego haría,
por el reino mortal al que subyuga,
se vuelve en apariencia oscuro y poco,
si en manos del tercer César la vemos
con vista clara y con afecto puro;
pues la viva justicia que me inspira,
le concedió, en las manos del que digo,
la gloria de vengar su santa cólera.
Y asómbrate de lo que digo ahora:
corrió después con Tito a hacer venganza
de la venganza del pecado antiguo.
Y al morder los lombardos a la Santa
Iglesia con sus dientes, Carlomagno
la socorrió, venciendo, con sus alas.
Ahora puedes juzgar a esos que antes
me escuchaste acusar, y sus pecados,
que son causa de todas vuestras penas.
Uno al signo común los amarillos
lirios opone, y otro se lo apropia,
y es difícil saber quién más se engaña.
Urdan los gibelinos, urdan tretas
bajo otro signo, que mal sigue a éste
aquel que de él aparta la justicia;
y que este nuevo Carlos no lo abata
con sus güelfos, mas tema de sus garras
que a leones más fuertes han vencido.
¡Muchas veces los hijos han llorado
por las culpas del padre, y no se crea
que Dios cambie su emblema por las lises!
Esta pequeña estrella se engalana
de los buenos espíritus activos
para que fama y honra les alcance;
y cuando a esto dirigen sus deseos,
desviándose así, más apagados
del verdadero amor los rayos sienten.
Mas comparar los méritos y el premio
de nuestra dicha también forma parte,
no viéndolos mayores ni menores.
Tal nos endulza la viva justicia
el afecto, y por ello no se puede
ya a la malicia nunca desviarlo.
Diversas voces cantan dulces notas;
tal los diversos grados de esta vida
dulce armonía en estas ruedas forman.
Y dentro de esta perla en la que estamos
luce la luz de Romeo, de quien
fue su gran obra mal agradecida.
Pero sus enemigos provenzales
no ríen; pues camina erradamente
el que se duele del bien de los otros.
Cuatro hijas tuvo, y las cuatro reinaron,
Raimundo Berenguer, y esto lo hizo
Romeo, un hombre humilde y peregrino
Y luego las calumnias le movieron a
pedirle las cuentas a este justo,
quien devolvió siete y cinco por diez,
tras de lo cual partió, viejo y mendigo;
y si el mundo supiera su coraje
mendigando su vida hogaza a hogaza
mucho lo alaba, y más lo alabaría.
«Ossanna, sanctus Deus sabaoth,
superilunstrans claritate tua
felices ignes borum malacth!»
De este modo, volviéndose a sus notas,
escuché que cantaba esa sustancia,
sobre la cual doble luz se enduaba;
y reemprendió su danza con las otras,
y como velocísimas centellas
las ocultó la súbita distancia.
Dudoso estaba y me decía: «¡Dile!
Dile, dile —decía— a mi señora
que mi sed sacie con su dulce estilo.»
Mas el respeto que de mí se adueña
tan sólo con la B o con el IZ,
como el sueño la frente me inclinaba.
Poco tiempo Beatriz consintió esto,
y empezó, iluminándome su risa,
que aun en el fuego me haría dichoso:
«Según mi parecer siempre infalible,
cómo justa venganza justamente
ha sido castigada, estás pensando;
mas yo desataré pronto tu mente;
y escúchame, porque lo que te diga
te hará el regalo de una gran certeza.
Por no poner a la virtud que quiere
un freno por su bien, el no nacido,
se condenó a sí mismo y su progenie;
por lo cual los humanos muchos siglos
en el error yacieron como enfermos,
hasta que al Verbo descender le plugo,
y la naturaleza extraviada
de su creador, añadió a su persona,
sólo por obra de su amor eterno
Ahora atiende a lo que ahora se razona:
a su hacedor unida esta natura,
cual fue creada fue sincera y buena;
mas desterrada fue del Paraíso
estando sola, pues torció el camino
de la verdad y de su propia vida.
Y así la pena de la cruz, medida
con la naturaleza que asumiera,
aplicóse más justa que ninguna;
y así ninguna fue tan injuriosa,
si a la persona que sufrió atendemos,
a la que se juntara esa natura.
Mas tuvo un acto efectos diferentes:
plació una muerte a Dios y a los judíos;
hizo temblar la tierra y abrió el cielo.
Ya no te debe parecer extraño,
al escuchar que una justa venganza
castigó luego un justo tribunal.
Mas ahora veo oprimida tu mente
de un pensamiento en otro por un nudo,
que ardientemente desatar esperas.
Te dices: "Bien comprendo lo que escucho;
mas porque Dios quisiera, se me esconde,
de redimirnos esta forma sólo."
Sepultado está, hermano, este decreto
a los ojos de aquellos cuyo ingenio
en la llama de amor no ha madurado.
Y en verdad, como en este punto mucho
se considera y poco se comprende,
diré por qué este modo fue el más digno.
La divina bondad, que de sí aparta
cualquier rencor, ardiendo en sí, destella
las eternas bellezas desplegando.
Lo que sin mediación de ella destila
luego no tiene fin, porque su impronta
nunca se borra en donde pone el sello.
Lo que sin mediación llueve de ella
del todo es libre porque no depende
de la influencia de las nuevas cosas.
Más le placen, pues más se le asemejan;
que el santo amor que toda cosa irradia,
es más brillante en la más parecida.
Tiene ventaja en todos estos dones
la humana criatura, y si uno falta,
privada debe ser de su nobleza.
Sólo el pecado es el que la encadena
del sumo bien haciéndola distinta,
por lo que con su luz poco se adorna;
y a aquella dignidad ya nunca vuelve
si no llena el vacío de la culpa
con justas penas contra el mal deleite.
Vuestra naturaleza, al pecar tota
en su simiente, de estas dignidades,
como del paraíso, fue apartada;
sin poder recobrarla, si lo piensas
bien sutilmente, por ningún camino
que por estos dos vados no atraviese:
o que Dios solo generosamente
perdonara, o el hombre por sí mismo
diese satisfacción de su locura.
Ahora clava la vista en el abismo
del eterno saber, a mis palabras
cuanto puedas atentamente fijo.
No podría en sus límites el hombre
satisfacer, pues no puede ir abajo
luego con humildad obedeciendo,
cuanto desobediente quiso alzarse;
y es esta la razón que incapacita
a reparar al hombre por sí mismo.
A Dios, pues, convenía con sus medios
al hombre devolver la vida entera,
con uno digo, o con los dos acaso.
Mas pues la obra es tanto más querida
por quien la hace, cuanto más nos muestra
el pecho bondadoso del que sale,
la divina bondad que el mundo sella,
de proceder por todos sus caminos
gustó para volvernos a lo alto.
Y entre la última noche y el primero
de los días, un hecho tan sublime
por uno y otro, ni hubo ni lo habrá:
pues fue más generoso al darse él mismo,
para hacer digno al hombre de elevarse,
Dios, que si hubiera sólo perdonado;
y ningún otro modo le bastaba
a la justicia, si el Divino Hijo
no se hubiese humillado al encarnarse.
Ahora para calmar cualquier deseo,
vuelvo para aclararte sólo un punto
para que puedas, como yo, entenderlo.
Tú dices: "Veo el fuego, y veo el agua,
la tierra, el aire y sus combinaciones
que se corrompen y que duran poco;
y creadas han sido sin embargo;
por lo que, si es verdad lo que me has dicho
de corrupción debieran verse libres."
Los ángeles, hermano, y este puro
país en el que estamos, fueron hechos
tal como son, en su entera existencia;
pero los elementos que has nombrado
y aquellas cosas que proceden de ellos
de creada potencia toman forma.
Creada fue la materia que tienen;
creada fue la potencia formante
en los astros que en torno suyo giran.
Las luces santas sacan con su rayo
de su virtualidad y con sus giros
el alma de las plantas y los brutos;
pero sin mediación la vuestra exhala
la suprema bondad, y la enamora
de sí, tal que por siempre la desea.
Y deducir aún puedes de este punto
vuestra resurrección, si otra vez piensas
cómo la humana carne fue creada
al ser creados los primeros padres.»
Solía creer el mundo erradamente
que la bella Cipriña el amor loco
desde el tercer epiciclo irradiaba;
y por esto no honraban sólo a ella
con sacrificios y votivos ruegos
en su antiguo extravío los antiguos;
mas a Dione honraban y a Cupido,
por madre a una, al otro como hijo,
y en el seno de Dido lo creían;
y por la que he citado en el comienzo,
le pusieron el nombre a aquella estrella
que al sol recrea de nuca o de frente.
Hasta ella ascendí sin darme cuenta;
pero me confirmó que en ella estaba
el ver aún más hermosa a mi señora.
Y cual la chispa se observa en la llama,
y una voz se distingue entre las voces,
si una se para y otra el canto sigue,
en esa luz vi yo otras luminarias
dar vuelta más o menos velozmente,
acordes, pienso, a su visión interna.
De fría nube vientos no descienden,
tan raudos, ya visibles, ya invisibles,
que ni lentos ni torpes pareciesen
a quien hubiese esas luces divinas
visto venir, dejando aquella danza
que empezaba en los altos serafines;
y en los primeros que se aparecieron
tal hosanna se oía, que las ansias
de escucharlo otra vez nunca he perdido.
Entonces uno se acercó a nosotros
y dijo: «Estamos todos preparados
para darte placer y recrearte.
Girarnos con los príncipes celestes
con un mismo girar y una sed misma,
de la cual tú en el mundo ya cantaste:
«Los que moveis pensando el tercer áeio»;
y tal amor nos colma, que no menos
dulce, por complacerte, es el pararnos.»
Luego de haber mis ojos reverentes
puesto en mi dama, y que ella les hubiera
satisfecho mostrando su aquiescencia,
volviéronse a la luz que una tan grande
promesa había hecho, y: «Quiénes sois»
dijo mi voz de gran afecto llena.
¡Y cuánto y cómo vi que se crecía
con esta dicha nueva que aumentaba
su dicha, al dirigirle mi pregunta!
Dijo, así transformada: «Poco tiempo
del mundo fui; y si más hubiera sido,
muchos males que habrá, no los habría.
Mi contento no deja que me veas
porque brillando alrededor me oculta
como animal en su seda encerrado.
Mucho me amaste, y tuviste motivos;
pues si hubiese vivido, hubieras visto
de mi cariño más que sólo hojas.
Aquella orilla izquierda que al mezclarse
bañan el río Ródano y el Sorga,
por señor a su hora me esperaba,
Y aquel cuerno de Ausonia limitado
por Catona, por Baria, por Gaeta,