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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol

Tags: #Humor

La era del estreñimiento (4 page)

BOOK: La era del estreñimiento
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Puede parecer una broma, pero no lo es; hoy en día ninguna región del mundo consume sus productos. Hemos cambiado las cosas de sitio, ése es el problema, y el clima se resiente, está despistado. Los espárragos de Navarra se comen en América, aquí comemos los de Perú. Los japoneses comen nuestros pescados y bailan sevillanas, en Sevilla hacen taichí como posesos. La fruta de Murcia se la come un bebé alemán en una papilla y no es extraño un menú del día que incluya avestruz —después hablaremos de esta ave calva—. A nuestros mayores los cuidan los sudamericanos. ¿Quién cuida a un ecuatoriano mayor? Y por si fuera poco, los goles de Maradona ahora los mete un tal Messi. Así que no nos extrañe si en Soria capital nos cae una tromba de agua al más puro estilo de las lluvias monzónicas de Bangladés o que el corralito argentino tenga intenciones de pasar una temporada en la Costa del Sol. De lo único que podemos estar agradecidos al dietista leonés es de que no se le pasara por la cabeza la carne de canguro cuando hizo la desafortunada conjetura.

El advenimiento del kiwi: esa fruta con nombre de niño hawaiano

Los agricultores, influidos por la nueva corriente dietética emergente, veían necesario introducir una
fruta milagro
que el mercado de la fibra demandaba. Era indispensable importar esa especie no autóctona que venía del culo del mundo: Nueva Zelanda. (Y si está estableciendo relación entre
culo del mundo
y lo que nos ocupa en el libro, está dando en el clavo).

Así, en la actualidad, cuando vuelves del pueblo, junto a los derivados del cerdo le traes a la suegra la caja de kiwis o el bote de kiwi en almíbar, que no sabe igual que el melocotón, pero por lo menos no estás una semana comiendo tartas con bolas naranjas. Porque esa fruta peluda y marronácea da muy poco juego en las recetas culinarias, a Dios gracias. No es extraño, si aún no hemos asumido el kiwi del tiempo, como para tragar el que lleva horno. Cuando le plantas a la suegra el regalito, los dos sabéis que no le estás regalando una caja de fruta, sino un cargamento de laxantes. Puede que te diga que hará un postre con ellos, pero es por evitar el bochorno de que la imagines todas las mañanas escuchando a Carlos Herrera y yéndose por
la pata pa abajo
.

Se le ha hecho tanta campaña al kiwi que algunos agricultores empiezan a exigir para su venta que la persona traiga la receta médica. Sobre todo si es kiwi navarro, que dicen que es como meterle un chupinazo de vitamina C al intestino gordo. Los adictos a este evacuador intestinal distinguen entre calidades y precios y se tiran al genérico como unos campeones. Ese que no tiene denominación de origen y crece en las veredas nacionales.

En el supermercado, cuando el reponedor de la fruta te ve pesar kiwis tres días seguidos, ya te dice: «Primero te tomas un vaso de agua templada y luego el kiwi». Algunos añaden la coletilla «mano de santo». Por cierto, antes de lo del kiwi en ayunas ¿qué tomaba el ciudadano para ir al váter? Sí, siempre ha estado la ciruela, esa fruta de gente mayor, pero que nunca consideramos laxante, sino algo que
ayudaba a
. Hay que echarle valor para asumir que antes del café con sopas de toda la vida tienes que enfrentarte a esa fruta tan fea. De hecho, hay jubilados que se quedan una hora más en la cama por alargar el momento de tener que hincarle la cucharilla a eso que parece un cojón de gorila verde.

Las mil y una falacias sobre el avestruz

Y aquí hacemos un paréntesis porque no se puede mencionar a esta especie de ave calva y seguir con las frutas como si nada.

Lo primero, rogamos encarecidamente a los que comen esta carne que dejen de decir que el avestruz sabe a ternera. Porque los cocodrilos también saben a ternera. Todo lo que viene de Gibraltar para abajo sabe a ternera. A lo que sabe el avestruz es a avestruz que mata. Por cierto, tiene los tendones más gordos y duros que un contorsionista del Circo del Sol. Se debe a que no para de correr en todo el día, la condenada. A un señor de Burgos se le metió entre los dientes el tendón de la pata de atrás de un avestruz y las pasó canutas para sacárselo. En el mundo de la construcción ya se están usando para atar ese peso de hormigón que cuelga en lo alto de las grúas.

Otro punto inquietante es que, aunque en los manuales de biología se diga que este ser es un ave, lo único que lo avala es que pone huevos, ¡y menudos huevos! Que nadie pruebe a hacer huevos fritos de avestruz, porque descubrirá que la clara sobresale tanto como el escalope de ración en una venta de carretera.

Si no tuviera alas, podíamos hacer un encierro con seis u ocho avestruces en Pamplona y dejábamos descansar a los de Alcurrucén, que los pobres no faltan a un San Fermín. Porque el ave no empitona pero tiene un pico que podía rajar la taleguilla al mismísimo Enrique Ponce. En aquel famoso programa
Vídeos de primera
más de uno terminó llorando por el picotazo o el escupitajo de un avestruz.

La prueba de que estos bichos tienen poco de aves es que, si enseñamos a un avestruz una jaula con unos periquitos, jamás los reconocerá como de su especie. Y en los zoológicos no están en la zona de los loros: las ponen donde las cebras, porque los cuidadores saben que, si se enzarzan, hay posibilidades. Vamos, que da para porra.

Breve inciso: tos pájaros altos (grullas, flamencos, cigüeñas) tienen patas como palos de fregona. Entonces, ¿por qué el avestruz tiene esos muslos de cabaretera del coro de Liza Minelli? Es que la mires por donde la mires es para odiarla.

El petardo español

El concepto de cambio climático tardó en entrar en España más de lo previsto. De hecho, siempre ha sido un país que ha derrochado la naturaleza con ensañamiento y alevosía. Cuando los finlandeses ya tenían hasta los puticlubs con energía solar y apadrinaban familias de icebergs, en pueblos de la Península para festejar con espuma que un tercera regional había ascendido se vertía tanto jabón al río que podría llegar a contaminar siete mares Mediterráneos en un momento. Y lo que los camioneros europeos hacían cuando tiraban cajas de tomate al suelo para protestar por sus condiciones laborales aquí lo convertimos en celebración pura y dura. Valga de ejemplo la fiesta de La Tomatina de Buñuel, en Valencia, donde un municipio entero se enzarza a tomatazos para divertirse, o La Batalla del Vino de Haro, en La Rioja, donde los festejantes hacen lo mismo con racimos de uva exprimidos. A algunos temporeros, entre ellos inmigrantes, se les parte el alma con el espectáculo después de haber estado un mes con el lomo doblado para recoger la fruta. Cuando llamen a sus familias no nos extrañe que les digan: «¿El año que viene? Que recoja uva su padre; si no se lo comen, se lo tiran unos a otros».

En esto de la climatología y del medio ambiente todavía nos sale el ecologista remolón, ese pícaro de antaño que desafiaba al mundo. Si el Lazarillo de Tormes se reencarnara en el siglo
XXI
, robaría las cadenas a los del Greenpeace y luego prendería una traca de petardos para regodearse.

El asunto de los petardos nos pierde; cada año explotan en nuestra atmósfera toneladas de pólvora que aparte de raido no hacen sino cambiar la meteorología. Es una técnica moderna que se utiliza en los países avanzados para provocar alteraciones en las masas nubosas. Aquí se lleva haciendo toda la vida sin tener conciencia de ello, a la brava. Imagínese una nube cargada que está preparada para descargar el 7 de julio. Como se le ocurra pasar por Pamplona a la hora del chupinazo, se pega tal susto que cambia el nimbo. Pero, claro, en esa fecha, empiezan las fiestas de todos los pueblos, y cada cual lanza el petardo más gordo. Así que tenemos a la nube dando vueltas por la Península hasta que llega el mes de noviembre y llueve por aburrimiento donde le toque. Luego todo se le achaca a la gota fría de las narices, cuando lo que pasa realmente es que la nube estaba hasta los mismísimos de no poder expresarse naturalmente.

Estará pensando qué relación establecemos entre el petardo y el estreñimiento, ¿no? Muy bien, estamos en sintonía. El petardo es una metáfora de la liberación, representa el inicio de la fiesta o la celebración de la consecución de un logro. No nos haga ser más explícitos, que de aquí a acabar hablando del papel de doble hoja hay muy poco.

El golf, la última plaga

Todavía hay quien discute si el golf es un deporte o un juego, lo mismo que ocurre con el ajedrez, el mus y los dardos. Con los debidos respetos para los defensores de ambas posturas, lo de menos es si estamos ante un deporte o ante un juego, lo realmente importante es que el golf es una plaga que está acabando con la zarza, el matorral, elementos singulares del paisaje peninsular. Si don Félix Rodríguez de la Fuente levantara la cabeza, no permitiría tal atropello contra el bosque bajo y la cárcava soriana.

¡Qué tío el Félix! Donde nosotros veíamos un arbusto al lado de un socavón él ya tenía para dos documentales acerca del hurón, la nutria, el abejaruco o el
picatronchos real
.

Por no hablar de las ingentes cantidades de agua necesarias para conservar el constante verdor de un campo de golf, ese gran desierto verde donde las alimañas no encuentran guarida para la parada nupcial. Es más, nos atrevemos a afirmar que estamos ante la penúltima plaga bíblica, después llegará la de las medusas, y de ahí al fin del mundo, unos años.

Sólo desde esta polémica afirmación se puede entender la incomprensible proliferación de los campos de golf en los últimos años. Lógicamente se debe a que cada vez hay más adeptos; personas que un día cualquiera de su vida sienten la llamada de la bolita. Y cuando prueban, descubren «la verdad», porque así lo viven, como si fuera una religión; de hecho, el golf se juega con ropa de ir a misa.

Si sigue esta dinámica expansiva, dentro de unos pocos años una ardilla podrá cruzar la Península de norte a sur, de hoyo en hoyo, con zapatos, por supuesto.

Que conste que no estamos en contra de este deporte: el golf estaba bien cuando jugaban Severiano Ballesteros, Txema Olazabal y sus cuatro amigos, pues con dos o tres campos ya tenían suficiente. Ahora juega al golf hasta tu cuñado Leandro con su señora y sus hijos en el campo que tienen en la urbanización. Y es que el golf se ha convertido en el reclamo mágico de los constructores para vender los adosados. ¿Por qué ya nadie se conforma con la piscina y la cancha de tenis de toda la vida como alicientes del chalecito? ¡Qué tiempos tan felices aquellos en los que la piscina, con su cloro, su trampolín y el socorrista cachas, era el súmmum del disfrute para la familia media! El umbral de la felicidad estaba más cerca, podríamos decir que al alcance de todos. Es normal que ahora nadie se conforme con un chapuzón y una tumbona cuando lo único que hacen es machacarnos en los anuncios publicitarios con la sublimación constante de este deporte, tanto es así que no es extraño que produzcan el efecto contrario. Además, la publicidad de urbanizaciones con golf tiene un ligero tufillo que se sitúa en nuestras papilas gustativas entre nueva humanidad viviendo en microclima de burbuja y secta de esas tomcruisianas.

Breve inciso: ¿por qué desde que no está Félix Rodríguez de la Fuente no se ha vuelto a ver un águila transportando un carnero por los aires?

¿Q
UÉ BUSCAN LOS QUE PRACTICAN GOLF?

Básicamente, aliviar el estreñimiento, como usted y como yo. El golf es una metáfora delatora de esta necesidad fisiológica que todos tenemos y no saciamos en igual medida.

Fíjese: un campo tiene dieciocho hoyos —si le han colocado un campo de cinco en el de la urbanización, lo han timado—; por lo tanto, una partida puede durar horas. Pues bien, en todo el campo no hay un mísero retrete, ni de los portátiles; es señal inequívoca de que los que lo practican no lo echan en falta. Porque no nos imaginamos a un Tigger Woods con su visera soltando lastre detrás de un árbol, ¿a que no? Y luego tenemos la propia dinámica del juego: consiste en ir metiendo constantemente una pelotita en un agujero en la hierba, que no son sino dieciocho pequeños inodoros simbólicos en los que depositas tu fantasía. Y entre tanto, largos paseos por el verdín, que es lo que recomiendan los médicos que hay que hacer para mover el vientre, si es que está muy bien diseñado. Hasta la elección del número dieciocho, que es un número que junto con el cuarenta, el cincuenta, el cien, el mil y el millón se utiliza para expresar algo que está detenido en el tiempo: «Hay que decirte las cosas dieciocho veces, cariño».

Es divertido observar el momento en el que un jugador se agacha, supuestamente para medir la distancia al hoyo, y se queda en posición de cuclillas, inmóvil durante un rato. Sí, porque da la impresión de que va a traspasar la barrera de la metáfora y va a liberarse del entrecot del día anterior.

Breve inciso: ¡qué nido no tendría aquel águila para que le entraran el carnero, los polluelos, el águila consorte y la cámara de Félix Rodríguez de la Fuente!

E
L SÍNDROME
C
AMACHO

Este aguerrido señor, adalid de la casta y el coraje donde los haya, es el claro ejemplo de la teoría que venimos desarrollando. ¿Recuerdan aquellos anuncios publicitarios de una urbanización murciana? Camacho nos hablaba como un líder del bienestar desde una playa paradisiaca con una voz suave y convincente, masajeado por la brisa del mar y con ropa de tonos claros y de dos tallas más, vamos, como los de las colonias. ¿Dónde quedó aquel Camacho gritón e impaciente que se levantaba del banquillo con el mapa de Australia estampado con sudor en los sobacos? ¿Tanto poder de atracción y renovación interior tiene el golf como para calmar la furia española? Por otra parte, habrán observado que todos los deportistas famosos, sean de la disciplina que sean, acaban siendo abducidos por el golf. Y no sólo deportistas, el campo de golf suele ser el destino de los triunfadores en todos los órdenes de la vida, los que a ojos de los demás han conseguido todo lo que se han propuesto. La evidencia lo delata: el golf y el estreñimiento caminan de la mano.

Breve inciso: para que se hagan una idea del mérito del águila, es como si una golondrina de las de su pueblo llevara un gato gordo por los aires.

¿Por qué el año 2050?

Se habrán dado cuenta de que cada vez que nos quieren concienciar de algún problema y mostrarnos las consecuencias que acarreará a medio plazo nos sitúan en el año 2050. Esta emblemática fecha se utiliza sobre todo para temas relacionados con el desastre medioambiental, el cambio climático, la superpoblación; en definitiva, para recordarnos que no lo estamos haciendo bien: «En 2050 la población de la tierra será de 10 000 millones», «Para 2050 la superficie de los polos habrá disminuido en un 40 por ciento», y este tipo de curiosidades.

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