La Forja (56 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: La Forja
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—¿Esperando de nuevo a que me corrija?

—No —contestó Vanya con frialdad—. Simplemente estoy considerando todas las ramificaciones de este terrible incidente.

—Bien, pues aquí tenéis una en el que a lo mejor no habéis pensado. Ahora que tenemos piedra-oscura, Sharakan y los Tecnólogos
ganarán
esta guerra. No hay ninguna necesidad de mantener un equilibrio de poder. No tiene ningún sentido si la balanza está en nuestro poder.

—Un pensamiento interesante, querido amigo, uno digno de ti —observó Vanya secamente—. Pero te recuerdo que hay otros asuntos en marcha aquí de los que no tienes ni idea. No eres más que una carta de la baraja, por decirlo de alguna manera. No, esto altera nuestros planes, pero sólo ligeramente. Desde luego, ahora es esencial que tenga al muchacho en mi poder inmediatamente,
junto con
lo que sea que haya creado con piedra-oscura. ¿Qué demonios le hiciste a ese hombre? —Vanya encontró un motivo para dar rienda suelta a su frustración—. Tenía el temple de un ratón cuando se fue de aquí. ¡Se suponía que lo ibas a convertir en un ser sin voluntad, no a darle valor!

—¡Un ratón! Os habéis equivocado con él al igual que os habéis equivocado con otras cosas. En cuanto a enviaros al muchacho, eso es muy arriesgado. Dejad que lo mate a él y al catalista...

—¡No! —La palabra salió de los labios de Vanya como una explosión. Las rechonchas manos se crisparon sobre los brazos del sillón, apareciendo unas cavidades blanquecinas allí donde un hombre más delgado tendría los nudillos—. No —repitió Vanya, tragando saliva—.
No
se debe matar al muchacho. ¿Está eso bien claro? ¡Si me desobedeces llegarás a pensar que la mutación es un destino benévolo comparado con el tuyo!

—Primero tendríais que cogerme, Patriarca, y os recuerdo que estamos muy lejos el uno del otro...

Vanya lanzó un profundo y tembloroso suspiro.

—El chico es el Príncipe de Merilon —masculló entre dientes.

Hubo un momento de silencio. Luego percibió mentalmente cómo el otro se encogía de hombros.

—Tanto mejor. Se supone que el Príncipe está muerto, y yo simplemente corregiré lo que presumo que es otro de vuestros errores...

—No es un error —dijo Vanya con la boca reseca—. ¡Te lo repito, el muchacho
no debe morir
! Y si insistes en saber la razón, te pido que recuerdes esto: la Profecía.

El silencio fue más largo, más profundo esta vez. Vanya casi podía escuchar los pensamientos que bullían en aquel silencio, cuchicheando a su alrededor como alas de murciélagos.

—Muy bien —dijo finalmente la voz con frialdad—. Pero será más difícil y peligroso, especialmente ahora que tiene la piedra-oscura. Éste no fue el trato original. Mi precio sube.

—Se te compensará de acuerdo con tus merecimientos —observó Vanya—. Actúa con rapidez, antes de que se dé cuenta de todo el potencial que hay en la piedra. Y tráelo personalmente —añadió el Patriarca después de pensarlo—. Hay ciertas cuestiones que deseo discutir contigo, tu recompensa entre ellas.

—Claro que tendré que llevarlo personalmente —replicó la voz—. ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Fiarme de vuestro cobarde catalista? Utilizaré los canales habituales. Buscadme cuando me veáis.

—¡Debe ser
pronto
! —exclamó Vanya, procurando con todas sus fuerzas mantener sus pensamientos en calma—. Me pondré en contacto contigo mañana por la noche.

—Puede que conteste o puede que no —replicó la voz—. Este asunto debe manejarse con mucha delicadeza.

Finalizó la comunicación y la Cámara se quedó en silencio.

Un hilillo de sudor se deslizó por la cabeza tonsurada del Patriarca hasta el cuello de su túnica. Pálido, temblando de cólera y temor, se quedó sentado en la Cámara durante muchas horas, mirando sin ver a la oscuridad.

«Nacerá de la Casa Real alguien que está muerto y que no obstante vivirá, morirá de nuevo y volverá a vivir. Y cuando regrese, en su mano llevará la destrucción del mundo...»

11. Le toca el turno a Saryon

—Escuchad, Saryon —dijo Joram en voz baja y persuasiva—, será sencillo. —Estaba sentado junto al catalista y, acercándose aún más a él, le puso una mano sobre un brazo—. Id a ver a Blachloch, y decidle que no podéis descansar, que os es imposible dormir. Está tan horrorizado por lo que he hecho y lo que os he hecho hacer, que le parece que se va a volver loco.

—No soy un buen mentiroso —murmuró Saryon, sacudiendo la cabeza.

—¿Sería una mentira, realmente? —preguntó Joram, iluminándosele los oscuros ojos con una amarga media sonrisa—. Al contrario, creo que podríais resultar muy convincente.

El catalista no contestó, ni tampoco levantó la mirada de la mesa a la que ambos se sentaban. Una gruesa, casi obscena luna otoñal les sonreía burlonamente desde el despejado cielo nocturno. Brillando a través de la ventana, la luna absorbía todo el color y toda la vida en sus hinchadas mejillas, haciendo que todo pareciera de un gris mortecino. Bañados por su luz, los dos se sentaban muy juntos ante la mesa colocada bajo la ventana, hablando en susurros, mientras la mirada vigilante de Joram se repartía entre los centinelas que ocupaban la casa que había al otro lado de la calle y Mosiah, quien dormía inquieto en un camastro colocado en un oscuro rincón.

Al oír las voces, Mosiah se agitó en la cama y murmuró en sueños, haciendo que Joram apretara el brazo de Saryon para que guardara silencio. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra hasta que Mosiah volvió a sumirse en un sueño profundo, colocándose el brazo sobre los ojos en sueños cuando la luz de la luna se deslizó furtivamente por el suelo subiendo hasta el camastro para examinar y recrearse en la contemplación de aquel pálido rostro.

—Y entonces ¿qué debo hacer? —preguntó Saryon.

—Decidle que lo llevaréis a donde estoy yo. Le ayudaréis a prenderme y —la voz de Joram se convirtió en un susurro apenas audible— a conseguir la Espada Arcana. Lo conduciréis hasta la herrería, donde yo estaré trabajando, y una vez allí, ya lo tendremos.

Saryon cerró los ojos, mientras un escalofrío le convulsionaba el cuerpo.

—¿Qué quieres decir con... lo tendremos?

—¿Qué creéis que quiero decir, catalista? —Joram apartó la mano con gesto impaciente y se recostó en su silla, dirigiéndoles una nueva mirada a los centinelas, cuyas sombras podían verse claramente recortadas contra el brillante fuego que ardía en la casa de enfrente—. Hemos hablado de esto antes. Una vez que lo dejemos sin magia, estará totalmente indefenso. Entonces podréis abrir un Corredor y llamar a los
Duuk-tsarith
. Sin duda debe de hacer muchos años que están esperando ansiosamente para ponerle las manos encima a uno que es una deshonra para su Orden. —Se encogió de hombros—. Os convertiréis en un héroe, catalista.

Saryon suspiró y entrelazó las manos encima de la mesa, hundiéndose los dedos con fuerza en la carne.

—¿Qué pasará contigo? —le preguntó a Joram, dirigiendo la mirada hacia el joven.

Al reflejarse en la luz de la luna, el severo rostro parecía casi el de una calavera.

—¿Qué
pasará
conmigo? —preguntó a su vez Joram con voz tranquila, mirando fijamente por la ventana, la media sonrisa jugueteando en sus labios.

—Se abrirá un Corredor, los
Duuk-tsarith
estarán allí. Podría entregarte a ellos, como me ordenó mi superior que hiciera.

—Pero no lo haréis, ¿verdad, Saryon? —dijo Joram sin mirarlo. Mosiah gimió en su esquina y empezó a volverse a un lado y a otro, intentando escapar de la jubilosa mirada de la luna—. No lo haréis. Yo os doy a Blachloch y vos me dais mi libertad. No tenéis por qué tenerme miedo, catalista. No tengo la misma ambición que Blachloch. No pretendo utilizar mi poder para conquistar el mundo. Simplemente quiero recuperar lo que es legítimamente mío. ¡Iré a Merilon y, con la ayuda de esta espada que he forjado, lo encontraré!

Observándolo, Saryon vio que el rostro del muchacho se dulcificaba por un instante, mostrando la misma expresión triste y anhelante de un niño que contempla un brillante y adornado sonajero. El catalista se sintió invadido por la compasión. Recordó las sombrías historias que había oído sobre la juventud de Joram y de su demente madre. Pensó en la dura vida que había llevado aquel joven, en la constante lucha por sobrevivir, en la necesidad de ocultar que estaba realmente Muerto. También Saryon sabía lo que era ser débil e impotente en aquel mundo de magos. Los recuerdos regresaron a su mente: el anhelo de poder cabalgar sobre el viento, de poder crear cosas hermosas y maravillosas con un gesto de la mano, de poder modelar la piedra convirtiéndola en gráciles y útiles torres... Joram tenía ahora aquel poder, sólo que a la inversa. Tenía el poder de destruir, no de crear, y todo lo que deseaba obtener era realizar el sueño de un niño.

—Sin duda alguna, te convertirás en un héroe. —La voz de Joram le llegó a Saryon como si procediese de aquel sueño—. Podrás regresar a El Manantial, volver y arrastrarte de nuevo debajo de tu roca. Estoy seguro de que pasarán por alto tu fracaso en lo que se refiere a llevarme a mí ante la justicia. Siempre pueden intentar capturarme en Merilon. Si se atreven...

Joram se quedó en silencio por un momento. Luego volvió a la realidad, endureciéndose su semblante anhelante e infantil, para convertirse en el semblante del Hechicero que había asesinado al capataz con una piedra.

—Cuando el Señor de la Guerra esté en la forja, lo atacaré con la Espada Arcana y absorberé su magia...

—Eso esperas —replicó Saryon, enojado, porque estaba descubriendo de repente que empezaba a preocuparse por aquel muchacho—. Tienes únicamente una muy vaga idea del poder de la espada. No sabes nada sobre cómo manejar un arma semejante.

—No necesito saber esgrima —dijo Joram, irritado—. Después de todo no vamos a matarlo. Cuando yo lo ataque y la Espada empiece a atraer su magia, vos debéis atacarlo también y absorber su Vida.

Saryon negó con la cabeza.

—Eso es demasiado peligroso. Nunca se me enseñó a hacerlo...

—¡No tenéis elección, catalista! —exclamó Joram, apretando los dientes, agarrando con su mano de nuevo el brazo de Saryon—. ¡Simkin dice que Blachloch ha encontrado el crisol! Si aún no conoce la existencia de la piedra-oscura, pronto lo hará. ¿Queréis fabricar Espadas Arcanas para él?

El catalista hundió la cabeza en sus manos temblorosas. Soltando su brazo lentamente, Joram volvió a recostarse en la silla, asintiendo para sí con satisfacción.

—¿Cómo podemos salir de aquí? —preguntó Saryon, alzando un rostro macilento y echando una mirada a la prisión.

—Corred hacia los centinelas. Decidles que estabais dormido, y que cuando os despertasteis, descubristeis que me había ido. Pedidles que los conduzcan hasta Blachloch. Me escaparé en medio de la confusión.

—Pero ¿cómo? ¡Te estarán buscando! Es...

—... Asunto mío, catalista —intervino Joram con frialdad—. Vos preocupaos de hacer bien vuestra parte. Entretened a Blachloch tanto como podáis, para que yo tenga tiempo de llegar allí.

—¡Entretener! ¿Qué podría yo...?

—¡Desmayaos! ¡Vomitad encima de él! ¡No lo sé! No tiene por qué ser difícil. De todas formas, parece como si fuerais a hacer ambas cosas en este preciso momento.

Lanzándole una dura mirada al catalista, Joram se puso en pie y empezó a pasear nerviosamente por la habitación.

—No soy tan débil como tú me consideras, muchacho —dijo Saryon en voz baja—. Nunca debiera haber aceptado ayudarte a traer al mundo esta arma siniestra. Sin embargo lo hice, y ahora debo hacerme responsable de mis acciones. Esta noche, haré lo que me pides que haga. Te ayudaré a llevar a ese malvado Señor de la Guerra ante la justicia, pero no lo haré para convertirme en un héroe, ni tampoco para que me permita regresar. —Saryon permaneció en silencio unos instantes, luego, respirando profundamente, continuó—: No puedo regresar. Lo sé ahora. Ya no hay nada para mí allí.

Joram había dejado de andar y estaba contemplando a Saryon en silencio, atentamente.

—Y me dejaréis ir...

—Sí, pero no porque te tema a ti o a tu espada.

—Entonces ¿por qué? —preguntó Joram, con un ligero tono de desprecio.

—Exactamente —musitó Saryon—. ¿Por qué? Me lo he preguntado bastante a menudo. Podría darte... muchísimas razones. Que nuestras vidas están ligadas de alguna forma extraña, que me di cuenta de ello la primera vez que te vi, que esto se remonta a una época de mi vida anterior a tu nacimiento. Podría decirte eso. —Sacudió la cabeza—. Podría hablarte de un Druida que me aconsejó. Podría hablarte de un bebé que sostuve en mis brazos... De alguna manera todo parece tener relación, y no tiene ningún sentido. Me doy cuenta ya de que no lo crees.

—Si os creo o no, da totalmente lo mismo. En realidad, no me importa lo más mínimo cuáles sean vuestras razones, catalista, mientras hagáis lo que yo os pida.

—Lo haré, pero con una condición.

—¡Ah! Ya salió —dijo Joram, ceñudo—. ¿Cuál es? ¿Que
me
entregue? ¿O quizá que permanezca enterrado en vida en esta región desolada olvidada de la mano de Dios...?

—Que me lleves contigo —contestó Saryon en voz baja.

—¿Qué? —Joram se quedó mirando al catalista con asombro. Luego asintiendo con la cabeza para sí, dejó escapar una corta y desagradable carcajada—. Desde luego, ya entiendo. Cada hombre Muerto necesita su propio catalista. —Encogiéndose de hombros, casi dejó escapar una sonrisa—. No faltaba más, venid conmigo a Merilon. Nos lo pasaremos estupendamente juntos, como diría nuestro amigo Simkin. Ahora, ¿podemos ya seguir con esto?

Moviéndose cuidadosamente y en silencio para evitar despertar a Mosiah, Joram le dio la espalda al alarmado catalista y atravesó la habitación. Se arrodilló junto a su cama, pasó las manos por debajo del colchón y, lenta y reverencialmente, sacó la Espada Arcana.

Saryon lo observó en perplejo silencio. Había esperado rabia, una negativa. Había esperado tener que adoptar una posición firme, discutir, resistir amenazas incluso. De alguna manera, aquella rápida y despreocupada aceptación era peor. Quizás el muchacho no había comprendido...

Joram estaba envolviendo cuidadosamente la espada con algunos trapos. Acercándose por detrás, Saryon puso con suavidad su mano en el hombro del muchacho.

—No voy a entregarte. Sólo quiero ayudarte. Verás, tú tampoco puedes volver. No a Merilon...

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