Carlos no era ningún tonto, desde luego. Veía bien que una unión de Flandes y Borgoña estaría tan cargada de problemas casi como una unión de Flandes e Inglaterra. Su intención sólo era impedir ésta, no promover la primera. Por ello, obligó a Felipe el Audaz a jurar que no pretendería el gobierno de Flandes fundándose en su matrimonio. Felipe pensó que Carlos era mayor que él y bastante enfermizo. Esperaba sobrevivir a su real hermano, y por ello juró sin poner peros.
Después de la muerte de Carlos V, la exorbitante política fiscal de Luis de Anjou provocó revueltas contra los impuestos en toda Francia, y particularmente en París. Aprovechando estos desórdenes, el pueblo de Flandes se rebeló bajo la conducción de Felipe Van Artevelde, hijo de aquel Jacobo que había hecho tanto para impulsar a Eduardo III a la guerra con Francia, medio siglo antes.
El joven Van Artevelde siguió la táctica de su padre y ofreció reconocer a Ricardo II como rey de Francia a cambio de ayuda militar. Pero el joven no era como Eduardo y no se movió, sobre todo porque ahora le tocó el turno a Inglaterra de pasar por una revuelta campesina.
Felipe el Audaz, yerno de Luis de Male, que había esperado por más de una década la muerte de su hermano y de su suegro, no tenía ninguna intención de dejar escapar su herencia. Llevó un gran ejército francés a Flandes, y en Roosebeke, a ciento diez kilómetros al este de Courtrai, la caballería francesa se enfrentó nuevamente con los habitantes urbanos flamencos. La batalla se libró el 27 de noviembre de 1382. Esta vez, el ejército francés era mayor y su ataque fue más cuidadoso. Después de una dura lucha, Van Artevelde fue muerto y los flamencos fueron arrollados.
Los franceses no habían olvidado su vergonzosa derrota de Courtrai. Después de matar a los piqueros flamencos en el campo de batalla, buscaron la iglesia donde estaban colgadas las espuelas de oro que eran las reliquias de esa batalla. Quemaron la iglesia y mataron a los habitantes de la ciudad que no habían tenido la previsión de huir. Felipe el Audaz desencadenó en Flandes una represión salvaje e implacable, e iba a pasar mucho tiempo antes de que los habitantes de las tierras bajas osasen hacer valer sus derechos.
Los últimos focos de resistencia flamenca fueron suprimidos en 1384, pero tan pronto como Luis de Male fue afirmado en su posición, murió. Ahora Felipe debía recordar su juramento de no reclamar el condado, pero fue una tarea fácil para él persuadir a su despreocupado sobrino de dieciséis años, Carlos VI, a que le concediese el favor de tomar Flandes.
Así, a sus ricos y fuertes dominios del este de Francia, Felipe añadió las opulentas ciudades de Flandes. Aunque sólo fueron duques, él y sus descendientes se convirtieron en los señores más ricos de Francia, más ricos que el rey. Y llegaría un tiempo en que Borgoña-Flandes sería la tierra más rica y más culta de toda Europa.
Después de esto, los desórdenes en París también fueron brutalmente reprimidos, y el Reino quedó en calma. Se hicieron preparativos para la reanudación de la guerra con Inglaterra en condiciones que parecían favorables, pues el gobierno de Ricardo II era débil y la nobleza inglesa reñía por el poder tan ávidamente como la nobleza francesa. En 1386, Francia hasta pareció a punto de lanzar una invasión de Inglaterra. Barcos para tal fin fueron reunidos en los puertos del Canal de la Mancha, y luego todo quedó en nada. A último momento, presumiblemente, los reales tíos de Berri y Borgoña decidieron que no tenían nada que ganar de una guerra importante.
Obviamente, interesaba a los tíos mantener a Carlos VI como rey-títere e hicieron lo posible para inducirlo a llevar una vida de diversiones y de fútil agitación, para que se alegrase de dejarles a ellos la tarea del gobierno. Su padre, Carlos V, conociendo su débil constitución y previendo que cuando él muriese su hijo todavía sería un niño, dispuso que los catorce años eran la edad a la cual un rey podía ser considerado suficientemente mayor como para gobernar por sí mismo. Fue un intento de abreviar la regencia todo lo posible. Pero Carlos VI llegó a su décimo cuarto cumpleaños y lo pasó sin hacer ningún intento de asumir el gobierno.
Sólo al final de su adolescencia Carlos VI empezó a enfadarse de ser tratado como un menor. El 2 de noviembre de 1388, sólo un mes antes de cumplir los veinte años, declararía que se haría cargo del gobierno. Los tíos argumentaron suavemente contra esta actitud, pero Carlos se mantuvo firme, y era claro que la opinión pública estaba a su favor.
Naturalmente, todos los males del Reino fueron atribuidos a la política rapaz de los tíos, y se esperaba que el gobierno de Carlos VI señalase un cambio positivo. Hasta se firmó una nueva tregua con los ingleses por la cual éstos se veían obligados a evacuar otras posesiones.
Pero Carlos VI continuó interesado solamente en las diversiones. Era irresponsable, fastuoso y despreocupado, pero al menos confió la conducción del gobierno a los consejeros de su sabio padre, por lo que existía la posibilidad de persuadir al alegre joven a que asumiese su tarea más seriamente.
Desgraciadamente, la vida de continuos placeres parecía haber debilitado la constitución del rey. En abril de 1392, mientras se mantenían discusiones sobre la posibilidad de firmar un tratado de paz completo entre Inglaterra y Francia, las negociaciones cayeron en el desorden a causa de una enfermedad del rey. Carlos VI fue cogido por una fiebre suficientemente elevada como para provocarle convulsiones y, presumiblemente, causarle daños en el cerebro.
El rey aparentemente se recuperó, y más tarde, ese mismo año, insistió en conducir una expedición a Bretaña para castigar un intento de asesinato del condestable de Francia. Fue un verano extraordinariamente caluroso, y en el camino cayó nuevamente presa de la fiebre. Otra vez se recuperó y, contra el consejo de todos, empezó de nuevo.
El 5 de agosto de 1392 (se cuenta), un hombre vestido todo de blanco salió repentinamente de un bosque. Se lanzó hacia la columna de hombres en marcha, cogió la brida del rey y gritó: «¡Detente, noble rey, no sigas adelante, has sido traicionado!»
El sorprendido rey siguió avanzando, pese a la advertencia, cuando el paje que llevaba la lanza del rey la dejó caer, accidentalmente, y golpeó sonoramente un escudo.
Eso fue el fin. El rey sacó su espada aterrorizado y empezó a arremeter contra los que estaban a su alrededor. Fue reducido con dificultad, y era evidente que se había vuelto loco. Desde ese momento, nunca se recuperó por largo tiempo. Había sido llamado «Carlos el Bien Amado» (¿quién no ama a un monarca niño?), pero ahora es conocido en la historia como «Carlos el Loco».
La Guerra Civil
Todo lo que Carlos V había ganado para Francia quedó ahora al borde del abismo, y nuevamente Francia fue golpeada por un desastre imprevisto.
Si Carlos VI se hubiese vuelto loco en forma clara y permanente, las cosas no habrían marchado tan mal, pues podía haberse establecido una regencia fuerte y duradera. Pero no ocurrió así. Por el resto de su largo reinado, que continuaría treinta años más, el rey alternaría los períodos de locura con los de cordura, cada uno de los cuales duraba en promedio la mitad de un año, aproximadamente. Y cuando estaba cuerdo, trataba de gobernar.
El resultado fue que no hubo ninguna continuidad en el gobierno, ninguna seguridad en la adopción de decisiones. Hubo una anarquía casi total, y los nobles revoloteaban como buitres.
Felipe el Audaz se hizo cargo del gobierno inmediatamente, y lo retuvo a intervalos. Ahora que gobernaba
Flandes estaba más interesado que nunca en una paz total con Inglaterra, para asegurarse la vacilante lealtad de sus nuevos súbditos. El rey inglés, Ricardo II, en lucha con su propia nobleza, estaba igualmente ansioso de lograr la paz. En 1396, se acordó un matrimonio entre Ricardo II (viudo por entonces) e Isabel, una hija menor de Carlos VI. Aunque no se pudo negociar una paz total, la tregua entonces existente fue extendida a veintiocho años adicionales.
Eso fue beneficioso. Felipe podía desear la paz por sus propios motivos egoístas, pero cualesquiera que fuesen los motivos, el resultado era una bendición para Francia. Pero Felipe también usaba a su antojo el tesoro real, política que lo puso en contacto con el hermano menor del rey Carlos, Luis de Orleáns. Luis había sido un favorito del rey durante el breve período de gobierno personal de éste (y también un favorito de la reina Isabel de Batiera) y pensaba que tenía derechos prioritarios sobre el tesoro.
Ambos hombres eran enormemente ambiciosos, y entre el tío del rey y el hermano del rey se inició una rivalidad que se iba a convertir en una sangrienta enemistad y luego en una guerra civil que arruinaría a Francia.
Luis de Orleáns se había casado con la hija del duque de Milán y soñaba con construirse un reino en Italia (el mismo sueño quimérico que había tenido primero Carlos de Anjou). Para esto, necesitaba dinero con el cual alquilar soldados, y le fastidiaba que Felipe de Borgoña metiera sus manos en el tesoro.
En cuanto a Felipe, también tenía mucha necesidad de dinero. En primer lugar, era un patrón de las artes, munificente con los poetas y los pintores, con proyectos de construir grandes edificios y apreciaba mucho las joyas finas. Su corte de Dijon era suntuosa... y terriblemente costosa. Además, tenía (para colmo) problemas concernientes a cruzadas.
Los franceses habían perdido sus últimas posesiones en Tierra Santa un siglo antes, en 1291, y Occidente más o menos se había resignado a la pérdida permanente de Jerusalén. Pero ahora surgieron peligros nuevos y más cercanos.
No mucho después de que los últimos cruzados abandonasen Tierra Santa, un nuevo grupo de turcos, los turcos otomanos, iniciaron una constante expansión. Por la época de la batalla de Crécy, esos turcos, después de crear un pequeño reino en el noroeste de Asia Menor, cruzaron el Helesponto hacia la parte europea, en respuesta al llamado de una de las dos facciones bizantinas enfrentadas. Por primera vez los turcos aparecieron en Europa (y nunca la abandonarían).
En el medio siglo siguiente, el poder de los turcos otomanos se expandió inexorablemente. En 1389, derrotaron a los serbios en la batalla de Kosovo y se adueñaron de casi toda la Península Balcánica, mientras en Asia se expandieron por casi toda Asia Menor. El Imperio Bizantino quedó reducido a poco más que la ciudad de Constantinopla y unos pocos distritos exteriores, por lo que envió al Oeste un desesperado llamado de ayuda.
La frontera turca en Europa ahora lindaba con el Reino de Hungría, que estaba bajo el gobierno de Segismundo, cuya esposa, María, era descendiente de Carlos de Anjou. Segismundo también pidió ayuda y, en 1396, el papa predicó una cruzada, como en los viejos tiempos. (A la sazón, había dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón —pues la continua debilidad de Francia había permitido que surgiese un movimiento de retorno a Roma que tuvo éxito—, pero ambos papas predicaron la cruzada.)
La frontera turca estaba ahora a 960 kilómetros de Borgoña. Había puestos avanzados turcos más cercanos de París que de Jerusalén. Los franceses respondieron al llamado.
Al frente de los caballeros occidentales estaba un francés de veinticinco años, Juan de Nevers, hijo de Felipe el Audaz. Reunió un suntuoso grupo de caballeros, para el cual su padre tuvo que hallar dinero necesario.
Los caballeros se reunieron con el ejército húngaro en Budapest, a orillas del Danubio, y con gran alborozo marcharon aguas abajo. Llegaron a un puesto avanzado turco, en Vidin, que tomaron por asalto. Toda la campaña parecía una fiesta y avanzaron otros ciento sesenta kilómetros, hasta Nicópolis, en lo que es hoy la frontera central septentrional de Bulgaria.
Allí, el 28 de septiembre de 1396, la caballería francesa avistó a las tropas de vanguardia turcas. Segismundo de Hungría, que conocía un poco a los turcos, propuso hacerles frente con sus fuerzas mientras los caballeros occidentales se mantenían en reserva para cuando apareciese el ejército turco principal. Los caballeros abuchearon la propuesta. A fin de cuentas, no habían aprendido nada. Las reglas de la caballería exigían que avanzasen y arrollasen todo a su paso. Avanzar en línea recta, eso era lo que querían, como en Courtrai, Crécy y Poitiers.
Avanzaron en línea recta, aplastando a las tropas turcas, dispersándolas... y dispersándose ellos mismos en su persecución. Luego, ya cansados y desorganizados, repentina e inesperadamente, se hallaron frente a la formidable hueste del sultán turco, Bayaceto. Había tenido que levantar el sitio de Constantinopla para marchar hacia el norte, y por consiguiente estaba de muy mal humor. La marea de la batalla cambió y rápidamente se convirtió en otra matanza de caballeros franceses.
Muy pocos de los caballeros se salvaron, pero entre esos pocos estaba Juan de Nevers. Para que pudiera regresar, Felipe el Audaz tuvo que exprimir a sus súbditos y al tesoro francés hasta obtener 200.000 ducados de oro. Juan de Nevers, por su conducta en esta batalla, fue luego llamado «Jean Sans Peur», es decir, «Juan Sin Miedo», aunque una estimación más justa del valor de la bravura en las condiciones de la batalla de Nicópolis le habría otorgado el nombre de «Juan el Estúpido».
En 1404, Felipe el Audaz murió, y Juan Sin Miedo le sucedió como duque de Borgoña. Pero en los últimos años de Felipe, Luis de Orleáns había obtenido un completo dominio sobre la reina Isabel (se difundió el rumor de que el bello Luis le proporcionó el amor que el rey loco no podía darle) y, mediante ella, sobre el periódicamente loco Carlos VI. Por lo tanto, dominaba en el gobierno.
Este hecho causó resentimiento en Juan Sin Miedo, pues creía que, habiendo heredado las tierras de su padre, debía heredar también el poder de su padre sobre el tesoro real.
Si hubiese habido una seria amenaza externa, los príncipes en conflicto se habrían visto obligados a resolver sus diferencias de algún modo, pero ocurrió que Francia, en ese momento, tenía total libertad para suicidarse. Ricardo II de Inglaterra había sido depuesto y muerto por un primo, quien reinó como Enrique IV, y el nuevo rey inglés tuvo que enfrentarse con cierta cantidad de señores rebeldes. Inglaterra estaba fuera de juego, y Francia podía permitirse ir a la guerra civil, si lo deseaba. (A Carlos el Malo le habría encantado pescar en esas aguas revueltas, pero había muerto en 1387.)
La querella entre Orleáns y Borgoña se agudizó, y ambas partes empezaron a reunir arma y a maniobrar para buscar aliados y posiciones. Si Luis de Orleáns dominaba a la reina, Juan de Borgoña dominaba al Delfín Luis, que se había casado con la hija de Juan. Si Luis de Orleáns ahora dominaba el gobierno y el tesoro, su vida fastuosa provocaba protestas contra el despilfarro y el soborno, y Juan empezó a adoptar la pose de reformador fiscal y a respaldar a la clase media.