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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Francia (5 page)

BOOK: La formación de Francia
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Pero el poema no contiene nada del suceso real. Mientras que Carlomagno, en realidad, sólo conquistó la franja de España que está inmediatamente al sur de los Pirineos, es pintado en el poema como habiendo conquistado toda España excepto una ciudad. La retaguardia es descrita como habiendo sido atacada por un gran ejército musulmán, en vez de las guerrillas cristianas, y todo el cuadro está pintado con los fantasiosos colores heroicos de la caballería medieval. Cada cristiano combate con mil musulmanes, excepto Roldan, que combate con diez mil. Hasta la derrota final de Roldan es tan gloriosa como una victoria.

Ningún francés pudo evitar sentirse orgulloso de ser francés, cualquiera que fuese su provincia, cuando leía este poema épico, que no sólo fue el primero, sino también el más grande de su tipo en la literatura medieval.

La
Chanson de Roland
dio origen a una gran literatura imitativa de «cantares de gesta» (o «cantares de hazañas caballerescas»), de los cuales unos ochenta han sobrevivido hasta hoy. La mayoría son fantasías concernientes a los caballeros legendarios de la corte de Carlomagno. Uno de ellos,
Huon de Bordeaux
, presenta a Oberón, rey de las hadas, y Shakespeare, cuatro siglos más tarde, lo introdujo como personaje en su obra
Sueño de Una Noche de Verano
.

Los cantares de gesta, en general, junto con la Primera Cruzada, dieron el primer gran ímpetu hacia el nacionalismo francés.

«Luis el Listo»

Felipe I había seguido la habitual costumbre capeta de asegurar la sucesión haciendo coronar a su hijo Luis y asociándolo a él en su gobierno. Cuando en 1108 Felipe murió, su hijo le sucedió pacíficamente con el nombre de Luis VI.

Luis fue el primer Capeto que llevó un nombre asociado al viejo linaje carolingio (Luis V fue el último carolingio). Una medida del éxito de los Capelos es que ya no temían invocar la memoria de Carlomagno.

Luis VI, como su padre, era gordo. En verdad su exceso de peso ha pasado a la historia, pues es llamado «Luis el Gordo». Era gordo pero no era tonto. De hecho, fue el primero de los Capetos que hizo algo más que meramente tratar de mantenerse y que enfiló audazmente en dirección a la centralización.

Se dio cuenta de que eran los señores revoltosos los que constituían el mayor peligro, y que su fuerza provenía de la paz y la prosperidad de las tierras reales que rodeaban a París. En verdad, otro de sus nombres, y éste mucho más adecuado, es «Luis el Listo».

Eludiendo las guerras distantes en la medida en que pudo, se dedicó a la poco atractiva pero enormemente importante tarea de acabar con los orgullosos hidalgüelos que tenían sus fortalezas a la vista de París y saqueaban a comerciantes y campesinos cuando se les antojaba. Pasó un cuarto de siglo dedicado a esa tarea, pero cuando Luis terminó, la amenaza de los barones ladrones desapareció de los dominios que él gobernaba directamente.

Como resultado de ello, sus súbditos lo amaban; fue el primer Capeto realmente popular. En cuanto a aquellos que estaban gobernados por señores que estaban fuera del alcance de Luis, deseaban ansiosamente la victoria del rey sobre sus propios señores feudales. Así inició Luis el proceso de centralización de la monarquía y la nación que continuaría durante cinco siglos después. La marcha hacia la centralización tiene tendencia a realimentarse a sí misma. Por ejemplo, cuanto mayor es el poder real y más extensos los dominios reales, tanto mayor es el prestigio del dialecto de la corte, el franciano, y tanto más se acercaba Francia a un lenguaje nacional que, a su vez, podía inspirar sentimientos nacionalistas.

Luis no promovió la centralización mediante hechos de armas solamente. De manera deliberada, apoyó a las clases sociales con las que podía contar para actuar contra los señores. Mantuvo el hábito Capeto de apoyar al clero, por ejemplo, y abandonó la política de su padre y su abuelo volviendo a un programa de apoyo a la reforma. Pensó, con razón, que a la larga se ganaría más con ello.

También usó la influencia real para crear ciudades en las tierras de sus vasallos turbulentos (no en las suyas) y les otorgó privilegios especiales que, sabía, serían inconvenientes para los señores. Los habitantes de las ciudades, naturalmente, considerarían enemigos a los señores de las tierras circundantes y buscarían protección para ellos y sus privilegios en el rey. A medida que aumentaron la prosperidad y la riqueza de las ciudades, se convirtieron en una fuente de dinero (necesario para pagar soldados y comprar armas) que siempre estaría disponible para que el rey la usase contra los nobles.

Luis fue suficientemente perspicaz como para evitar poner a sus vasallos más importantes en la administración, pues comprendió que serían difíciles de controlar y que podían fácilmente usar contra él el poder que les concediera. Eligió sus consejeros entre la nobleza inferior, el clero y los habitantes de las ciudades. Estos consejeros, al no tener gran poder propio, dependían solamente del rey para su bienestar y podía confiarse en que, por puro interés personal, serían leales a él.

El más importante de los consejeros de Luis fue el abad Suger, un eclesiástico proveniente de las clases inferiores. Suger tenía aproximadamente la misma edad que Luis y había sido el preceptor real cuando ambos tenían veintitantos años. Suger estimuló vigorosamente a su monarca en su política ilustrada contra los señores, y su influencia se extendería más allá de la vida de Luis. Suger vivió hasta los setenta años y fue consejero del hijo y sucesor de Luis. Y no sólo esto, sino que fue también el mejor historiador de su tiempo y dejó escritos sumamente favorables a ambos reyes.

Suger fue también responsable de un importante avance en la arquitectura.

Por carecer de materiales modernos, a los arquitectos romanos les fue imposible construir grandes estructuras sin gruesos muros. Cuando se usó la piedra para el techo, el peso fue aún mayor y los muros se hicieron enormemente anchos. Las ventanas debían ser escasas y pequeñas, para no introducir una fatal debilidad en los edificios. El resultado de ello fue que en las iglesias «románicas» de la temprana Edad Media predominaba una atmósfera de densa penumbra, sólo atenuada por interiores alumbrados con velas e imágenes coloreadas.

Pero en el siglo XI surgió la idea de diseñar grandes construcciones concentrando el peso del techo en ciertas partes donde podían construirse contrafuertes externos de albañilería. Para aumentar la resistencia, los contrafuertes, bien separados del edificio, podían ser unidos a los puntos fundamentales que necesitaban sostén mediante construcciones diagonales. Estas eran los «arbotantes».

Puesto que los contrafuertes soportaban el peso, las partes del muro que no participaban directamente en la función de sostén podían hacerse delgadas y abrir en ellas muchas ventanas. Estas ventanas eran cubiertas con vidrieras, de modo que el interior del edificio quedaba bañado por luz de diferentes colores que le daban un bello e impresionante aspecto. Más aún, era posible construir catedrales hasta alturas sin precedentes, alturas que no fueron superadas, en verdad, hasta el siglo XIX, cuando surgió la edad del acero.

El nuevo estilo apareció discretamente de manera dispersa, y en 1137 Suger inició la renovación de la abadía de Saint-Denis, no lejos de París, al norte, de la cual Suger era abad. Este usó el nuevo estilo de una manera audaz y al por mayor, con lo que contribuyó a su popularidad. Para los hombres de regiones más meridionales, particularmente Italia, donde el estilo románico y su evocación de los viejos días romanos tenían el prestigio de la antigüedad, la nueva arquitectura fue considerada bárbara en su exaltación de la altura y el tamaño, y en el desbordante vigor de sus contrafuertes y su ornamentación. Fue llamado, burlonamente, «gótico».

El nombre quedó, pero sin su matiz insultante. Ese estilo se hizo cada vez más popular y se construyeron catedrales góticas por toda Europa durante los siglos siguientes, y con complejidad cada vez mayor. La arquitectura gótica se convirtió en una de las glorias artísticas de la Edad Media.

Los hijos del Conquistador

El problema externo que más complicó el reinado de Luis fue la cuestión de Normandía. Tuvo que hacer frente a los hijos de Guillermo el Conquistador. Uno de los hijos sobrevivientes, Enrique I de Inglaterra, había derrotado a Roberto Curthose y ahora gobernaba también sobre Normandía.

A Luis no le preocupaba mucho quién gobernase Inglaterra, pero Normandía, por supuesto, era otra cuestión. Ocupaba los tramos inferiores del río Sena y su frontera estaba a sólo unos cien kilómetros aguas abajo de París. Que perteneciese a Inglaterra permitía al rey inglés ser tan importante en Francia como lo era el rey francés, y Luis trató de que, en el peor de los casos, si Normandía no podía ser dominada por él, al menos no fuese dominada por Inglaterra.

Por ello, había apoyado a Roberto Curthose, que era ahora prisionero de su hermano; y luego apoyó al hijo de Roberto, Guillermo Clito, quien estaba aún en libertad. Así comenzó un duelo entre Francia e Inglaterra, por Normandía, que no iba a decidirse antes de tres siglos.

En 1119, Luis, acompañado por Guillermo Clito, condujo un contingente de hombres armados río abajo por el Sena. Probablemente no tenían más intención que la de hacer un reconocimiento y obtener una victoria psicológica sobre Enrique. Pero éste, quien se hallaba en Normandía a la sazón, conducía una tropa río arriba por el Sena, con el mismo propósito. Los dos ejércitos se encontraron inesperadamente cerca de Les Andelys, ciudad de la frontera normanda.

No pudo evitarse la batalla y las dos huestes de jinetes chocaron con gran bullicio y clamoreo. Por entonces, la armadura había llegado a cubrir todo el cuerpo del hombre y buena parte del caballo también, de modo que los caballeros eran como tanques vivientes.

La armadura debe de haber sido muy pesada de llevar y endiabladamente caliente en verano (la batalla se libró el 20 de agosto); seguramente impedía limpiarse el sudor de los ojos o rascarse donde picaban las pulgas; pero protegía de los golpes de espadas y garrotes.

De los novecientos caballeros que participaron en la batalla, de ambas partes, sólo tres fueron muertos, y ello probablemente por accidente. Aun cuando se lograse derribar de su caballo a un caballero y capturarlo, generalmente se lo conservaba vivo para pedir un rescate por él, que era mucho más provechoso que matarlo.

Todo se reducía, pues, a cuál de las partes se cansaba primero del ruido y el calor y decidía ceder. Entonces, volvían sus caballos y se alejaban, mientras la otra parte trotaba tras ellos sin entusiasmo y profiriendo insultos. Fueron los franceses los que se volvieron en este caso y Enrique obtuvo una clara victoria, aunque no sangrienta.

Esta batalla de Les Andelys, dicho sea de paso, era típica de los primeros tiempos medievales. Generalmente eran tediosos empates y tenía poco sentido librarlas. En cambio, cuando los castillos normandos se difundieron a regiones fuera de Normandía, los asedios se hicieron característicos del arte de la guerra de esa época. Como resultado de ello, se construyeron castillos prestando cada vez mayor atención a su resistencia. Después de 1100, los castillos, que hasta entonces eran hechos de madera, empezaron a ser construidos con piedra.

Un año después de Les Andelys, un golpe de fortuna favoreció a Luis y le brindó infinitamente más de lo que había perdido en la batalla. El rey inglés retornó a Inglaterra y su único hijo, Guillermo, que navegaba en otro barco, se ahogó en el Canal de La Mancha. Sólo quedaba una hija, Matilde, como heredera de la corona anglonormanda. Luis el Listo no halló dificultades para darse cuenta de que habría problemas en Inglaterra cuando Enrique muriese. Desde ese momento, se dedicó a hacer todo lo posible para asegurarse de que tales problemas efectivamente surgirían.

La muerte del príncipe también fue una oportunidad para Enrique V, el emperador alemán e hijo del viejo enemigo del papado Enrique IV.

En 1114, Enrique V se casó con Matilde de Inglaterra, y pensó ahora que tenía buenas probabilidades de heredar el gobierno de Inglaterra y Normandía por intermedio de su mujer. No pudo resistir la tentación de apresurar y asegurar la llegada de ese día invadiendo Francia en 1124 y realizando alguna hazaña contra el enemigo francés que le diera popularidad entre sus futuros súbditos.

El creciente sentido de nacionalidad y la popularidad personal de Luis demostraron ahora ser un firme apoyo para el rey. Los grandes señores y el pueblo por igual se unieron alrededor de Luis, y el emperador, después de descubrir que se había metido en un avispero, decidió que tenía otras cosas que hacer y volvió a Alemania.

Enrique V murió en 1125, dejando viuda a Matilde. Enrique I, en agonía, trató de asegurar la sucesión obligando a los señores ingleses y normandos a jurar lealtad a su hija. También buscó la manera de arreglar un segundo matrimonio que proporcionase a su hija un marido capaz de defenderla.

Su elección cayó en Anjou, cuyos condes dominaban una región de Francia tan extensa como Normandía. Había habido una permanente enemistad entre Normandía y Anjou (su vecino meridional) durante más de medio siglo, pero ahora las circunstancias habían cambiado. El conde de Anjou, Fulco V, estaba a punto de marcharse al Este para encabezar las fuerzas cristianas que aún combatían en Tierra Santa, e iba a dejar su hijo Godofredo como su sucesor.

Godofredo era joven, pues estaba en su primera adolescencia, y era de apariencia suficientemente buena como para ser llamado «Godofredo el Hermoso». También adquirió un apodo derivado de un ramito de retama («planta genét») que llevaba en su yelmo, por lo que era llamado Godofredo Plantagenet.

Si se le podía inducir a casarse con Matilde, sería un joven y vigoroso marido que, según el cálculo de Enrique, defendería la corona de su hija llegado el momento. Finalmente, pasaría a su hijo el gobierno, no sólo de Inglaterra y Normandía, sino también de Anjou, y fundaría una «dinastía angevina» (el adjetivo derivado de Anjou) que sería más poderosa que la dinastía normanda, de la que Enrique I parecía condenado a ser el último representante masculino.

En 1128, el matrimonio tuvo lugar y al año siguiente Fulco V partió hacia el Este. Godofredo fue conde de Anjou y esposo de la heredera del trono de Inglaterra y Normandía.

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