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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

La Hermandad de las Espadas (13 page)

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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Afreyt y Cif sabían que se había producido un cambio en los dos hombres, cosa que tampoco ignoraban nuestros héroes. Pero se inclinaban a achacarlo al tiempo o algún profundo trastorno del estado de ánimo como el que en otro tiempo volvió a Fafhrd religioso y al Ratonero calculadamente avaricioso. O bien, ¿quién sabe?, tales podrían ser la clase de cosas que le suceden a cualquiera que sienta la cabeza. Curiosamente, ninguno consideraba la posibilidad de una maldición, tanto por parte de un dios como de un hechicero o bruja. Las maldiciones eran cosas violentas que impulsaban a los hombres a lanzarse desde las cumbres de las montañas o descerebrar a sus hijos golpeándolos contra las rocas, y a las mujeres a castrar a sus compañeros de lecho y prender fuego a su propia cabellera si no había un volcán a mano al que arrojarse. La trivialidad y la baja intensidad de las maldiciones les desorientaba.

Una o dos veces, cuando los cuatro estaban reunidos, hablaron de influencias sobrenaturales sobre las vidas humanas, pero en conjunto trataron el tema con más
ligereza
de lo que cada uno sentía en su corazón.

—¿Por qué no solicitáis el augurio del Gran Gusorio? —sugirió Cif—. Ya que sois fragmentos de él, debería saberlo todo de vosotros.

—Ese ser es más una broma que una presencia real a la que uno pueda dirigir sus plegarias —replicó el Ratonero, y en seguida propuso—: ¿Y por qué tú o Afreyt no apeláis a esa bruja o reina guerrera vuestra, esa tal Skeldir, para que nos ilumine, ella o la figura de la malla de escamas plateadas y la risa breve y seca?

—No tenemos una intimidad tan grande con ella, aunque la consideremos nuestra antepasada —respondió Cif, bajando la vista tímidamente—. Apenas sabría cómo enfocar el asunto.

No obstante, este diálogo hizo que Afreyt y Fafhrd volvieran a contar los sueños que previamente habían compartido sólo entre ellos, tras lo cual todos se entregaron a especulaciones y suposiciones inconclusas. El Ratonero y Fafhrd las olvidaron en seguida, pero Cif y Afreyt las conservaron en la memoria.

Y aunque las maldiciones sobre los dos héroes eran de baja intensidad, las divinas vituperaciones actuaron de una forma continua y devoradora. Por ejemplo, Fafhrd se interesó mucho por una mortecina estrella filamentosa situada a baja altura en el oeste y cuya brillantez y lujuriante cabellera parecían aumentar lentamente y desplazarse a contrapelo hacia el este. El bárbaro norteño no dejaba pasar una sola noche sin observarla. Por otra parte, los allegados del capitán Ratonero repararon en que éste, últimamente tan atareado en sus exámenes de lo mínimo, tenía una ruta favorita para tales actividades, que conducía desde la taberna del Naufragio, donde tomaba un bocado por la mañana, al punto más bajo del callejón contiguo y la ventosa esquina detrás de la sala del consejo donde tropezó con Fafhrd, hasta el cuartel de sus hombres y, pasando por el dormitorio, cuyos armarios abría en busca de orificios practicados por los ratones, a su propia habitación y armario con estantes, la cocina y despensa y, finalmente, el pozo negro situado detrás y del que estaba tan orgulloso.

Así pues, la vida transcurría tranquila, atareada y sin aventuras en y alrededor de Puerto Salado cuando la primavera cedió el paso al corto y áspero verano de la isla. Su existencia era bastante parecida a la de los industriosos comedores de lotos, y los demás se dejaban guiar por los dos héroes meditabundos y un tanto distraídos. La única excepción a esta existencia tan regular prometía ser el día del Pleno Verano, una fiesta tradicional de la isla, cuando por sugerencia de las dos mujeres planeaban dar un festín a todos los hombres (así como amigos y asociados especiales de la isla) en el Gran Prado al pie de la Torre de los Duendes, una especie de fiesta campestre con baile, juicios y competiciones atléticas.

15

Si de alguien puede decirse que pasaron momentos desagradables o insatisfactorios durante este período, fueron los magos Sheelba y Ningauble. El estrépito cósmico se había aquietado lo suficiente para que pudieran comunicarse bastante bien entre la cabaña de uno en el pantano y la cueva del otro, y obtener algunos atisbos confusos de lo que Fafhrd, el Ratonero y sus dioses estaban haciendo, pero ninguno de tales atisbos les parecía muy lógico o favorable para su confabulación. Los estúpidos dioses provinciales habían echado alguna clase de maldición ininteligible a sus dos queridos chicos de recados, y en cierto modo surtía efecto, pero el Ratonero y Fafhrd no habían abandonado la Isla de la Escarcha, nada estaba saliendo cíe acuerdo con los deseos de los dos magos, mientras que una inquietante influencia adversa que no podían identificar se movía hacia el noroeste a través del Yermo Frío, al norte de la Tierra de las Ocho Ciudades y las Montañas Trollstep. Todo ello era muy desconcertante e insatisfactorio.

16

En Illik Ving las Muertes de los dos héroes
se
unieron a una caravana que se dirigía a No—Ombrulsk, cambiando sus monturas por lanudos caballitos mingoles habituados a la helada, e invirtieron toda la Luna de los Fantasmas a aquella larga travesía. Aunque el verano acababa de dar comienzo, en las Trollstep hacía bastante frío y las colinas de los Huesos de los Antiguos y la llanura del Yermo Frío que se extiende entre esas cordilleras la temperatura era tan baja que a menudo mencionaban los testículos de monos desvergonzados y las tetas de brujas y abrazaban el puchero mientras estaba caliente y caldeaban su sueño imaginando los tesoros acumulados por sus futuras víctimas.

—Veo a ese Fafhrd como un dragón que custodia oro en una cueva de montaña —afirmó su Muerte—. Creo que ahora estoy plenamente metido en mi personaje y dispuesto a todo.

—Pues yo sueño en el Ratonero como una araña gorda y gris —dijo el otro—, con plata, ámbar y marfil de leviatán escondidos en una veintena de rincones, grietas y esquinas entre los que se escabulle. Sí, ahora puedo hacerle una buena jugada. Y también jugar con él. ¿No es curioso que nuestros respectivos sentimientos sobre las futuras víctimas se aproximen tanto al final?

Por fin llegaron al puerto marino guardado por pétreas torres y se alojaron en una posada donde reconocieron las insignias de la Hermandad de los Matadores, y se recuperaron de sus fatigas durmiendo durante dos noches y un día. Luego la Muerte del Ratonero salió a dar un paseo por los muelles y, a su regreso, anunció:

—He sacado pasajes para los dos en un mercante de Ool Krut. Zarpa con la marea pasado mañana.

—La Luna de los Asesinos empieza bien —observó su esquelético camarada desde la cama en la que aún estaba tendido.

—Al principio el capitán fingía desconocer la Isla de la Escarcha y dijo que era una leyenda, pero cuando le enseñé la insignia y otras cosas, dejó de lado la conspiración entre patrones marinos de mantener como un secreto comercial Puerto Salado y los puertos occidentales situados más allá. Por cierto, nuestro barco se llama
La Buena Nueva.

—Un nombre de buen agüero —respondió el otro, sonriendo—. Oh, Ratonero, y oh, Fafhrd, querido mío, vuestros hermanos gemelos se apresuran hacia vosotros.

17

Tras el largo crepúsculo matutino que ponía fin a la corta noche anterior al día del Pleno Verano, éste amaneció frío y nebuloso en Puerto Salado. Sin embargo, pronto hubo ajetreo en la cocina del cuartel, donde el Ratonero y Fafhrd habían reposado, así como en la casa de Afreyt, donde Cif y sus sobrinas, Mayo, Mará y Brisa, habían pasado la noche.

Pronto el sol ardiente, que lanzaba sus rayos desde el nordeste mientras iniciaba su recorrido más largo hacia el sur alrededor del cielo, disipó la bruma lechosa de la isla y la mostró con claridad desde los tejados bajos de Puerto Salado hasta las colinas centrales, con la roca inclinada de la Torre de los Duendes a media distancia y el Gran Prado que se alzaba suavemente hacia ella.

Y poco después una procesión irregular salió del cuartel. Avanzó despacio y desordenada a través de la ciudad para recoger a las mujeres de los hombres, en general profesionales, por lo menos en su tiempo libre, las esposas de los marineros y otros invitados isleños. Los hombres se turnaron para arrastrar una carreta cargada de cestos con empanadas de cebada, dulces, queso, carnero y cabrito asado, frutas en conserva y otras exquisiteces de la isla, mientras que en el fondo, cubiertos de nieve, había barriles de la oscura cerveza amarga de la isla. Algunos hombres tocaban flautas de madera y tañían pequeñas arpas.

En los muelles Groniger, vestido con el negro de las fiestas, se unió a ellos y les dio las noticias.

—La
Estrella del Norte,
procedente de Ool Plerns llegó anoche, camino de No—Ombrulsk. Hablé con su patrón y me dijo que
La Buena Nueva,
procedente de Ool Krut, según los últimos informes había zarpado hacia la Isla de la Escarcha una o dos mañanas después de él.

En aquel momento, Ourph el mingol se excusó y abandonó la fiesta, diciendo que la caminata hasta la Torre de los Duendes sería excesiva para sus viejos huesos y que tenía un calambre en el tobillo izquierdo. Prefería quedarse descansando bajo el sol, y allí le dejaron, su enjuto cuerpo acuclillado sobre una cálida piedra y la mirada fija en el mar, más allá de donde el
Halcón Marino,
el
Pecio,
la
Estrella del Norte y
otros barcos permanecían anclados entre las chalupas pesqueras de la isla.

Fafhrd se dirigió a Groniger.

—Llevo aquí más de un año y todavía me extraña que Puerto Salado sea un puerto con tanto tráfico mientras que el resto de Nehwon sigue creyendo que la Isla de la Escarcha es una leyenda. Yo mismo lo creía así durante la mitad de mi vida.

—Las leyendas viajan en alas de arco iris y exhiben colores chillones —le respondió el jefe de tráfico portuario—, mientras que la verdad avanza laboriosamente con sobrio atavío.

—¿Como tú mismo?

—Sí —gruñó Groniger con satisfacción.

—Y no es una leyenda para los capitanes, maestres gremiales y reyes que obtienen beneficios de ella —intervino el Ratonero—, Todos ellos se esfuerzan cuanto pueden por mantener vivas las leyendas.

El hombrecillo (aunque en absoluto pequeño entre su cuerpo de ladrones) estaba de humor alegre, se desplazaba de un grupo a otro y se mostraba ingenioso y afable con todos.

Skullick, el sublugarteniente de Skor, entonó un canto de batalla de los guerreros bárbaros, y el mismo Fafhrd empezó a cantar una saloma ilthmareña que armonizaba con la otra melodía. En el siguiente lugar de recogida les ofrecieron jarras de cerveza. La animación iba en rápido aumento.

A cierta distancia, dentro del Gran Prado, donde el camino se extendía entre campos de cebada en maduración, se les unió la procesión femenina de Afreyt. Las mujeres habían cargado su contribución de sabrosos comestibles y buenas bebidas en dos pequeñas carretas rojas tiradas por rollizos perros peludos como osos y grandes como hombres de baja estatura pero dóciles como corderos. Su grupo había aumentado gracias a las incorporaciones de las mujeres de los marineros y las pescadoras Hilsa y Rill, cuyo presente para la fiesta consistía en tarros de pescado en salmuera dulce. También iba con ella la brujeril madre Grum, que era tan vieja como Ourph pero renqueaba con brío. No se tenía noticia de que se hubiera perdido una sola fiesta en la larga historia de su vida.

Las mujeres fueron recibidas con gritos y nuevos cantos, mientras las tres niñas corrían a jugar con los niños que la procesión más numerosa había acumulado inevitablemente durante su paso por la ciudad.

Fafhrd retrocedió un poco para interrogar a Groniger acerca de los barcos que atracaban en el puerto de la ciudad, recalcando sus palabras con un floreo del gancho que sustituía a su mano izquierda.

—He oído decir, y yo mismo lo he comprobado personalmente, que algunos de ellos vienen de puertos inexistentes en los mares de Nehwon que conozco.

—Vaya, veo que te estás convirtiendo en un adicto a las leyendas —le respondió el hombre vestido de negro. Y entonces añadió maliciosamente—: ¿Por qué no tratas de hacer los horóscopos de los barcos con todo lo que has aprendido últimamente sobre las estrellas, tanto desnudas como peludas? —Entonces frunció el ceño—. Aunque hace tres días había una balandra negra con una línea blanca de cuyo puerto de procedencia quisiera estar seguro. Su patrón no me permitió inspeccionarla, y las velas no parecían suficientes para el tamaño del casco. Dijo que había zarpado de Sayend, pero tenemos noticias fidedignas de que los mingoles marinos redujeron a cenizas ese puerto hace menos de dos años. El patrón dijo que eso ya lo sabía y que era muy exagerado. Pero no pude determinar de dónde era por su acento.

—¿Lo ves? —le dijo Fafhrd—. En cuanto a los horóscopos, ni tengo habilidad ni creo en la astrología. Lo único que me preocupa son las estrellas y los diseños que forman. La estrella peluda, como tú dices, es la más interesante. Crece cada noche. Al principio creí que era una estrella errante, pero se mantiene en su lugar. Te indicaré dónde está cuando oscurezca.

—O alguna otra noche, cuando haya menos bebida —concedió el otro de mala gana—. Un hombre juicioso sospecha de aquellos intereses suyos que no son los más necesarios, pues engendran ilusiones.

Los agolpamientos iban cambiando mientras caminaban, cantaban y bailaban entre la hierba ondulante. Cif se aprovechó de esta mezcla para buscar a Pshawri y Mikkidu. Al principio los dos lugartenientes del Ratonero se habían mostrado suspicaces por lo interesada que estaba en su capitán y la influencia que ejercía en él —una pizca de celos, sin duda— pero su trato y la sinceridad de sus palabras, la evidente autenticidad de su interés y los progresos del galanteo de Pshawri con una isleña limaron sus reticencias, y así, de una manera limitada, los tres se consideraban como aliados.

—¿Cómo está el capitán Ratonero últimamente? —les preguntó Cif jovialmente—. ¿Sigue recorriendo su breve ruta matinal de inspección?

—Hoy no lo ha hecho —le dijo Mikkidu.

—En cambio, ayer la recorrió por la tarde —añadió Pshawri—. Y anteayer se la saltó.

Mikkidu hizo un gesto de asentimiento.

—No estoy muy preocupada por él —les dijo la mujer, sonriente—, pues sé que no le pierden de vista unos amigos vigilantes y simpáticos.

Y así, dándose jabón mutuamente, entre cantos y danzas, el numeroso grupo llegó al lugar situado justamente al sur de la Torre de los Duendes que habían seleccionado para la fiesta. Sobre mesas de caballetes cubiertas de manteles blancos dispusieron la comida, espitaron los toneles de cerveza y dieron comienzo las competiciones y los juegos que comprendían una parte importante del programa de la jornada. Consistían principalmente en pruebas de fuerza y habilidad, no de resistencia, y una sola prueba, por lo que una razonable e incluso algo irrazonable cantidad de comida y bebida no obstaculizaba demasiado la actuación.

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