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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La Maldicion de la Espada Negra (12 page)

BOOK: La Maldicion de la Espada Negra
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El Rey muerto se acercó un poco más, y con un gemido silbante que provenía de las profundidades de su cuerpo putrefacto, se lanzó sobre Elric, que se vio entonces trabado en una lucha desesperada contra el Rey de la Colina, que poseía una fuerza sobrenatural, pero cuya carne no sangraba ni sufría dolor alguno. Ni siquiera la infernal espada rúnica poseía poder alguno contra aquel horror que carecía de alma de la cual apoderarse y de sangre de la cual beber.

Desesperado, Elric hundió su espada en el Rey de la colina, pero unas uñas irregulares se le clavaron en la carne y unos dientes se le prendieron al cuello. Y siempre presente, el hedor impresionante de la muerte manaba de los espíritus devorado—res que atestaban el Gran Salón con sus horrendas formas y se comían a los vivos y a los muertos.

Elric oyó entonces que la voz de Moonglum lo llamaba y lo vio en la galería que rodeaba el Salón. Llevaba un gran cántaro de aceite.

—Condúcelo hasta el fuego central, Elric. Quizá haya un modo de vencerle. ¡Date prisa, o acabará contigo!

Sacando fuerzas de flaqueza, el melnibonés obligó al rey gigante a dirigirse hacia las llamas. Alrededor del fuego, los espíritus devoradores se alimentaban de los restos de sus víctimas, algunas de las cuales todavía estaban vivas, y pedían a gritos que las salvaran, por encima del clamor de la carnicería.

El Rey de la Colina se encontraba ya de espaldas al gran fuego del centro. Continuaba atacando a Elric. Moonglum lanzó el cántaro.

Se estrelló contra las piedras del hogar salpicando al Rey con aceite en llamas. El Rey se tambaleó y Elric le asestó un golpe con todas sus fuerzas; hombre y espada se unieron para empujar al Rey de la Colina hacia el fuego. El Rey cayó sobre las llamas y el fuego comenzó a devorarlo.

Antes de perecer envuelto en llamas, el gigante lanzó un aullido espantoso.

El fuego comenzó a extenderse y el Gran Salón no tardó en convertirse en un Infierno abrasador entre cuyas llamas corrían los espíritus que continuaban devorando a vivos y muertos sin percatarse de su propia destrucción. El camino hacia la puerta se encontraba bloqueado.

Elric miró a su alrededor y vio un único modo de salir de allí.

Envainó a Tormentosa, tomó impulso, saltó hacia arriba y alcanzó a aferrarse de la barandilla de la galería justo en el momento en que las llamas engullían el lugar donde había estado.

Mooglum se inclinó hacia abajo y lo ayudó a saltar la barandilla.

—Me has decepcionado, Elric —le dijo con una sonrisa socarrona—, te has olvidado de traer el tesoro.

Elric le enseñó lo que llevaba en la mano izquierda: la cadena incrustada cíe joyas, símbolo del reinado de Org.

—Esta fruslería alcanzará en cierto modo a recompensar nuestros padecimientos —le dijo al tiempo que levantaba en el aire la brillante cadena—. ¡Por Arioco que no he robado nada! ¡En Org ya no quedan reyes que puedan llevarla! Andando, reunámonos con Zarozinia y vayamos en busca de los caballos.

Abandonaron la galería justo en el momento en que las paredes comenzaban a desmoronarse sobre el Gran Salón.

Se alejaron de los salones de Org a todo galope; al mirar atrás, vieron que en los muros aparecían unas enormes fisuras y oyeron el rugido de la destrucción cuando las llamas consumieron lo que había sido Org.

Destruyeron la sede de la monarquía, los restos de los Tres Reyes en la Oscuridad, el presente y el pasado. De Org no quedaría más que un túmulo funerario vacío y dos cadáveres, unidos en eterno abrazo, en el mismo lugar donde sus antepasados habían yacido durante siglos en el Sepulcro Central. Destruyeron el último eslabón con la era anterior y limpiaron la Tierra de un antiguo mal. Sólo quedaba el Bosque de Troos como señal de la existencia del Pueblo Condenado.

Y el Bosque de Troos era una advertencia.

Fatigados aunque aliviados, los tres vieron los perfiles de Troos en la lejanía, tras la pira funeraria en llamas.

Sin embargo, a pesar de su felicidad, y aunque el peligro había pasado, a Elric se le planteaba un nuevo problema.

—¿Por qué frunces el ceño, amor mío? —le preguntó Zarozinia.

—Porque creo que estabas en lo cierto. ¿Recuerdas que dijiste que confiaba demasiado en mi espada rúnica?

—Sí, y también recuerdo que te dije que no discutiría contigo.

—Así es. Pero tengo la sensación de que sólo tenías razón en parte. Sobre el túmulo funerario y dentro de él no llevaba conmigo a Tormentosa... y, sin embargo, luché y vencí porque temía por tu seguridad. —Su voz sonaba tranquila—. Quizá, con el tiempo, logre conservar mi fuerza mediante ciertas hierbas que encontré en Troos; tal vez así, pueda prescindir de la espada para siempre.

Al oír aquellas palabras, Moonglum lanzó una sonora carcajada.

—Elric..,, jamás creí que sería testigo de semejante manifestación. Que tú vas a prescindir de esa maldita espada. No sé si algún día podrás hacerlo, pero me reconforta pensar en ello.

—Y a mí también, amigo mío. — Se inclinó en la silla, aferró a Zarozinia por los hombros y la atrajo hacia sí de una manera peligrosa sin dejar de cabalgar a todo galope. Y mientras continuaban viaje, la besó, sin prestar atención al ritmo que llevaban.

—¡Un nuevo inicio! —gritó por encima del rumor del viento—. ¡Un nuevo inicio, amor mío!

Los tres continuaron viaje hacia Karlaak, situada junto al Erial de los Sollozos, donde se presentarían para enriquecerse y participar en la boda más extraña que jamás se hubiera visto en las Tierras del Norte.

LIBRO TERCERO. Los portadores del fuego

En el que Moonglum regresa a las Tierras Orientales con noticias perturbadoras... 

1

Unos halcones con el pico manchado de sangre volaban en el aire gélido. Se elevaron por encima de una horda a caballo que avanzaba inexorable por el Erial de los Sollozos.

La horda había cruzado dos desiertos y tres cadenas montañosas antes de llegar allí, y el hambre la impulsaba a continuar viaje. Aquellos hombres eran azuzados por el recuerdo de las historias que oyeran contar a los viajeros que visitaban su tierra natal de oriente, por el estímulo de su jefe de finos labios, que se contoneaba en su silla de montar al frente del grupo, portando en un brazo la lanza de tres metros, decorada con los sangrientos trofeos obtenidos en los saqueos.

Los cansados jinetes avanzaban con dificultad, ignorantes de que se acercaban a su objetivo.

Muy por detrás de la horda, un jinete corpulento partió de Elwher, la alegre y jactanciosa capital del mundo Oriental, y pronto se encontró en un valle.

Los duros esqueletos de los árboles conformaban un panorama agostado, y el caballo pateó la tierra del color de las cenizas cuando su jinete lo condujo con mano firme por aquel yermo que en otros tiempos había sido la gentil Eshmir, jardín dorado del Este.

Una peste había asolado Eshmir, y las langostas la habían despojado de su belleza. Plaga y langostas respondían a un mismo nombre: Terarn Gashtek, Señor de las Hordas Montadas, el rostro sumido, causante de tanta destrucción; Terarn Gashtek, el demente sanguinario, el vociferante portador del fuego. Y ése era su otro nombre: Portador del Fuego.

El jinete, testigo de los males que Terarn Gashtek había causado a la gentil Eshmir, se llamaba Moonglum. Moonglum cabalgaba entonces hacia Karlaak, situada junto al Erial de los Sollozos, último puesto de avanzada de la civilización Occidental, del cual poco sabían los habitantes de las Tierras Orientales. Moonglum sabía que en Karlaak encontraría a Elric de Melniboné, quien se había establecido en la elegante ciudad de su esposa. A Moonglum le urgía llegar a Karlaak para advertir a Elric y solicitar su ayuda.

Era un hombre pequeño y arrogante, con una boca ancha y una mata de pelo rojizo; pero en aquel momento, su boca no sonreía y su cuerpo se inclinaba sobre el caballo mientras lo obligaba a avanzar hacia Karlaak. Eshmir, la gentil Eshmir, había sido la provincia natal de Moonglum, la cual, junto con sus antepasados, había contribuido a hacer de él lo que era.

Blasfemando, pues, cabalgó Moonglum en dirección a Karlaak.

Pero lo mismo hizo Terarn Gashtek. Y el Portador del Fuego ya había alcanzado el Erial de los Sollozos. La horda avanzaba con lentitud, porque los hombres que la formaban conducían carros que habían quedado muy atrás, pero que en aquellos momentos eran necesarios pues en ellos transportaban todos los suministros. Además de las provisiones, uno de los carros transportaba a un prisionero maniatado, que iba tirado en la parte trasera, maldiciendo a Terarn Gashtek y a sus guerreros de ojos oblicuos.

Drinij Bara se encontraba atado por algo más que unas tiras de cuero; por eso maldecía, porque él era un mago al que, en circunstancias normales, no se podía sujetar de ese modo. De no haber sucumbido a su debilidad por el vino y las mujeres, momentos antes de que el Portador del Fuego se abatiera sobre la ciudad donde él se encontraba, no le habrían atado de aquel modo, y Terarn Gashtek no habría tenido en su poder el alma de Drinij Bara.

El alma del mago reposaba en el cuerpo de un gatito negro, el gato que Terarn Gashtek había atrapado y llevaba siempre consigo, porque, tal como era costumbre entre los hechiceros orientales, para proteger su alma, Drinij Bara la había ocultado en el cuerpo de un gato. Por este motivo, se había convertido en esclavo del Señor de las Hordas Montadas, y debía obedecerle por temor a que matase al gato, y su alma acabara pudriéndose en el Infierno.

No era una situación agradable para el orgulloso hechicero, pero no se merecía menos.

En el rostro pálido de Elric de Melniboné se apreciaba el ligero rastro de una angustia anterior, pero su boca sonreía y sus ojos carmesíes aparecían tranquilos mientras miraba a la joven de negros cabellos junto a la cual paseaba por los jardines escalonados de Karlaak.

—Elric, ¿has encontrado la felicidad? —le preguntó Zarozinia.

—Creo que sí —repuso él—. Tormentosa cuelga en el arsenal de tu padre cubierta de telarañas. Las drogas que descubrí en Troos me mantienen fuerte, con la vista clara, y sólo he de tomarlas de vez en cuando. Ni siquiera he de pensar en viajar o volver a la lucha. Estoy contento de estar aquí, viviendo a tu lado y estudiando los libros de la biblioteca de Karlaak. ¿Qué más podría pedir?

—Mi señor, mucho me halagáis. Me volveré complaciente. Elric se echó a reír y repuso:

—Es preferible eso a que dudes. No temas, Zarozinia, ahora no tengo motivos para seguir viajando. Echo de menos a Mooglum, pero era natural que se cansara de residir en una ciudad y deseara volver a visitar su tierra natal.

—Me alegra que estés en paz, Elric. Al principio, mi padre no veía con buenos ojos que tú vivieras aquí, pues temía los negros males que en otros tiempos te acompañaron; pero estos tres meses han sido suficientes para probarle que los males ya se han ido sin dejar detrás a un loco enardecido.

De pronto les llegó un grito desde la calle; un hombre daba voces y golpeaba las puertas de la casa.

—Dejadme entrar, maldición, he de hablar con vuestro amo. Un sirviente llegó a la carrera y les anunció:

—Señor Elric..., en la puerta hay un hombre que os trae un mensaje. Dice que es amigo vuestro.

—¿Cómo se llama?

—Tiene un nombre extranjero..., dice llamarse Moonglum.

—¡Moonglum! Vaya, su estancia en Elwher ha sido breve. ¡Dejadle pasar!

Por un momento, en los ojos de Zarozinia se reflejó el temor; la muchacha se aferró con fuerza al brazo de Elric y le dijo:

—Elric..., mega porque no traiga noticias que te alejen de mí.

—No hay noticias capaces de apartarme de tu lado. No temas, Zarozinia. — Dicho esto, salió apresuradamente del jardín y se dirigió al patio de la casa.

Moonglum traspuso las puertas de entrada al tiempo que desmontaba de su caballo.

—¡Moonglum, amigo mío! ¿A qué viene tanta prisa? Naturalmente, me alegra verte después de tan corta separación, pero veo que has cabalgado a todo galope..., ¿por qué?

El rostro del pequeño Oriental se mostró sombrío debajo de la capa de polvo que lo cubría, además, llevaba la ropa sucia de tanto cabalgar.

—Se acerca del Portador del Fuego y llega auxiliado por la magia —dijo jadeante—. Has de poner sobre aviso a la ciudad entera.

—¿El Portador del Fuego? Ese nombre no me dice nada..., ¿acaso deliras, amigo mío?

—Sí, deliro. Pero de odio. Destruyó mi tierra natal, mató a mi familia y a mis amigos y ahora desea conquistar el Oeste. Hace dos años no era más que un ladrón del desierto, pero comenzó a reunir una gran horda de bárbaros, y ha avanzado por las Tierras Orientales, arrasándolo todo a su paso. Sólo Elwher se ha salvado de sus ataques, porque la ciudad era demasiado grande como para que él la tomara. Pero ha convertido dos mil millas de hermosa campiña en un yermo humeante. ¡Tiene planeado conquistar el mundo, y cabalga hacia occidente con quinientos mil guerreros!

—Has hablado de magia..., ¿qué sabe este bárbaro de un arte tan avanzado?

—Él, muy poco, pero tiene en su poder a uno de nuestros mejores hechiceros: Drinij Bara. Fue capturado en una taberna de Phum, mientras dormía la borrachera junto a dos rameras. Había depositado su alma en el cuerpo de un gato para que ningún hechicero rival se la robara mientras dormía. Pero Terarn Gashteck, el Portador del Fuego, conocía este truco; se apoderó del gato y le ató las patas, cubriéndole los ojos y la boca, aprisionando así el alma malvada de Drinij Bara. Ahora el hechicero es su esclavo, y si no obedece al bárbaro, el gato será sacrificado con una espada de acero, y el alma de Drinij Bara irá al Infierno.

—Se trata de hechizos que desconozco —<

—Cualquiera sabe lo que son. Pero mientras Drinij Bara crea en lo que cree, hará cuanto Terarn Gashtek le ordene. Con la ayuda de su magia ya han destruido varías ciudades orgullosas.

—¿A qué distancia de aquí se encuentra el tal Portador del Fuego?

—Como mucho a tres días a caballo. Me vi obligado a venir hasta aquí por un camino más largo para no toparme con sus batidores.

—Entonces hemos de prepararnos para el sitio.

—No, Elric..., ¡debéis disponeros a huir!

—Huir..., ¿quieres que le pida a los ciudadanos de Karlaak que abandonen su hermosa ciudad y la dejen sin protección, que se marchen de sus casas?

—Si ellos no lo hacen... hazlo tú, y llévate a tu esposa. Nadie puede resistir a semejante enemigo.

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