La muerte, un amanecer (8 page)

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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

BOOK: La muerte, un amanecer
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De repente se sintió curado y restablecido, y se juró a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad de gente posible. A leer en un periódico local el artículo sobre mi presencia en Santa Bárbara, se decidió a mandarme el mensaje a la sala de conferencias. Al comunicar su experiencia al auditorio, pudo cumplir la promesa que se hizo después de tener su breve y feliz encuentro con su familia.

No sabemos lo que fue de ese hombre, pero no olvidaré nunca el fulgor de sus ojos, su alegría y su gratitud por haber sido guiado a un lugar en el que se le permitió hablar en una tribuna sin que nadie pusiera en duda sus palabras ni se burlara de él, y así poder participar a cientos de trabajadores de la salud su profunda convicción de que nuestro cuerpo físico es
sólo una envoltura pasajera que rodea un yo inmortal
.

En la actualidad la cuestión se plantea con toda naturalidad: ¿qué pasa después de la muerte?

Hemos estudiado el comportamiento de los niños de corta edad que no han leído ni el libro de Moody,
La vida después de la vida
, ni el material literario sobre el tema que haya podido salir en los diarios, y que tampoco conocen testimonios como los de este hombre del que nos hemos ocupado y que acabamos de relatar. Incluso un niño de dos años nos ha permitido participar de su experiencia, de lo que él había considerado ya como la muerte. En todas las experiencias ha quedado de manifiesto que personas que profesan diferentes religiones ven apariciones distintas según su religión. Quizá nuestro mejor ejemplo es el de este niño de dos años. Como resultado de un medicamento que le inyectó un médico, tuvo una reacción alérgica de tal violencia, que el médico llegó a declarar que estaba muerto. Avisaron al padre, y mientras el médico y la madre lo esperaban, ésta abrazaba a su hijo, gimiendo, llorando y sufriendo atrozmente. Después de un tiempo, que le pareció una eternidad, el niño con palabras que podían haber sido las de un hombre viejo, dijo: «Mamá, yo estaba muerto. Estaba con Jesús y María. Y María me dijo repetidas veces que mi tiempo aún no había llegado y que yo debía volver a la tierra. Pero yo no quería creerle. Y como ella veía que yo no quería escucharla, me tomó suavemente de la mano y me alejó de Jesús diciendo: "Pedro, debes volver. Debes salvar a tu madre del fuego"». En ese momento volvió a abrir los ojos y añadió con sus propias palabras: «¿Sabes, mamá? Cuando me dijo eso volví corriendo hacia ti».

Durante trece años esta madre fue incapaz de hablar de este episodio con nadie. Estaba muy deprimida y hacía una interpretación errada de las palabras dirigidas por María a su hijo.

Había entendido que su hijo un día la salvaría del fuego, es decir del infierno, pero lo que no entendía era por qué le esperaba el infierno precisamente a ella, que era una buena cristiana, creyente y que trabajaba duramente. Intenté explicarle que había interpretado mal el lenguaje simbólico y que ese mensaje era un regalo único y maravilloso de María, que, como todos los seres del plano espiritual, era un ser de amor total e incondicional. Ella no podía criticar ni juzgar a nadie, contrariamente a los seres humanos, en quienes tales cualidades de sensibilidad faltan todavía. Le solicité que durante un momento hiciera abstracción de sus pensamientos para permitir que su cuadrante espiritual e intuitivo le respondiera. Y luego le dije: «¿Qué habría sentido usted si María no le hubiera devuelto a su Pedro, hace trece años?». Ella tomó su cabeza con las dos manos y exclamó: «Dios mío, eso habría sido el infierno». Por supuesto que no tuve necesidad de plantearle la cuestión: «¿Comprende usted ahora por qué María la ha preservado del fuego?».

Las Sagradas Escrituras abundan en ejemplos de lenguaje simbólico y si la gente escuchara más a menudo su parte intuitivo-espiritual, en lugar de envenenar los mensajes de esa maravillosa fuente de comunicación con su propia negatividad, sus miedos, sus sentimientos de culpabilidad, sus ganas de castigarse a sí mismos y a los demás, también comenzarían a comprender el maravilloso lenguaje simbólico de los moribundos cuando éstos intentan confiarnos sus preocupaciones, sus conocimientos y sus percepciones.

Comprobamos también que personas que pertenecen a distintas religiones ven apariciones diferentes y seguramente no necesito precisar que un niño judío no se encontrará nunca con Jesús y que un niño protestante no verá nunca a María. Esto no quiere decir que estos seres no se ocupen de los niños que pertenecen a otras religiones, sino sencillamente que cada persona obtiene lo que más necesita. Los seres que nos encontramos en la vida después de la muerte son aquellos a los que más quisimos y que murieron antes que nosotros.

Después de haber sido acogidos por nuestros padres y amigos en el más allá, por nuestros guías espirituales y ángeles de la guarda, pasamos por una transición simbólica que a menudo se describe como un túnel. Algunas veces se vive como un río, otras como un pórtico, siempre según los valores simbólicos respectivos. Mi propia experiencia fue en una cima de montaña con flores silvestres, por la sencilla razón de que mi representación del cielo se refiere a las montañas y a las flores silvestres que fueron la alegría y felicidad de mi juventud en Suiza. El concepto de cielo depende, pues, de factores culturales.

Después de haber pasado por una transición visual muy bella, digamos una especie de túnel, nos acercamos a un manantial luminoso que muchos de nuestros enfermos han descrito y que a mí me fue dado a conocer. Pude vivir la experiencia más maravillosa e inolvidable, lo que se llama la conciencia cósmica. En presencia de esta luz, que la mayoría de los iniciados de nuestra cultura occidental llaman Cristo, Dios, Amor o simplemente Luz, estamos envueltos en un amor total e incondicional de comprensión y de compasión.

Esta luz tiene su origen en la fuente de la energía espiritual pura y no tiene nada que ver con la energía física o psíquica. La energía espiritual no puede ser creada ni manipulada por el hombre. Existe en una esfera en la que la negatividad es imposible. Esto quiere decir también que en presencia de esta luz no podemos tener sentimientos negativos, por mala que haya podido ser nuestra vida, y sean cuales fueren nuestros sentimientos de culpabilidad. En esta luz que muchos llaman Cristo o Dios es también imposible ser condenado puesto que Él es amor absoluto e incondicional. En esta luz nos damos cuenta de lo que pudimos ser y de la vida que hubiéramos podido llevar. En presencia de esta luz, rodeados de compasión, de amor y de comprensión, debemos revisar toda nuestra vida para evaluarla. Ya no estamos unidos a la inteligencia física que ha limitado nuestro cuerpo terrestre; por lo tanto, ya no estamos atados a un espíritu o cerebro físico que nos limita, y poseemos el saber y la comprensión absoluta. Es ahora cuando debemos revisar, evaluar y juzgar cada pensamiento, cada palabra y cada acto de nuestra existencia y cuando comprendemos sus efectos sobre nuestro prójimo. En presencia de la energía espiritual, no necesitamos una forma física. Nos separamos del cuerpo etérico y volvemos a tomar la forma que teníamos antes de nacer sobre la tierra, entre nuestras vidas, y la que tendremos en la eternidad, cuando nos unamos a la Fuente, es decir a Dios, después de haber cumplido nuestro destino.

Importa mucho comprender que desde el principio de nuestra existencia hasta nuestro retorno a Dios conservamos siempre nuestra propia identidad y nuestra estructura de energía y que entre los millares de seres de todo el universo no hay dos estructuras de energía iguales; por lo tanto, no existen dos hombres que sean idénticos ni siquiera si se considera el caso de los gemelos homocigotos. Si alguien dudara de la grandeza de nuestro Creador no tiene más que reflexionar en el genio que hace falta ser para crear millones de estructuras energéticas sin una sola repetición. Así recibe cada hombre el don de su singularidad. Podría compararse esto a los infinitos copos de nieve que caen sobre la tierra, todos diferentes en sí. Me fue concedida la gracia de ver con mis propios ojos físicos, en pleno día, centenares de estas estructuras energéticas en movimiento. Parecían copos con pulsaciones, colores y formas diferentes. Así seremos después de la muerte y así hemos existido antes de nuestro nacimiento.

No se necesita espacio ni tiempo para trasladarse de una estrella a otra, ni del planeta Tierra a otra galaxia. Las estructuras energéticas de estas mismas entidades pueden encontrarse entre nosotros. Si tan sólo tuviéramos ojos para ver nos daríamos cuenta de que no estamos nunca solos, sino rodeados de entidades que nos guían, que nos aman y nos protegen. Intentan guiarnos y ayudarnos para que permanezcamos en el buen camino con el fin de cumplir nuestro destino.

Hay veces, en momentos de gran dolor, de gran sufrimiento o de gran soledad, en que nuestra percepción aumenta hasta el punto de poder reconocer su presencia. También, podríamos hablarles por la noche antes de dormirnos y pedirles que se muestren a nosotros, y hacerles preguntas conminándoles a darnos las respuestas en los sueños. Los que recuerdan los sueños saben que muchas de nuestras preguntas encuentran una respuesta. En la medida en que nos acercamos a nuestra entidad interior, a nuestro yo espiritual, nos damos cuenta de cómo somos guiados por esta entidad interior que es la nuestra y que representa nuestro yo omnisciente, esta parte inmortal que llamamos: «
mariposa
».

Quisiera ahora compartir con vosotros algunos aspectos de mis propias experiencias místicas que me han ayudado a saber, más que a creer, que todo lo que está más allá de nuestra comprensión científica son verdades y realidades abiertas a cada uno de nosotros.

Deseo destacar en forma especial que anteriormente yo no tenía ninguna idea de una conciencia superior. No tuve nunca gurú, y no he sabido ni tan siquiera meditar. La meditación es fuente de paz y comprensión para muchas personas no solamente en Oriente, sino cada vez más en nuestra parte del mundo. Es cierto que yo entro en mí misma cada vez que hablo con los enfermos moribundos, y son quizás esas miles de horas que he pasado junto a ellos, sin que nada ni nadie pudiera molestarnos, las que constituían una meditación. Visto desde este ángulo, efectivamente medité muchas horas.

Estoy convencida de que para tener experiencias místicas no es necesario vivir como un eremita en la montaña ni estar sentado a los pies de un gurú en la India. Cada ser tiene un cuadrante (un cuarto) físico, emocional, intelectual y espiritual. Pienso también que si pudiéramos aprender a liberarnos de los sentimientos desnaturalizados, de nuestra ira, de nuestros miedos o de nuestras lágrimas no vertidas, podríamos encontrar de nuevo la armonía con nuestro yo verdadero y ser tal como debiéramos ser. Este yo verdadero está compuesto de estos cuatro cuadrantes, que deberían equilibrarse y dar un todo armonioso. No podemos alcanzar ese estado de equilibrio interior más que con una condición: la de haber aprendido a aceptar nuestro propio cuerpo-físico. Debemos llegar a expresar nuestros sentimientos libremente sin tener miedo de que se rían de nosotros cuando lloramos, cuando estamos enfadados o celosos, o nos esforzamos en parecemos a alguien por sus talentos, dones o comportamientos. Debemos comprender que sólo existen dos miedos: el miedo a caerse y el miedo al ruido. Todos los otros miedos han sido impuestos poco a poco en nuestra infancia por los adultos, pues proyectaban sobre nosotros sus propios miedos y los transmitían así de generación en generación.

Sin embargo, lo más importante de todo es aprender a amar incondicionalmente. La mayoría de nosotros hemos sido educados como prostitutas. Siempre se repetía lo mismo: «Te quiero si...» y esta palabra «si...» ha destruido más vidas que cualquier otra cosa sobre el planeta Tierra. Esta palabra nos arrastra hacia la prostitución, pues nos hace creer que con una buena conducta, o con unas buenas notas en la escuela, podemos comprar amor. De esa manera nunca podemos desarrollar el sentido del amor o la gratificación de uno mismo.

Cuando éramos niños, si no cumplíamos la voluntad de los adultos, éramos castigados, y sin embargo una educación afectuosa habría podido hacernos entrar en razón. Nuestros maestros espirituales nos han dicho que si hubiéramos crecido en el amor incondicional y en la disciplina no tendríamos nunca miedo de las tempestades de la vida. No tendríamos más miedo, ni sentimientos de culpabilidad, ni angustias, pues éstos son los únicos enemigos del hombre. «Si cubrís el Gran Cañón del Colorado para protegerlo de las tempestades, no veréis nunca la bella forma de sus rocas.»

Como ya he dicho, yo no buscaba un gurú y no intentaba meditar ni llegar a un nivel de conciencia superior, pero cada vez que, a través de un enfermo o de una situación de la vida, tomaba conciencia de algo negativo en mí, buscaba la manera de enfrentarlo con el fin de alcanzar un día esa armonía entre mis cuadrantes físico, emocional, intelectual y espiritual. Y cuando hacía «mis deberes» y me intentaba aplicar a mí misma lo que enseñaba a otros, me encontraba cada vez más colmada de experiencias místicas. Éstas eran el resultado tanto de un intercambio de pensamientos con mi yo espiritual, intuitivo, omnisciente, que comprende todo, como de la toma de contacto con fuerzas conductoras que vienen de un mundo intacto. Permanentemente nos rodean y esperan la ocasión para transmitirnos no sólo el conocimiento o algunas indicaciones, sino también para ayudarnos en nuestra comprensión de nuestra razón de ser y más particularmente sobre el significado de nuestra tarea aquí en la tierra, permitiéndonos cumplir nuestros destinos.

Viví una de mis primeras experiencias en el curso de una investigación científica en la que me fue permitido abandonar mi cuerpo. Esta experiencia fue inducida por medios iatrógenos en un laboratorio de Virginia y vigilada por algunos sabios escépticos. En el transcurso de una de ellas fui atraída de mi cuerpo físico por el jefe del laboratorio, que estimó que había partido demasiado pronto y demasiado deprisa. Ante mi gran consternación, él interfirió así en mis propias necesidades y en mi propia personalidad. Después del siguiente intento decidí soslayar el problema de una intervención ajena programando yo misma mi salida para ir más rápido que la velocidad de la luz y más lejos, donde ningún ser humano haya estado durante una experiencia extracorporal. En el mismo momento en que ésta fue inducida, abandoné mi cuerpo a una velocidad increíble.

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