suspiró, como liberado de un peso
la alegría del frío del otoño
el edificio del Conservatorio aparecía en medio de una lluvia de hojas amarillas
las farolas de hierro, los bancos de madera, los árboles, las fachadas del siglo XIX, éste era el ritmo de Países
ese día, Block tocó
Blackberry winter
por primera vez
arcos de hojas amarillas, alfombras de hojas rojas para el rey del otoño
«oh, cielo, ordenó Block, rey del otoño, cuando se acercaba a la sombra de los arcos del Conservatorio, oh, cielo, no cambies nunca, sigue siendo siempre gris y plomizo como ahora, oh cielo sin tiempo… yo, rey del otoño, te lo ordeno»
la «cabina» era en realidad un cuarto razonablemente espacioso, donde cabían no sólo el Bösendorfer y la silla de altura regulable, sino también una mesa y un par de sillas y un pequeño armario donde Block guardaba una montaña de partituras, la
kettle
eléctrica, una lata de
butter cookies
danesas, y un metrónomo que no usaba nunca; la habitación era el resultado de una remodelación interna que había sufrido el edificio en los últimos años y tenía una forma algo extraña, con una esquina descendente y desproporcionada, y dos grandes fanales redondeados que atravesaban los gruesos muros casi a la altura del parqué, y a través de los cuales era posible contemplar un hermoso panorama de tejados, chimeneas humeantes, cuerdas con ropa blanca tendida, gatos dormilones y torres de iglesias…
Block se había pasado toda la mañana en la cabina, con la doble puerta cerrada, haciendo una transcripción completa del solo de Keith Jarret en
Blackberry winter
, cuando estaba en los últimos compases, oyó que alguien estaba llamando suavemente a la puerta… no era fácil oír la llamada de nadie a través de las gruesas puertas insonoras; le sorprendió encontrarse allí a Estrella…
estaba muy excitada, tenía las mejillas rojas y los ojos brillantes como si hubiera bebido, y Block, al verla, recordó aquella frase de
Anna Karenina
en que Tolstoi describe a Anna: «parecía que un exceso de algo llenaba todo su ser»
—estaba viendo a mis viejos amigos del Conservatorio, dijo Estrella cuando entraba… luego he pensado que a lo mejor estabas aquí… he tenido que dar mil vueltas para encontrar este sitio
—pasa, dijo Block… qué sorpresa tan agradable
—no quiero interrumpir
—no interrumpes, dijo Block
—no es realmente una cabina, dijo Estrella mirando a todas partes con curiosidad… todo un cuarto para ti…
se acercó al piano, miró las hojas de papel pautado en las que Block llevaba toda la mañana trabajando
—¿por qué no…? dijo tecleando suavemente en el aire
—oh,
dear
, dijo Block
se sentó al piano… ¿qué podía tocar?… había pensado usar la transcripción de
Blackberry winter
para analizar la pieza y descubrir, quizá, la razón del extraño agrado que le producía, pero nunca había pensado tocarla… sin embargo era lo que tenía allí, en el atril, la transcripción estaba prácticamente terminada, y de pronto no parecía posible tocar ninguna otra cosa en el mundo más que
Blackberry winter
… en un principio tocaba de forma algo fría, luego le envolvió la sensualidad de la melodía, la sensualidad del propio sonido del piano, y sintió cómo la melodía se transformaba de pronto en algo vivo y nuevo, en algo suyo, algo que él estaba diciendo…
—dime qué oyes cuando oyes
Blackberry winter
, dijo Block
volvió a tocar
Blackberry winter
, el camino entre los árboles volvió a abrirse, allí mismo, el invierno de zarzamora empezó a vivir allí mismo, encima del negro de la tapa del piano, era un negro tan oscuro que parecía que no existía, y allí los manzanos, allí los surcos de las ruedas de los carros, en el barro del camino, las ramas llenas a rebosar de bayas moradas sobre sus cabezas…
—me imagino
—¿sí?
—es algo totalmente arbitrario… me imagino el otoño en Vermont… me imagino, dijo con una sonrisa, una calle de Países por la que yo pasaba todos los días para ir al colegio… era una calle que iba por entre los jardines de las casas… había árboles a ambos lados
—y alguien saludaba, sentado en la valla de uno de los jardines, completó Block
—no, dijo Estrella, no en mi
Blackberry winter
se habían sentado cada uno de ellos en un pliegue de la colcha, los pies de Estrella sobre los pistilos de una de las flores imaginarias que corrían por allí en todas las direcciones; los dos se habían quedado en silencio… el camino de
Blackberry winter
era una especie de ondulación sombreada que insinuaban los pliegues, y por el que ellos tres pasaban ahora recogiendo manzanas de las ramas de los árboles; sonaba todavía la música de
Blackberry winter
, deslizándose sobre los pliegues de la colcha, como un charco de sol abierto entre nubes arrastradas por el viento…
—no en mi
Blackberry winter
, dijo Estrella, y los dos quedaron en silencio… y ahora ¿qué va a suceder? ¿qué puede suceder? pensó Block… oh, ángeles, pensó Block, ¿adónde iré en toda la superficie de la tierra, qué rincón me acogerá…?
—¿te apetece dar un paseo? preguntó Estrella… ¿has comido?
—no
—vámonos a comer, dijo Estrella… ¿conoces el barrio de la Opera?
—siempre me pierdo entre los callejones
—bien, entonces vamos, dijo ella de buen humor, y te enseñaré un par de sitios históricos
salieron del Conservatorio, bajo los arcos y las enormes lámparas de hierro del atrio, y luego, cruzando la calle, descendieron unas escaleras por las que «se entraba», igual que en los cuentos de hadas se «entra» en un bosque o en un país, en las calles estrechas y ascendentes del barrio de la Ópera
hacía frío, corría una brisa triste que arrastraba las hojas muertas y movía los faldones de sus abrigos, y ella le cogió del brazo con familiaridad y se apretó contra él… y así era la felicidad, caminar por las calles del brazo de Estrella, sintiendo la presión de su brazo, el peso de su cuerpo, la ondulación de sus movimientos al caminar y al detenerse y al volverse para mirar atrás, y qué cálida sensación de proximidad y de amistad perfecta le traía este contacto, qué unidad inmemorial sentía de pronto con ella, caminando así juntos por las calles de Países…
—te voy a llevar a un sitio histórico, dijo Estrella… es una taberna; podemos comer allí
—me gustan estas calles, dijo Block, esas farolas de hierro fundido, las calles estrechas, las flores en las ventanas… las palmas amarillas de Semana Santa en los balcones, la ropa blanca tendida, eso es Países… ¿por qué no hay ropa blanca tendida?
—porque no hay sol
—claro, dijo Block, ahora comprendo, la tienden para que se seque al sol
—Block, ¿estás loco?
—nunca me había parado a pensar
—he aquí el sitio histórico, dijo Estrella, señalando la entrada de una taberna, parecida a una cueva de contrabandistas, espero que te guste
taberna espelunca, sombría, llena de humo, invadida de olor a vino, cuero y aceite frito… se sentaron en una mesa del fondo y encargaron una ensalada, calamares y tortilla de patata…
—¿qué tiene de histórico este sitio? exigió Block, algo alarmado
—¿ves esa mesa, debajo de la cabeza de toro? dijo Estrella señalando con el tenedor, en el que había clavado un trozo de tomate
—ese toro que se llama
Celoso
—¡no! rió Estrella, la del rincón, debajo de Aviador
—¿qué pasó ahí?
—ahí nos conocimos
—ah, ¿de verdad? ¿Jaime y tú?
—sí
—no me lo puedo imaginar, ¿cuándo fue eso?
—hace… cinco años… sí, cinco años
—no es un sitio muy romántico, dijo Block, contemplando la cabeza de toro que miraba en dirección al cielo tiznado, un paisaje imaginario de Samarcanda, un farol verde de hierro forjado, la mesa de pino barnizada y oscurecida por los años
—ah, ¿no? dijo Estrella —ya que los espacios se habitan, se llenan, se impregnan con nuestro amor… sí, dijo después con un suspiro… quizá tengas razón… sí, es un lugar cochambroso, pero de todas formas, y debido a la fuerza de los recuerdos, éste es uno de los sitios mágicos del mundo para mí…
luego le contó, como impulsada por una lógica invisible pero necesaria, la historia de cómo había conocido ella a Jaime, del grupo de amigos en el que los dos se habían encontrado, de la geografía de sus paseos colectivos por ciertos barrios de Países, y de cómo ellos dos se habían separado de los otros y creado su mundo aparte, su realidad independiente… y a Block le parecía que estaba oyendo hablar de dos personas absolutamente desconocidas para él, ya que jamás había oído hablar de aquel tiempo, de aquellos años que con tanta fidelidad aparecían guardados en la memoria de Estrella, y en los cuales ellos se habían buscado el uno al otro, habían pasado tardes tumbados en la hierba del parque Servadac, habían discutido y se habían reconciliado, habían hecho viajes juntos, habían bordeado peligrosamente amores paralelos, habían buscado un piso para vivir, habían hecho fiestas, habían visitado museos y supermercados —deslizándose por los años, suavemente, y transformándose sin darse cuenta en los Jaime y Estrella que llegaban hasta el tiempo presente, a los que él conocía —hasta aquella mesa donde ellos hablaban, hasta aquella sonrisa de Estrella y hasta su tono ligeramente burlón y elegiaco al mismo tiempo, hasta Block y Estrella
cuando salieron a la calle, se sorprendieron de lo avanzada que estaba la tarde… se metieron por el callejón de la Rana, costanilla de la Tristeza, pasaje de San Melitón, uno de esos itinerarios del viejo Países que sólo conocía Estrella, amenizado con escudos medievales, librerías de viejo, chocolaterías… luego descendieron hasta Cibeles, y subieron hasta llegar a una de las antiguas puertas del norte de Países, al otro lado de la cual se extendían las verjas de hierro y la verde realidad del parque Servadac… y entraron: qué diferente, el parque Servadac del anochecer de invierno, del que los tres habían visitado hacía unos meses… Block y Estrella caminaban del brazo por largas y tristes avenidas, hablando y riendo demasiado alto; no estaban en consonancia con este triste y melancólico parque de estatuas mudas, de estanques oscuros llenos de hojas muertas… caminaron por la hierba, pero no había tulipanes, y no podían viajar de unos a otros colores, llamados aquí y allá por las dulces y alegres realidades de las flores, y ella tampoco deseó descalzarse para pisar la hierba fría…
—va a venir Mencía, dijo Estrella… tiene un nuevo novio
—¿está escribiendo?
—no, Mencía escribe cuando deja a los novios… me apetece que la conozcas, dijo agachándose para coger la envoltura erizada de espinas de una castaña pilonga
—según he oído, es una dragon lady
—ése es Jaime, que es idiota, dijo Estrella abriendo la «rústica pellica» que cantaron los poetas renacentistas y revelando un brillante corazón de caoba delicadamente estriado de venas carmesíes
—gracias, dijo Block recibiendo la castaña de manos de Estrella
Estrella y él se habían quedado pensativos en la colcha, al final del camino de Estrella: habían ido caminando hacia la derecha de la cama (la derecha de Block) y ahora veían, al otro lado del voluminoso pliegue del edredón que marcaba el final del camino de Estrella, el principio del camino de Montoliu, o quizá del camino de Jaime…
por el centro del edredón pasaban del brazo Block y Estrella —a lo largo de un seto, a lo largo de las «rosas orquestales» que Block describió en un poema una vez… caminaban y caminaban, pero nunca conseguían avanzar mucho —seguían allí, en el centro de la cama, en el centro del camino de Estrella, y Block comprendió que ellos dos, embrujados en esa particular dimensión del espacio-tiempo, como encajados entre el camino de Montoliu y entre el camino de Jaime, no podían salir de allí de ningún modo… al fondo les vio a ellos tres, a Jaime, a Estrella y a él mismo, caminando por su camino, por el camino de Jaime, Block y Estrella, pero el sendero que comunicaba el sendero de Estrella con aquel otro, aparecía misteriosamente interrumpido por un extraño doblez en la colcha… Jaime, Estrella y Block caminaban por entre los árboles del parque Servadac —a lo largo de la barandilla del estanque helado y lleno de patinadores con leotardos y gorros de colores, que giraban y giraban un poco más abajo de sus pies fríos, rayando suavemente el óvalo de hielo… era un momento de desconcierto espacial, y Block no sabía muy bien por dónde continuar, quizá por el sendero de Jaime, quizá por el de Montoliu, quizá por el de Jaime, Estrella y Block…
Block escribía ahora todas las mañanas un par de horas antes de marcharse al Conservatorio… Jaime le preguntaba a menudo por esta misteriosa actividad, pero Block se negaba a decir nada… y ¿de sus paseos sin Estrella, de sus discusiones sin Estrella, los Dormidos, las conversaciones con Pedro y Jesús, «las aventuras de Jaime y Block», todo ahora pálido y descolorido, sin encanto todo lo que hasta hace poco les parecía la vida de los afortunados…? ¿por qué escribes, Block? le preguntaba Jaime, algo asustado por su joven amigo… y lo que dormía, como un verde animal, bajo esa pregunta, era un cierto temor, esa especie de alarma que por alguna razón solía producirle Block a Jaime… Jaime, empeñado más que nunca en su búsqueda de la Región Confabulada, había abandonado temporalmente
Dalila entre las sensaciones
: su plan inmediato era encontrar una «entrada», y esto había provocado varias apasionadas discusiones entre los Dormidos, ya que la hipótesis de Jaime (que la «comunicación» entre los dos mundos era posible) implicaría para los otros Dormidos incontrolables desórdenes espaciales, terribles agresiones infligidas a la realidad —vastos planos de la realidad, grandes parques y palacios, hangares y bulevares concurridos, entrando de improviso en dimensiones desconocidas, y también parques y edificios de otros mundos, círculos de ángeles, torres de llamas, irrumpiendo en los vestíbulos o
halls
de nuestro querido «mundo del espacio»…
Jesús creía firmemente en la irrealidad de la Región Confabulada, aun admitiendo como posible que hubiera existido una Sociedad Secreta de la Región Confabulada; Jaime creía en una intersección posible de ambos mundos en el tiempo y en el espacio; Pedro consideraba que era posible que la Región existiera en el tiempo y en el espacio, pero que de ser así nos habríamos acostumbrado completamente a ella, de manera que podríamos vivir en el centro de sus bosques, bañarnos en sus ríos, pasear por sus playas y
no ser conscientes de ello
; Estrella, con esa especie de sensibilidad para lo inmaterial que a Block tanto le gustaba de ella, pensaba que la «Región», más que una delimitación espacial real o imaginaria, era en realidad el nombre de una época del Tiempo cuyos ángeles o apóstoles se nos anunciaban, con suaves indirectas; en cuanto a Block… Block no opinaba sobre la Región, a veces parecía creer y a veces no, y muchas veces Jaime se impacientaba por su aire misterioso, su aire de «saber algo que los demás ignoran»…