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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (8 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Atravesé la pantalla de intimidad y regresé a mi alojamiento, más cansado que antes y más pensativo. Leí durante unos cuantos minutos, y luego apagué el tubo luminiscente, con la mente ocupada en lo que había visto en el extraño compartimento, con los que habían vivido allí y con lo que les había ocurrido.

Justo antes de quedarme dormido me sobrevino la idea de que era extraño que hubieran dejado el atrezo encendido y que la moqueta siguiera húmeda con esas manchas. La única razón que se me ocurría es que hubiera una investigación en marcha y que las manchas y el atrezo eran la prueba de que alguien había muerto en ese compartimento.

Y que puede que hubiera tenido ayuda.

5

—¡G
orrión! ¡A levantarse, señorito!

Me senté, sobresaltado, alargando el brazo de manera refleja en busca de un libro que ahora estaba pegado al mamparo metálico. Me había quedado dormido antes de poder ponerlo de vuelta en la estantería.

—Vamos, Gorrión.

Me retorcí para salir de la hamaca, parpadeando ante el súbito resplandor, y me volví para contemplar al hombre que me llamaba por mi nombre. Sus rasgos eran casi indescernibles en la penumbra de la pantalla de intimidad, aunque creí ver el galón de Seguridad tatuado sobre un hombro robusto y el bulto de una pistola de proyectiles en el faldellín. Me molestó que me hubiera despertado, me irritaba el hedor que desprendía y me resentía ante el obvio placer que obtenía al ejercer su autoridad.

—El Capitán quiere verte.

El Capitán...

Me llevó a empujones hasta el pasillo mientras yo todavía no había abierto los ojos del todo. Cruzamos pasillos desiertos y en un momento pasamos por el pasillo donde antes había visto la señal de cuarentena. Había desaparecido y me pregunté si de verdad lo había visto, si el extraño compartimento no sería una de mis pesadillas.

No tenía tiempo para reflexiones melancólicas. Subimos en una ruta en espiral por los diferentes niveles de la nave, con mi guía pegado a mis espaldas y mostrándome el camino mediante golpes alternos en los hombros. En el último nivel había dos guardias por fuera de la escotilla que supuse conducía al puente. Antes de que pudiera entrar, Abel llenó la abertura con su corpachón, y yo me aplasté contra un mamparo. Me dedicó una agria mirada y luego flotó por el pasillo como un globo. No tuve tiempo de preguntarme qué hacía allí; al instante siguiente entraba a empujones en el compartimento.

El puente era enorme. Suspendido en medio de todo había un pequeño halo de luz que rodeaba la figura de un hombre sentado a un panel de control flotante. El panel mismo rodeaba un globo astrográfico del Exterior, todo ello unido al puente por un arco de cristal casi invisible que crecía de la cubierta. El globo con su representación tridimensional de la galaxia era el centro de un compartimento cuyos mamparos eran parte del casco de la
Astron
, y cuyas ventanas eran enormes portillas que se extendían el equivalente de dos niveles desde la cubierta al techo.

En el exterior de las portillas se podía contemplar una vista de la galaxia ligeramente por encima de la eclíptica, una bola de luz difusa y radiante, de un color amarillo anaranjado en el núcleo, rodeada de brazos espirales de un azul nuboso festoneado con brillantes puntos rojos y blancos y manchones verdosos.

La oscuridad del espacio, iluminada por un denso tachonado de diamantes, esmeraldas y rubíes. Era una simulación en falso color, hermosa más allá de lo imaginable.

Mis ojos ya se estaban acostumbrando a la oscuridad y podía divisar a los técnicos que flotaban sobre los paneles de control situados en la periferia del compartimento. Dispersos entre ellos había tripulantes con los galones de Seguridad en el hombro. Había un montón de ellos y sentí unos alfilerazos de miedo, preguntándome por qué había tantos. Me puse el antifaz pero no hubo cambios en el compartimento ni en las portillas.

—Lo que ves es lo que hay, Gorrión. Por favor, acércate.

La voz era suave pero atravesó todo el compartimento cortando con facilidad el murmullo reinante. Me empujé hacia delante, recorriendo con las manos el arco de cristal de forma que me detuve a medio metro del panel de control. La luz del orbe astrográfico delineaba la silueta del hombre sentado a su lado en una silla suspendida con el rostro parcialmente oculto por el humo que emanaba de un diminuto cuenco que sostenía en la mano.

El Capitán.

Bajé la vista, avergonzado y asustado al mismo tiempo, y me percaté de la pequeña placa de metal incrustada sobre la superficie del panel, CAPITÁN MICHAEL KUSAKA. Su nombre le era único, pensé con sorpresa; no recibía su nombre de una montaña, o de un pájaro o de un personaje de la Biblia o de Shakespeare.

El humo fragante que emanaba del cuenco me irritó la garganta y tosí. Lo alzó para que pudiera ver la cánula que salía del fondo de la cazoleta.

—Se llama tabaco, Gorrión. Bisbita cultiva la planta en Hidropónica y yo la he secado y picado para poder fumarla en esta pipa —sonrió—. Reserva privada... el rango tiene sus privilegios, según dicen. Puedo apagarla si lo prefieres.

No esperó a que respondiera sino que sacudió las brasas relucientes en el interior de un aspirador de vacío frente a él. Se levantó y me tendió la mano y yo le di la mía. La palma era gruesa y musculosa, los dedos eran largos y el anverso carecía de vello. Su apretón era tan fuerte que me hizo dar un respingo.

El humo se dispersó y pude ver su cara con claridad, aunque tuve cuidado de no mirarle directamente, prefiriendo captar algún vislumbre ocasional a hurtadillas. Tenía el cabello negro y liso, y le empezaba a grisear sobre las sienes. Tenía un delgado bigote negro, bien recortado, que acentuaba sus altos pómulos. Los ojos eran oscuros, ocultos parcialmente por unas pobladas cejas negras. Posteriormente, recordaría esos ojos oscuros mejor que cualquier otra cosa. Tenía muy poco vello corporal. Su piel tenía un tono moreno dorado gracias a las lámparas solares, sus poros eran finos y parecía ligeramente húmeda al tacto. Tenía el rostro estrecho, nariz aguda, labios delgados y una expresión inteligente y escrutadora. También parecía más acostumbrado a fruncir el ceño que a sonreír. Supuse que tendría unos cuarenta años.

Cuando se levantó no me dio tanto la impresión de un hombre de gran tamaño como la de uno de constitución poderosa, más grande que yo pero menos que Cuervo. Su piel era delgada como el pergamino y sus músculos estaban tensos y bien definidos; se podían seguir sus interacciones cuando se movía. Parecía inmensamente fuerte, pero la impresión de fuerza iba más allá del músculo. Estaba acostumbrado a que se hiciera su voluntad, a ser obedecido, y yo era lo suficientemente inteligente para reconocer en ello una especie de poderío superior al físico. Llevaba unos pantalones cortos y mandil, pero no tenía ninguna insignia de capitán tatuada en el hombro. No la necesitaba.

Jamás me sobrepuse a esa primera impresión. Me estremecí ligeramente y se me puso la piel de gallina.

—¿Ocurre algo, Gorrión?

El murmullo de la sala de control murió y supe que todo el mundo nos observaba, escuchando cada palabra que decíamos. Me sentí muy diminuto.

—No, señor —mentí—, nada en absoluto.

Mi voz me traicionó al salirme chillona, peron no había nada que pudiera hacer por evitarlo.

Volvió a sonreirme, ya fuera en reconocimiento de mi timidez o en un intento de aplacar mis miedos repentinos, no estaba seguro de cuál de las dos cosas.

—Me alegra que estés con nosotros y en pie, Gorrión. Tu división estaba preocupada por ti. Y yo también.

Me convenció sin intentarlo siquiera de verdad, la preocupación y la amistad eran patentes en su rostro, y me sentí profundamente halagado. Me había prestado estatura deliberadamente en presencia de los demás.

—Gracias, señor —murmuré de forma casi inaudible.

Me era difícil seguir mirándole a los ojos, y los míos se posaron una vez más sobre el panel de control. Estaba fascinado por la proyección de la galaxia en el globo de astrogación, me percaté de los diferentes lápices ópticos que estaban pegados al panel superior, luego pasaron a un pequeño cubo de plástico transparente. Contenía diminutas flores azules y blancas cuyas raíces estaban incrustadas en una fina capa de arena y guijarros, todo ello preservado para la eternidad en el interior del cubo sólido. Era muy bonito, pero parecía extrañamente fuera de lugar en el panel.

El Capitán se reclinó, acomodándose en su asiento.

—Cuéntame qué pasó en Seti IV y cómo fue tu accidente. Tengo el informe de Ofelia pero me gustaría oír el tuyo.

Su tono invitaba a la confidencia. Era un compañero de tripulación más que me preguntaba sobre mis aventuras en un planeta ahora distante. Le conté lo hermoso que me había parecido Seti IV aquel día, sobre mi accidente y lo convencido que estaba de que me moría. Parecía inmerso en mi historia, sus ojos no se apartaban de mi cara. En ese momento me di cuenta de que no había nadie en todo el puente que le importara más en ese instante que yo.

—¿Y no recuerdas nada antes del aterrizaje en Seti IV?

—No, señor.

—¿Nada acerca de tu vida a bordo? ¿Nada acerca de tus amigos, algún amante?

Bajé la mirada hacia la cubierta y murmuré:

—He intentado recordar con todas mis fuerzas, señor.

Hizo un encogimiento de hombros.

—Ya volverá. No eres el primer tripulante que sufre de amnesia.

Más tarde pensaría que esa frase supuestamente tranquilizadora fue la única nota falsa de toda la conversación.

S
e empujó fuera de su asiento y planeó hacia las portillas haciéndome una seña para que le siguiera. Yo era bueno maniobrando en caída libre, pero él era mucho mejor. Se retorció, grácil, en el espacio, sus pies apenas rozaron el arco, para detenerse a centímetros de distancia del Exterior, con los dedos descansando ligeramente sobre el grueso cristal. Floté hasta llegar a su lado y me puso una mano en el hombro. Se me volvió a erizar la piel.

—¿Sabes dónde estamos, Gorrión?

No alzó la voz, pero de algún modo llenó todo el puente. Podía sentir cómo los que estaban presentes en el compartimento centraban su atención: el Capitán estaba hablando tanto para ellos como para mí.

—Ahí fuera están las Profundidades, Gorrión. Somos la primera nave enviada desde la Tierra a explorarlas, somos la avanzadilla de la civilización. Nos ha sido confiada la tarea más importante jamás dada a un grupo de seres humanos: encontrar otras formas de vida diferentes de la nuestra. No hay acontecimiento más importante en la historia humana que la tarea de esta nave.

Me estremecí con sus palabras. Esperó un momento antes de acompasar todo el Exterior con un ademán de su mano.

—Es de una vastedad inimaginable, Gorrión... una galaxia abarrotada de miles de millones de estrellas y millones de planetas y cientos de miles de civilizaciones e incontables criaturas que reptan, vuelan, nadan o viven su vida en el fango.

Había una nota de exaltación en su voz, y lo miré sobrecogido. Su cabeza estaba siluteada contra el inmenso campo de estrellas, su rostro iluminado desde atrás por el débil resplandor procedente del globo de astrogación, la boca abierta, los ojos destellando en la semioscuridad.

—¿Te has preguntado alguna vez qué es lo que descubriremos, Gorrión? —No me miró, pero su mano me apretó el hombro con tanta fuerza que me dolió—. La mayoría de esas civilizaciones serán amistosas. Otras no. En cualquier caso, seremos los primeros en llevar de vuelta la palabra de que no estamos solos, que el mismo Dios que guía nuestros destinos guía los suyos también.

Hizo una larga pausa, perdido en le inmensidad del Exterior. Entonces me encrespó con la mano el pelo de la nuca y su voz descendió a un nivel más personal.

—Tu nombre pasará a la historia, Gorrión. Así como el mío y el de todos los de a bordo.

Me había nombrado a mí primero, y me sentía casi mareado de orgullo y excitación. Si me lo hubiera pedido, hubiera dado mi vida por él allí mismo en ese mismo momento. Entonces se apartó de la portilla y volvió flotando al globo de astrogación y a la suave burbuja de luz que lo rodeaba. Hubo un murmullo bajo en el compartimento y los tripulantes volvieron a sus ocupaciones.

—Todavía no hemos encontrado vida, Gorrión, pero bien puede que lo hagamos en Aquinas II; hemos detectado frecuencias de radio en el rango del hidroxilo
[1]
. —Trasteó con su pipa y vertió en ella algo de tabaco de su bolsita—. Creo que esta vez la encontraremos. Pero entonces necesitaremos la ayuda de todo el mundo a bordo de esta nave, y especialmente de los miembros más jóvenes de Exploración como tú. Puede que incluso yo mismo vaya con vosotros en la primera lanzadera.

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