LA PALABRA CLAVE y otros misterios (4 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Infantil y juvenil, Policíaco

BOOK: LA PALABRA CLAVE y otros misterios
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—Con los rusos no puedes razonar de esta manera —dijo papá—. Y ahora ya es hora de ir a la cama porque mañana, Navidad o no, puede ser un mal día.

Papá salió. Estuvo fuera todo el día de Navidad y para todos nosotros fue un día fatal. Mamá y yo ni siquiera abrimos nuestros regalos, estuvimos todo el santo día sentados al lado de la radio y el televisor, esperando noticias.

Luego, a medianoche, cuando papá llamó para decir que no había ocurrido nada ya pudimos respirar tranquilos, pero tampoco nos acordamos de abrir los regalos.

No lo hicimos hasta el día 26. Este fue nuestro día de Navidad. Papá tuvo el día libre y mamá preparó el pavo con veinticuatro horas de retraso.

Lo pasamos muy bien y no hablamos del caso hasta después de la cena. Mamá empezó:

—Supongo que nadie, fuera quien fuera, pudo encontrar la manera de colocar la bomba debido a la gran vigilancia que había.

Papá sonrió, apreciando la lealtad de mamá.

—No creo que la vigilancia pudiera extremarse hasta ese punto, pero ¿qué más da?

—La cuestión es que no ha habido bomba. Tal vez no fuera más que una broma pesada. Pero la gente estaba preocupada y los soviéticos de las Naciones Unidas se han pasado unas cuantas noches sin dormir. Para la persona que quería colocar la bomba esto puede haber sido una satisfacción casi tan grande como si el artefacto hubiera estallado.

—Si no pudo hacerla estallar el día de Navidad —dije yo— tal vez lo haga otro día. Tal vez sólo dijo ese día para mantener a la gente alerta y luego, cuando todo vuelva a la normalidad, lo hará…

Papá me dio un golpecito en la cabeza.

—Pues sí que eres optimista Lorenzo… No, no lo creo. Los profesionales valoran el sentido del deber. Cuando dicen que algo va a ocurrir en un momento preciso, tiene que ser en ese momento o ya no tiene sentido para ellos.

No me quedé muy convencido, pero los días pasaban y no ocurría nada. Poco a poco el departamento de policía volvió a la normalidad, los del Servicio Secreto se ocuparon de otros asuntos e incluso los soviéticos parecieron olvidarse de todo, tal como papá había previsto.

El día 2 de enero teníamos que volver al colegio para ensayar nuestro espectáculo de Navidad que se representaba el día 6 de enero, fiesta de los Reyes Magos. Lo representábamos al final de las vacaciones navideñas, en día festivo, porque a nuestro colegio acudían chicos de diversas religiones y la Dirección y Profesorado respetaban la separación Iglesia-Estado y las creencias de todos. Así, al celebrar la representación en día festivo la asistencia no era obligatoria. Y, como en el colegio tampoco debía haber celebraciones religiosas, no llamábamos a nuestra función «Espectáculo de Navidad» sino sólo «Representación». No hacíamos más que una representación de la canción «Los doce días de Navidad», en la que no se habla de religión, sólo de regalos.

Éramos doce niños, cada uno cantaba una estrofa y luego todos juntos repetíamos el estribillo. Yo era el número cinco y cantaba «Cinco anillos de oro», porque todavía tenía una voz de soprano y podía alcanzar las notas altas bastante bien.

Muchos niños no saben por qué el período de Navidad tiene doce días, pero yo les expliqué que entre el 25 de diciembre, día de Navidad, y el 6 de enero, el día que llegaron los tres Reyes Magos a traer regalos al niño Dios, van doce días y de ahí el título de la canción. Naturalmente era el día 6 cuando hacíamos nuestra representación en el auditorio del Colegio y venían todos los padres que querían.

Papá consiguió tener libres unas horas para poder asistir, junto con mamá. Y acudió a oír a su hijo cantar las notas altas por última vez, porque el año que viene mi voz habrá cambiado y ya no podré hacerlo.

¿Sabéis lo que es tener una idea brillante en medio de una representación y estar obligado a continuar la comedia sin poder hacer nada?

Aún estábamos en el segundo día, cantando «Dos tórtolas», cuando de pronto se me ocurrió: «¡Oh, mañana será el decimotercer día de Navidad!» Todo el mundo estaba mirándonos y no pude hacer otra cosa que quedarme quieto y cantar mi estrofa.

Nunca había encontrado esa canción tan estúpida. Era como si tuviera polvos pica-pica en la ropa interior, no podía estarme quieto ni un momento más. Cuando hubimos cantado la última nota y el público estaba aún aplaudiendo, eché a correr, bajé los escalones del escenario y seguí corriendo hasta llegar a la fila donde estaba mi padre. El me miraba asustado, yo me agarré a su chaqueta y supongo que hablaba tan deprisa que no conseguía entenderme.

Le dije:

—Papá, Navidad no es el mismo día para todo el mundo. Puede que incluso se trate de algún soviético. Oficialmente los rusos son ateos, pero puede haber alguno que haya conservado la fe religiosa y por esta razón quiera colocar la bomba. Puede tratarse de un miembro de la Iglesia Ortodoxa Rusa y ellos no siguen nuestro calendario.

—¿Cómo? —se extrañó papá, mirándome como si no comprendiera ni una palabra de lo que estaba diciendo.

—Que sí, papá; lo he leído en alguna parte. La Iglesia Ortodoxa Rusa está todavía en el calendario Juliano, que es el que impuso por decreto Julio César hace 2.000 años tomando cálculos de los antiguos calendarios griegos, babilónicos y egipcios, mientras que los demás cambiamos al calendario Gregoriano que es el que impuso en 1582 el Papa Gregorio XIII por ser más preciso, reformando el calendario Juliano. El calendario Juliano lleva trece días de retraso con respecto a nosotros. La Navidad Ortodoxa cae en su 25 de diciembre, que equivale a nuestro 7 de enero, es decir mañana.

Hasta aquí no me creyó ni una palabra. Lo comprobó en un diccionario y luego llamó a alguien de la Oficina Central que era ruso Ortodoxo.

En poco tiempo consiguió poner en movimiento a todo el departamento. Habló con los soviéticos y cuando éstos dejaron de culpar a los judíos y se fijaron en su propia gente, encontraron al hombre. No sé qué hicieron con él, pero tampoco estalló ninguna bomba el decimotercer día de Navidad.

La Oficina Central quiso regalarme una bicicleta nueva, pero yo no acepté. Sólo había cumplido con mi deber.

Un caso de necesidad

Lo que ocurrió con Santi Vidal fue que necesitaba esas respuestas para aprobar el examen de ciencias. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que fue él quien, a escondidas, copió el examen que el profesor tenía preparado.

Santi fue el único muchacho de mi clase que no asistió al gran Concurso Nostalgia que organizamos en el colegio como uno de los actos de Fin de Curso, porque iba bastante mal de notas y su padre estaba muy enfadado con él y le había amenazado con meterlo interno durante el verano si no sacaba mejores calificaciones. Santi pidió permiso para aprovechar el tiempo y quedarse a estudiar en el laboratorio de ciencias, situado al fondo de la clase de ciencias donde está la mesa del profesor, y por eso todo el mundo pensó que había sido él quien tocó los cuestionarios de exámenes de esa asignatura.

Pero yo no creía lo mismo. Santi no necesitaba esas respuestas para conseguir unos puntos más y en todo caso no era el único que necesitaba mejorar las notas. Alguien más podía haberlas necesitado para mantenerse al frente de la clase, para obtener la Matrícula de Honor.

Yo soy una especie de medianía. No me importa sacar notas altas, pero algunas veces me molesta no haberlas obtenido. Mi padre es detective del cuerpo de policía y algún día yo también voy a serlo. Yo creo que se precisa otro tipo de educación que la que se consigue en la escuela con otros chicos. Papá me dice que todo tipo de educación es necesaria, y algunas veces creo que tiene razón.

El Concurso Nostalgia no me interesó y no participé en él. Lo organizaban unos cuantos hombres de negocios a los que supongo les servía de publicidad y los padres y profesores del Colegio parece ser que estaban de acuerdo en que era una excelente idea. Lo comprendo, era nostalgia para ellos.

Los alumnos participantes tenían que contestar preguntas sobre arte, cine e historia correspondientes a personajes que hubieran llenado los 60 primeros años de nuestro siglo. Para nosotros esto ya es historia antigua pero los padres tenían más posibilidades de saberlo y esto les permitía parecer muy inteligentes ante sus hijos, al menos por una vez.

Estoy seguro de que yo también hubiera podido participar, pero se trataba de leer mucho y para ello hubiera tenido que sacar tiempo de mis estudios normales. Por otra parte estaba seguro de que Paula ganaría. Ha ganado todos los concursos en los que participa, de ortografía, de historia, de acontecimientos locales…, etcétera. Para ella ganar es muy importante.

Y eso es todo. Paula tuvo que estudiar mucho para el concurso y seguramente le faltó tiempo para preparar los exámenes finales de ciencias. Ganaba el concurso pero perdía el examen y temiendo sacar una mala nota era imprescindible que viera las preguntas, o sea hacer trampa en el examen.

El viejo señor Randol, el profesor de ciencias, podía haber cambiado las preguntas cuando se dio cuenta de que alguien había revuelto sus papeles, pero es un hombre mezquino y no lo hizo. Puso el examen tal como lo había preparado y cuando Santi Vidal lo entregó, el señor Randol acusó a Santi de tramposo ante todo el mundo.

Santi se defendió diciendo que había estudiado mucho, pero nadie le creyó. El sólo había entrado en la clase vacía para ir al laboratorio mientras todo el mundo estaba viendo el Concurso Nostalgia en el auditorio. Tenía que haber sido él. Sólo yo creía en la inocencia de Santi. Era muy amigo mío y sabía que no era capaz de hacer una cosa así. Yo sospechaba de Paula Ruiz.

Era un problema. Yo no tenía ningún deseo de traer complicaciones a nadie, pero tampoco me parecía justo que se culpara a alguien que no lo merecía.

Le expuse los hechos a papá.

No me preguntó detalles. Se dio cuenta de que era mi problema y me dijo:

—Dejar un crimen sin resolver significa que un inocente puede pasar por sospechoso durante el resto de sus días. Si la única manera de demostrar su inocencia es descubrir al culpable y presentarlo a los demás, ¿por qué no hacerlo?

—Tal vez la persona culpable confesará antes que ver condenado a un inocente —opiné yo. Papá esbozó una media sonrisa:

—No cuentes con ello —me dijo. Ahora ya sabía lo que tenía que hacer. Yo había estado en el auditorio durante el desarrollo del Concurso Nostalgia, todo el colegio estaba allí. Paula llegó a la final, al último turno de preguntas, junto a otros cinco muchachos. Los alumnos finalistas estaban fuera de toda sospecha. Yo podía haber contestado la mayoría de preguntas, porque me gusta mucho el arte y la historia, pero no me gusta hacer las cosas con el tiempo limitado. Además me hubiera quedado mudo sólo con ver a todo el público pendiente de mí. Pero nada de eso pareció molestar a Paula. Al pensar en ese día del Concurso Nostalgia me puse a revisar lo que había ocurrido.

Recordé cuando ella se había levantado para contestar a la pregunta:

—¿Qué tienen en común los nombres de Charlot y Picasso?

Al momento yo sabía que esos nombres eran dos seudónimos…

Pero Paula respondió mucho antes de que yo hubiera terminado de pensar. Con esa ridícula voz que tiene dijo:

—Son los seudónimos de dos artistas: Picasso, un pintor, y Charlot, un actor y director de cine.

Naturalmente la respuesta era correcta. Luego tuvo que decir los nombres verdaderos de cada uno en el orden que le habían dado. Charlot se llamaba Charlie o Carlos Chaplin y Picasso se llamaba… pero aquí fue donde falló.

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