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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (27 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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La ironía de todo ello era que si bien las manos de Fiben no tenían tantos callos como las de los demás, llevaba bajo la camisa las marcas de las quemaduras sufridas cuando se estrelló en una colina de Mach Cinco. Pero hablar allí de eso no serviría de nada.

—Mirad, tíos, os voy a pagar una ronda…

El más alto de los chimps le dio un manotazo y el dinero salió despedido por encima de la barra.

—Eso es una porquería sin valor. Pronto empezarán a recogerlo, lo mismo que os cogerán a vosotros, simios aristócratas.


¡Silencio!
—gritó alguien entre la multitud, un bulto marrón de hombros encogidos. Fiben vio a Sylvie, estremeciéndose en lo alto de la simulada montaña. Los flecos de la falda se agitaban y Fiben vislumbró algo que lo dejó pasmado por completo. Ella era realmente rosa…

El del traje con cremallera provocó a Fiben de nuevo.

—Y bien, señor universitario. ¿De qué te va a servir el carnet azul cuando los
gubru
empiecen a capturar y a esterilizar a todos los que tenéis libertad de procreación? ¿Eh?

Fiben acababa de darse cuenta de que aquellos tipos no tenían nada que ver con el chimp grande del mono.

De hecho, aquel tipo se había esfumado entre las sombras.

—No sé de qué estáis hablando.

—¿Ah, no? Han estado investigando en los archivos coloniales y han arrestado a muchos chimps universitarios como tú para interrogarlos. De momento, sólo están tomando muestras, pero tengo amigos que aseguran que están planeando una purga total. Y ahora, ¿qué dices a eso?


¡Que se callen esos mamones!
—gritó alguien. Esta vez se giraron muchas cabezas. Fiben vio ojos vidriosos, salpicaduras de saliva y colmillos prominentes.

Se sentía destrozado. Deseaba con todas sus fuerzas salir de allí, pero ¿y si había algo de verdad en lo que decían aquellos tipos? En ese caso, merecía la pena informarse.

—Eso es un poco sorprendente —dijo Fiben cuando decidió quedarse un rato más a escuchar y apoyó un codo en la barra—. Los
gubru
son conservadores fanáticos. Cualquier cosa que hagan a otras razas tutoras nunca interferirá en el proceso de Elevación. Va en contra de sus propias creencias.

—¿Es eso lo que te han enseñado en la universidad, azulito? —Bigotes se limitó a sonreír—. Bueno, los galácticos dicen que eso es lo que ahora importa.

Estrechaban el círculo alrededor de Fiben, y parecían más interesados en él que en los contoneos de Sylvie.

Los espectadores aullaban con más fuerza, el ritmo era más frenético, y Fiben sintió que la cabeza iba a estallarle a causa del ruido.

—… demasiado superior para disfrutar con un espectáculo para la clase obrera. Nunca ha trabajado de verdad. Pero si chasquea los dedos todas nuestras chimas van corriendo hacia él.

Fiben notó que allí había algo engañoso. El del bigote estaba excesivamente tranquilo y los comentarios que hacía para irritarlo resultaban demasiado premeditados. En un ambiente como aquél, con tanto ruido y tensión sexual, un obrero auténtico no sería capaz de tanta sutileza.

¡Marginales!
, advirtió de pronto. Ahora veía las señales. Dos de los chimps mostraban en el rostro los estigmas de una fracasada manipulación genética, rasgos de cacofrenia, manchas en la piel y la parpadeante y eterna mirada de asombro de un cerebro con los cables cruzados; recordatorios vergonzosos de que la Elevación era un proceso difícil y requería un precio.

Poco antes de la invasión, leyó en una revista local que los «margis» de la comunidad habían adoptado la moda de vestirse con chillones trajes de cremallera. Fiben supo de repente que estaba atrayendo la atención de los peores elementos. Sin ningún humano a su alrededor o algún signo de autoridad civil, era evidente lo que aquellos carnets rojos querían hacerle.

Estaba claro que tenía que salir de allí. Pero ¿cómo?

Los chimps lo rodeaban cada vez más estrechamente.

—Mirad, tíos. Sólo he venido a ver qué pasaba. Gracias por vuestra charla, pero ahora tengo que largarme.

—Se me ocurre una idea mejor —se burló el jefe—. ¿Qué tal si te presentamos a un
gubru
para que él mismo te explique lo que pasa y lo que piensan hacer con los chimps universitarios? ¿Eh?

Fiben parpadeó. ¿Podía ser que aquellos chimps estuvieran cooperando con el enemigo?

Había estudiado Historia Antigua de la Tierra, esos largos y oscuros siglos previos al Contacto, cuando la solitaria e ignorante Humanidad enfrentó con horror toda clase de experiencias, desde el misticismo a la guerra pasando por la tiranía. Había visto y leído innumerables relatos de esos tiempos antiguos, en especial historias de hombres y mujeres solitarios que resistieron con valentía y a menudo impotencia frente al mal. Fiben se había alistado en la milicia colonial porque, en parte, quería emular a los valerosos guerreros maquis, palmach o de la Liga del Poder Satélite.

Pero la historia también hablaba de traidores: los que buscaban beneficios en donde los hubiera, aunque fuera a expensas de sus camaradas.

—Vamos, amigo estudiante. Hay un pájaro al que me gustaría que conocieras. —La presión en su brazo era como el de una prensa. El gesto de sorpresa y dolor que apareció en el rostro de Fiben provocó la risa del chimp bigotudo—. Añadieron unos cuantos genes extras de fuerza en mi mezcla —se burló—. Esa parte de la manipulación sí funcionó, pero no algunas de las otras. Me llaman Puño de Hierro y yo no tengo carnet azul, ni siquiera uno amarillo. Y ahora vamos. Le pediremos al teniente de escuadrón de la Garra Brillante que nos explique qué piensan hacer los
gubru
con los chimps listos como tú.

A pesar de la dolorosa presión en el brazo, Fiben fingía indiferencia.

—Seguro, ¿por qué no? ¿Pero quieres que hagamos una apuesta? —dobló su labio superior hacia adentro en señal de desprecio—. Si no recuerdo mal mis estudios de segundo curso de xenología, los
gubru
tienen un ciclo vital totalmente diurno. Apuesto que lo único que encontrarás tras esas gafas oscuras es al maldito pájaro profundamente dormido. ¿Crees que le gustará que lo despierten para discutir sobre las sutilezas de la Elevación con un tipo como tú?

Aquella bravata le hizo ver a Puño de Hierro que Fiben poseía un elevado nivel de educación. La seguridad teatral de éste le hizo desistir por unos instantes, pero luego parpadeó ante la idea de que alguien fuese capaz de dormir en medio de aquel bochinche.

—Vamos a verlo —gruñó al fin.

Los otros chimps se acercaron más. Fiben sabía que era inútil enfrentarse con los seis a la vez. Y tampoco le serviría de nada pedir ayuda a la policía. En aquellos días la autoridad llevaba plumas.

Sus escoltas lo empujaron a través del laberinto de mesitas. Los clientes que estaban recostados en las esteras refunfuñaban irritados cuando Puño de Hierro los apartaba a un lado, pero sus ojos, vidriosos por una pasión apenas contenida, permanecían fijos en la danza que Sylvie ejecutaba al ritmo de la música.

Fiben observó por encima del hombro las contorsiones de la actriz, y su rostro enrojeció. Retrocedió un paso sin mirar y cayó sobre una blanda masa de piel y músculo.

—¡Ay! —aulló el cliente, que estaba sentado, mientras se derramaba su bebida.

—Perdón —murmuró Fiben apartándose en seguida. Sus sandalias se apoyaron sobre otra mano peluda provocando una nueva queja. El lamento se convirtió en un chillido de indignación cuando Fiben apretó con fuerza la mano contra el suelo mientras volvía a disculparse.

—¡Sentaos! —ordenó una voz desde el fondo del local.

—¡Eso, que se sienten; están en medio y no dejan ver! —añadió otra.

Puño de Hierro miró a Fiben con desconfianza. Tiró de su brazo pero él se resistió unos instantes y acto seguido dejó de hacer fuerza, con lo cual salió despedido hacia adelante empujando a su adversario y haciéndolo caer sobre una de las mesas de junco. Los vasos y las tablas de esnifar se volcaron y los chimps allí sentados cayeron rodando y soltando bufidos de indignación.

—¡Eh!

—¡Cuidado, «margi» bastardo!

Sus ojos, inflamados doblemente por las drogas y la danza de Sylvie, ya no contenían ningún destello de razón. El afeitado rostro de Puño de Hierro palideció de ira. Apretó con más fuerza el brazo de Fiben e hizo una seña a sus compañeros para que se acercaran. Fiben se limitó a sonreír con aire conspirador y le dio unos golpecitos con el codo. Fingiendo estar borracho, habló a gritos:

—¿Has visto lo que has hecho? Ya te dije que no te llevaras por delante a esos tipos sólo para demostrarme que están tan idos que no pueden ni hablar.

Los chimps cercanos llenaron de aire sus pulmones tan ruidosamente que pudo oírse pese a la música.

—¿Quién dice que no puedo hablar? —farfulló uno de los bebedores que apenas podía pronunciar las palabras. El borracho avanzó con paso vacilante, tratando de descubrir quién lo había insultado—. ¿Has sido tú?

El que agarraba a Fiben lo miró con aire amenazante y lo apretó aún más. Sin embargo, éste se las arregló para que no se borrase la sonrisa de su rostro y guiñó un ojo.

—Quizá sí que puedan más o menos hablar, pero tienes razón en lo que dijiste de su manera de andar apoyando los nudillos.


¿Qué?

El chimp rugió y agarró a Puño de Hierro, pero el mutante se hizo a un lado hábilmente con un gesto de desprecio y lo golpeó con el canto de la mano. El borracho aulló de dolor, se dobló y cayó chocando contra Fiben.

Los amigos del chimp ebrio intervinieron entonces gritando a pleno pulmón. Fiben sintió que desaparecía la presión de su brazo al tiempo que todos se sumergían en una oleada de enfurecido pelo marrón.

Fiben se agachó cuando un greñudo simio con un arnés de trabajo hecho de cuero intentó golpearlo. El puñetazo pasó de largo y fue a estrellarse contra la mandíbula de uno de los pendencieros «margis». Fiben propinó una patada a otro de ellos en la rodilla y éste aulló de modo muy satisfactorio. En pocos instantes todo se convirtió en un caos de muebles de junco y cuerpos oscuros; las baratas mesas de caña se partían en dos cuando chocaban con alguna cabeza y el aire se llenaba de salpicaduras de cerveza y de pelos.

La banda aumentó el ritmo, pero aun así apenas se oía bajo los gritos de indignación o de alegría combativa.

En un momento de descuido, Fiben se encontró con unos fuertes brazos de simio que lo levantaban del suelo, y no eran unos brazos amables, precisamente.


¡Huau!

Voló por encima del tumulto y aterrizó en medio de un grupo de juerguistas que aún no estaban metidos en la refriega. Lo miraron con caras de asombro y perplejidad; pero antes de que pudieran reaccionar, Fiben se levantó gimiendo. Se encaminó hacia el pasillo, tambaleándose a causa de un súbito tirón de su todavía débil tobillo izquierdo.

La lucha se generalizaba, y dos de los chimps de brillantes trajes de cremallera se dirigían hacia él enseñando los colmillos. Y por si esto fuera poco, los clientes cuya reunión acababa de interrumpir de forma tan violenta se habían puesto de pie, resoplando enojados. Unas manos intentaron darle alcance.

—Tal vez otro día —dijo Fiben con amabilidad.

Se alejó de sus perseguidores abriéndose paso apresuradamente entre las mesitas, y cuando delante sólo encontró un par de hombros anchos y encorvados no dudó un momento en subirse a ellos para saltar desde allí, dejando a su improvisado trampolín con un gruñido en la boca y sobre otro montón de mimbres rotos.

Saltó por encima de una última fila de clientes y cayó de rodillas en un amplio espacio abierto, la pista de baile. A unos pocos metros se hallaba el montículo del trueno sobre el que la incitante Sylvie se preparaba para su número final, aparentemente ajena a la creciente conmoción de la sala.

Fiben cruzó la pista a toda prisa con la intención de correr hacia la barra y encontrar una de las salidas que había detrás. Pero justo en el momento en que se puso de pie, un foco lo iluminó desde lo alto. De repente empezó a recibir vítores y gritos de ánimo desde todas partes.

Era obvio que al público le había gustado algo. Pero ¿qué? A través del resplandor del foco, Fiben pudo comprobar que la cabaretera no hacía nada extraordinario ni espectacular, al menos no más que antes. Entonces se dio cuenta de que Sylvie lo estaba mirando a él. Advirtió su divertida mirada tras su máscara de pájaro.

Se volvió y vio que todos los que aún no estaban implicados en la creciente bronca lo animaban. Hasta el
gubru
del palco parecía mover hacia él su rostro oculto tras las gatas oscuras.

No era el momento de averiguar el significado de todo aquello. Pudo ver que varios «margis» más se habían salido de la refriega. Con sus trajes chillones se les distinguía fácilmente, y se hacían señas entre sí dirigiéndose hacia todas las salidas.

Fiben reprimió el pánico. Estaba acorralado.
Tiene que haber otra salida
, pensó furioso.

Y entonces comprendió dónde debía de estar esa salida.
La puerta de la bailarina
, encima y detrás del acolchado monte de la danza; la cortina de abalorios a través de la cual Sylvie había hecho acto de presencia. Un rápido movimiento y pronto la dejaría atrás y saldría de allí.

Corrió por la pista y saltó sobre el montículo, agarrándose a uno de los voladizos alfombrados. Los deslumbrantes focos lo siguieron.

Parpadeó ante Sylvie. Ésta se pasó la lengua por los labios y movió las caderas.

Fiben se sintió atraído y repelido al mismo tiempo. Quería trepar a gatas y cogerla; y quería un escondite oscuro en la rama de un árbol para meterse.

La pelea había cobrado fuerza entre los espectadores, pero no parecía agravarse. Sólo con botellas de papel y muebles de junco, los combatientes se contentaban con un amigable tumulto de mutua confusión cuyo origen estaba casi olvidado.

Pero en cada esquina de la pista de baile, un chimp vestido con un coloreado traje de cremallera lo miraba mientras buscaba algún objeto en sus bolsillos. Parecía haber sólo un camino. Trepó hasta otra «roca» acolchada. Y la multitud siguió animándolo cada vez con más fuerza. El ruido, los olores, la confusión… Fiben parpadeó ante ese mar de ardientes rostros que lo contemplaban expectantes. ¿Qué estaba ocurriendo?

Un atisbo de movimiento captó su atención. Desde el palco situado sobre el bar alguien lo saludaba. Era un chimp pequeño, vestido con un manto oscuro con capucha, que destacaba entre aquella enloquecida multitud por su expresión facial, tranquila y helada.

BOOK: La rebelión de los pupilos
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