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Authors: Margaret George

Tags: #Histórico

La seducción de Marco Antonio (34 page)

BOOK: La seducción de Marco Antonio
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Tu servidor y amigo, Olimpo
¡Octavia embarazada! El horrible sueño… debía de tener una parte de verdad. Sentí que la furia me circulaba por las venas, una furia que ni siquiera era racional. Sabía que estaban casados y sabía lo que hacían los casados. Casi me enfadé conmigo misma por el hecho de enfadarme.
Aparté la carta a un lado. O sea que Olimpo no había perdido el tiempo desde que llegara allí. ¿Qué más quería?
¿Que nuestros hijos le habían hecho pasar vergüenza a Antonio en Roma? Mejor. Que Octavio se fastidiara, que lo pensara y sufriera, como yo estaba sufriendo por culpa de aquel sueño.
Mi naturaleza era por lo menos tan fuerte como la de Octavio. Que ganara el mejor.
Mi regia protectora:
Saludos de alguien que se está convirtiendo en un experto en toda suerte de cosas, desde el arte de coser pequeñas heridas de los párpados usando cabellos de mujer hasta la compresión de los vasos sanguíneos y la amputación de miembros. Estoy aprendiendo también el método para cerrar los grandes agujeros de la piel, como por ejemplo los de una úlcera, cortando dos colgajos en cada lado y cosiéndolos después por encima. Pero no quiero molestarte con las descripciones de estas heridas, que generalmente son tan repulsivas. Sé que prefieres otros aspectos más atrayentes de los sentidos.
Aquí ha causado gran revuelo la paz que Octavio y Antonio han concertado con Sexto y el tratado que han firmado con él en Miseno. Dudo que pueda durar. Acaban de apartar a Lépido casi hasta el extremo de obligarle a retirarse, y no es probable que lo sustituyan por otro con quien tengan que repartirse el poder. Pero de momento los cereales han vuelto a Roma y eso ha calmado el malestar de la gente contra Octavio. La gente tiene muy mala memoria; en general sólo alcanza hasta la última comida.
Octavio y Antonio han estado ocupados con sus deberes conyugales. El embarazo de Octavia es cierto, y ahora parece que Escribonia también está embarazada; prácticamente las dos al mismo tiempo. Qué noche más tórrida debió haber en Roma hace poco. Las mismas constelaciones debieron de permanecer en suspenso sobre las alcobas, dando el mismo horóscopo a la prole. El futuro será muy interesante.
Y hablando de horóscopos, Hunefer dice que Antonio le consulta con regularidad. Por lo visto cada vez que Antonio jugaba a los dados o hacía apuestas contra su querido cuñado. Octavio siempre ganaba. Hunefer ha aprovechado la ocasión para decirle que su noble espíritu siempre será vencido por la buena suerte de Octavio, y que por este motivo le conviene mantenerse apartado de él.
El veneno -perdóname el símil- está siendo vertido en los oídos de Antonio. No creo que tarde en aparecer por nuestras tierras. Antonio ya ha enviado al general Baso a Siria para que les dé a los partos un vapuleo preliminar. Dales a los niños unas palmaditas en la cabeza de mi parte y suéltale un pescozón a Mardo como insista en seguir comiendo las natillas que yo le desaconsejé. Se ha puesto demasiado gordo y puedes decírselo de mi parte. Se lo dije antes de irme.
Cuídate y no dejes que se turben tus pensamientos.
Tu fidelísimo Olimpo
Me estaba cuidando, pero lo de no permitir que se turbaran mis pensamientos ya no era tan fácil. Estaba inquieta y descontenta, no podía aceptar la situación en la que me encontraba, pero no tenía muy claro qué otra cosa hubiera preferido en su lugar. Envidiaba a Antonio porque lo tenía todo. Podía acostarse con quien quisiera con el beneplácito del mundo, ¡todo por el bien de Roma! Tenía territorios que conquistar y una campaña pendiente contra la Partia.
Hubiera tenido que alegrarme de estar libre de todo aquello, de la paz y la prosperidad de mi país, de la salud de mis hijos e incluso de la tranquila vida que llevaba. Y me alegraba. Pero dentro de mí había algo que casi me inducía a desear los problemas con que se enfrentaba Antonio.
No me gustaba estarme quieta, y en mi fuero interno yo también era una guerrera.
Mi estimadísima reina Cleopatra:
Perdóname que te escriba esta carta tan breve pero considero que debes saber lo que Antonio anda diciendo, pues se refiere a ti. Tal como ya te dije, Octavio se molestó mucho por los hijos que le has dado a Antonio -que ahora es su amadísimo cuñado- y no lo ocultó. Dicen que en un reciente banquete en el que ambos estaban agasajando a unos enviados de Chipre y Creta -en presencia de sus embarazadas esposas-, Octavio comentó que era una pena que Antonio hubiera sido tan imprudente y hubiera permitido que ocurriera tal cosa. Entonces Antonio posó la copa y dijo con sonora voz: «La mejor manera de extender la sangre noble por todo el mundo es engendrar por todas partes un nuevo linaje de reyes. Mi propio antepasado fue engendrado por Hércules de esta manera. Hércules no limitaba sus esperanzas a un solo vientre. No temía las leyes de Solón contra la fornicación y el adulterio. No temía que llevaran la cuenta de sus fornicios. Dejaba que la naturaleza actuara libremente en todas partes, y de esta manera fundó todas las estirpes que pudo.»
Me avergoncé por ti cuando lo supe. Comprendí que tenía que decírtelo inmediatamente. Cuando pienso en lo que sufrí como consecuencia de sus imitaciones de Hércules… Nadie que hubiera visto lo que yo vi podría hablar así. Mejor que yo no estuviera presente, porque te juro por Zeus que a esta hora ya no estaría en la tierra. Puede que yo no maneje la espada tan bien como él, pero hay muchas otras maneras de morir. Ya recuerdas mi jardín.
¿Era el mismo Antonio que me había jurado amor eterno y que me había escrito aquella carta tan apenada? Ya estaba otra vez intentado complacer a Octavio. «Se apropia de la naturaleza más fuerte que tiene más cerca.» Sus palabras me habían dejado reducida a una reproductora, a un campo donde sembrar su dionisíaca semilla. Estaba claro que lo había dicho para complacer a los dos Ocs, Octavio y Octavia.
Jamás contesté a la carta de Antonio. ¿Sería ésa su venganza?
Pero yo sabía que Antonio no era un hombre vengativo. Si acaso, era justo lo contrario.
¡Tenía que apartarse cuanto antes de Octavio! Su ingenio y su capacidad de juicio se estaban deteriorando. Sin embargo, dondequiera que fuera siempre llevaría consigo una parte de Octavio. Yo había colocado a un astrólogo en su casa, pero Octavio había hecho mucho más que eso; había colocado en su lecho a un acérrimo partidario suyo, su fiel y obediente hermana.
Octavio. El nombre no bastaba para abarcarnos a los dos. Pero yo no podía compartir Antonio con él.
Mis ojos se desviaron hacia el rincón de la estancia en el que descansaban una lanza y un yelmo de Antonio. Eran cosas que solíamos intercambiarnos cuando nos disfrazábamos. Antonio los había dejado olvidados allí cuando se fue a Tiro. Eran su recordatorio visible y yo pensaba regalárselos a Alejandro algún día como herencia de su padre, de la misma manera que pensaba regalarle a Cesarión el colgante del suyo.
Ahora ambas cosas mostraban un aspecto polvoriento y olvidado. Antonio no las habría echado en falta o en todo caso era demasiado orgulloso como para pedirme que se las devolviera. Me acerqué a ellas y las acaricié. ¿Hay algo más fuera de lugar que los pertrechos de la batalla en una estancia, en tiempo de paz? Tendría que guardarlos en otro sitio.
«Oh, Antonio. Hubiera preferido ser la que se va y no la que se queda, como estas armas abandonadas», pensé.
Gobernaría yo sola. Era el destino que me había tocado en suerte. Con una mano rocé la lanza y con la otra acaricié el medallón que me había vuelto a poner: vestigios de los hombres que me habían dado sus herederos.
Mi amadísima Reina:
Permíteme que sea yo quien te anuncie el nacimiento de la hija de Octavia. Se acabó el hijo de la Edad de Oro, el mesías romano. Es todo lo que ha dado de sí Virgilio. Escribonia no tardará en dar a luz, pero dicen que Octavio quiere divorciarse de ella. Eso sólo puede significar una cosa: que se está preparando para emprender una guerra contra Sexto a pesar del tratado. Es algo de lo que nunca dudé. Los tratados sólo le sirven a Octavio para dar largas mientras se prepara para quebrantarlos.
Ah, Herodes ha llegado a Roma. Ha sido cordialmente recibido por ambos hombres. De simple gobernador de Galilea que era, lo han elevado a Rey de Judea. Ahora queda el pequeño detalle de expulsar a los partos del reino de Herodes para que éste pueda ascender a su trono.
Continúa veinte días después:
Escribonia le ha dado una hija a Octavio. (¿Recuerdas que te dije que iban a tener el mismo horóscopo?) ¡Y al día siguiente Octavio se divorció de ella! ¡Qué hombre tan amable y considerado! Y ahora se vuelve a casar, ¿con quién? ¡Agárrate! Es una mujer que está casada y cuyo complaciente esposo se divorciará de ella a pesar de que está a punto de dar a luz. Me parece monstruoso. La verdad es que ya no aguanto más en Roma. Antonio no tardará en trasladar su cuartel general a Atenas y yo haré el viaje en el mismo barco. Hace mucho tiempo que deseaba visitar Atenas, y desde allí podré regresar a Egipto sin dificultad.
Quiero contarte más cosas sobre la prometida de Octavio. Al parecer se ha enamorado locamente de ella, pero yo lo dudo bastante. El hecho de que la prometida pertenezca a una de las familias más antiguas y aristocráticas de Roma y de que Octavio necesite ganar partidarios en este bando me hace sospechar el origen de su repentina pasión. Se llama Livia y es hija del ferviente republicano Livio Druso, que se suicidó después de la batalla de Filipos. Es también la esposa de Tiberio Claudio Nerón, un enemigo político de Octavio, que acaba de reconciliarse con él después del tratado de Miseno. Menudo golpe. Uno a uno y poquito a poquito. Octavio va tranquilizando, neutralizando y pulverizando a sus enemigos. Al final, no quedará ni uno y él será rey supremo de todo el mundo y se sentará a horcajadas encima de él, con sus delgadas piernas de palillo.
¡Atenas, ya voy! ¡Ya basta de Roma! He hecho aquí todo lo que he podido por ti, pero con la partida de Antonio termina mi misión. La ciudad huele que apesta, y no sólo porque haya que hacer una buena limpieza en la Cloaca Máxima.
A la más encumbrada reina Cleopatra:
¡Qué alivio haber llegado a Atenas! Qué claro y hermoso me parece todo después de la letrina de Roma. ¡Cómo resplandece la Acrópolis bajo la dorada luz del sol! Verdaderamente, todo lo mejor que hay tanto de día como de noche encuentra acomodo aquí. ¡Ya puedo respirar! La ciudad conserva su antigua belleza, y las oscuras columnas de los cipreses al lado de las acanaladas columnas que hay por doquier hacen que hasta mi cínico espíritu experimente una profunda sensación de paz.
Parece que Atenas aprecia a Antonio y le ha devuelto su lado mejor. Quizá tú tienes razón, se comporta mucho mejor cuanto más se aleja de Octavio. Algún día puede que llegue a entender lo que tú viste en él. Pero para eso falta todavía mucho tiempo. Han organizado festejos en su honor, y tanto él como su mujer han sido proclamados dioses. Incluso se prestó a tomar parte en una extraña ceremonia de matrimonio con la diosa Atenea. Viste al estilo griego. (Sí, como siempre, se apropia de lo que tiene más cerca.) Cuando al final se recupere de toda esta serie de absurdas pero vistosas ceremonias, dicen que tiene intención de reorganizar algunos territorios orientales y prepararse para la guerra.
En cuanto a mí, Atenas me parece interesante como versión de Alejandría. Es nuestra ciudad-madre, aunque haya sido eclipsada por su hija. Siempre hay que respetar a la madre.
¡Confío en que tus hijos sigan esta máxima!
Tu fiel servidor y amigo, Olimpo
Yo siempre había deseado visitar Atenas.
Ahora envidiaba una vez más a Antonio porque estaba lejos de los aullidos de Octavio y del populacho romano y podría hacer lo que quisiera en aquella gran ciudad. A juzgar por lo que decía Olimpo, Antonio se encontraba a gusto en ella y los atenienses lo apreciaban.
Ahora que estaba más cerca de mí y dentro del ámbito de la esfera griega, mis pensamientos se sentían atraídos por él más a menudo. Su ausencia no era como la de César, cuyo vacío parecía llenar la tierra y mi propia vida. Y además la ausencia causada por la muerte es tan absoluta y despiadada que me había visto obligada a apartarme de ella y volverme hacia los vivos. La ausencia de Antonio era una falta de estímulo, un derrumbamiento de una dimensión añadida. La verdadera vida seguía adelante sin brechas ni contratiempos, aunque curiosamente monótona. Me dije que nadie había muerto jamás por falta de condimento, y que la comida insípida era tan nutritiva para el cuerpo como la que estaba aderezada con especias.
- ¡Vuelve Olimpo! -le dije a Cesarión-. ¿Has escrito los versos?
Había prometido escribirle unos versos de bienvenida.
- Sí, pero no me gustan -contestó. Me mostró el papiro donde los había escrito-. ¡Son unas palabras demasiado corrientes! ¡Yo quiero usar palabras especiales!
Eché un vistazo a la composición y me pareció que estaba muy bien hecha para ser obra de un niño de ocho años.
- Harás bien en recordar lo que decía tu padre a este respecto. Sus escritos eran famosos por su claridad y su estilo. Decía: «Procura evitar la palabra extraña e insólita como un timonel evita las rocas.» O dicho de otro modo, apártate de ellas. Estoy segura de que apreciaría estos versos. -Se los devolví-. Sé que a Olimpo le van a encantar. Eleva mucho tiempo ausente, más de seis meses, estudiando medicina.
Y espiando, pensé.
- ¿Qué ha aprendido? ¿Puede volver a coser las cabezas cortadas?
Me eché a reír.
- Creo que eso no lo puede hacer nadie.
De lo contrario, alguien le hubiera vuelto a coser la cabeza a Cicerón y éste aún estaría proclamando a gritos las bondades de la República. Justo en aquel momento entraron los gemelos. Ya caminaban, todavía con paso inseguro, aunque cada día mejoraban. Cesarión hizo una mueca de hastío.
- Oh, ya están aquí. -Tomó el papiro y lo levantó en alto por encima de su cabeza para que no intentaran quitárselo. Después se puso de puntillas y me susurró al oído-: Cuando te pedí un hermano o una hermana, no pensaba que pudieran ser tan pesados. Lo único que hacen es gritar y romper cosas.
BOOK: La seducción de Marco Antonio
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