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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Ensayo

La Silla del Águila (28 page)

BOOK: La Silla del Águila
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—Mi moral es inferior a mi genio —me suspiraste a la oreja con tu aliento de panucho.

Déjame carcajearme de tu vanidad, pobre pendejo. Has sido el felpudo de la política mexicana. Dicen que te falló la vocación. Que debiste ser cura, no político.

—Te equivocas. Es las dos cosas.

Me lo advirtió mi marido cuando me contó que el secretario de Gobernación Valdivia te tiene cogido de las pelotas con tu chanchullo del desfalco de MEXEN y hubo de pasar por Andino para que la Secretaría de Hacienda lo mantuviera todo en regla...

Y encima, ahora, dado a la desgracia, intentas corromper a mi marido con un nuevo chanchullo financiero.

Eres cura. Eres político. Pero también eres pendejo.

O sea eres una mierda y tu único consuelo es que en este pinche país la mierda atrae a los lambiscones, que son como moscas. ¿Qué dirá de ti la posteridad, pobre Tácito?

—¿Tácito de la Canal? Tenía mala digestión. Una tía beata. Un padre senil. La cabeza calva. Las uñas más largas que la vista. Y pesadillas programadas.

—¿Era puto?

—No me consta.

—Pero era soltero.

—Eso no prueba nada.

—¿Con quién se acostaba?

Ah cabrón, que te endilguen secretarias y meseras, pero que a mí nadie me mencione en relación contigo. Te lo advierto. Que nadie diga:

—Cómo no. Si se acostaba con Josefina Almazán, "La Pepa", tú sabes...

¿Quisieras que hasta allí llegara mi defensa de tu persona, pobre diablo? ¿Qué no has hecho para rebajarte a fin de ascender? ¿No te habré visto hablando por teléfono con el difunto Presidente (cuando teníamos teléfonos, cabrón), hablando de pie y haciendo sonar los talones cada vez que afirmabas un "sí señor"? ¿No te he visto conservar las cenizas de los cigarrillos que acabaron por matar al señor Presidente? ¿No te parabas encuerado frente al espejo diciendo muy ufano, —Nada me identifica más que mis deseos. Son únicos. Son intransferibles?

Y yo aguantándome tus imbecilidades, tus vanas pretensiones, yo dándote el clásico cultivo yucateco para utilizarte a favor de mi marido, yo la fiel esposa de Andino Almazán hasta cuando me dejaba lamer el culo por ti, gusano maldito, mírate al espejo, ¿crees que alguna mujer se pueda enamorar de veras de ti, lindo hermoso?, ¿crees que alguna mujer menos controlada que yo no se orina de la risa en la cama oyéndote decir después de tus orgasmos de chisguete, —Me devora la ambición, quiero dejar mi marca en la pared del tiempo y sólo tengo, como el león, mis garras?

¡Bomba! ¡Pero qué cursi que sos boshito! ¡Lo que he tenido que soportar! Y todo por Andino, todo para llevarlo a la Presidencia, aliarlo con su opuesto que es el general Arruza y dar el golpe. Almazán Presidente, no provisional sino por seis años gracias al pronunciamiento de Arruza, ese era el verdadero plan, no el tuyo, bizcocho miserable, con Arruza me acosté para usarte a ti de biombo, hacerte creer que la intriga era para favorecerte a ti, lo que no nos reímos Arruza y yo de ti, mi general sí que es macho, ese sí que sabe coger, no tú, pinche lombriz...

—Cuidadito —me dijo el general—. Será muy lombriz. Pero acuérdate de que los gusanos, cuando los partes por la mitad, se siguen moviendo.

¿Sabes? Lo bueno de todo este asunto es que nadie creerá jamás que una mujer como yo, una yucateca sabrosa, opulenta, cachonda y con perrito, haya escogido a un pobre diablo como tú para gozar en la cama.

¿Y sabes otra cosa? Te escribo abiertamente, sin Ps ni Ts ni As porque me importa una pura chingada que exhibas esta carta. No te queda crédito cual ninguno. Todo lo que digas o hagas será visto como fraude, fraude, fraude... Esa es la palabra escrita sobre tu cabeza de melón: RATERO Y MENTIROSO.

—Tengo facciones ascéticas y conductas libertinas.

Es lo primero que me dijiste, baboso. Fue tu tarjeta de presentación. Tuve que aguantarme la risa. Estaba dispuesta a jugar todas las fichas. Con el general para llevar a mi marido Andino a la Presidencia provisional tras la destitución de Terán por incompetente y luego dejarlo de pelele para que Arruza gobernara conmigo. Contigo de segunda opción por si llegabas a la Presidencia "por tus méritos" (todo es posible en esta vida) o te nombraba Presidente el Congreso con Andino como provisional. ¿Cuánto ibas a durar? Lo que decidiéramos mi general y yo, nomás.

Y ya de perdida, tú Provisional para apoyar a Andino Presidente y Arruza de mandamás detrás de la Silla.

Ya ves, un puro juego de ajedrez en el que yo era la reina, Arruza el rey, Andino el alfil y tú el pinche peón.

Adiós, mi pobre Tácito. Del hoyo saliste y al hoyo regresas. Y dile a Nicolás Valdivia que los ideales no tienen importancia, que las convicciones valen una chingada. Dinos con quién estás. Eso es lo que importa.

Ah, y Valdivia ha dado órdenes de no recibirte más en ninguna oficina de gobierno...

56

Dulce de la Garza a El Anciano del Portal

Señor Presidente, no aguanto mi emoción y mi tristeza y por eso le escribo, no sé si me atrevería a mirarlo a los ojos, usted que tantísimo dolor me ha causado y que ahora me devuelve una felicidad imposible con la que ya ni siquiera soñaba. Usted me convocó al café del puerto. Yo sabía que Tomás lo respetaba muchísimo. Cuántas veces no me repitió que usted era más que su maestro, era como su padre y como padre le aconsejó siempre ser menos bueno, más duro.

—El peor enemigo del poder es el inocente —le dijo usted a Tomás y esas palabras las tengo grabadas en el corazón, como todo lo que me dijo mi amor—. Hasta ahora has sido un precandidato sumiso, como debe ser. Ahora quieres ser un reformador. Espera. No comas ansias. No madrugues a la medianoche. Haz tus reformas cuando ya estés sentado en la Silla del Águila, como lo hice yo. Aprovecha mi experiencia.

No, si yo sé que Tomás era un valiente, no se guardaba nada, se aventaba al ruedo. No, si yo entiendo que todos los que tienen poder en México lo vieron como una amenaza. Y por eso lo mataron.

He vivido ocho años, tenía veintiuno entonces, tengo veintinueve yendo para treinta hoy, lo que se llama la flor de la edad, ¿no? Ocho años penando, señor Presidente. Pero al menos mi pena era mi certidumbre. Ahora viene usted y me hunde en un pozo de desesperación y peores desgracias.

Sí, Tomás está vivo. Y usted tiene el cinismo de contarme lo que le dijo a mi hombre cuando usted mismo, nadie más que usted es culpable, usted me lo arrebató...

—Tomasito, imagina que eres un prisionero bien atendido. Piensa que la vida es fea y peligrosa. La crueldad acecha. Mira, muchacho. Cierra la puerta del mundo por un tiempecito y regresa rejuvenecido. Mide tu tiempo. Esta no es tu hora todavía. Ya vendrá. Te lo juro.

Usted no tuvo el valor de ir ayer a esa celda. Usted nomás le mandó un mensaje escrito conmigo a Tomás. Aquí lo tengo:

"Quise darte el poder. Quise darte la oportunidad de hacer las cosas que yo mismo no pude porque en mis tiempos el sistema era distinto. Lo siento mucho, lo siento de veras, Tomasito. No me entendiste. No supiste medir los tiempos. Lo que hice lo hice por ti, una vez más. Sí, no fue la primera ni la última vez que te ofrecí un buen consejo y quise servirle de escudo a tus ímpetus idealistas. Ahora ya llegó tu tiempo. Ahora el país reclama legitimidad, símbolos, drama, esperanza. Desde la Resurrección de Cristo no habrá otra como la tuya, hijo mío. Yo que rehuyo la publicidad te tendré un ejército de camarógrafos, televisión, reporteros, cuando salgas. ¿De Ulúa? Ah qué caray, te digo que no cuentan con mi astucia. Óyeme bien, Tomás: Tú nunca estuviste en Ulúa. Te perdiste en la selva, fuiste secuestrado, y desorientado por la tortura y el peyote, te perdiste en la pinche jungla. Una bruja de Catemaco enterró tus uñas y tu pelo bajo una ceiba. Llevas ocho años embrujado, Tomás, perdido en un mundo natural, parte tú mismo de la selva, sin distinguirte en nada de la vainilla y la pimienta, del chote y el espino blanco, del jonote y la caña de azúcar, toda la pródiga naturaleza veracruzana que nos vio nacer, Tomasito, te envolvió como un manto real, te absorbió y te hizo parte de ella... No te olvides, Tomasito, estás embrujado. Duermes sentado porque si te acuestas no soplan los vientos marinos. Duermes con las ventanas abiertas para que te empapen las lluvias del Golfo de México. Y si te mueres, que digan que el "Norte" fue cómplice del crimen. Te creías muerto, Tomás. Ahora se te aparece Dulce tu novia a rescatarte, a decirte,

—Al fin te encontramos. Te perdiste en la selva.

Ay, señor Presidente, ¿en qué pensaba usted? ¿De veras cree lo que me dijo?

—Todo en México requiere simbolismo. Si pueden hacer santo a un indio amnésico, manipulable e ignorante como Juan Diego, ¿por qué no hacer Presidente a Moro en el momento oportuno, que es este año de 2020, no el pasado 2012? ¡Milagro, milagro! O sea como la suave patria mía, vives de milagro, como la lotería... Milagros, fe, credulidad, ¿hay algo que legitime más en México? Un Presidente electo, perdido en la selva, amnésico como un santo, reaparece a reclamar nada menos que la Silla del Águila. ¡Sensación, señorita De la Garza! ¡Sensación sensacional si además es usted, su novia santa, usted la que lo rescata y devuelve al sitio que le corresponde! ¡Historia de amor! ¡Amor y milagro, señorita! ¿Quién puede contra todo esto? Es la obra maestra de mi vida, ya puedo morir en paz, quedan atrás los sobres lacrados, el tapado, los chanchullos electorales, el carrusel, el ratón loco, los votos de las almas muertas, y cuanto organicé siendo Presidente. Ya culminé mi tarea política: le di a México el Presidente necesario en el momento necesario, lo resucité como Dios Padre a su hijo Cristo, lo devolví al mundo rodeado de todos los atributos del misterio, las aventuras de capa y espada, las ascensiones místicas, el dolor indispensable, el sentimiento melodramático, el amor recuperado... Señorita Dulce, Dulce Señorita, ¿no siente usted la emoción de mi voz, mi vigor recuperado, mi obra maestra concluida?

Sí, señor Presidente, lo siento y me da usted pena, vergüenza y odio. Creo que se ha vuelto usted loco. Es usted un perturbado mental, un monstruo senil que juega con las vidas y emociones de las gentes sin humanidad cual ninguna... Con razón me mandó a mí a ver a Tomás y fui con alegría pero con el corazón en la garganta, palpitante, inquieta, desasosegada, sin saber en realidad qué cosa me esperaba...

Me guiaron por esos túneles sombríos con olor a muertes olvidadas. Una rata inmunda me miró como si me deseara. Goteaba sal de las bóvedas y el castillo entero crujía como si mis pasos lo ofendieran. Le digo esto para que sepa la elocuencia que se apoderó de mi cabeza y de mi lengua, preparándome para la emoción más grande de mi vida...

Tenía la máscara puesta cuando entré al calabozo.

—Tomás, mi amor, soy yo...

Hubo un silencio. El más largo de mi vida, suficiente para recordar mi encuentro con Tomás en el Museo de Monterrey y luego todos y cada uno de los minutos de nuestro amor.

—Tomás, mi amor, soy yo...

Me dio la espalda.

Escribió en la pared con un gis lo que ha escrito mil veces, pues las celda está llena de esos garabatos blancos, desvaneciéndose en la humedad:

PAN. TIEMPO. PACIENCIA.

Lo abracé. Se libró de mí con un movimiento áspero de los hombros. Me desconcerté, partida por un rayo inesperado. Me hinqué abrazándole las piernas.

—Tomás, he regresado, soy yo...

Lo miré implorando.

Estaba encerrado en el silencio.

Lo acaricié hincada. Lo miré implorando.

—Quítate la máscara. Déjame verte otra vez.

Se rió, señor Presidente. Nunca he oído una carcajada igual, ni espero volver a oírla. Era como si tuviera cadenas en la garganta. Reía como si arrastrase fierros en vez de palabras. Mi propia voz tembló, como si yo fuera la novia de la muerte, una enamorada surgida del mismo sepulcro que he visitado durante ocho años, llevándole flores, llorando a veces, a veces negándome a regar de lágrimas esa losa. Mi propia voz tembló, como si yo fuera una enamorada que un día se resignó a desaparecer y ahora debía cortejar a la muerte, porque ese hombre que usted cruelmente engañó, encarceló y manipuló perversamente, sí, perversamente, señor, ese hombre ya no es mi hombre.

Es otro y no sé cómo llamarlo, ni cómo hablarle.

No respondía a mis palabras. Con las manos arañé la máscara, quise abrirla como una lata de conservas. Él nomás se rió. Entonces salió una voz ahogada, una voz peluda, una voz que no reconocí y me preguntó que quién era yo, qué hacía allí, como me atrevía a meterme en el lugar que era sólo de él.

—Tu cara... déjame ver tu cara, Tomás...

Que no fuese idiota, que no me gustaría ver la cara debajo de la máscara, ¿por qué pensaba que se la habían puesto si no era para ocultar algo horrible, un rostro de monstruo, una cabeza de águila en cuerpo de hombre, unos ojos de serpiente y una boca de perro?, ¿eso quería yo ver, pobre idiota de mí?, que tenía cara de loco, que la barba lo ahogaba y le deformaba la voz, que ni los carceleros querían mirarlo cuando le quitaban la máscara para darle de comer, lo vigilaban y se la volvían a poner, él ya no peleaba, dejó de pelear hace siglos, él se acostumbró —"pan, tiempo, paciencia."— él se volvería totalmente loco si salía a la luz, él no creería que la realidad estaba fuera, él creerá siempre, hasta morir, que la realidad está allí adentro, prisionera pero libre del engaño del mundo, la mentira está afuera, afuera rondan la ilusión y el sueño...

—Aquí está mi casa, la verdad, la paz, el tiempo, la paciencia...

Todo esto me dijo, hiriéndome, sin reconocerme o fingiendo que no me reconocía, yo no sé, negándose a darme la cara, la voz ahogada por la pelambre como por esa selva que usted cruelmente le inventó, la voz encerrada detrás de la máscara y luego sus extrañas palabras:

—Despierten a los muertos, puesto que los vivos duermen...

No me reconoció. Pero se lo digo yo, que conocí a Tomás Moctezuma Moro mejor que nadie. Él ha encontrado su hogar entre esas cuatro paredes heladas. Ni siquiera el mar puede verse, ni el oleaje sentirse, en ese hoyo profundo que ya es parte del fondo del Golfo. Para él, el calabozo de Ulúa es la única realidad conocida o admisible. Esa es su obra cruel y maligna, Señor Anciano...

¿Cómo sé qué es él?

Esa voz no se olvida, por más deformada que me llegue.

¿Cómo sé que está vivo?

Por el miedo en sus ojos, visible a través de las rendijas de la máscara.

BOOK: La Silla del Águila
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