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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Intriga, #Policiaco

La tabla de Flandes (8 page)

BOOK: La tabla de Flandes
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—Ya lo hemos hablado con don Manuel —anunció—. Y está de acuerdo.

Ese era otro aspecto de la cuestión, meditó Julia, que iba de sorpresa en sorpresa. Porque, desde su silla de ruedas, el inválido había observado la escaramuza con las manos cruzadas sobre el regazo; como espectador voluntariamente al margen de una cuestión a cuyo debate, sin embargo, asistiera con malicioso interés de
voyeur
.

Curiosos personajes, pensó la joven. Curiosa familia.

—En efecto —confirmaba el anciano sin dirigirse a nadie en particular—. Yo estoy de acuerdo. En principio.

La sobrina se retorció las manos con largo tintineo de pulseras. Parecía angustiada; o furiosa. Quizás ambas cosas a la vez.

—Pero tío, eso hay que hablarlo. Yo no dudo de la buena voluntad de estas señoras…

—Señoritas —terció el marido sin dejar de sonreírle a Julia.

—Señoritas o lo que sean —a Lola Belmonte le costaba articular las palabras, ofuscada por su propia irritación—. Debieron consultarnos también a nosotros.

—Por mi parte —dijo el marido— tienen todas las bendiciones.

Menchu estudiaba descaradamente a Alfonso y parecía a punto de decir algo, pero no lo hizo. Después miró a la sobrina.

—Ya oye a su esposo.

—Me da igual. La heredera soy yo.

Desde la silla de ruedas, Belmonte levantó irónicamente una de sus manos descarnadas, como si pidiera permiso para intervenir.

—Todavía sigo vivo, Lolita… Lo que heredes llegará a su debido tiempo.

—Amén —dijo Alfonso.

La barbilla huesuda de la sobrina apuntó hacia Menchu de un modo venenoso, y durante un momento Julia creyó que se les iba a echar encima. Realmente podía ser peligrosa, con sus uñas largas y aquel aire de pájaro rapaz, hasta el punto de que se dispuso a hacerle frente mientras su corazón bombeaba adrenalina. Julia no tenía una especial forma física; pero cuando era niña había aprendido de César algunos trucos sucios, muy útiles para matar piratas. Por fortuna, la violencia de la sobrina se limitó a su mirada, y al modo en que, dando media vuelta, abandonó el vestíbulo.

—Tendrán noticias mías —dijo. Y el furioso taconeo se perdió pasillo adentro. Las manos en los bolsillos, Alfonso sonreía con plácida serenidad.

—No deben tomárselo a mal —se volvió hacia Belmonte—. ¿Verdad, tío?… Ahí donde la ven, Lolita es oro puro… Un pedazo de pan.

El inválido asintió con la cabeza, distraído; era evidente que pensaba en otra cosa. El rectángulo vacío de la pared parecía atraer su atención, como si allí se enmarcaran signos misteriosos que sólo él era capaz de leer con sus ojos cansados.

—Así que conocías al sobrino —dijo Julia, apenas estuvieron en la calle.

Menchu, que miraba el escaparate de una tienda, hizo un gesto afirmativo.

—Hace tiempo —dijo, inclinándose para comprobar el precio de unos zapatos—. Tres o cuatro años, creo.

—Ahora me explico lo del cuadro… El negocio no te lo propuso el viejo, sino él.

Menchu sonrió, aviesa.

—Premio para ti, guapita. No te equivocas. Tuvimos lo que tú, tan recatada, llamarías un
affaire
… De eso hace tiempo, pero cuando se le ocurrió lo del Van Huys tuvo el detalle de pensar en mí.

—¿Y por qué no se encargó de negociarlo directamente?

—Porque nadie se fía de él, incluido don Manuel… —se echó a reír—. Alfonsito Lapeña, más conocido por
El Timbas
, debe dinero hasta al limpiabotas. Ya hace unos meses escapó por los pelos de ir a la cárcel. Un asunto de cheques sin fondos.

—¿Y de qué vive?

—De su mujer, de dar sablazos a los incautos, y de la poca vergüenza que tiene.

—Y confía en el Van Huys para salir de apuros.

—Sí. Está loco por convertirlo en montoncitos de fichas sobre un tapete verde.

—Parece un pájaro de cuenta.

—Lo es. Pero tengo debilidad por los golfos, y Alfonso me cae bien —se quedó pensativa un instante—. Aunque tampoco sus aptitudes técnicas, que yo recuerde, sean para darle una medalla. Es… ¿Cómo te diría yo? —reflexionó en busca de la definición adecuada—. Muy poco imaginativo, ¿entiendes? Ni punto de comparación con Max. Monótono, ya sabes: del tipo hola y adiós. Pero te ríes mucho con él. Cuenta unos deliciosos chistes guarros.

—¿Lo sabe la mujer?

—Supongo que se lo huele, porque tonta no es. Por eso mira con esa cara. La muy perra.

III. Un problema de ajedrez

«El noble juego tiene sus abismos en los que

muchas veces un alma noble ha desaparecido.»

Un antiguo maestro alemán

—Yo creo —dijo el anticuario— que se trata de un problema de ajedrez.

Hacía media hora que cambiaban impresiones frente al cuadro. César de pie, apoyado en la pared con un vaso de ginebra y limón pulcramente sostenido entre los dedos pulgar e índice. Menchu ocupaba el sofá con aire lánguido. Julia se mordía una uña sentada en la alfombra con el cenicero entre las piernas. Los tres miraban la pintura como si estuviesen frente a un aparato de televisión. Los colores del Van Huys oscurecían ante sus ojos, a medida que se iba extinguiendo la última luz del atardecer por la claraboya del techo.

—¿Alguien puede encender algo? —sugirió Menchu—. Tengo la sensación de estarme quedando ciega poco a poco.

César accionó el interruptor que tenía a su espalda, y una luz indirecta, reflejada en las paredes, devolvió vida y color a Roger de Arras y a los duques de Ostenburgo. Casi al mismo tiempo, en el reloj de pared sonaron ocho campanadas al compás del largo péndulo de latón dorado. Julia movió la cabeza, acechando en la escalera ruido de pasos inexistentes.

—Álvaro se retrasa —dijo, y vio a César hacer una mueca.

—Por muy tarde que llegue ese filisteo —murmuró el anticuario— siempre llegará demasiado pronto.

Julia le dirigió una mirada de reproche.

—Prometiste ser correcto. No lo olvides.

—No lo olvido, princesa. Reprimiré mis impulsos homicidas, sólo merced a la devoción que te profeso.

—Te lo agradeceré eternamente.

—Eso espero —el anticuario miró su reloj de pulsera como si no confiase en el de pared, viejo regalo suyo—. Pero ese cerdo no es muy puntual, que digamos.

—César.

—Vale, queridísima. Ya me callo.

—No, no te calles —Julia señaló el cuadro—. Estabas diciendo que se trata de un problema de ajedrez…

César asintió. Hizo una pausa teatral para mojar los labios en la bebida, secándoselos después con un pañuelo de inmaculada blancura que extrajo del bolsillo.

—Verás… —miró también a Menchu y suspiró levemente—. Veréis. Existe en la inscripción oculta un detalle en el que no habíamos caído hasta ahora, al menos yo.
Quis necavit equitem
se traduce, efectivamente, por la pregunta:
¿quién mato al caballero?
Lo que, según los datos de que disponemos, puede interpretarse como un acertijo sobre la muerte, o el asesinato, de Roger de Arras… Sin embargo —César hizo un gesto de prestidigitador que extrae una sorpresa de su chistera—, esa frase puede traducirse también con matiz diferente. Que yo sepa, la pieza de ajedrez que nosotros conocemos por
caballo
se llamaba
caballero
en la Edad Media… Incluso hoy en muchos países europeos sigue siendo así. En inglés, por ejemplo, la pieza es literalmente
knight
: caballero —miró pensativo el cuadro, juzgando la solvencia de su razonamiento—. Quizá la pregunta, entonces, no sea quién mató al caballero, sino quién mató al caballo… O, formulada en términos ajedrecísticos:
¿Quién se comió el caballo?

Quedaron en silencio, meditando. Por fin habló Menchu.

—Una lástima, nuestro cuento de la lechera —su mueca traslucía la decepción—. Hemos montado toda esta película de una simple bobada…

Julia, que miraba fijamente al anticuario, movió la cabeza.

—Nada de eso; el misterio sigue existiendo. ¿No es cierto, César?… Roger de Arras fue asesinado antes de que se pintara el cuadro —se incorporó indicando un ángulo de la tabla—. ¿Véis? La fecha de ejecución de la pintura está aquí:
Petrus Van Huys fecit me, anno MCDLXXI
… Eso quiere decir que, dos años después del asesinato de Roger de Arras, Van Huys pintó, haciendo un ingenioso juego de palabras, un cuadro en el que figuraban la víctima y el verdugo —vaciló un momento, pues se le acababa de ocurrir una nueva idea—. Y, posiblemente, el móvil del crimen: Beatriz de Borgoña.

Menchu estaba confusa, pero excitadísima. Se había movido hasta el borde del sofá y miraba la tabla flamenca con ojos muy abiertos, como si la viera por primera vez.

—Explícate, hija. Me tienes en ascuas.

—Según sabemos, Roger de Arras pudo ser asesinado por varias razones; y una de ellas habría sido un supuesto romance entre él y la duquesa Beatriz… La mujer vestida de negro que lee junto a la ventana.

—¿Quieres decir que el duque lo mató por celos?

Julia hizo un gesto evasivo.

—Yo no quiero decir nada. Me limito a sugerir una posibilidad —indicó con un gesto el montón de libros, documentos y fotocopias que tenía sobre la mesa—. Tal vez el pintor quiso llamar la atención sobre el crimen… Es posible que eso lo decidiera a pintar el cuadro, o quizá lo hizo por encargo —encogió los hombros—. Jamás lo sabremos con certeza, pero hay algo que sí está claro: este cuadro contiene la clave del asesinato de Roger de Arras. Lo prueba la inscripción.

—Inscripción
tapada
—matizó César.

—Más a mi favor.

—Supongamos que el pintor tuviera miedo de haber sido demasiado explícito… —sugirió Menchu—. Tampoco en el siglo quince podía ir acusándose a la gente así, por las buenas.

Julia miró el cuadro.

—Puede que Van Huys se asustara de haber reflejado la cosa con excesiva claridad.

—O alguien lo hizo después —sugirió Menchu.

—No. Yo también pensé en eso, y además de mirarlo con luz negra hice un análisis estratigráfico, tomando una muestra con bisturí para estudiarla al microscopio —cogió de la mesa una hoja de papel—. Ahí lo tenéis, por capas sucesivas: soporte de madera de roble, una preparación muy delgada con carbonato de calcio y cola animal, blanco de plomo y óleo como imprimación, y tres capas con blanco de plomo, bermellón y negro marfil, blanco de plomo y resinato de cobre, barniz, etcétera. Todo idéntico al resto: las mismas mezclas, los mismos pigmentos. Fue Van Huys en persona quien tapó la inscripción, poco después de haberla escrito. De eso no cabe duda.

—¿Entonces?

—Siempre teniendo en cuenta que nos hallamos sobre una cuerda floja de cinco siglos, estoy de acuerdo con César. Es muy posible que la clave esté en la partida de ajedrez. En cuanto a lo de comerse el caballo, ni siquiera se me había ocurrido… —miró al anticuario—. ¿Qué opinas tú?

César se apartó de la pared para sentarse en el otro extremo del sofá, junto a Menchu, y después de beber un pequeño sorbo de su vaso cruzó las piernas.

—Opino lo mismo, querida. Creo que al dirigir nuestra atención del caballero al caballo, el pintor pretende plantearnos la pista principal… —apuró delicadamente el contenido de su vaso para dejarlo, tintineando el hielo, sobre la mesita que tenía al lado—. Cuando pregunta quién se comió el caballo nos obliga a estudiar la partida… Ese retorcido Van Huys, de quien empiezo a creer que tenía un sentido del humor bastante peculiar, nos está invitando a jugar al ajedrez.

A Julia se le iluminaron los ojos.

—Juguemos, entonces —exclamó, volviéndose hacia el cuadro. Aquellas palabras arrancaron otro suspiro al anticuario.

—Eso quisiera yo. Pero esto rebasa mis habilidades.

—Vamos, César. Tú debes conocer el ajedrez.

—Frívola suposición la tuya, cariñito… ¿Me has visto jugar alguna vez?

—Nunca. Pero todo el mundo tiene idea de eso.

—En este asunto hace falta algo más que una simple idea sobre cómo mover las piezas… ¿Te has fijado bien? Las posiciones son muy complicadas —se echó hacia atrás en el sofá, teatralmente abatido—. Incluso yo tengo ciertas enojosas limitaciones, amor. Nadie es perfecto.

En ese momento llamaron a la puerta.

—Álvaro —dijo Julia, y corrió a abrir.

No era Álvaro. Regresó con un sobre traído por un mensajero; contenía varias fotocopias y una cronología escrita a máquina.

—Mirad. Por lo visto ha decidido no venir, pero nos manda esto.

—Tan grosero como siempre —murmuró César, con desdén—. Podía haber telefoneado para disculparse, el canalla —se encogió de hombros—. Aunque en el fondo me alegro… ¿Qué nos manda el infame?

—No te metas con él —lo reconvino Julia—. Ha tenido que trabajar mucho para ordenar estos datos.

Y se puso a leer en voz alta.

PIETER VAN HUYS Y LOS PERSONAJES RETRATADOS EN LA «PARTIDA DE AJEDREZ» CRONOLOGÍA BIOGRÁFICA:

1415: Pieter Van Huys nace en Brujas (Flandes). Actual Bélgica.

1431: Nace Roger de Arras en el castillo de Bellesang, en Ostenburgo. Su padre, Fulco de Arras, es vasallo del rey de Francia y está emparentado con la dinastía reinante de los Valois. Su madre, cuyo nombre no se ha conservado, pertenece a la familia ducal ostenburguesa, los Altenhoffen.

1435: Borgoña y Ostenburgo rompen su vasallaje con Francia. Nace Fernando Altenhoffen, futuro duque de Ostenburgo.

1437: Roger de Arras se ha criado en la corte ostenburguesa como compañero de juegos y estudios del futuro duque Fernando. Al cumplir dieciséis años acompaña a su padre Fulco de Arras en la guerra que Carlos VII de Francia sostiene contra Inglaterra.

1441: Nace Beatriz, sobrina de Felipe el Bueno, duque de Borgoña.

1442: Se estima que hacia esta época realiza Pieter Van Huys sus primeras pinturas tras haberse relacionado en Brujas con los hermanos Van Eyck y en Tournai con Roberto Campin, sus maestros. No se conserva ninguna obra suya de este período hasta:

1448: Van Huys pinta el Retrato del orfebre Guillermo Walhuus.

1449: Roger de Arras se distingue en la conquista de Normandía y Guyena a los ingleses.

1450: Roger de Arras combate en la batalla de Formigny.

1452: Van Huys pinta La familia de Lucas Bremer. (Su mejor cuadro conocido).

1453: Roger de Arras combate en la batalla de Castillon. El mismo año se imprime en Nuremberg su Poema de la rosa y el caballero (se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de París).

1455: Van Huys pinta su Virgen del oratorio. (Sin fecha, pero que los expertos datan hacia esta época).

1457: Muere Wilhelmus Altenhoffen, duque de Ostenburgo. Le sucede su hijo Fernando, que acaba de cumplir veintidós años. Uno de sus primeros actos habría sido llamar a su lado a Roger de Arras. Presumiblemente, éste permanece en la corte de Francia, ligado al rey Carlos VII por juramento de lealtad.

1457: Van Huys pinta El cambista de Lovaina.

1458: Van Huys pinta Retrato del comerciante Matías Conzini y su esposa.

1461: Muerte de Carlos VII de Francia. Supuestamente liberado de su compromiso de lealtad con el monarca francés, Roger de Arras regresa a Ostenburgo. Hacia la misma época, Pieter Van Huys termina el Retablo de Amberes y se instala en la corte ostenburguesa.

1462: Van Huys pinta El caballero y el diablo. Fotografías del original (Rijksmuseum de Amsterdam) permiten aventurar que el caballero que posó para ese retrato podría ser Roger de Arras, aunque el parecido entre ese personaje y el de La partida de ajedrez no sea rigurosamente exacto.

1463: Compromiso oficial de Fernando de Ostenburgo con Beatriz de Borgoña. En la embajada ante la corte borgoñona figuran Roger de Arras y Pieter Van Huys, enviado para pintar el retrato de Beatriz, que realiza ese año. (El retrato, citado en la crónica de los esponsorios y en un inventario de 1474, no se ha conservado hasta nuestros días).

1464: Boda ducal. Roger de Arras preside la comitiva que conduce a la novia desde Borgoña a Ostenburgo.

1467: Muere Felipe el Bueno y accede al gobierno de Borgoña su hijo Carlos el Temerario, primo de Beatriz. La presión francesa y borgoñona aviva las intrigas en la corte ostenburguesa. Fernando Altenhoffen intenta mantener un difícil equilibrio. El partido profrancés se apoya en Roger de Arras, que posee gran ascendiente sobre el duque Fernando. El partido borgoñón se sostiene gracias a la influencia de la duquesa Beatriz.

1469: Roger de Arras es asesinado. Se culpa oficiosamente a la facción borgoñona. Otros rumores aluden a una relación amorosa entre Roger de Arras con Beatriz de Borgoña. La intervención de Fernando de Ostenburgo no es probada.

1471: Dos años después del asesinato de Roger de Arras, Van Huys pinta La partida de ajedrez. Se ignora si en esa época el pintor reside todavía en Ostenburgo.

1474: Muere Fernando Altenhoffen sin descendencia. Luis XI de Francia intenta imponer los viejos derechos de su dinastía sobre el ducado, lo que empeora las tensas relaciones franco-borgoñonas. El primo de la duquesa viuda, Carlos el Temerario, invade el ducado, derrotando a los franceses en la batalla de Looven. Borgoña se anexiona Ostenburgo.

1477: Carlos el Temerario muere en la batalla de Nancy. Maximiliano I de Austria se hace con la herencia borgoñona, que pasará a su nieto Carlos (futuro emperador Carlos V) y acabará perteneciendo a la monarquía española de los Habsburgo.

1481: Muere Pieter Van Huys en Gante, cuando trabaja en un tríptico sobre el descendimiento destinado a la catedral de San Bavon.

1485: Beatriz de Ostenburgo muere recluida en un convento de Lieja.

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