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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La tierra moribunda (23 page)

BOOK: La tierra moribunda
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—Una vez me siente en la silla —inquirió Guyal—, ¿qué harás tú?

—Simplemente cerrar este contacto, mover esta palanca, accionar este interruptor…, entonces tú te adormecerás. En treinta segundos, este bulbo brillará, señalando el éxito y la culminación del tratamiento. Entonces invertiré la manipulación, y saldrás de aquí como un ser de renovada cordura.

Guyal miró a Shierl.

—¿Has oído y comprendido?

—Sí, Guyal —con una voz apenas perceptible.

—Recuérdalo. —Luego, al Conservador—: Maravilloso. Pero, ¿cómo debo sentarme?

—Simplemente relájate en el asiento. Entonces yo echaré ligeramente la capucha del cabezal hacia delante, para escudar los ojos de toda distracción.

Guyal se inclinó hacia delante, miró al interior de la capucha.

—Temo no comprender.

El Conservador cojeó impacientemente hacia delante.

—Es una acción de lo más sencillo. Así. —Se sentó en la silla.

—¿Y cómo debe ser aplicada la capucha?

—De esta forma. —Kerlin tomó una manija, empujó el cabezal hacia su rostro.

—Rápido —dijo Guyal a Shierl. La muchacha saltó hacia el atril; Kerlin el Conservador hizo un movimiento para quitarse la capucha; Guyal sujetó su frágil cuerpo, manteniéndolo en su sitio. Shierl accionó los mandos; el Conservador se relajó, suspiró.

Shierl miró a Guyal, a sus oscuros ojos muy abiertos y líquidos como las grandes extensiones de agua del sur de Alrnery.

—¿Está… muerto?

—Espero que no.

Miraron inseguros a la relajada forma. Transcurrieron los segundos.

Desde lejos les llegó un ruido resonante…, un crujido, una dislocación, un aullido exultante, otros gritos menores de loco triunfo.

Guyal corrió frenético hacia la puerta. Cabrioleando, bamboleándose, deslizándose por la galería, avanzaba una multitud de fantasmas; a través de la abierta puerta tras ellos, Guyal pudo ver la gran cabeza. Estaba saliendo de su encaje, intentando meterse en la estancia. Aparecieron unas enormes orejas, parte de un cuello de toro, festoneado de carnosidades púrpuras. La pared crujió, se estremeció, se derrumbó… Apareció una gran mano, un antebrazo…

Shierl gritó. Guyal, pálido y tembloroso, cerró de golpe la puerta en las narices del primer fantasma. Éste empezó a deslizarse por la rendija de la jamba, lentamente, átomo a átomo.

Guyal saltó hacia el atril. El bulbo tenía un aspecto opaco, deslustrado. Las manos de Guyal se agitaron en los controles.

—Sólo Kerlin, consciente, controla la magia de la varilla —jadeó—. Eso está claro. —Miró al bulbo con agónica urgencia—. Brilla, bulbo, brilla…

El fantasma se infiltraba progresivamente a través de la puerta.

—Brilla, bulbo, brilla…

El bulbo resplandeció. Con un seco grito, Guyal accionó los mandos a la neutralidad, saltó hacia la silla, alzó de un golpe la capucha del cabezal.

Kerlin el Conservador, sentado en la silla, lo miró.

A sus espaldas el fantasma se estaba formando…, una cosa alta y blanca enfundada en un sudario blanco, y las oscuras órbitas de sus ojos miraban como inimaginables pozos.

Kerlin el Conservador permanecía sentado, mirando.

El fantasma se agitó bajo sus ropas. Una mano como una pata de pájaro emergió, sujetando un terrón de sucia materia. El fantasma arrojó la materia al suelo; estalló en una nube de polvo negro. Las motas de la nube crecieron, se convirtieron en una miríada de zumbantes insectos. Como de común acuerdo se dispersaron por todo el suelo, creciendo mientras se diseminaban, convirtiéndose en furtivas criaturas con cabezas de monos.

Kerlin el Conservador se levantó.

—Vara —dijo. Alzó la mano. Sostenía su vara. La vara escupió un grumo naranja…, polvo rojo. Se esparció ante la frenética horda, y cada mota se convirtió en un escorpión rojo. Así se inició una feroz batalla, y pequeños gritos, y chirriantes sonidos, ascendieron del suelo.

Las cosas con cabezas de monos fueron muertas, eliminadas. El fantasma suspiró, agitó su mano-garra de nuevo. Pero la vara escupió un rayo de pura luz, y el fantasma se disolvió en la nada.

—¡Kerlin! —exclamó Guyal—. El demonio está forzando su entrada a la galería.

Kerlin abrió de par en par la puerta, salió.

—Vara —ordenó Kerlin—, realiza tu acto definitivo.

—No, Kerlin —dijo el demonio—; conten tu magia. Te creía aturdido. Me retiro.

Con un tremendo estremecimiento, muy lentamente, retrocedió hasta que de nuevo tan sólo su rostro se mostró a través del agujero.

—Vara —dijo Kerlin—, monta tu guardia.

La varilla desapareció de su mano.

Kerlin se volvió y se enfrentó a Guyal y Shierl.

—Son necesarias muchas palabras, porque ahora me estoy muriendo. Me estoy muriendo, y el Museo deberá quedar solo. Así que hablemos rápido, rápido, rápido…

Kerlin se dirigió con débiles pasos hacia una puerta que se abrió por sí misma cuando se acercó a ella. Guyal y Shierl, especulando en las probables consecuencias del estado de ánimo de Kerlin, se detuvieron vacilantes tras él.

—Entrad, entrad —dijo Kerlin con seca impaciencia— Mis fuerzas me abandonan, me estoy muriendo. Vosotros habéis sido mi muerte.

Guyal avanzó lentamente, con Shierl a medio paso tras él. Se le ocurrió una respuesta a la acusación; pero las palabras no eran convincentes.

Kerlin los observó con una débil sonrisa.

—Abandonad vuestros recelos y apresuraos; los requisitos indispensables que deben efectuarse en el tiempo disponible son como intentar escribir los Tomos de Kaes con un mínimo de tinta. Me estoy desvaneciendo; mi pulso empieza a retroceder como una marea menguante, mi vista enflaquece…

Agitó una desesperanzada mano; luego, volviéndose, los condujo a la estancia interior, donde se dejó caer en una gran silla. Con frecuentes e inquietas miradas a la puerta, Guyal y Shierl se acomodaron en un bajo diván.

La voz de Kerlin era débil.

—¿Teméis a los fantasmas blancos? Bah, son mantenidos fuera de la galería por la vara, que contiene todos sus esfuerzos. Solamente cuando mi mente ya no funcione, o esté muerto, dejará de actuar la vara. Debéis saber —añadió con un poco más de vigor— que las energías y la dinámica de todo el proceso no se canalizan desde mi cerebro sino desde el potencial central del Museo, que es perpetuo; yo simplemente dirijo y controlo el mecanismo.

—Pero este demonio… ¿qué es? ¿Por qué viene a mirar a través de las paredes?

El rostro de Kerlin parecía una tensa máscara.

—Es Blikdak, divinidad gobernante del mundo demoníaco de Jeldred. Practicó este orificio con la intención de absorber el conocimiento del Museo dentro de su mente, pero yo se lo he impedido; así que permanece sentado en su agujero esperando hasta que yo muera. Entonces se atiborrará de erudición, con gran desventaja para los hombres.

—¿Por qué el demonio no puede ser exhortado fuera de aquí y cerrado el agujero?

Kerlin el Conservador agitó la cabeza.

—Los fuegos y furiosos poderes que controlo no son válidos en el aire del mundo de los demonios, donde sustancia y forma son de una entidad diferente. Como has podido ver, se ha traído su entorno con él, así que en aquel lugar está seguro. Cuando se aventura más adentro en el Museo, el poder de la Tierra disuelve las características de Jeldred; entonces puedo rociarle con fervor prismático del potencio… Pero ya basta de Blikdak por el momento; dime quién eres, por qué te has aventurado aquí, y cuáles son las noticias de Thorsingol.

Guyal dijo con voz entrecortada:

—Thorsingol ha pasado más allá del recuerdo. No hay nada ahí arriba excepto una árida tumba y la vieja ciudad de los sapónides. Yo soy del sur; he recorrido muchas leguas para poder hablar contigo y llenar mi mente de conocimiento. Esta muchacha Shierl pertenece a los sapónides, y es una víctima de la antigua costumbre que envía belleza al Museo en beneficio de los fantasmas de Blikdak.

—Ah —jadeó Kerlin—. ¿Tan a la deriva he ido? Recuerdo esas formas juveniles que Blikdak empleaba para aliviar el tedio de su vigilia… Revolotean en mi memoria como moscas junto a un cristal… Las puse a un lado creyendo que eran criaturas de su invención, formuladas por su propia imaginería…

Shierl se estremeció, asombrada.

—¿Pero por qué? ¿Qué utilidad tienen para él las criaturas humanas?

—Muchacha —dijo Kerlin hoscamente—, tú eres toda encanto e inocencia; las monstruosas urgencias del señor demonio Blikdak se hallan más allá de tu imaginación. Esos jóvenes, de ambos sexos, son sus juguetes, con los que practica diversas uniones, coitos, perversiones, sadismos, náuseas, rituales antiguos que finalmente los conducen a la muerte. Entonces envía un fantasma para pedir más juventud y belleza.

—Entonces era para eso para lo que yo… —susurró Shierl.

—No puedo comprenderlo —exclamó Guyal, desconcertado—. Tales actos, según entiendo, son una desviación característica de la humanidad. Son antropoides por la misma naturaleza del funcionamiento de sus glándulas y órganos. Puesto que Blikdak es un demonio…

—¡Estudialo! —señaló Kerlin—. Sus rasgos, su configuración. Es totalmente antropoide, y éste es su origen, junto con el de todos los demonios, fenómenos y criaturas aladas que infestan esta Tierra de los últimos días. Blikdak, como todos los demás, ha nacido de la mente del hombre. La condensación del sudor, el hedor y la maldad, los humores cloacales, los brutales deleites, las violaciones y sodomías, los deseos escatológicos, las múltiples lubricidades que han ido rezumando a lo largo de toda la humanidad han formado un enorme tumor; así Blikdak ha asumido su ser, así existe ahora. Has visto cómo moldea su ser, cómo realiza sus diversiones. Pero ya basta de Blikdak. ¡Me estoy muriendo, muriendo! —Se hundió en su asiento, respirando pesadamente.

Hubo un instante de silencio.

—¡Mírame! —exclamó de pronto—. Mis ojos flaquean y se desenfocan. Mi respiración es tan fatigosa como la de un pájaro, mis huesos son la médula de una vieja zarza. He vivido más allá de todo conocimiento; en mi locura no veía el paso del tiempo. Donde no hay conocimiento no hay consecuencias somáticas. Ahora recuerdo los años y los siglos, los milenios, las épocas… son como fugaces atisbos que pasan velozmente por mi lado. Así, curando mi locura, me habéis matado.

Shierl parpadeó, se echó hacia atrás.

—¿Pero y cuando mueras? ¿Qué ocurrirá entonces? Blikdak…

—¿No hay en el Museo del Hombre el conocimiento de los exorcismos necesarios para disolver este demonio? —preguntó Guyal—. Evidentemente es nuestro primer antagonista, el más inmediato.

—Blikdak debe ser erradicado —dijo Kerlin—. Entonces moriré en paz; entonces vosotros deberéis asumir el cuidado del museo. —Se humedeció los blancos labios—. Un antiguo principio especifica que, para destruir la sustancia, hay que determinar primero la naturaleza de esa sustancia. En pocas palabras, para que Blikdak pueda ser disuelto, debemos descubrir su naturaleza elemental. —Y sus ojos se volvieron, vidriosos, hacia Guyal.

—Tu afirmación es lógica más allá de toda discusión —admitió Guyal—, ¿pero cómo puede realizarse esto? Blikdak nunca permitirá ese tipo de investigación.

—No; tiene que utilizarse un subterfugio, alguna instrumentalización…

—¿Los fantasmas forman parte de la materia de Blikdak?

—Por supuesto.

—¿Pueden ser detenidos e inmovilizados los fantasmas?

—Naturalmente; en una caja de luz que puedo crear con el pensamiento. Sí, tenemos que conseguir un fantasma. —Kerlin alzó la cabeza—. ¡Vara! Un fantasma: ¡admite a un fantasma!

Transcurrió un momento; Kerlin alzó una mano. Hubo un leve rasguear en la puerta, y pudo oírse un apagado gemido fuera.

—Abre —dijo una voz, llena de sollozos y pena y estremecimientos—. Abre y deja que las jóvenes criaturas vayan a Blikdak. Se siente triste y aburrido en su vigilia; así que deja salir a esos dos para que alivien su intranquilidad.

Kerlin se puso trabajosamente en pie.

—Ya está hecho —dijo.

Del otro lado de la puerta les llegó el lamento de una voz:

—Estoy encerrado, ¡he sido atrapado en un desgarrante fulgor!

—Estoy pensando —dijo Guyal— que lo que disuelve a los fantasmas también tiene que disolver a Blikdak.

—Cierto —asintió Kerlin.

—¿Por qué no la luz? —inquirió Shierl—. La luz desgarra la materia de los fantasmas como un soplo de viento se lleva un jirón de niebla.

—Pero simplemente debido a su fragilidad; Blikdak es mucho más duro y sólido, y puede resistir la más fuerte radiación, seguro en su demoníaco nicho. —Y Kerlin meditó. Al cabo de un momento hizo un gesto hacia la puerta—. Vayamos al expandidor de imágenes; allí haremos estallar el fantasma hasta una dimensión macroide; de ese modo descubriremos sus bases. Guyal de Sfere, debes sostener mi fragilidad; mis miembros son tan débiles como la cera.

Avanzó tambaleándose, sostenido por el brazo de Guyal, y con Shierl inmediatamente detrás ganaron la galería. Allí estaba el fantasma, sollozando en su jaula de luz, buscando incansablemente una oscura abertura por la que deslizar su esencia.

Sin prestarle atención, Kerlin cojeó a través de la galería. Tras él siguió dócilmente la jaula de luz y, forzadamente, el fantasma.

—¡Abre la gran puerta! —exclamó Kerlin con voz ronca y crujiente—. ¡La gran puerta al Repositorio Cognoscitivo!

Shierl pasó delante y apoyó toda su fuerza contra la puerta; ésta se deslizó a un lado, y se hallaron ante una enorme estancia a oscuras, y la dorada luz de la galería se fundió en las tinieblas y se perdió.

—Llama a Lumen —dijo Kerlin.

—¡Lumen! —exclamó Guyal—. ¡Lumen, atiende!

La gran estancia se iluminó, y se reveló tan alta que las pilastras a lo largo de la pared parecían meras cuerdas, y tan larga y ancha que un hombre podía ser vencido por la fatiga solamente recorriendo una de sus dimensiones. Espaciadas en hileras equidistantes se hallaban las cajas negras con las protuberancias de cobre que Guyal y Shierl habían visto ya a su entrada. Y encima de cada una de ellas flotaban cinco cajas similares, exactamente fijadas, flotando sin ningún apoyo aparente.

—¿Qué es eso? —preguntó Guyal, maravillado.

—Ojalá mi pobre cerebro pudiera abarcar una centésima parte de lo que conocen estos bancos —jadeó Kerlin—. Son grandes cerebros atiborrados con todo lo que ha conocido, experimentado, conseguido o registrado el hombre. Aquí están todos los anhelos perdidos, los primeros y los últimos, las fabulosas imaginaciones, la historia de diez millones de ciudades, el inicio de los tiempos y el presunto final; la razón de la existencia humana y la razón de esa razón. Diariamente he trabajado en estos bancos; el resultado de mis esfuerzos ha ido una sinopsis del tipo más superficial: un panorama a través de un paisaje amplio y variado.

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