La tierra moribunda (3 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tierra moribunda
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Una mano alzó el amuleto del cuello de Turjan. Tras un momento de silencio, la voz de Pandelume sonó de nuevo, esta vez como desde una gran distancia.

—Puedes abrir los ojos.

Turjan lo hizo. Estaba en la sala de trabajo de Pandelume; entre muchas otras cosas, vio tanques como los suyos.

—No te daré las gracias —dijo Pandelume—. Pero a fin de mantener la adecuada simetría, devolveré servicio por servicio. No solamente guiaré tus manos mientras trabajas entre los tanques, sino que también te enseñaré otros asuntos de valor.

De esta forma pasó a ser Turjan aprendiz de Pandelume. Durante el día, y hasta muy tarde por las opalescentes noches de Embelyon, trabajó bajo la invisible tutela de Pandelume. Aprendió el secreto de la renovada juventud, muchos conjuros de los antiguos, y una extraña ciencia abstracta de Pandelume denominaba «matemáticas».

—En este instrumento —dijo Pandelume— reside el universo. Aunque pasivo en sí mismo y sin ninguna relación con la magia, elucida todos los problemas, cada fase de la existencia, todos los secretos del tiempo y del espacio. Tus conjuros y runas han sido edificados sobre este poder y codificados de acuerdo con un gran mosaico subyacente de la magia. El diseño de este mosaico es algo que no podemos conjeturar; nuestro conocimiento es didáctico, empírico, arbitrario. Phandaal tuvo un atisbo del esquema y así fue capaz de formular muchos de los conjuros que llevan su nombre. Durante eras me he dedicado a la tarea de intentar romper el cristal opaco, pero hasta el presente mis investigaciones han fracasado. Quien, descubra el esquema conocerá toda la magia y será un hombre poderoso más allá de toda comprensión.

Así, Turjan se aplicó al estudio y aprendió muchas de las más simples rutinas.

—Descubro en ello una maravillosa belleza —le dijo a Pandelume—. No es ciencia, es arte, cuando las ecuaciones desaparecen para dejar paso a los elementos como acordes separadores, y cuando ves que siempre prevalece una simetría o bien explícita o múltiple, pero siempre de una serenidad cristalina.

Pese a esos otros estudios, Turjan pasó la mayor parte de su tiempo en los tanques, y bajo la guía de Pandelume consiguió alcanzar la maestría que buscaba. Como recreación formó a una muchacha de diseño exótico, a la que llamó Floriel. El cabello de la muchachita que había encontrado con Kandive la noche del festival había quedado como una fijación en su mente, y dotó a su criatura de un pelo verde pálido. Tenía una piel de un color tostado cremoso y grandes ojos esmeralda. Turjan se sintió intoxicado de deleite cuando la sacó, mojada y perfecta, del tanque. Aprendió rápidamente, y muy pronto supo cómo hablar con Turjan. Se reveló de talante soñador y pensativo, preocupada por pocas cosas excepto vagabundear entre las flores de la pradera o permanecer sentada, silenciosa, junto al río; sin embargo, era una criatura agradable, y sus modales gentiles divertían a Turjan.

Pero un día T'sais, la del cabello negro, llegó cabalgando en su caballo, con ojos de acero, rebanando flores con su espada. La inocente Floriel paseaba por allí, y T'sais, exclamando: «¡Una mujer de ojos verdes… Tu aspecto me horroriza, y eso es la muerte para ti!», cercenó su cabeza como lo había hecho con las flores a su paso.

Turjan, al oír los cascos, salió de la sala de trabajo a tiempo para presenciar la acción de la espada. Palideció de rabia, y un conjuro de retorciente tortura ascendió hasta sus labios. Entonces T'sais le miró y le maldijo, y en el pálido rostro y los oscuros ojos vio su miseria y el espíritu que había ocasionado que la mujer desafiase su destino y se aferrase a su vida. Muchas emociones lucharon en él, pero finalmente permitió que T'sais se marchara. Enterró a Floriel junto a la orilla del río e intentó olvidarla sumiéndose en un profundo estudio.

Unos días más tarde alzó la cabeza de su trabajo.

—¡Pandelume! ¿Estás cerca?

—¿Qué quieres, Turjan?

—Mencionaste que cuando hiciste a T'sais, un fallo retorció su cerebro. Ahora quiero crear a una como ella, de la misma intensidad, pero sana de mente y espíritu.

—Como quieras —respondió Pandelume indiferente, y le proporcionó a Turjan el esquema.

Así pues Turjan construyó una hermana a T'sais, y día tras día observó el mismo esbelto cuerpo, los mismos orgullosos rasgos, ir tomando forma.

Cuando llegó el momento y ella se sentó en su tanque, con los ojos brillando de alegre vida, Turjan contuvo el aliento, ansioso de ayudarla a salir.

Pronto la tuvo de pie ante él, empapada y desnuda, una hermana gemela de T'sais, pero allá donde el rostro de T'sais estaba contraído por la rabia, aquí solamente mostraba paz y alegría; donde los ojos de T'sais destellaban con furia, aquí brillaban las estrellas de la imaginación.

Turjan se maravilló ante la perfección de lo que había creado.

—Tu nombre será T'sain —dijo—, y sé que vas a formar parte de mi vida.

Abandonó todo lo demás para enseñar a T'sain, y ella aprendió con una maravillosa rapidez.

—Ahora regresaremos a la Tierra —le dijo Turjan—, a mi casa junto al gran río, en la verde región de Ascolais.

—El cielo de la Tierra, ¿también está lleno de colores? —preguntó ella.

—No —respondió él—. El cielo de la Tierra es de un insondable azul oscuro, y un sol rojo antiguo lo cruza. Cuando llega la noche aparecen las estrellas, formando dibujos que ya te enseñaré. Embelyon es hermoso, pero la Tierra es enorme, y los horizontes se extienden en el misterio hasta muy lejos. Tan pronto como Pandelume quiera, regresaremos a la Tierra.

A T'sain le encantaba nadar en el río, y a veces Turjan se reunía con ella a remojarse un poco y a echar piedrecitas al agua mientras soñaba. La había prevenido contra T'sais, y ella había prometido ser prudente.

Pero un día, mientras Turjan se dedicaba a los preparativos para la partida, ella se fue a pasear muy lejos por las praderas, atenta solamente a los colores del cielo, la majestad de los altos árboles de imprecisas copas, las cambiantes flores a sus pies; contemplaba el mundo con una maravilla propia de aquellos recién salidos de los tanques. Vagabundeó por entre las bajas colinas y cruzó un oscuro bosque, donde encontró un fresco riachuelo. Bebió y paseó por su orilla, y finalmente llegó a una pequeña casita.

La puerta estaba abierta, de modo que T'sain miró para ver quién podía vivir allí. Pero la casa estaba vacía, y los únicos muebles eran un limpio y cuidado camastro de paja, una mesa con un cesto de nueces, una estantería con unos pocos artículos de madera y peltre.

T'sain se volvió para marcharse, pero en aquel momento oyó el ominoso golpetear de unos cascos, acercándose como el destino. El caballo negro se detuvo ante ella. T'sain retrocedió en el umbral, mientras todas las advertencias de Turjan regresaban a su mente. Pero T'sais había desmontado y avanzaba, con la espada pronta. Cuando ya la alzaba para golpear, sus ojos se cruzaron, y T'sais se detuvo, estupefacta.

Era una visión capaz de excitar el cerebro: dos hermosas gemelas llevando los mismos pantalones blancos de cintura alta, con los mismos intensos ojos y pelo descuidado, los mismos cuerpos pálidos y flexibles, el rostro de una exhibiendo odio hacia cualquier átomo del universo, el de la otra una alegre exuberancia. T'sais consiguió hablar.

—¿Cómo es eso, bruja? Te pareces a mí, pero no eres yo. ¿O tal vez la locura me ha concedido al fin su don para filtrar mi visión del mundo? T'sain agitó la cabeza.

—Soy T'sain. Tú eres mi gemela, T'sais, mi hermana. Por esto debo amarte y tú debes amarme a mí.

—¿Amar? ¡Yo no amo a nada! Te mataré y así haré el mundo un poco mejor desembarazándolo de otro mal. —Alzó de nuevo su espada.

—¡No! —gritó T'sain, angustiada—. ¿Por qué quieres hacerme daño? ¡Yo no he hecho ningún mal!

—Tu mal es simplemente existir, y me ofendes viniendo a burlarte de mi propio horrible molde. T'sain se echó a reír.

—¿Horrible? No. Yo soy hermosa, porque Turjan así lo dice. En consecuencia, tú también eres hermosa. El rostro de T'sais era como el mármol.

—Te estás burlando de mí.

—Nunca. Eres muy hermosa, de veras. T'sais dejó caer la punta de su espada contra el suelo. Su rostro se relajó pensativamente.

—¡Hermosa! ¿Qué es la hermosura? ¿Es posible que yo sea ciega, que exista un campo que distorsione mi visión? Dime, ¿cómo ve una la belleza?

—No lo sé —dijo T'sain—. Para mí me resulta muy fácil. ¿Acaso no es hermoso el juego de los colores en el cielo?

T'sais alzó sorprendida la vista.

—¿Esos duros resplandores? Son rabiosos o temibles, y en cualquier caso detestables.

—Mira lo delicadas que son las flores, frágiles y encantadoras.

—Son parásitos, huelen horriblemente. T'sain se mostró desconcertada.

—No sé cómo explicar la belleza. Parece como si tú no hallaras alegría en nada. ¿No existe realmente nada que te dé satisfacción?

—Solamente la muerte y la destrucción. Así que esto tiene que ser hermoso. T'sain frunció el ceño.

—Yo los calificaría más bien de conceptos malignos.

—¿Lo crees realmente así?

—Estoy segura de ello. T'sais meditó.

—¿Cómo puedo saber como actuar? Siempre he estado segura, ¡y ahora tú me dices que obro malignamente! T'sain se alzó de hombros.

—He vivido poco, y no soy sabia. Sin embargo, sé que todo el mundo tiene derecho a la vida. Turjan podría explicártelo más fácilmente.

—¿Quién es Turjan? —inquirió T'sais.

—Es un hombre muy bueno —respondió T'sain—, y lo quiero mucho. Pronto iremos a la Tierra, donde el cielo es enorme y profundo y de un color azul intenso.

—La Tierra… Si yo fuera a la Tierra, ¿podría encontrar también la belleza y el amor?

—Es posible, porque posees un cerebro que puede comprender la belleza, y una belleza propia con la que atraer el amor.

—Entonces no mataré más, independientemente de las perversidades que vea. Le pediré a Pandelume que me envíe a la Tierra.

T'sain avanzó un paso, rodeó con sus brazos a T'sais y la besó.

—Eres mi hermana y te amo.

El rostro de T'sais se heló. Rasga, clava, muerde, decía su cerebro, pero algo más profundo brotaba a través del flujo de su sangre, desde cada célula de su cuerpo, para inundarla en una repentina oleada de placer. Sonrió.

—Entonces…, yo también te quiero, hermana. No mataré más, y encontraré y descubriré la belleza en la Tierra o moriré.

T'sais montó en su caballo y partió hacia la Tierra, en busca de amor y belleza.

T'sain permaneció inmóvil en el umbral, observando a su hermana cabalgar entre los colores y desaparecer. Le llegó un grito a sus espaldas, y Turjan apareció.

—¡T'sain! ¿Te ha hecho algún daño esa loca bruja?

—No esperó una respuesta—. ¡Ya basta! La mataré con un conjuro, a fin de que no pueda producir más dolor.

Se volvió para pronunciar un terrible conjuro de fuego, pero T'sain apoyó una mano en su boca.

—No, Turjan; no debes hacerlo. Ha prometido no matar más. Va a la Tierra en busca de lo que puede que no encuentre en Embelyon.

De modo que Turjan y T'sain contemplaron a T'sais desaparecer al otro lado de la pradera multicolor.

—Turjan —dijo T'sain.

—¿Cuál es tu deseo?

—Cuando vayamos a la Tierra, ¿me conseguirás un caballo negro como el de T'sais?

—Por supuesto —dijo Turjan, riendo, mientras emprendían el camino de regreso a la casa de Pandelume.

2
Mazirian el mago

Profundamente sumido en sus meditaciones, Mazirian el Mago caminaba por su jardín. Árboles cargados de embriagadores frutos colgaban sobre su camino, y las flores se inclinaban obsequiosamente a su paso. A un par de centímetros por encima del suelo, mates como ágatas, los ojos de las mandrágoras seguían el rastro de sus pies calzados de negro. Así era el jardín de Mazirian…, tres terrazas repletas con extraña y maravillosa vegetación. Algunas plantas se abrían con cambiantes iridiscencias; otras mostraban florescencias pulsantes como anémonas de mar, púrpura, verde, lila, rosa, amarillo. Aquí crecían árboles como plumosos parasoles, allí árboles con troncos transparentes estriados con venas rojas y amarillas, árboles con follaje como hojas de metal, cada hoja de un metal distinto…, cobre, plata, tantalio azul, bronce, verde iridio. Aquí florescencias como burbujas brotaban delicadamente de glaseadas hojas verdes hacia el cielo, allí un matorral esgrimía un millar de flores de forma aflautada cada una de las cuales silbaba suavemente creando música de la antigua Tierra, de la luz del sol rojo rubí, del agua empapando la negra tierra, de los lánguidos vientos. Y más allá del seto de roqual los árboles del bosque formaban una alta pared de misterio. En aquella hora evanescente de la vida de la Tierra, ningún hombre podía considerarse un familiar de las hoyas, los barrancos, las cañadas y los valles, los umbríos claros, los pabellones en ruinas, los jardines bañados por el sol, las hondonadas y los altos, los diversos riachuelos, arroyos, estanques, praderas, bosquecillos, malezas y salientes rocosos.

Mazirian recorría su jardín con el ceño pensativamente fruncido. Su paso era lento y sus manos estaban cruzadas a su espalda. Alguien había traído hasta él el desconcierto, la duda y un gran deseo: una deliciosa criatura femenina que vivía en los bosques. Había llegado a su jardín medio riendo y siempre cautelosa, cabalgando un caballo negro con ojos como cristales dorados. Muchas veces había intentado Mazirian atraparla; siempre su caballo la había llevado lejos de sus diversas añagazas, amenazas y subterfugios.

Un grito agónico sacudió el jardín. Mazirian, apresurando el paso, halló a un topo masticando el tallo de una planta-animal híbrida. Mató al merodeador, y los gritos disminuyeron a un suave jadeo. Mazirian acarició una velluda hoja, y la roja boca siseó placenteramente.

Luego: «K-k-k-k-k-k-k», dijo la planta. Mazirian se inclinó y llevó el roedor a la roja boca. La boca chupó, el pequeño cuerpo se deslizó hacia el estómago-vejiga subterráneo. La planta gorgoteó, eructó, y Mazirian la miró

con satisfacción.

El sol estaba bajo en el cielo, tan impreciso y rojo que podían verse las estrellas. Y entonces Mazirian sintió una presencia que le estaba observando. Podía tratarse de la mujer del bosque, porque así había sido las otras veces. Se detuvo a medio paso, buscando la dirección de la mirada.

Gritó un conjuro de inmovilización. Tras él, la planta-animal quedó rígida, y una enorme polilla verde cayó arrastrada por el aire al suelo. Giró en redondo. Allí estaba, en el límite del bosque, más cerca de lo que nunca hasta entonces se había aproximado. No se movió mientras él avanzaba. Los viejos-jóvenes ojos de Mazirian brillaron. La llevaría a su casa y la mantendría en una prisión de cristal verde. Probaría su cerebro con fuego, con frío, con dolor y con alegría. Ella le serviría vino y haría los dieciocho movimientos de la tentación junto a la amarilla luz de la lámpara. Quizá estuviera espiándole; si era así, el Mago debía descubrirlo inmediatamente, porque no podía llamar amigo a ningún hombre y siempre tenía que estar guardando su jardín.

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