La torre de la golondrina (31 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La torre de la golondrina
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Corrieron a toda velocidad sin mirar a su alrededor, pegados a los cuellos de los caballos. El mejor caballo le tocó a Angouléme, un pequeño pero fogoso alazán bandoleril. El caballo de Geralt, un bayo con arreos nilfgaardianos, ya había comenzado a roncar y a resollar, tenía problemas para mantener la cabeza alta. El caballo de Cahir, también militar, era más fuerte y resistente, pero a cambio el jinete tenía problemas, se columpiaba en la silla, apretaba maquinalmente los muslos y arrojaba un fuerte flujo de sangre sobre las crines y el cuello de su montura.

Pero el galope continuaba.

Angouléme, que se había situado en cabeza, les estaba esperando en una curva, en un lugar en el que el camino se dirigía hacia abajo, retorciéndose entre las rocas.

—Los perseguidores... —jadeó, limpiándose la porquería del rostro—. Nos van a perseguir, no nos lo perdonarán... Los mineros vieron por dónde nos fuimos. No debiéramos quedarnos en el camino... Tenemos que entrar en el bosque, en los despoblados... Perderlos...

—No —protestó el brujo, mientras escuchaba con preocupación los sonidos que escapaban de los pulmones del caballo—. Tenemos que ir por el camino. Por la ruta más fácil y corta hasta Sansretour...

—¿Por qué?

—No hay ahora tiempo para hablar. ¡En marcha! Sacad de los caballos lo que se pueda...

Cabalgaron. El bayo del brujo resollaba.

El bayo no estaba en condiciones de seguir. Apenas podía caminar sobre unas patas rígidas como estacas, se iba mucho para los lados, exhalaba aire con un relincho ronco. Por fin cayó de lado, pateó entumecido, miró a su jinete y en sus martirizados ojos había un reproche.

El caballo de Cahir estaba en mejor estado, pero a cambio su jinete estaba peor. Cayó simplemente de la silla, se alzó, pero sólo a cuatro patas, vomitó violentamente aunque no tenía mucho que vomitar.

Cuando Geralt y Angouléme intentaron tocar su cabeza ensangrentada, gritó.

—Maldita sea —dijo la muchacha—. Vaya un corte de pelo que me le han hecho.

La piel sobre la frente y la sien del joven nilfgaardiano, junto con los cabellos, estaba separada en una longitud bastante significativa del hueso del cráneo. Si no hubiera sido porque la sangre ya había coagulado, la lonja desprendida habría caído hasta la oreja. Tenía un aspecto macabro.

—¿Cómo pasó?

—Le lanzaron un hacha derechito a la testa. Para que fuera más gracioso, no fueron ni los negros ni los de Ruiseñor, sino uno de los picadores de la mina.

—Ahora no importa quién la lanzara. —El brujo vendó la cabeza de Cahir con un pedazo de la manga de la camisa—. Lo importante y afortunado es que el hachero era bien malo, sólo le escalpó, y podía haberle destrozado el cráneo. Pero el hueso del cráneo también sufrió bastante. Y hasta el cerebro lo ha sentido. No se mantendrá en la silla, ni siquiera si el caballo consiguiera soportar su peso.

—¿Y qué habremos de hacer entonces? Tu caballo la palmó, el suyo casi, y el mío hasta gotea de sudor... Y nos persiguen. No podemos quedarnos aquí...

—Tenemos que quedarnos. Él y yo. Y el caballo de Cahir. Tú sigue adelante. Deprisa. Tu caballo es fuerte, aguantará el galope. E incluso si tuvieras que derrengarlo... Angouléme, en algún lugar del valle de Sansretour nos están esperando Regís, Milva y Jaskier. No saben nada y pueden caer en las garras de Schirrú. Tienes que encontrarles y avisarles y luego los cuatro tenéis que ir lo más deprisa que os lleven los caballos hasta Toussaint. Allí no os perseguirán. Espero.

—¿Y tú y Cahir? —Angouléme se mordió los labios—. ¿Qué será de vosotros? Ruiseñor no es tonto, cuando vea un caballo medio reventao buscará cada escondrijo de los alrededores. ¡Y tú con Cahir no irás lejos!

—Schirrú, que es el que nos persigue, irá detrás de ti.

—¿Piensas?

—Estoy seguro. Cabalga.

—¿Qué dirá la abuelilla cuando aparezca sin vosotros?

—Se lo explicarás. No a Milva, sino a Regis. Regís sabrá lo que hay que hacer. Y nosotros... Cuando la cabellera de Cahir se pegue un poco más fuerte al cráneo, iremos a Toussaint. Allí os encontraremos de alguna manera. Venga, no pierdas tiempo, muchacha. Al caballo y en marcha. No dejes que se acerquen los que te persiguen. No permitas que te tengan a ojo.

—¡No enseñes a tu padre cómo se hacen los hijos! ¡Cuidaos! ¡Hasta la vista!

—Hasta la vista, Angouléme.

No se alejó demasiado del camino. No pudo negarse a echarles un vistazo a los perseguidores. Y en realidad no temía que aquéllos hicieran algo: sabía que no perderían tiempo, que irían detrás de Angouléme.

No se equivocó.

Los jinetes, que aparecieron por el paso poco menos de cuarto de hora después, se detuvieron, es verdad, al ver al caballo tendido, gritaron un poco, discutieron, patearon los matojos que había al lado de la ruta, pero casi de inmediato renovaron la persecución por el camino, indudablemente consideraron que de los tres fugitivos dos iban ahora en un solo caballo y se les iba a poder atrapar pronto si no se perdía tiempo. Geralt vio que algunos de los caballos de los perseguidores tampoco estaban en un estado especialmente bueno.

Entre los perseguidores no había demasiadas capas negras de la caballería ligera nilfgaardiana, dominaban los multicolores bandoleros de Ruiseñor. Geralt no pudo distinguir si el propio Ruiseñor tomaba parte en la persecución o si se había quedado curando la cara desfigurada.

Cuando el tableteo de los perseguidores se fue debilitando, Geralt se levantó de su escondrijo entre las cañas, alzó y sujetó a Cahir, que jadeaba y gemía.

—El caballo está demasiado débil para llevarte. ¿Vas a poder andar?

El nilfgaardiano emitió un sonido que podría haber sido tanto una afirmación como una negación. U otra cosa. Pero colocó los pies, y precisamente de esto se trataba.

Entraron en el barranco hacia la corriente. Cahir superó los últimos pies de las resbaladizas rocas en un deslizarse no del todo voluntario. Se arrastró hasta el arroyo, bebió, se echó abundante agua helada sobre el vendaje de la cabeza. El brujo no le apresuró, él mismo respiró intensamente, recolectando fuerzas.

Anduvo corriente arriba, sujetando a Cahir y, al mismo tiempo, tirando del caballo, chapoteando en el agua, tropezándose con los cantos rodados y los troncos desmochados. Cahir, al cabo de un tiempo, se negó a colaborar, no ponía ya los pies en forma adecuada, dejó de moverlos en absoluto; el brujo, simplemente, lo arrastró. No se podía seguir avanzando así, sobre todo porque el cauce del arroyo estaba obstaculizado por quebrados y por saltos de agua. Geralt jadeó, se echó al herido a la espalda. El ir tirando del caballo tampoco se lo hacía más fácil. Cuando por fin salieron del barranco, el brujo simplemente se derrumbó sobre la pendiente mojada y yació allí, jadeando, completamente exhausto, junto a Cahir, que no paraba de quejarse. Yació allí largo rato. Otra vez le comenzó a pulsar la rodilla con un dolor rabioso.

Por fin Cahir dio señales de vida, y poco después —sorpresa— se incorporó, maldiciendo y agarrándose la cabeza. Se pusieron en marcha. Cahir anduvo bien al principio. Luego redujo el paso. Luego cayó.

Geralt se lo echó a la espalda y se arrastró, gimiendo, resbalándose en las piedras. La rodilla le ardía de dolor, avispas negras y ardientes le cruzaban por los ojos.

—Hace sólo un mes... —gimió a su espalda Cahir—... quién hubiera pensado que me ibas a cargar a los lomos...

—Calla, nilfgaardiano... Cuando hablas, te haces más pesado...

Cuando por fin llegaron a las rocas y a las paredes de roca, ya era casi de noche. El brujo ni siquiera buscó una cueva, ni la encontró. Cayó sin fuerzas junto al primer agujero que hallaron.

En el yacente de la cueva se amontonaban cráneos humanos, costillas, pelvis y otros huesos. Pero, lo que era más importante, también había allí ramas secas.

Cahir tenía fiebre, tiritaba, se agitaba en sueños. Había soportado valiente y conscientemente el que le cosiera la lonja de piel al cráneo con ayuda de hilo y una aguja torcida. La crisis llegó después, por la noche. Geralt encendió un fuego en la cueva, menospreciando las medidas de seguridad. En el exterior estallaba la lluvia y bramaba el viento, así que era poco probable que alguien anduviera por los alrededores y descubriera el brillo del fuego. Y Cahir necesitaba calentarse.

La fiebre le duró toda la noche. Tembló, gimió, deliró. Geralt no se durmió, se dedicó a mantener el fuego. Y la rodilla le dolía espantosamente.

Siendo un muchacho joven y fuerte, Cahir volvió en sí por la mañana temprano. Estaba pálido y sudoroso, se percibía cómo latía en él la fiebre. El castañeteo de dientes complicaba un poco la articulación. Pero se entendía lo que hablaba. Y hablaba conscientemente. Se quejaba de dolor de cabeza, algo bastante normal para alguien a quien un hacha le había arrancado del cráneo la piel junto con el cabello.

Geralt repartió el tiempo entre unas siestecillas agitadas y el capturar el agua de lluvia que resbalaba por las rocas con un recipiente hecho de corteza de abedul. Tanto a él como a Cahir los devoraba la sed.

—¿Geralt?

—Dime.

Cahir estaba arreglando la lumbre con ayuda de un hueso del muslo que había encontrado.

—En la mina, cuando estuvimos luchando... Me asusté, ¿sabes?

—Lo sé.

—Por un instante parecía que habías caído en una locura asesina. Que ya nada contaba para ti... excepto el matar...

—Lo sé.

—Tenía miedo —terminó sereno— de que en tu estado de amok degollaras a ese Schirrú. Y de un muerto no podríamos sacar información.

Geralt carraspeó. El joven nilfgaardiano le gustaba cada vez más. No sólo era valiente, sino también inteligente.

—Hiciste bien en mandar a Angouléme que se fuera —siguió Cahir, con sólo un leve castañeteo de dientes—. Esto no es para muchachas... Ni siquiera para tales como ella. Nosotros solos lo solucionaremos, nosotros dos. Iremos detrás de los perseguidores. Pero no para matarlos en una locura de berserk. Lo que entonces dijiste acerca de la venganza... Geralt, incluso en la venganza tiene que haber algún método. Atraparemos a ese medioelfo... Lo obligaremos a que diga dónde está Ciri...

—Ciri está muerta.

—No es verdad. No creo en esa muerte... Y tú tampoco crees. Reconócelo.

—No quiero creer.

En el exterior silbaba el viento, murmuraba la lluvia. En la cueva se estaba confortable.

—¿Geralt?

—Dime.

—Ciri está viva. Tuve otro sueño... Cierto, algo sucedió en el equinoccio, algo fatal... Sí, sin duda, yo también lo sentí y lo vi... Pero ella está viva... Vive, con toda seguridad. Démonos prisa... Pero no para ir a la venganza y la muerte. Sino para a ir a ella.

—Sí. Sí, Cahir. Tienes razón.

—¿Y tú? ¿Ya no tienes sueños?

—Los tengo —dijo con énfasis—. Pero pocos, desde que cruzamos el Yaruga. Y nunca los recuerdo cuando me despierto. Algo se ha acabado dentro de mí, Cahir. Algo se ha quemado. Algo se ha cortado...

—No importa, Geralt. Yo voy a soñar por los dos.

Se pusieron en marcha al alba. Había dejado de llover, parecía incluso que el sol intentaba encontrar algún agujero por entre la grisura que cubría el cielo.

Cabalgaban despacio, ambos en un solo caballo con arreos militares nilfgaardianos.

El caballo chapoteaba en las riberas, iba al paso por la orilla del Sansretour, un riachuelo que discurría hacia Toussaint. Geralt conocía el camino. Ya había estado alguna vez allí. Hacía muchísimo tiempo, mucho había cambiado desde entonces. Pero no se había cambiado el valle ni el riachuelo Sansretour, el cual, según avanzaban, se iba convirtiendo cada vez más en el río Sansretour. No habían cambiado los Montes de Amell ni el obelisco de la Gorgona, la Montaña del Diablo, que los dominaba.

Algunas cosas tenían esa propiedad, simplemente no cambiaban.

—Un soldado no cuestiona las órdenes —dijo Cahir, masajeándose el vendaje en la cabeza—. No las analiza, no reflexiona sobre ellas, no espera que le expliquen su significado. Esto es lo primero que en mi país se le enseña a un soldado. Así que puedes imaginarte que ni siquiera por un segundo reflexioné sobre la orden que me habían impartido. La pregunta de por qué precisamente yo tenía que capturar a aquella infanta o princesa cintriana ni siquiera se me pasó por la cabeza. Una orden es una orden. Estaba enfadado, es cierto, porque quería obtener gloria luchando con la caballería, con el ejército regular... Pero el trabajo para el servicio secreto se considera en nuestra tierra un honor. Si solamente se hubiera tratado de una tarea más difícil, de un prisionero importante... Pero, ¿una muchacha?

Geralt echó al fuego las raspas de la trucha. Antes de que cayera la noche habían pescado en un arroyuelo que caía en el Sansretour suficientes peces como para hartarse. Las truchas estaban en la época de desove y se dejaban atrapar con facilidad.

Escuchaba la narración de Cahir, y la curiosidad luchaba en él con un sentimiento de profunda tristeza.

—Al fin y al cabo se trató del azar —dijo Cahir, mirando la lumbre—. El más puro azar. Teníamos, por lo que me enteré más tarde, un espía en la corte de Cintra, el camarero mayor. Cuando conquistamos la ciudad y nos preparábamos para rodear el castillo, el espía se escapó y nos hizo saber que se estaba intentando sacar a la princesa de la ciudad. Se formaron varios grupos como el mío. Por una casualidad, fue con el mío con el que se tropezaron los que transportaban a Ciri.

«Comenzó una persecución por las calles, en barrios que ya estaban ardiendo. Aquello era el mismo infierno. Nada, excepto el rugido de las llamas, paredes de fuego. Los caballos no querían avanzar y las personas, para qué hablar más, tampoco tenían muchas ganas de azuzarlos. Mis subordinados, eran cuatro, comenzaron a agitarse, a gritar que me había vuelto loco, que los conducía a la perdición... Apenas conseguí recuperar el control...

»Los perseguimos a través de aquella sartén de fuego y los alcanzamos. De pronto los tuvimos ante nosotros, cinco cintrianos a caballo. Y comenzó la escabechina antes de que tuviera tiempo de gritar que tuvieran cuidado con la muchacha. La cual, al fin y al cabo, se halló en el suelo al momento, puesto que el que la llevaba en el arzón fue el primero en caer. Uno de los míos la alzó y la subió al caballo, pero no fue muy lejos, alguno de los cintrianos le pinchó en la espalda y lo atravesó. Vi cómo la hoja pasó a una pulgada de la cabeza de Ciri, quien volvió a caer al barro. Estaba medio inconsciente a causa del miedo, vi cómo se apretaba junto al muerto, cómo intentaba arrastrarse por encima de él... Como un gatillo por encima de una gata muerta...

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