—...un cadáver viviente...
Raistlin se sentía orgulloso. Su hechizo había funcionado. Pensó en mantener la ilusión óptica, pero acabaría agotado si tenía que alimentar el hechizo durante todo el día. Sencillamente no se quitaría la capucha.
Raistlin se unió a un numeroso grupo de clérigos que se agolpaba alrededor de la entrada. Preguntó a uno de ellos cómo podía encontrar la sala del consejo.
—Vengo del este. Ésta es la primera vez que visito el templo de Su Oscura Majestad —dijo como por explicación Raistlin—. No conozco el camino.
La peregrina oscura se sintió halagada por haber sido escogida por un clérigo de rango tan alto y se ofreció a acompañar personalmente al Espiritual. Mientras lo guiaba por los enrevesados pasillos que llevaban al salón del consejo, le fue contando los pasos planeados para el consejo de guerra, o el Gran Consejo, como Ariakas lo llamaba.
—La reunión de los Señores de los Dragones comenzará con la puesta del sol. Una hora más tarde —la voz de la peregrina se ahuecó por la admiración—, nuestra Reina Oscura, Takhisis, se unirá a los Señores de los Dragones para anunciar la victoria en la guerra.
«Un poquito prematuro», pensó Raistlin.
—¿Qué sucede durante el Gran Consejo? —preguntó a la peregrina.
—Primero ocuparán su lugar las tropas del emperador, a los pies de su trono. Después entrarán las tropas de los Señores de los Dragones y, por último, los Señores de los Dragones en persona. El último en aparecer será el emperador. Cuando todos estén reunidos, los Señores de los Dragones jurarán lealtad al emperador y a Su Oscura Majestad. Los Señores de los Dragones presentarán al emperador sus ofrendas para la diosa, como prueba de su devoción.
»
Hemos oído —añadió la peregrina oscura en un tono confidencial— que una de las ofrendas será la elfa conocida como Áureo General. La sacrificarán en honor a Takhisis durante los rituales de la Vigilia Oscura. Espero que podáis asistir, Espiritual. Nos honraría mucho vuestra presencia.
Raistlin repuso que estaría encantado.
»
Esta es la sala del consejo —anunció la peregrina, llevándolo hasta la puerta principal—. No se nos permite entrar, pero podéis echar un vistazo desde fuera. ¡Es impresionante!
Como todas las salas del templo, el salón circular del consejo existía entre el plano etéreo y el mundo real, y estaba diseñado para inquietar a aquel que lo mirara. Todo era como parecía ser y nada era lo que parecía. El suelo de granito negro se movía bajo los pies. Las paredes eran del mismo granito negro y daban la sensación de que se elevaban como una ola, a punto de tragarse el mundo.
Raistlin levantó la vista hacia el cielo abovedado y se quedó atónito al ver varios dragones sobre los aleros. Estaba mirando a los dragones y preguntándose cómo influirían en sus planes, cuando de repente tuvo la impresión de que el cielo se desplomaba sobre él. Sin querer, se encogió y oyó que la peregrina oscura dejaba escapar una risita seca. Raistlin clavó la mirada en el techo hasta que dejó de sentir el vacío en la boca del estómago que uno suele sentir cuando cae desde cierta altura.
—En esas cuatro plataformas están los tronos sagrados de los Señores de los Dragones —explicó su guía, señalando las tribunas—. La blanca es para lord Toede, la verde para Salah-Kahn, la negra para Lucien de Takar y la azul para la Dama Azul, Kitiara uth Matar.
—Las plataformas son bastante ridículas —comentó Raistlin.
La guía se puso tiesa, ofendida.
—Resultan imponentes.
—Ruego que me perdones —dijo Raistlin—. Lo que quería decir es que las plataformas no son lo suficientemente grandes para albergar a los Señores de los Dragones y a todos sus guardias. ¿No tenéis miedo de los asesinos?
—Ah, ya entiendo lo que queréis decir —repuso la guía con sequedad—. Sólo se permite acceder a las plataformas a los Señores de los Dragones. Los guardias se quedan en la escalera que lleva a la tribuna y rodean la plataforma. Es imposible que llegue hasta allí ningún asesino.
—Supongo que el trono grande y decorado con todas esas piedras preciosas en la parte de delante del salón es el del emperador, ¿verdad?
—Sí, ahí es donde se sentará Su Majestad Imperial. ¿Y veis el balcón oscuro sobre el trono?
A Raistlin le resultaba difícil mirar a ningún otro sitio. Sus ojos siempre acababan atraídos hacia esa zona en sombra, y ya sabía a qué estaba dedicado el balcón antes de que su guía se lo dijera.
—Ése es el lugar por el que nuestra reina hará su entrada triunfal en el mundo. Sois afortunado, Espiritual. Estaréis allí con ella.
—¿Estaré allí? —preguntó Raistlin, sorprendido.
—El emperador tiene su trono por debajo. Nuestro Señor de la Noche se quedará cerca de Su Oscura Majestad y los dignatarios como vos, Espiritual, estaréis de pie a su lado.
La peregrina suspiró con envidia.
»
Sois muy afortunados de estar tan cerca de Su oscura Majestad.
—Ciertamente —contestó Raistlin.
Había planeado con su hermana que se uniría a ella en su plataforma. Desde allí podría utilizar su magia. Aquel plan no carecía de riesgos. Quedaría a la vista de todos los asistentes al consejo, incluido Ariakas. Y aunque Raistlin iba vestido como un clérigo, en cuando empezara a conjurar su hechizo, todos sabrían que era un hechicero. Cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de que le iría mucho mejor la plataforma del Señor de la Noche.
«Estaré situado sobre Ariakas —pensó—. El emperador estará de espaldas a mí. Es verdad que tendré cerca a Takhisis, pero no me estará prestando ninguna atención. Todo su ser estará concentrado en sus Señores de los Dragones.»
—Deberíamos irnos —dijo la guía—. Es casi la hora de los rituales del mediodía. Podéis acompañarme.
—No querría ser una carga —contestó Raistlin, que llevaba rato preguntándose cómo podría librarse de la mujer, para poder ir a explorar por su cuenta—. Ya encontraré yo solo el camino.
—La asistencia es obligatoria —repuso la guía fríamente.
Raistlin maldijo para sí, pero no había nada que pudiera hacer. Su guía lo alejó del salón a través del laberinto del templo. Pronto se confundieron con una muchedumbre de clérigos oscuros y soldados que querían entrar en el salón del consejo. Los centenares de cuerpos desprendían un calor asfixiante. Raistlin sudaba debajo de la túnica de terciopelo. Sentía las palmas de las manos húmedas por debajo de los guantes negros y lo acosaba un picor insoportable. Era una sensación muy molesta, estaba deseando quitarse los guantes, pero no se atrevió. Su piel dorada habría provocado un sinfín de comentarios y tenía miedo de que lo reconocieran por la vez que había estado prisionero.
Cuando parecía que la muchedumbre empezaba a dispersarse, un draconiano baaz enorme salió de la nada dando empujones.
—¡Dejad paso! —gritaba el draconiano—. Prisioneros peligrosos. ¡Dejad paso! ¡Dejad paso!
La multitud se apartó como se le ordenaba. Aparecieron los prisioneros. Uno de ellos era Tika, que avanzaba justo detrás del guardia. Los rizos rojos le caían sin vida y enredados sobre la espalda, y tenía los brazos cubiertos de cortes largos. En cuanto se quedaba un poco retrasada, un draconiano baaz le daba un empujón por la espalda.
Caramon era el siguiente, con Tasslehoff echado a la espalda. Caramon iba protestando a voces que no tenían ningún motivo para arrestarlo, era oficial de un ejército de los Dragones y estaban cometiendo un grave error. ¿Qué más daba si no tenía los papeles necesarios? Exigía hablar de inmediato con la persona al cargo.
Tas tenía la cara cubierta de sangre y magullada, y debía de estar inconsciente, pues estaba callado. Y Tasslehoff Burrfoot jamás estaría callado en una situación tan interesante.
«¿Dónde está Tanis?», se preguntó Raistlin. Caramon, siempre tan inseguro, jamás abandonaría a su líder. Quizá Tanis hubiera muerto. El hecho de que Tasslehoff estuviera herido daba a entender que había habido un combate. Los kenders nunca sabían cuándo tenían que mantener la boca cerrada.
En el grupo había otra persona, un hombre alto de barba larga y blanca. Al principio Raistlin no lo reconoció, hasta que Tika dio un traspié. El draconiano baaz la empujó y tropezó con el hombre alto. La barba falsa se desprendió y Raistlin supo quién era: Berem.
Tika tocó la cara de Berem, como si estuviera preocupada por él, pero lo que en realidad quería era arreglar el desaguisado y rápidamente volver a pegar la barba.
El grupo pasó tan cerca de Raistlin que le habría bastado con extender una mano para tocar a Caramon en el brazo, ese brazo fuerte en el que tantas veces se había apoyado, que tantas veces lo había sostenido, le había dado abrigo y lo había defendido. Raistlin se concentró en el hombre de la barba falsa.
Raistlin había prometido entregar a Takhisis a Berem, el Hombre Eterno, y allí estaba el Hombre Eterno, a un paso de él.
Raistlin soltó el aire lentamente. La idea estalló en su cabeza como una estrella fugaz, cegándolo. Su corazón latía con fuerza, las manos le temblaban. Sólo había pensado ver a su hermana, Kitiara, con la corona sobre la cabeza. Hasta allí había llegado su ambición, su deseo. Jamás había soñado con tener la capacidad de derrotar a la reina Takhisis. Rápidamente borró esa idea, consciente de la voz que resonaba en su mente. Fistandantilus estaba allí, observando, esperando, tomándose su tiempo.
Dos soles no pueden girar en la misma órbita.
Raistlin se tapó bien el rostro con la capucha y se apartó. Se quedó junto a una pared. Los clérigos y los soldados pasaban a su lado, empujándose, y lo ocultaban. Los draconianos siguieron caminando, abriéndose paso a golpes entre la multitud, hasta que Raistlin los perdió de vista.
—¿Adónde llevan a los prisioneros? —preguntó a su guía.
—A los calabozos que hay debajo del templo —contestó ella. Hizo una mueca de desaprobación—. No sé por qué los idiotas de los guardias han traído a esa escoria al piso principal. Los dracos tendrían que haber entrado por la puerta que les corresponde. Pero ¿qué puede esperarse de esos lagartos? Siempre he dicho que fue un error crearlos.
«Verdaderamente», pensó Raistlin. Pero no por la razón que su guía imaginaba. Los draconianos de la Reina Oscura, llevados al mundo para ayudarla a conquistarlo, estaban llevando al único hombre del mundo que podía hacer que la diosa lo perdiera. Y lo llevaban al único lugar del mundo en el que el hombre necesitaba estar: La Piedra Angular.
Una especie de reunión
La trampa del hechizo
DÍA VIGESIMOSEXTO, MES DE MISHAMONT, AÑO 352 DC
Los servicios del mediodía se celebraban en varios lugares del templo. La guía de Raistlin lo condujo por una escalera de veintiséis peldaños hasta un lugar que se conocía sencillamente como el Santuario.
—Un espacio de adoración y meditación —según su guía—, donde ninguna imagen ni ningún sonido interfieren a los sentidos, para no distraernos de nuestra adoración a la reina.
Por lo visto, eso incluía la luz. Entraron en un pasadizo serpenteante donde la oscuridad era total, impenetrable. Raistlin tenía que avanzar a ciegas, palpando una pared de piedra con una mano y arrastrando los pies por el suelo para no tropezar con nada. Su guía otorgaba un gran valor simbólico a la oscuridad.
—Nosotros, los mortales, estamos ciegos y tenemos que confiar en nuestra reina para que nos guíe. Estamos sordos y sólo oímos su voz —le dijo la peregrina antes de adentrarse en el lugar sagrado—. En el Santuario no se permite ninguna luz. Está prohibido hablar. Los hechizos sagrados protegen la oscuridad y el silencio.
Raistlin lo encontró todo muy incómodo.
Se dio cuenta de que el pasadizo acababa porque se pegó de bruces contra una pared. No veía nada, no oía nada. Sin embargo, sí olía y sentía, y ambos sentidos le dijeron que estaba en una habitación llena de gente. La guía de Raistlin le apretó el hombro para indicarle que tenía que postrarse de hinojos. Raistlin hizo como que se arrodillaba y, en cuanto la mujer lo soltó, se separó de ella sigilosamente. No quería perderse, así que se mantuvo cerca de la puerta, de pie junto a la entrada, apoyado en el Bastón de Mago.
Pensó que por lo menos así tendría tiempo para reflexionar, estudiar su plan, repasarlo. Estaba empezando a disfrutar del silencio cuando lo sorprendieron unas voces que entonaron una oración. Aquel sonido destruyó la paz reinante. Sintió un escalofrío. La sala seguía tranquila, pero las voces subían de tono y se le clavaban en los oídos.
—Todo sucede por una razón, porque Takhisis quiere que suceda —entonaban los clérigos.
—Todo lo que hago es por gracia de Su Oscura Majestad. Todo lo que hago es merced a Su Oscura Majestad. La libertad es una ilusión.
Mientras escuchaba los cánticos, aquel terrible pensamiento asaltó a Raistlin. «¿Y si tienen razón? ¿Y si estoy haciendo esto porque Takhisis me dicta que lo haga? ¿Y si es ella quien me ha traído a Neraka? ¿Y si es ella quien me ha protegido, me ha salvado y me ha guiado? Me está llevando a mi destrucción...»
Estaba de pie junto a la puerta y lo único que tenía que hacer era darse media vuelta y salir. Se dio la vuelta y se encontró con un muro. Se deslizó a lo largo de la pared, con la esperanza de estar avanzando en el sentido correcto, pero los bultos de los clérigos devotos no le dejaban pasar. Intentó seguir en la otra dirección, pero se encontró dando vueltas en medio de la noche más ciega y asfixiante que jamás hubiera podido imaginar. No encontraba la salida.
Estaba sudando. El medallón de oro que le colgaba del cuello parecía una piedra que quisiera hundirlo en la tierra con su peso. Empezó a dar vueltas sin separar los pies del suelo y a cada paso tropezaba con los cuerpos. Una mano lo agarró por el tobillo y estuvo a punto de parársele el corazón.
«Éste será mi futuro si me entrego a ella —se dio cuenta Raistlin de repente—. Estaré perdido en la oscuridad, separado de mi cuerpo, como Fistandantilus. Estaré solo y asustado, asustado para siempre.»
—Todo lo que hago es por gracia de Su Oscura Majestad. Todo lo que hago es voluntad de Su Oscura Majestad.
«Mentiras... No son más que mentiras —pensó Raistlin—. El miedo, ésa es su voluntad.»
Raistlin se detuvo. Miró fijamente la oscuridad. Y le pareció que la oscuridad parpadeaba.
Cuando por fin terminó la hora de oración y meditación, los peregrinos oscuros se levantaron con el cuerpo entumecido después de haber estado de rodillas y comenzaron a dirigirse a la salida. El hechizo de oscuridad seguía envolviéndolos y tenían que caminar despacio, palpando las paredes. Raistlin encontró la salida sin problemas. Había estado justo a su lado todo el rato.