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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (12 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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En la pantalla, apareció una nueva ventana de directorio.

—¿Es eso? —le preguntó él.

Sophia echó un rápido vistazo a los archivos.

—Estos son los archivos que vi, sí. Y aquí está tu carpeta.

Señaló con una uña roja brillante el título de uno de los documentos: «Chase, Edward J.».

A Chase le preocupaba más la que había justo debajo: «Wilde, Nina P.». Pero algo que apareció en otro de los monitores llamó su atención: una imagen en directo de una cámara de seguridad. Mostraba el vestíbulo de mármol de fuera y a cuatro hombres uniformados entrando con cuidado desde una puerta lateral. Todos estaban armados.

—Oh, oh…

—¿Qué pasa?

—Tenemos compañía. Es hora de irse.

Sophia desenchufó la memoria y la introdujo en su bolso, junto con su pasaporte. En la pantalla se veía a un hombre mirando en el baño y después alarmándose al encontrar a Deng inconsciente.

—Bueno, supongo que salir caminando casualmente ya no es una opción. ¿Hay otras salidas?

Sophia sacudió la cabeza.

—Solo el ascensor y las escaleras de emergencia. Podemos subir a la pista de aterrizaje y coger el helicóptero de Richard…

—¿Sabes pilotarlo?

—No.

—Yo tampoco.

Ella lo miró, consternada.

—¡Pensé que tú sí!

—Aprender a pilotar está en mi lista de cosas pendientes —bromeó Chase.

Los guardias desaparecieron por el marco lateral del monitor. Escucharon abrirse las puertas del fondo del distribuidor.

—Tú sigues siendo la esposa del jefe. No te dispararán.

—¡Quizás sí! ¿Y si les han contado lo que pasó en la ópera, que te ayudé a escapar?

—Créeme, cuando te vean vestida así te aseguro que lo que van a levantar no serán sus pistolas. Tú consígueme un par de segundos. ¡Vamos!

Él se agachó y se fue a una habitación contigua.

—¡Lady Sophia! —se oyó gritar desde fuera del despacho—. Sabemos que está usted ahí dentro. Por favor, salga… El señor Yuen nos ha pedido que la llevemos junto a él.

Sophia salió al vestíbulo, rodeando una de las obras de arte de metal, y vio a cuatro hombres esperándola. Tenían las pistolas en la mano, pero no la apuntaban. Avanzó despacio, seductoramente, colocando un pie enfundado en sus tacones altos delante del otro, alternativamente, mientras contoneaba sus caderas en el estrecho vestido de seda roja. Eso, por lo menos, captó la atención de tres de los guardias de seguridad.

El cuarto, sin embargo, era más profesional y vigilaba con precaución las habitaciones cercanas.

—¿Dónde está el hombre?

—¿Qué hombre?

—Llegó aquí con un hombre. ¿Dónde está?

—No lo sé.

Eso era verdad; había perdido de vista por completo a Chase.

El guardia esquivó una pieza de la instalación y se acercó a ella. Los otros lo siguieron unos pasos por detrás, rodeando por el otro lado la obra de arte colgante.

—No queremos hacerle daño, pero el señor Yuen nos ha dicho que usemos la fuerza si no coopera. ¿Dónde está el…?

Un ruido por un lado…

Los guardias miraron a su alrededor cuando Chase apareció volando desde una habitación lateral, cayendo desde una gran altura gracias a que había saltado desde una mesa. Sus brazos extendidos se asieron al riel del que colgaba la obra de arte mientras golpeaba con los pies la hoja metálica.

El golpe resonó como un gong y el extremo final de la pieza salió despedido hacia arriba con la fuerza del peso de Chase, tirando a dos de los guardias al suelo. Uno de ellos se golpeó con otra de las piezas de la instalación y la descolgó. El metal chocó contra el suelo con un sonoro «¡pan!» y después se desequilibró y cayó sobre el hombre, aplastándolo. El otro guardia se estampó contra la pared con tanta fuerza que casi la atraviesa y se quedó incrustado, sin moverse, en el yeso que había bajo el lujoso papel de la pared.

Chase saltó al suelo, rodando para evitar la oscilante hoja de metal. Se encontró con otro sorprendido guardia de seguridad… y le atizó con un giro de pierna a la altura de las rodillas. El guardia cayó de espaldas con un aullido. Chase se puso de pie rápidamente y le golpeó la cara usando el puño como si fuese un mazo. Noqueó al hombre al momento.

El guardia que quedaba apuntó con el arma a Chase…

Sophia apartó a un lado la faldilla de su vestido y le dio una fuerte patada entre las piernas. La pesada puntera de sus plataformas se clavó en su bragadura. El guardia dejó escapar un agudísimo sonido, la cara se le contorsionó del tremendo dolor y después se cayó al suelo, encogiéndose hasta formar un ovillo.

—Veo que todavía sabes cuidar de ti misma —le dijo Chase, alejando la pistola del otro guardia de un puntapié.

Ella recogió el arma del suelo del hombre lloriqueante que tenía a sus pies.

—Shanghái es una ciudad dura.

—Vamos —dijo él cogiéndola de la mano y tirando de ella, camino de los ascensores.

Solo habían conseguido dar un par de pasos en el vestíbulo cuando una alarma de incendios empezó a berrear y unas luces rojas destellaron. La pantalla del ascensor mostraba caracteres mandarines parpadeantes.

—¡El ascensor está bloqueado! —jadeó Sophia.

—Ya deben de estar subiendo por las escaleras —dijo Chase, seriamente.

Aislados. La única vía de escape los conducía hasta un aparato que no sabían pilotar…

Se giró y entró corriendo en el distribuidor.

—¡No podemos bajar por ahí! —protestó Sophia.

—Pues entonces tendré que hacer alguna chapucilla.

Se paró ante la pieza de la exposición que se había caído. Uno de sus extremos se había doblado hacia arriba tras chocar contra el suelo. Chase miró más abajo, hacia el despacho de Yuen del fondo, a las ventanas inclinadas…

—¡Échame una mano! —le ordenó, cogiendo una esquina de la hoja de metal y arrastrándola por el vestíbulo. Sophia obedeció, confusa.

Pasaron al lado del guardia al que había golpeado, que mostraba signos de recuperación. Sophia le volvió a golpear con el tacón de aguja entre las piernas. Él se encogió aún más fuerte y un reguero de lágrimas le bajó por la cara.

—Deja ya de divertirte —le dijo Chase.

Introdujeron la hoja de metal en el despacho.

—¡Y quítate esos malditos zapatos!

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella mientras luchaba con las tiras y se desprendía de los zapatos con los pies—. ¡Aquí no hay salida!

Chase le arrebató la pistola y disparó varios tiros a la ventana. El cristal estalló.

—¡Ahora sí!

—¿Qué estás…? —De repente, se dio cuenta—. ¡Oh, Dios mío! ¿Estás loco?

—Eso ya me lo han preguntado más veces.

Arrastró la hoja de metal hasta la ventana y un viento frío entró soplando por el agujero del cristal. Sophia no se movió.

—¡Pode… podemos subir a la pista! Puedes fingir que soy tu rehén, exigir un piloto…

—¡Ya saben que he venido a rescatarte, no a secuestrarte!

Chase sacó la cabeza por la ventana y miró hacia abajo. La inclinación de la fachada del edificio era al menos de setenta grados sobre la vertical del suelo, pero a medida que descendía, se hacía más plana, casi horizontal al final…

Sophia lo miró, horrorizada.

—Eddie, ¡nos vamos a matar!

Chase colocó la pieza de forma que el extremo doblado colgase por el borde de la ventana rota y después extendió una mano hacia ella.

—¿Alguna vez te he dejado morir?

—No, pero…

—Pues no voy a empezar ahora —dijo ofreciéndole la mano de nuevo, con más energía—. Confía en mí.

Sophia dudó y después le dio la mano.

Chase tiró de ella hacia él.

—Vale, tú agárrate a mí y, pase lo que pase, no te sueltes.

Se ayudó con el pie para inclinar más la hoja de metal sobre el borde. La parte de abajo crujió sobre el cristal roto.

Detrás de ellos, se abrieron de par en par las puertas del vestíbulo. Más guardias.

Chase se subió a la hoja de metal y se arrodilló.

A regañadientes, Sophia hizo lo mismo, apretándose contra él. Él asió las esquinas dobladas de la obra de arte y se inclinó hacia delante, balanceándola lentamente sobre el borde. Después se giró para mirar a Sophia. Sus mejillas se tocaron.

—¿Estás lista para un paseo en alfombra mágica?

Los guardias irrumpieron en la habitación.

—¡No se muevan! —gritó alguien.

Un último empujón…

Sobrepasaron el borde del edificio y descendieron en picado.

6

EL grito de Sophia se perdió en el viento mientras se lanzaban hacia abajo por la pared de cristal. La pieza de la exposición actuó como un trineo improvisado, estridente, temblando bajo ellos.

Chase se agarró a las esquinas elevadas del metal con todas sus fuerzas. Sintió que los bordes se le clavaban en las palmas. Soportó el dolor… no tenía otra opción, porque si se soltaba, perdería el mínimo control que tenía sobre el curso de su descenso.

Los pisos se deslizaron unos tras otros. Las ventanas se agrietaron y se rompieron mientras patinaban sobre ellas, arrancándolas y dejando una estela destructiva en la fachada del edificio. El viento arremetió contra la cara de Chase. No tenía ni idea de a qué velocidad iban, solo sabía que era demasiado alta y que su plan de huida empezaba a parecer un gran error…

La curva de la pared se hizo menos pronunciada, cuarenta y cinco grados, menos, mientras superaban raudamente lo que sería la mitad del recorrido.

Pero su velocidad no se reducía.

El lago artificial del final de la pared se fue haciendo más grande rápidamente. Era una franja reluciente de colores surrealistas que se iba acercando más y más…

Salieron disparados al final del último piso y golpearon el agua, aún muy acelerados. La ventana implosionó tras ellos. Una inmensa columna de rocío surgió de la parte frontal del trineo mientras hacían
aquaplaning
sobre la superficie de agua.

Frenaban rápidamente, pero la orilla del lago seguía acercándose sin tregua…

—¡Salta! —rugió Chase, saltando con Sophia todavía aferrada a él.

Aterrizaron en la hierba blanda, rodando para alejarse de su montura cuando una de sus esquinas se incrustó el césped y se volteó, originando una lluvia de tierra.

—¡Joooooooder! —dijo Chase mientras se sentaba, magullado pero sin nada roto—. ¡Ha sido mejor que Disneylandia!

Vio a Sophia a su lado y se acercó rápidamente a ella.

—¿Estás bien?

—He estado mejor —le contestó ella, atontada.

Chase la ayudó a ponerse de pie. Ella gruñó por las molestias, pero no gritó. Él se lo tomó como una buena señal.

Se giró para mirar el edificio Ycom. El camino que habían seguido en su descenso era claramente visible y la gente miraba boquiabierta a través de los cristales rotos en varias plantas.

—Tenemos que llegar al taxi de Mei. ¿Cuál es la entrada más cercana al aparcamiento?

Sophia levantó una mano temblorosa.

—Por allí…

Como si ese fuese el pie en una obra teatral, varios hombres doblaron la esquina del edificio, justo por donde ella señalaba.

—¡Maldita sea! —Chase la cogió de la mano—. Vale, plan B.

Corrieron atravesando el jardín ornamental. Había calles atestadas por ambos lados. Chase se dirigió a la primera, buscando primero taxis libres y después, más pragmáticamente, cualquier vehículo que pudiese requisar.

El tráfico era demasiado denso, se movía demasiado despacio. No iban a poder sacar mucha ventaja en coche. Lo que necesitaba era una moto…

Vio una aparcada a un lado de la calle y cuyo propietario estaba hablando por el móvil. No era la que hubiese elegido en una situación ideal, pero no tenía tantas opciones como para ponerse exquisito…

—¡Estás de broma! —dijo Sophia, mirando horrorizada el pequeño ciclomotor de reparto rojo.

Una caja grande de madera con un dibujo rudimentario de un tigre en el lateral sobresalía casi medio metro por encima de la rueda trasera. El conjunto parecía ridículamente inestable.

—¡Es lo que hay!

Chase adelantó corriendo al conductor, que lo miró sorprendido antes de darse cuenta de que le estaban robando el vehículo delante de sus narices, momento en el que empezó a gritar, enfadado. A Chase se le cruzó por la mente la idea de sacar la pistola para forzarle a ceder. Sin embargo, en lugar de eso, metió la mano en el bolsillo, sacó un fajo de billetes y se los ofreció.

—¡Necesito tu moto!

El hombre cogió el dinero, lo miró perplejo un instante y después sonrió con entusiasmo, haciéndole a Chase una señal de «O. K.» con el pulgar levantado. Chase se subió a la moto y encendió el motor, Sophia se montó detrás. Estaba a punto de acelerar cuando se dio cuenta de una cosa. Sacó otro fajo de billetes del bolsillo.

—¡Mierda!

—¿Qué pasa? —le preguntó Sophia.

Chase miró a su alrededor, buscando a un repartidor que ya estaba corriendo calle abajo tan rápido como sus piernas se lo permitían.

—¡Pretendía darle dinero chino!

—¿Y qué le diste?

—¡Cinco mil dólares! Era dinero para emergencias… ¡va a ser divertido justificarlo en mis gastos!

Sophia casi se rió, pero entonces vio a los guardias, que seguían persiguiéndolos.

—¡Esto es una emergencia, Eddie!

—¡Pues espero que este trasto valga cinco de los grandes, entonces!

Aceleró el motor, que respondió con un chirrido ensordecedor y soltó una nube de humo azul por el tubo de escape, y soltó el freno. La rueda trasera derrapó contra la acera y el ciclomotor salió disparado hacia la calle.

Chase trató de orientarse. Tenían que ir hacia el sudeste…

—¡Agárrate! —le gritó, zigzagueando por la acera para incorporarse al tráfico.

Recibió bocinazos mientras adelantaba a la lenta marea de coches. La caja de detrás rozó a alguno.

—¿Adónde vamos? —preguntó Sophia.

—¡A la estación del Maglev! ¡Es la manera más rápida de llegar al aeropuerto!

Había un automóvil parado sobre el bordillo, delante de ellos, bloqueándoles el camino. Chase hizo un giro desesperado, recortando por delante de otro coche y adentrándose más en la calle. Ahora estaban rodeados de tráfico por ambos lados. La conducción en Shanghái era aún más desastrosa y desordenada que en Gran Bretaña o en Estados Unidos.

Un coche intentó incorporarse a la fuerza al carril interior.

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