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Authors: Nacho Ares

Tags: #Aventuras, Historico

La tumba perdida

BOOK: La tumba perdida
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Hay tumbas que no desean ser descubiertas

1922. El arqueólogo Howard Carter está en la cumbre de su carrera tras haber revelado al mundo el hallazgo más importante sobre el Antiguo Egipto: la tumba de Tutankhamón, el Faraón Niño. Sin embargo, su instinto, guiado por la inscripción de una lasca de piedra caliza, le dice que el Valle de los Reyes esconde otro sepulcro importante: un lugar que se selló con sangre y que, tal vez, no debería ser profanado.Un apasionante recorrido por el Egipto de los faraones y el de los hombres que, con tenacidad y pasión, sacaron a la luz los secretos enterrados de una civilización tan enigmática como fascinante.

Nacho Ares

La tumba perdida

ePUB v1.1

Mezki
10.06.12

Título original:
La tumba perdida

Nacho Ares, 19-01-2012.

Editor original: Mezki

ePub base v2.0

A Bob Partridge, egiptólogo, maestro y amigo que supo compartir en cada momento su pasión por Tutankhamón y el mundo de los faraones

Nací en León el 27 de agosto de 1970. Tras licenciarme en Historia Antigua por la Universidad de Valladolid he dedicado todo el tiempo que he podido, que no es poco, a la investigación y divulgación en diferentes medios de comunicación de los enigmas históricos que rodean al mundo del antiguo Egipto. Como echaba de menos el mundo académico y los estudios en la universidad me matriculé en egiptología en el KNH de la University of Manchester, en donde acabé con un proyecto de investigación dedicado a rastrear los restos del culto osiriano en los ushebtis de la época de Amarna.

Hasta la fecha he publicado quince libros, nueve de los cuales están dedicados a la cultura egipcia. Los puedes conocer en sus diferentes ediciones españolas o americanas en este enlace: mis libros.

Además de autor, también he traducido, revisado y prologado numerosas obras del inglés como La Cámara Secreta y El misterio de Orión (este último traducido por Isabel Pérez Martínez de Ubago), de Robert Bauval; Escrito en las Rocas y El viaje de los constructores de pirámides, ambas de Robert M. Schoch, publicados todos ellos por la editorial Oberon del Grupo Anaya; El Libro Egipcio de los Muertos de Albert Champdor o El Libro de los Muertos de Ramsés Seleem (traducido este último por Isabel Pérez Martínez de Ubago), estos dos en la editorial Edaf.

Hasta enero de 2012 que el grupo MC Ediciones cerró la publicación, dirigí durante 10 años Revista de Arqueología, que durante casi tres décadas fue todo un referente del estudio de la Antigüedad y la Arqueología, con un Comité Científico presidido por Su Majestad la Reina Doña Sofía.

Son casi 300 los artículos que he publicado en diferentes revistas especializadas de arqueología y enigmas históricos como Misterios de la Arqueología (en la que fui durante cuatro meses redactor en 1998), Boletín de la Asociación Española de la Egiptología, Historia y Vida, Más Allá, Año Cero, Enigmas o la propia Revista de Arqueología.

Todos los años realizo varios viajes al país de los faraones. Allí recopilo información que luego publico en forma de libros o doy a conocer por medio de guiones de televisión o radio. Durante años he colaborado en diversos medios radiofónicos pero desde octubre de 2009 trabajo en la CADENA SER en donde dirijo y presento el porgrama SER Historia. En 2010 comencé una nueva aventura profesional al unirme al equipo de reporteros del programa de televisión Cuarto Milenio, dirigido por Iker JIménez. además de continuar colaborando con él en Milenio 3.

También he colaborado en varias ocasiones para la realización de programas televisivos de ANTENA 3, TELE 5, CANAL 9 y TELEMADRID. En Televisión Castilla y León dirigí y presenté durante cinco años el programa Enigmas y Misterios programa que se ha pasado en toda España (para mi horror) en todas las televisiones del grupo VOCENTO.

Son muchas las personas que en ocasiones me han preguntado detalles sobre mis gustos. Para intentar satisfacer esas preguntas, aquí presento un pequeño cuadro en el que, siguiendo la misma dinámica de pregunta-respuesta que hacía en la sección de entrevistas de Revista de Arqueología, cuento mis diez secretos más "íntimos".

Un libro: Quizá por lo que me influyó, Dioses, tumbas y sabios de C. W. Ceram.

Una película: Desayuno con diamantes, con Audrey Hepburn (1961).

Una canción: Chronology 6 o Campos Magnéticos 2, de Jean Michel Jarre.

Una obra de arte: Las Meninas, de Diego Velázquez.

Un personaje: La princesa de Éboli, por supuesto.

Una ciudad: Madrid o El Cairo.

Una comida: La tortilla de patatas, por decir una. La comida no me da más.

Una afición: Leer.

Un color: El rojo, como el pañuelo de Pacomio.

Un sueño: “¡Virgencita, virgencita que me quede como estoy!”

PREÁMBULO

26 de noviembre de 1922
Valle de los Reyes, Luxor, Egipto

A las cuatro de la tarde todo estaba dispuesto para derribar el muro blanco. El calor era insoportable; un bochorno que el poco espacio que había al final del pasillo acentuaba aún más. El secreto que se escondía tras el muro roía las entrañas de Howard Carter. Sin embargo, el inglés sabía mantener las formas y mostraba una tranquilidad tal que cualquiera habría tomado por indiferencia. Durante sus muchos años de trabajo en Egipto —casi tres décadas—, el egiptólogo había vivido momentos intensos, pero ninguno podía compararse con aquél. Nunca antes se había encontrado una tumba intacta en el Valle de los Reyes de Luxor, por lo que especular con lo que podía haber detrás del misterioso tabique, marcado con los sellos del faraón Tutankhamón, era hacer un brindis al sol, jugar a una lotería cuyo resultado no entraba en ninguna previsión. La última vez que había hecho un pronóstico en una situación similar, nada salió bien. Había descubierto una tumba real aparentemente intacta en Deir el-Bahari, pero resultó que el sepulcro estaba vacío. Fracasó de manera estrepitosa, fue el hazmerreír de sus colegas, y su reputación, cuyos mimbres apenas se encontraban hilvanados, estuvo a punto de hundirse para siempre.

No obstante, su tenacidad le permitió resurgir y compensar aquella frustración inicial con algunos éxitos nada despreciables. Carter parecía alcanzar el final de un largo camino de investigaciones llevadas a cabo en los últimos años siguiendo las pistas de un nombre en el que solamente él había confiado desde un principio: Tutankhamón. Por eso aquella tarde todo parecía distinto. Ante la pared sellada que habían encontrado al final del pasillo descendente de la tumba del Faraón Niño, la impaciencia los consumía a todos. A la derecha del inglés se hallaba George Herbert, lord Carnarvon, el conde inglés que había sufragado la excavación. A su espalda, lady Evelyn, hija del aristócrata, permanecía en silencio sin perder detalle de lo que sucedía. Finalmente a su izquierda, Arthur Robert Callender, ingeniero y compañero de Carter, y Ahmed Gerigar, su fiel sirviente, sostenían algunas herramientas.

Después de consultar con la mirada a sus acompañantes, Carter empuñó un escoplo y un mazo y comenzó a golpear el muro con fuerza. La manipostería apenas ofreció resistencia. El sonido de los mazazos llegaba hasta el exterior de la tumba, donde se habían arremolinado el resto de los miembros del equipo. La inquietud se extendió también a los obreros egipcios, que mascullaban entre dientes alguna oración para que sus señores tuvieran éxito.

En el pasillo, lascas de piedra y estuco comenzaron a saltar por los aires al tiempo que toda la Montaña Tebana parecía estremecerse. Cuando consiguió hacer una pequeña cavidad en el grueso muro, Carter fue vaciándola con cuidado, procurando que los cascotes no cayeran al otro lado. Una vez que el agujero fue lo suficientemente amplio como para introducir la mano, dejó a un lado el escoplo y el mazo. Al otro lado del agujero, del tamaño de un plato sopero, sólo había oscuridad.

Carter, hombre experimentado en este tipo de trabajos, colocó su candil frente al orificio para evitar la presencia de posibles gases nocivos que pudieran emanar de la nueva estancia.

Sabía que el aire encerrado durante siglos en un ambiente estanco podía jugar malas pasadas. La llama de la vela comenzó a agitarse como si desde el interior de la cámara alguien soplara. «Será el resuello del tiempo», pensó Carter.

La tensión de los presentes era palpable. Nadie articuló una sola palabra. No era necesario. Las miradas entrecruzadas de Carter, Callender, Carnarvon, Evelyn y Ahmed evidenciaban la expectación de aquel instante.

Cuando la llama dejó de temblar, Carter introdujo la vela en la nueva habitación y acercó la cabeza al orificio. Pasaron unos segundos hasta que sus ojos se habituaron a la luz amarillenta de la tumba; segundos que a sus compañeros les parecieron eternos. Ignoraban que el egiptólogo estaba admirando un espectáculo incomparable. Por un momento volvió la cabeza a un lado para secarse el sudor con la manga de la camisa, les sonrió con nerviosismo y acercó de nuevo la cabeza al agujero para disfrutar del momento que el destino le había regalado.

Lord Carnarvon, con una mano apoyada en la pared y los ojos muy abiertos, observaba con impaciencia el sorprendido rostro de Carter.

—¿Ve usted algo? —preguntó el aristócrata, deseoso de conocer lo que había más allá del muro.

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