La última batalla (6 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

BOOK: La última batalla
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Se asustó, estiró la mano para coger su klaive y entonces se calmó. El sitio era más grande, las paredes más anchas y altas. De alguna manera, le habían hecho pasar por la Celosía hasta la Umbra. Eric y Byeli estaban con él, también parpadeando.

—Bienvenido, rey Albrecht —dijo la reina Tamara Tvarivich, con su inglés de marcado acento ruso. Su melena negra parecía todavía más oscura contra la túnica blanca que llevaba, bordada de runas plateadas. Tenía una sonrisa maliciosa y juguetona en la Cara—. Me preguntaba si llegarías alguna vez.

Capítulo dos:
El tercero en discordia

La reina Tvarivich estiró los brazos, abarcando la gruta brillante, cargada de cristales a su alrededor. Era más grande en el mundo espiritual de lo que lo era en el mundo material, pero aún así medía unos tres metros cuadrados y tenía el suelo desigual. Una luz trémula se reflejaba desde un estanque situado en algún punto por detrás de ella y arrojaba sombras vacilantes y luz por las paredes y el techo. Sentados al lado del estanque, dos lobos miraban a Albrecht con curiosidad y su pelaje de un blanco puro brillaba prácticamente a la luz.

Albrecht inclinó la cabeza y los hombros, pero no apartó los ojos de la reina.

—Tamara —dijo, dirigiéndose a ella por su nombre de pila. Si a ella no le daba la gana hacer una reverencia, o siquiera ordenar a sus compañeros que inclinaran la cabeza, entonces podía llamarla como quisiera—. Me alegra volver a verte. Esta vez, en mejores circunstancias.

La última vez que se habían encontrado había sido en medio de la guerra del túmulo del margrave Konietzko.

Tvarivich arrugó la nariz en un gesto lobuno que resultaba extraño en su forma humana, pero su sonrisa no vaciló ni una sola vez.

—También me alegra verte sano y entero.
Spasibo, chto priekhala y takuiu dal
. La noticia de tu marcha contra el dragón de los Tisza habla bien de ti. Enhorabuena por tu victoria. —Finalmente, inclinó la cabeza.

—Gracias. Fue duro. Algunos de los miembros de la compañía no salieron vivos, pero sus nombres están santificados y siempre serán alabados. Curiosamente, no podríamos haberlo hecho sin la ayuda de Lord Arkady. Nos facilitó las cosas. Le estoy agradecido por ello. Espero que tu gente lo recuerde.

La sonrisa de Tvarivich se suavizó y pareció más auténtica.

—Sí, eso había oído. Recorrió la Espiral de Plata, el legendario camino que atraviesa la red de la Tejedora hasta el corazón del Wyrm. Muchos de nosotros creíamos que era un mito, pero aun así lo condujo a secretos poderosos. Será recordado por sus hazañas gloriosas. Pero tampoco debemos olvidar sus errores; enseñará a los cachorros el peligro de la arrogancia. De todas maneras, me gusta que lo hayas dicho. Ven. —Hizo un gesto hacia el estanque y caminó hasta el borde; las runas plateadas de su túnica brillaban a la luz—. Quiero enseñarte algo.

Albrecht se unió a ella en el borde del agua. Los dos lobos se levantaron y se apartaron, haciéndoles sitio. Mientras se marchaban, bajaron la cabeza.
Eso ya me gusta más
, pensó Albrecht.

—Este es el Estanque de las Penas —dijo Tvarivich, hundiendo la mano en el agua. La fuente de luz venía del fondo del estanque, de algún sitio invisible bajo sus aguas lechosas—. Contiene los recuerdos de nuestras pérdidas, nuestras lágrimas por los camaradas caídos y nuestras abrumadoras esperanzas para nuestra patria. Pero también contiene nuestros triunfos, nuestras victorias ganadas a un alto precio. Nadar en él es comulgar con nuestro pasado. Beber de él es derramar lágrimas con nosotros y así unirse a nuestro dolor. ¿Bebes conmigo, Albrecht?

Albrecht miró el agua fijamente. Se parecía más a una sustancia empalagosa que a agua, nada que ver con lágrimas saladas y afligidas. Esto era seguramente algún tipo de cosa relacionada con el Sacerdocio de Marfil y Tvarivich, nacida bajo la luna creciente, era la más alta dirigente de esa exclusiva orden. Estaban obsesionados con los misterios de la muerte y del Inframundo, lugares que no eran normales para la mayoría de los Garou, que sabían que sus espíritus ancestrales no vivían en las Moradas de la Muerte (lugares reservados principalmente para humanos) sino en las Tierras Estivales del mundo espiritual. No sabía a qué estaba jugando Tvarivich, pero sabía que rechazar su petición sería un insulto grave.

—Claro —dijo—. Quiero saber qué es lo que experimentáis aquí.

Tvarivich hundió la mano en el agua, se la llevó a la boca y bebió con los ojos cerrados. Se estremeció y su boca tembló. Cuando abrió los ojos, le brillaban húmedos y ya no sonreía.

Albrecht alargó la mano hacia el agua. La sintió cálida. Cogió un poco con la mano ahuecada y se la llevó a la boca. Tenía un sabor raro, no se parecía a nada que hubiese probado antes. Si acaso, no sabía a nada, era como un breve entumecimiento de la lengua. En cuanto pasó por su garganta, le atormentó una soledad profunda y terrible, un sentimiento de abandono total. Apenas pudo evitar que se le escapase de los labios un sollozo y cerró su ojo sano para contener las lágrimas. Cuando lo volvió a abrir, la luz de la gruta parecía brillar más y supo con extraña certeza que no estaba solo, que nunca estaba solo, sin importar las probabilidades que hubiese en su contra. Sus ancestros esperaban, junto a quienes habían caído luchando a su lado, en el mundo espiritual, en el verdadero hogar de su tribu. Pero más que esto, sintió la unión entre sus compañeros, los poderosos lazos entre Mari, Evan y él. La distancia no importaba; solo la lealtad, que cruzaba el espacio y el tiempo.

—¿Entiendes? —dijo Tvarivich, con voz suave y rota.

Albrecht la miró y no vio a una rival política a la que tenía que ganar con juegos de diplomacia, sino a una compañera Garou, de la propia Gaia, atrapada como él en un mundo moribundo que ya no los quería. Sabía que su percepción era algún tipo de truco provocado por el agua, pero también sabía que era verdad. Tvarivich, al compartir este agua con él, le enseñó que tampoco a ella le gustaba la política y que quería verle como a un igual, para poder expresarse sin ostentaciones ni estratagemas, de líder Garou a líder Garou.

—Sí, lo pillo —dijo, asintiendo.

Ella se apartó del estanque y se dirigió al pasadizo por el que Albrecht había entrado. Se detuvo y colocó una mano en el hombro de Lord Byeli, que bajó la cabeza en señal de respeto. Luego volvió a mirar a Albrecht, le indicó la salida con una inclinación de cabeza y abandonó la gruta.

Albrecht la siguió y Lord Byeli y Eric también. Los dos lobos se quedaron, sentados al lado del muro, mirando sin decir nada.

Abandonaron la gruta, pero todavía seguían en el mundo espiritual, así que ahora Albrecht pudo ver los espíritus del agua, que se deslizaban arriba y abajo por la cascada, unas culebras finas y tenues de sonrisas extrañas y ojos brillantes. Bajaron deslizándose por la piel de Albrecht cuando cruzó el agua, hundiéndose en el lago.

Tvarivich se salió del camino y saltó a la hierba y esperó a que Albrecht se uniese a ella. Se dio cuenta de que lo que Garra Rota había dicho del árbol era cierto: se elevaba por encima de la bóveda del cielo y entraba en el reino de las estrellas.

—¿Cuántos años tiene esta cosa? —preguntó Albrecht cuando llegó al lado de Tvarivich.

Ella se encogió de hombros.

—Es más viejo que nuestras abuelas más ancianas, supongo. Siempre ha estado aquí.

Envolvió su brazo alrededor del de Albrecht y comenzó a caminar, siguiendo la orilla del lago que torcía hacia el río. Su gesto era puramente amistoso y real, un acto de comunión, no personal o íntimo.

—Así que —dijo ella— el mundo gira y aquí estamos, dos líderes de los Colmillos Plateados, separados por el tiempo y la distancia y ahora reunidos. La Casa de la Luna Creciente y la Casa Enemigo-del-Wyrm, aliadas otra vez.

—Sí,
all together now
, por citar a los Beatles —dijo Albrecht—. Gracias por invitarme. Ya sabes, eres bienvenida en el Protectorado de Tierra del Norte siempre que quieras.

—Sería interesante conocer América. Entiendo que tu compañero de manada, Evan Curandero-del-Pasado es un Wendigo, ¿no? Me he encontrado con muy pocos de esa tribu. Me fascinan. Como sus primos, los Uktena.

—Bueno, la mayoría de ellos son posiblemente más fascinantes de lejos que de cerca. No nos tienen mucha simpatía a los «Contendientes del Wyrm». Pero son unos guerreros condenadamente buenos. Evan no es un ejemplar típico de la tribu, pero tampoco es que sea el único exactamente. Está intentando que todos trabajemos juntos, a pesar de lo que ha ocurrido en el pasado.

—Entonces como tú y como yo. Nosotros también necesitamos dejar a un lado cualquier problema del pasado y buscar nuestro futuro juntos. Nuestra tribu será más fuerte unida bajo dos gobernantes poderosos que bajo cien reyezuelos.

—Uh, siento la revolución en el aire. Tamara, una cosa es soñar con ello y otra muy distinta conseguirlo. Somos una tribu de alfas y cada uno intenta permanecer arriba. Nunca ha sido fácil conseguir que los reyes Colmillos Plateados se hagan amigos. Normalmente se necesita una época realmente mala para que se consoliden alianzas entre unos pocos de nosotros. Tienes que reunir a los Colmillos Plateados de Rusia (al diablo con las otras tribus, si vamos a ello) bajo una bandera. No va a ser fácil extender esa bandera por Europa o por los Estados Unidos. Diablos yo casi no tengo contacto con los Colmillos Plateados del medio oeste, por no hablar de los de la costa oeste. Simplemente es demasiado territorio que cubrir.

—Liberar a Rusia de la Bruja no fue fácil. Pero era algo que tenía que hacerse. Lo mismo pasa aquí. Si no forjamos una alianza global de los Colmillos Plateados, nunca podremos unir a todas las tribus. ¿Qué pasaría si el momento decisivo nos descubre? Somos débiles y estamos desperdigados. Caeríamos derrotados como hojas a la llegada del invierno.

—No me malinterpretes; tienes razón al decir que necesitamos que todo el mundo actúe unido. Pero si yo ya paso un tiempo suficientemente duro intentando ganarme el corazón y la mente de las tribus del área de Nueva York, imagínate del mundo entero. Se va a necesitar algo más que a ti y a mí, Tamara.

—Lo sé. Por eso es por lo que necesitamos aliarnos con el margrave.

—¿Konietzko? Es bueno, eso seguro. Pero no me gusta su visión; demasiado desoladora. —Albrecht levantó las palmas de las manos al ver que Tamara lo miraba con el ceño fruncido—. Lo sé, lo sé: si yo hubiese pasado por la mitad de lo que ha pasado él, o incluso por un cuarto de lo que has pasado tú, pensaría de manera distinta. Pero es que pienso de manera distinta y ese es el problema. Sí, necesitamos tener mejores lazos con Konietzko, pero ahí debemos tener cuidado. Es la clase de tipo que está demasiado dispuesto a acaparar toda la atención. No podemos permitir que un Señor de las Sombras mande sobre un Colmillo Plateado.

—Mandar, no. Consultar y tomar decisiones en una asamblea, sí. Si tú y yo estamos unidos, podremos mantener fácilmente las propias ambiciones de Konietzko bajo control y asegurarnos de que las nuestras siguen adelante… con su ayuda.

—No me esperaba esto. Me imaginaba que tú y yo hablaríamos sobre cómo intercambiar privilegios de los puentes de luna, préstamos de ayuda a las manadas y pactos espirituales. Y aquí me hablas de algún tipo de… algo global. ¿Pero qué exactamente? ¿Una asamblea?

—No, un triunvirato de líderes de verdad, que dirijan a las otras tribus contra el Wyrm por todo el mundo. Ahora está ganando porque estamos desperdigados, porque no tenemos ningún gobierno central que establezca la táctica a seguir contra él. Aquí en Rusia le vencimos porque teníamos un gobierno así. Yo tomé el control y pedí lealtad total. Una vez que la conseguí, todas las tribus siguieron mis órdenes y nos movimos contra el Wyrm como una mano, no como cinco dedos desconectados. Eso garantizó nuestra victoria.

—Mira, admito que lo que hiciste fue extraordinario, pero vivías en una época extraordinaria. Cada tribu vio que tenía más que perder si seguía sola, que si te seguía a ti. ¿Cómo consigues que los Garou de todo el mundo crean otra vez en los Colmillos Plateados? Piensan que estamos chiflados y que ya hemos dado lo mejor de nosotros mismos.

—Eso he oído. En otras tierras hablan irrespetuosamente de nosotros. Tú y yo tendremos que enseñarlos a pensar lo contrario.

—¿Y cómo? ¿Amenazándolos? Solo faltaría eso. Créeme, conozco el valor de un desafío oportuno, pero no siempre funciona. Especialmente con los Wendigo y los Uktena, esas tribus que tanto te fascinan. No le enseñan la garganta a nadie más que a ellos mismos.

Llegaron a un vado del río, donde se había apilado una fila de piedras que permitían que un Garou ágil cruzase al otro lado con unos pocos saltos. Tvarivich pasó primero y Albrecht la siguió. Al otro lado, un gran círculo de piedras puestas en vertical formaba un área ritual. Albrecht pudo ver espíritus (pájaros, liebres y otros animales pequeños) vigilándolo desde el bosque cercano. Se giró para comprobar que Byeli y Eric lo siguieran.

—Aquí es donde acepté la alianza de las tribus rusas en nuestra guerra contra la Bruja —dijo Tvarivich, de pie en el centro del círculo, con los brazos completamente abiertos—. Aquí es donde el poder de nuestra tribu volvió a rehacerse. —Miró a Albrecht con absoluta seriedad—. El margrave está haciendo lo mismo, Albrecht. Consolida el gobierno entre las tribus europeas. Muchas de las tribus implicadas en la guerra de Jo’cllath’mattric ya le están siguiendo, incluidos los Jarlsdottir y los Fenris. Si no nos convertimos en un contrapeso, la suya será la voz que gobierne en los años venideros. Solo su aullido comandará las legiones del Apocalipsis, para eterna vergüenza de nuestros ancestros.

Albrecht entró en el círculo con la cabeza gacha y las manos a la espalda. Caminó alrededor en el sentido de las agujas del reloj.

—Te escucho. Comprendo la amenaza, si se la puede llamar así. Si puede unir a todas las tribus, eso es algo bueno, a pesar de lo que significa para nuestra tribu. Sin embargo, sé que los Garou americanos no le seguirán, al menos no todos. Está chapado a la antigua.

—Y esa es la razón por la que te necesito, Albrecht. Tú puedes atraerlos; a ti te seguirán. Cuando se les plantee la alternativa de Konietzko y yo, te preferirán a ti. Si te unieras a nosotros…

Albrecht se detuvo y la miró a los ojos.

—¿Nosotros? ¿Ahora es un nosotros? Ya te has asociado con él, ¿verdad? Él sabe que no puede ganarse a las tribus rusas; solo tú tienes su lealtad. Él no mató a los Zmei; fuiste tú. Lo mejor que puede hacer es compartir el poder contigo. Eso le da credibilidad al viejo estilo Colmillo Plateado, pero sometido a su voluntad.

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