Las esferas de sueños (21 page)

Read Las esferas de sueños Online

Authors: Elaine Cunningham

BOOK: Las esferas de sueños
2.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

Las losas bajo sus pies se estremecieron. Arilyn echó rápidamente la vista atrás cuando parte del pavimento de la calle estalló en mil pedazos.

Una gran cabeza de reptil emergió por el agujero, y una enorme mano garruda trató de coger una de las botas de la semielfa.

Con un ligero movimiento, Arilyn se apartó de un salto y desenvainó la hoja de luna. Mientras la espada abandonaba su vaina con un siseo, el tren se agarró al saliente de piedra y salió del agujero con un salto rápido y ágil. A continuación, desenvainó del cinto un cuchillo de hoja curva y resistente, así como una intrincada guarda diseñada para atrapar y quebrar espadas.

Arilyn no podía concebir mejor arma para un tren. Si extendía uno de sus largos brazos por encima de la espada trabada o rota del rival, le resultaría muy fácil desgarrar la garganta del enemigo con las zarpas. Era una variante de un truco de asesino:

concentrar la atención en una amenaza y eliminar al rival con otra.

En resumen, no era el tipo de lucha para el que Danilo estaba preparado. La semielfa echó un vistazo atrás. Dan ya había desenvainado la espada y se disponía a intervenir en la lucha.

—Retírate. Ésta es mi lucha —le dijo la semielfa. En vista de que el joven dudaba, añadió a modo de explicación—: La calle es demasiado estrecha.

Tras un momento de vacilación, Danilo se retiró para dejarle espacio para maniobrar.

Los dispares asesinos dieron vueltas uno alrededor del otro con las armas prestas.

El cuchillo del tren apenas era más grande que una daga, pero tenía los brazos tan largos que su campo de acción era casi como el de Arilyn con su espada. La semielfa puso a prueba al tren con una rápida estocada, que se estrelló contra la guarda curva del cuchillo. Sin destrabarla, el tren giró con ímpetu a un lado, arrastrando la espada con su tremenda fuerza.

El metal élfico lanzó un chillido de protesta cuando la guarda de hierro recorrió la hoja en toda su longitud; luego, la bloqueó, y finalmente, le imprimió un brutal giro.

Una hoja de menos calidad se habría hecho pedazos. Arilyn arremetió contra el tren girando e inclinándose hacia delante para disminuir la presión sobre la hoja de luna.

El tren impulsó hacia arriba la mano libre, acabada en ganchudas garras, apuntando a la garganta de la semielfa. Arilyn logró liberar su espada, pero estaba demasiado cerca para detener el zarpazo. Así pues, le propinó un tremendo codazo que golpeó la enorme muñeca del tren y la lanzó hacia arriba al mismo tiempo que ella se agachaba.

Aunque el zarpazo no le dio en la garganta, las garras se enredaron en la melena de la semielfa. Su cabeza experimentó una brusca sacudida hacia un lado, y un candente dolor estalló en su cuero cabelludo. Rápidamente, reculó. De las garras del tren colgaban largos rizos de su pelo a modo de serpentinas. La bestia ya se preparaba para descargar otro golpe.

En esa ocasión, Arilyn sí pudo protegerse con la espada. La hoja de luna abrió un profundo y largo tajo en el escamoso pellejo del antebrazo. Sin detenerse, Arilyn cambió la dirección de la espada y efectuó un barrido bajo dirigido al ligamento de la corva del adversario.

El tren detuvo el golpe con el cuchillo y volvió a atrapar la espada de la semielfa en la guarda curva. Inmediatamente, impulsó un enorme pie, asimismo acabado en garras, hacia las armas trabadas, con la evidente intención de apartar de un puntapié la espada elfa.

Pero Arilyn giró la hoja hacia fuera, de modo que el filo recibiera el pie del tren.

El asesino no pudo frenar a tiempo el impulso que llevaba y lanzó un rugido de rabia y angustia cuando el aguzado filo se le hundió profundamente. La espada elfa fue impulsada hacia arriba con fuerza, atravesó la gruesa capa de escamas y cortó hueso.

Sobre los adoquines, cayó un dedo del pie.

El tren volvió de nuevo a dar vueltas alrededor de la rival, aunque cojeaba y emitía sibilantes jadeos de rabia. Arilyn giraba con él con la espada en guardia.

Sospechaba cuál sería su próxima táctica. Y no se equivocó. El tren maniobró hasta que Arilyn quedó de espaldas al orificio en el suelo, metió la cabeza como un toro que se dispone a atacar y se abalanzó sobre ella con los enormes brazos extendidos en un mortal abrazo.

Arilyn lo esquivó saltando a un lado y giró sobre el pie exterior. La espada se deslizó a lo largo del espinazo del tren y le abrió un largo y profundo tajo. A continuación, alzó y retrasó el acero, y lo hundió entre las costillas de la bestia.

Sosteniendo la espada con ambas manos, plantó con fuerza los pies, dispuesta a mantener la posición, pues le iba la vida. El fuerte tirón del peso del tren al caer estuvo a punto de arrancarle de cuajo los brazos, y se tambaleó hacia atrás cuando el cuerpo de la bestia, por fin, se perdió en el agujero, liberándola súbitamente del peso.

Cayó trastabillando en brazos de Danilo. Entonces, se dio cuenta de que Dan la tenía cogida por el cinturón; probablemente, la había agarrado en el momento en que había clavado la espada en el tren.

—No deberías interferir durante la batalla —le recordó—. ¿Qué habría pasado si las cosas hubieran salido de otro modo y te hubiera arrastrado conmigo hacia abajo?

—Pues que me habría ahorrado la molestia de saltar después de ti.

Arilyn se lo agradeció con una inclinación de cabeza e inmediatamente miró hacia el agujero.

—No podemos quedarnos aquí. Escucha. Los otros no tardarán en acabárselo.

—¿Acabárselo? —Su rostro adoptó una expresión afligida al caer en la cuenta de qué significaba eso—. ¿No me dirás que esas criaturas se comen entre ellas? —preguntó de manera innecesaria, pues los ruidos que brotaban del túnel eran evidentes.

—Es el precio del fracaso —comentó al mismo tiempo que empezaba a alejarse al trote—. Calculo que abajo debe haber como mínimo cinco o seis. Ahora se ha convertido en un asunto de pundonor, si es que puede hablarse de pundonor tratándose de los tren.

Danilo se le unió.

—¡A eso lo llamo yo una buena motivación! Además, no hay que desdeñar el efecto vigorizador de una buena comida.

Arilyn lo miró incrédulamente, aunque su humor macabro tenía su lógica.

—Pues sí, lo admito.

Corrieron hasta llegar a una avenida ancha y concurrida. Danilo paró un carruaje y prometió al conductor halfling el doble de la tarifa si los llevaba hasta el distrito norte rápidamente. El halfling se lo tomó de forma tan literal que fue sonoramente increpado por algunos paseantes.

Arilyn se relajó en el cómodo asiento, sintiéndose segura, pues el carruaje sería más veloz que cualquier tren que tratara de perseguirlos.

En ese caso, ¿por qué tenía la intensa convicción de que Danilo y ella no estaban

solos?

7

Tras dejar a Arilyn en sus alojamientos, Danilo se dirigió a la villa Thann, ubicada en el distrito norte. Ese día las calles tranquilas y reposadas no ejercieron el efecto habitual en él: una mezcla de exasperación y hastío que se conjugaba con la abrumadora certeza de que nada especialmente peligroso o excitante iba a ocurrir.

Era una convicción sin fundamento, que no sabía de dónde había surgido. Danilo reflexionó que era extraño cómo una idea tan arraigada seguía influyendo en su modo de pensar, aunque hacía tiempo que era consciente de que era falsa.

Para cualquiera que conociera la ciudad, así como su larga y violenta historia, la serenidad del distrito norte era engañosa. Danilo había sido perfectamente instruido en tales asuntos, por lo que los repetidos ataques de los tren se le antojaban un presagio más claro que lo que podrían pensar muchos otros.

Unas pocas generaciones atrás, las guerras de las Cofradías habían desgarrado Aguas Profundas. Las familias de mercaderes habían contratado ejércitos mercenarios y se habían enfrentado en las calles. Muchos otros nobles habían caído en manos de asesinos, venenos y magia. Clanes enteros habían sido exterminados. Aunque aquella época había pasado ya, Danilo sabía bastante de historia para comprender que ésta no avanzaba en línea recta, sino en espiral. Las viejas heridas se enconaban y podían tardar varias generaciones en cicatrizar. La última vez que se habían utilizado asesinos tren había sido durante las guerras de las Cofradías, por lo que no parecía descabellado suponer que su regreso podía ser un vestigio de aquella antigua contienda, la ambición de una familia contra otra.

Era una posibilidad inquietante, pero, de ser verdad, explicaría la relación entre todos los ataques de los tren. Sólo uno de ellos había tenido consecuencias fatales —el dirigido contra Oth—, aunque también todos los otros parecían también tener algo que ver con el mago Eltorchul. Un tren había atacado a Elaith Craulnober, que tenía tratos con Oth. Arilyn había ayudado al elfo, lo cual había despertado la ira de los tren, y ambos, Arilyn y él mismo, estaban investigando la muerte de Oth. Habían interferido dos veces, de modo que era probable que se hubieran convertido en objetivos.

Seguramente, sus nombres se habrían escrito en runas tren grabadas en los túneles de la ciudad.

En conjunto, se trataba de una explicación de una verosimilitud inquietante.

Danilo tenía intención de ponerla en consideración de otra persona. Aunque se relacionaba con muchos de los sabios y los eruditos de Aguas Profundas, nadie conocía mejor la historia de la ciudad que lady Cassandra.

Su conversación sería, sin duda..., interesante. En un pasado aún reciente, Cassandra había insistido en instruir a su hijo menor en tal materia a toda costa, seguramente porque Dan era quien más prometía en lo intelectual. Pero por alguna razón dudaba de que a esas alturas su madre aceptara esa súbita muestra de interés sin escepticismo.

Sentada en un banco bajo y ataviada con un sencillo vestido de lino azul, lady Cassandra componía una estampa tan elegante y serena como una reina de leyenda. Se había recogido la espesa melena rubia en torno a la cabeza y mostraba una faz lisa y serena. La larga velada no había dejado ni rastro en la mujer ni en la villa sobre la que reinaba. Mientras que la mitad de la alta sociedad de Aguas Profundas aún dormía, ella

dictaba tranquilamente instrucciones a un par de mayordomos, a un encargado de los muelles y a un escriba.

Danilo llamó a la puerta, y Cassandra alzó la vista.

—Ya veo que te has levantado pronto, hijo.

Dan entró en la biblioteca con aire despreocupado.

—La verdad es que todavía no me he acostado. Estoy teniendo un día de lo más movidito. ¿Quieres que te lo cuente?

Cassandra se puso tensa casi de manera imperceptible y lanzó una rápida mirada al escriba, que súbitamente parecía muy interesado. Danilo reprimió una sonrisa. Los escribas tenían prohibido por ley —frecuentemente, también por medios mágicos— revelar a terceros los secretos que ponían por escrito, pero más de uno se ganaba unas monedas extra vendiendo chismorreos pillados al vuelo a compradores como Myrna Cassalanter. Eso era algo que lady Cassandra jamás aprobaría.

—Julián —dijo a uno de sus servidores—, puedes adelantar a nuestros vinateros de Amn el crédito que han solicitado y añade al pedido de este año cuarenta barriles más de vino especiado para la fiesta de invierno. Gunthur, mañana a mediodía, desearía revisar todos los registros marítimos de los Thann para las lunas de Flamerule y Eleasias, si no es molestia.

La súbita expresión de pánico que se pintó en la cara del encargado de los muelles decía que sería una tremenda molestia. A Danilo le pareció oír el tintineo de las cuentas del ábaco que el hombre tenía en su cabeza mientras calculaba las horas que le llevaría preparar esos papeles.

Sin esperar respuesta, lady Cassandra se puso graciosamente en pie.

—Por hoy, hemos terminado. Os espero mañana por la mañana a la misma hora.

La dama mantuvo la máscara de implacable serenidad hasta que los servidores abandonaron la biblioteca y cerraron la pesada puerta de madera. Inmediatamente, posó la mirada en su hijo con una familiar mezcla de resignación y exasperación.

—Por mí, puedes empezar. Pero, por favor, ahórrate las habituales fiorituras — comentó irónicamente—. Hoy no estoy de humor para chanzas.

Danilo cogió la licorera de encima de la mesa de su madre y se sirvió un vaso de un brillante vino rojo. Después de inhalar el rico y complejo aroma de las especias, lo probó.

—¿Estás segura de que cuarenta barriles más serán suficientes, madre? Este vino es de una calidad excepcional. Apenas se cate, se correrá rápidamente la voz de su calidad, y las mejores tabernas te lo quitarán de las manos en apenas diez días. No te quedarán existencias para las tiendas de vino, ni mucho menos para quienes pretendan abastecer sus bodegas privadas. Como sin duda ya sabes, este año el colegio de bardos va a patrocinar por primera vez una gala de invierno, y te garantizo que sólo el colegio encargará al menos veinte barriles.

En los gélidos ojos azules de Cassandra, se encendió una chispa de interés.

—Muy bien. Me encargaré de ello. Pero no has venido por eso —prosiguió, y cambió la postura en el canapé—. Dudo mucho de que hayas renunciado al sueño para acrecentar la fortuna familiar.

Dan alzó la copa hacia ella en señal de reconocimiento.

—Eres tan sabia como hermosa, madre. De lo cual me alegro, pues necesito tus consejos.

—¿De veras? —inquirió ella con recelo.

—Sí. En estos últimos días se ha producido una inquietante tendencia, o tal vez debería decir
trendencia
. Me explicaré: el número de personas asesinadas y devoradas es mayor que el habitual. Dado que tú siempre has sido una de las personas que dictan

las modas en esta ciudad, supongo que tiene su lógica que todo comenzara aquí.

Cassandra palideció, y sus ojos brillaron con furia.

—¿Tren? ¿Asesinos lagarto aquí? Pero ¿qué tonterías son ésas? ¡Si se trata de otra de tus bromas, te aseguro que no le veo la gracia!

—¿Tengo cara de estar de broma? —replicó Dan, tomando asiento frente a su madre—. Anoche Arilyn se topó con una cuadrilla de tren. Por cierto, te aconsejo que envíes a un par de servidores a los corredores que comunican la bodega de vinos y la vieja armería de los mercenarios, armados con agua y fregonas. Me atrevo a decir que siguen hechos un desastre.

Cassandra se quedó mirándolo como si le estuviera hablando en idioma orco.

—¿Un ataque aquí, durante el Baile de la Gema? ¿Contra quién iba dirigido?

Other books

Millions by Frank Cottrell Boyce
Strange Light Afar by Rui Umezawa
Tame a Wild Wind by Cynthia Woolf
The Milkman: A Freeworld Novel by Martineck, Michael
Coming Home for Christmas by Patricia Scanlan
Hostage by Karen Tayleur