Las hormigas (23 page)

Read Las hormigas Online

Authors: Bernard Werber

Tags: #Fantasía, #Ciencia

BOOK: Las hormigas
4.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

La anciana agacha las antenas en signo de sorpresa. Nunca ha oído hablar de ello. Examina a la 103.683 y pregunta:

¿Ha sido el arma secreta lo que te ha arrancado tu quinta pata?

La joven soldado responde negativamente. La perdió en la batalla de las Amapolas, cuando la liberación de La-chola-kan. La 4.000 se entusiasma de inmediato. ¡Ella estuvo allí!

¿En qué legión?

¡En la 15ª! ¿Y tú?

¡En la 3ª!

Durante la última carga, una luchaba en el flanco izquierdo y la otra en el derecho. Intercambian algunos recuerdos. Siempre hay muchas lecciones que asimilar en el campo de batalla, Por ejemplo, la 4.000 observó nada más iniciarse el combate la utilización de moscardones mensajeros mercenarios. Según ella, se trata de un sistema de comunicación a gran distancia mucho mejor que las tradicionales «corredoras».

La soldado belokaniana, que no había visto nada de eso, lo acepta de buena gana. Luego se apresura a volver sobre su tema.

¿Por qué nadie quiere hablarme de las termitas?

La anciana guerrera se le acerca. Sus antenas se rozan.

Aquí pasan cosas tan raras…

Sus efluvios sugieren un misterio.
Muy raras, muy raras…
la frase rebota en forma de eco olfativo contra las paredes.

Luego la 4.000 explica que hace algún tiempo que no se ve ni una sola termita de la ciudad del Este. Antes utilizaban el paso del río por Satei para enviar espías al oeste, y eso era cosa sabida y se les controlaba mejor o peor. Ahora ya no había ni siquiera espías. No había nada.

Un enemigo que ataca es inquietante, pero un enemigo que desaparece es todavía más desconcertante. Como ya no se producía la menor escaramuza con las exploradoras termitas, las hormigas del puesto de Guayei-Tyolo habían decidido espiar a su vez.

Una primera escuadra de exploradoras fue para allá. Y ya no hubo más noticia de ellas. Siguió un segundo grupo, que desapareció de la misma manera. Entonces pensaron en un lagarto o en un erizo particularmente glotón. Pero no, cuando un depredador ataca siempre queda al menos un superviviente, aunque esté herido. Pero en este caso se diría que las soldados se habían volatilizado como por arte de encantamiento.

Eso me recuerda algo…,
empieza a decir la 103.683.

Pero la anciana no le permite distraerla de su narración de los hechos, y prosigue:

Tras el fracaso de las dos primeras expediciones, las guerreras de Guayei-Tyoloy se jugaron el todo por el todo. Enviaron una minilegión de quinientas soldados armadas hasta las mandíbulas. Y en esa ocasión hubo una superviviente. Se había arrastrado sobre miles de cabezas y murió entre terribles trances justo al llegar al nido.

Se examinó su cadáver, que no presentaba la menor herida. Y sus antenas no habían sufrido ni un solo combate. Se hubiese dicho que la muerte había caído sobre ella sin razón ninguna.

¿Comprendes ahora por qué nadie quiere hablarte de la termitera del Este?

La 103.683 lo comprende. Está muy satisfecha, segura de haber dado con la pista. Si el misterio del arma secreta tiene una solución, ésta pasa forzosamente por la termitera del Este.

Holografía:
un punto en común entre el cerebro humano y el hormiguero podría venir simbolizado por la imagen holográfica.

¿Qué es una holografía? Una superposición de bandas grabadas, que, una vez reunidas e iluminadas desde un cierto ángulo, dan la sensación de una imagen en relieve.

De hecho, ésta existe en todas partes y en ninguna a la vez. De la reunión de las bandas grabadas ha resultado otra cosa: una tercera dimensión; la ilusión del relieve.

Cada neurona de nuestro cerebro, cada individuo del hormiguero, tienen la totalidad de la información. Pero la colectividad es necesaria para que pueda emerger la conciencia, el «pensamiento en relieve».

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Cuando la hembra 56, poco antes convertida en reina, recupera la conciencia, se encuentra embarrancada en una playa de arena. No cabe duda de que sólo ha podido escapar de las ranas a favor de una rápida corriente. Quisiera echar a volar pero sus alas todavía están mojadas. Así que se ve obligada a esperar…

Se limpia metódicamente las antenas, y luego olfatea el aire. ¿Dónde se encuentra? ¡Ojalá que no haya caído en el lado malo del río!

Agita las antenas a 8.000 vibraciones por segundo. Encuentra vestigios de olores conocidos. Ha tenido suerte, esta en la orilla oeste del río. Pero, en todo caso, no hay la más mínima feromona de pista. Tendría que acercarse un poco más a la ciudad central para poder vincular su futura ciudad a la Federación.

Por fin emprende el vuelo hacia el oeste. De momento no podrá ir muy lejos. Sus músculos alares están fatigados y ha de desplazarse en vuelo rasante.

Vuelven a la sala principal de Guayei-Tyolot. Desde el momento en que la 103.683 intentó hacer averiguaciones sobre las termitas del Este, la evitan como si estuviese infectada por la
alternaria.
Pero ella no se inmuta, entregada a su misión.

A su alrededor, las belokanianas intercambian trofalaxias con las guayeityolotianas, haciéndoles probar la nueva cosecha de hongos agáricos, y degustando a su vez, el melado extraído de unas orugas silvestres.

Y luego, tras los efluvios más diversos, la conversación va a parar a la caza del lagarto. Las guayeityolotianas cuentan que hace poco que se había visto a tres lagartos que aterrorizaban a los rebaños de pulgones de Zubi-zubi-kan. Éstos debieron de acabar con dos rebaños de millares de animales y con todas las pastoras que estaban con ellos.

Hubo un período en que cundió el pánico. Las pastoras ya no llevaban el ganado más que por los lugares protegidos practicados en la carne de las ramas. Pero gracias a la artillería ácida, habían logrado rechazar a los tres dragones. Dos se habían retirado lejos de allí. El tercero, herido, se había instalado sobre una piedra a cincuenta mil cabezas de distancia. Las legiones zubizubikanianas le habían cortado ya la cola. Había que aprovecharse rápidamente de ello y acabar con el animal antes de que recuperase sus fuerzas.

¿Es
cierto que las colas de los lagartos vuelven a crecer?
pregunta una exploradora. Le contestan afirmativamente.

Pero no es la misma cola la que vuelve a crecer. Como dice la Madre; nunca se vuelve a encontrar exactamente lo mismo que se ha perdido. La segunda cola no tiene vértebras, es mucho más blanda.

Una guayeityolotiana aporta otros informes. Los lagartos son muy sensibles a los cambios meteorológicos, más aún que las hormigas. Si han almacenado mucha energía solar, la rapidez de sus reacciones es fantástica. Por el contrario, cuando tienen frío, todos sus gestos se vuelven lentos. Para la ofensiva de mañana habrá que prever el ataque sobre la base de este fenómeno. Lo ideal sería cargar contra el saurio a partir del alba. La noche le habrá enfriado y estará aletargado.

¡Pero también nosotras estaremos frías!
indica muy oportuna una belokaniana.

No, si utilizamos las técnicas de resistencia al frío de las enanas,
replica una cazadora.
Nos llenaremos de azúcares y alcohol para mantener la energía y untaremos nuestros caparazones con baba para evitar que las calorías escapen demasiado de prisa de nuestros cuerpos.

La 103.683 atiende a estas palabras con antena distraída. Por su parte, piensa en el misterio de la termitera, en las desapariciones inexplicadas que le mencionó la anciana guerrera.

La primera guayeityolotiana, la que le mostró los trofeos y se negó a hablar de las termitas, se dirige a ella.

¿Has estado hablando con la 4.000?

La 103.683 afirma.

Pues no tengas en cuenta lo que te ha dicho. Es como si hubieses estado hablando con un cadáver. Hace unos días la picó un icneumón…

¡Un icneumón! La 103.683 siente un estremecimiento de horror. El icneumón es una avispa provista de un largo aguijón que por las noches perfora los nidos de las hormigas hasta dar con un cuerpo caliente. Entonces, lo horada y pone en él sus huevos.

Se trata de una de las peores pesadillas de las larvas hormigas: una jeringa que aparece por el techo y que tantea en busca de carnes blandas para depositar en ellas a sus hijos.

Estos últimos crecen a continuación en el organismo que les acoge, antes de convertirse en voraces larvas que roen al animal vivo en su interior.

Esa misma noche, la 103.683 sueña con una terrible trompa que la persigue para inocularle sus carnívoros hijos.

La contraseña de entrada no había cambiado. Nicolás había guardado consigo las llaves y no tuvo que hacer más que romper los precintos que había puesto la Policía para entrar en el apartamento. Desde que desaparecieran los bomberos nadie había tocado nada. Incluso la puerta de la bodega había quedado abierta de par en par.

A falta de una linterna de bolsillo, se dedicó a la tarea de confeccionar una antorcha. Consiguió romper una pata de una mesa y ató a ella una densa corona de papeles arrugados a los que prendió fuego. La madera se inflamó sin problemas con una llama pequeña pero homogénea, hecha para mantenerse a pesar de las corrientes de aire.

Inmediatamente se hundió por la escalera de caracol, en una mano la antorcha y en la otra su navaja. Decidido, con las mandíbulas apretadas, se sentía como un héroe.

Bajó, y bajó… Y no acababa de bajar y dar vueltas. La cosa se prolongaba ya lo que a él le parecían horas, y tenia hambre, y frío, pero sentía en su interior la rabia de vencer.

Aceleró la marcha, lleno de ansiedad, y empezó a gritar bajo la vasta bóveda, en una alternancia de llamadas a sus padres y de vibrantes gritos de guerra. Su paso era ahora de una extraordinaria firmeza, y saltaba de escalón en escalón sin ningún control consciente.

De repente se encontró ante una puerta. La empujó. Dos tribus de ratas estaban luchando y salieron huyendo ante la entrada de aquel niño que aullaba y que aparecía rodeado de pavesas.

Las ratas más viejas estaban inquietas; hacía un tiempo que las visitas de los «grandes» se multiplicaban. ¿Qué podía eso significar? ¡Siempre que éste no prendiese fuego a los escondrijos de las hembras encinta!

Nicolás prosiguió el descenso, con tanta prisa que ni siguiera cayó en la cuenta de la presencia de las ratas… Y seguían y seguían los escalones, y seguían apareciendo las raras inscripciones que por supuesto no iba a leer en esta ocasión. Y, de repente, sonó un ruido
(flap, flap),
y sintió un contacto. Un murciélago se había agarrado a su cabello. Sintió terror. Trató de desembarazarse de él pero el animal parecía haberse soldado a su cráneo. Trató de ahuyentarlo con la antorcha, pero no consiguió más que chamuscarse unos mechones de pelo. Gritó y echó a correr otra vez. El murciélago seguía en su cabeza como un sombrero. Y no le dejó hasta después de haberle producido una ligera herida sangrante.

Nicolás ya no sentía el cansancio. Con la respiración acezante y el corazón y las sienes latiéndole de forma que parecían ir a romperse, chocó de repente con una pared. Cayó al suelo, se levantó en seguida, con la antorcha intacta. Movió la llama ante si.

Sí, era una pared. Mejor: Nicolás reconoció las placas de cemento y acero que su padre había trasladado. Y las juntas de cemento aún estaban frescas.

—¡Papá, mamá, contestadme si estáis ahí!

Pero no, nada, sólo el eco. Sin embargo, tenía que seguir hasta el final. Hubiese jurado que esa pared debía pivotar sobre si misma… Eso era lo que ocurría en las películas, y además no había puerta.

¿Qué era lo que ocultaba esa pared? Nicolás encontró al fin esta inscripción:

¿Cómo formar cuatro triángulos equiláteros con seis cerillas?

Y justo debajo había un pequeño cuadrante con teclas. No tenía cifras sino letras. Veinticuatro letras que debían permitir componer la palabra o frase que respondía a la pregunta.

—Hay que pensar de manera diferente —dijo en voz alta.

Se quedó estupefacto, ya que la frase había acudido a él por sí misma. Estuvo pensando mucho rato, sin atreverse a tocar el cuadrante. Luego, se hizo en él un extraño silencio, un silencio enorme que le vació todo pensamiento, pero que, inexplicablemente, le guió para pulsar una sucesión de ocho letras.

El suave deslizarse de un mecanismo se dejó oír y… la pared se movió. Exaltado, dispuesto a todo, Nicolás siguió adelante. Pero, poco después, la pared volvió a su lugar. La corriente de aire que el movimiento provocó apagó el resto de antorcha que aún quedaba.

Encontrándose en la oscuridad más absoluta y con el ánimo decaído, Nicolás volvió sobre sus pasos. Pero a este lado de la pared no había botones en código. No tenía posibilidad ninguna de volver atrás. Se rompió las uñas en las planchas de cemento y acero. Su padre había hecho un buen trabajo; no en balde era cerrajero.

Limpieza:
¿qué hay más limpio que una mosca? Permanentemente está lavándose, lo que para ella no es un deber sino una necesidad. Si todas sus antenas y facetas no están impecablemente limpias, nunca verá el alimento lejano ni verá nunca la mano que cae sobre ella para aplastarla. La limpieza es un elemento mayor de supervivencia entre los insectos.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Al día siguiente, la Prensa popular se puso de acuerdo para dar la noticia:

«¡La cueva maldita de Fontainebleau ha vuelto a cobrarse otra víctima! Nuevo desaparecido: el hijo único de la familia Wells. ¿Qué hace la Policía?»

La araña lanza un vistazo desde lo alto del helecho. Está muy alta. Exuda una gota de seda líquida, la pega en una hoja, se adelanta hasta el final de la rama y salta al vacío. Su caída se prolonga un largo rato. El hilo se estira y se estira y luego se seca, se endurece y la sostiene justo antes de tocar el suelo. Ha estado a punto de estrellarse como una fruta madura. Muchas hermanas se han roto ya el caparazón a causa de un brusco cambio de temperatura que alargó el tiempo de endurecimiento de la seda.

La araña agita sus ocho patas para conseguir un movimiento de balanceo, y luego, estirándolas, consigue acercarse a una hoja. Aquí estará el segundo punto de anclaje de su tela. Pega en ella el extremo del hilo. Pero con una sola cuerda extendida no se va muy lejos. Ve un tronco a la izquierda y corre para llegar hasta él. Unas cuantas ramas más y unos cuantos saltos, y ya está, ya ha colocado los hilos de soporte. Éstos serán los que hagan frente a la presión de los vientos y de las presas. El conjunto tiene forma octogonal.

Other books

Lois Greiman by Seducing a Princess
Sapphic Cowboi by K'Anne Meinel
The Healing by Frances Pergamo
Keystone by Talbot, Luke
The Real Thing by Brian Falkner
Under Cover of Daylight by James W. Hall
Glass by Alex Christofi
The Throwaway Year by Pace, Pepper