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Authors: Camilla Läckberg

Las huellas imborrables (54 page)

BOOK: Las huellas imborrables
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–¡Pero Per! –profirió Carina en tono recriminatorio. Este se encogió de hombros sin más.

–Mucho dinero –contestó Frans sin especificar más–. Pero, aunque la cuenta está a tu nombre, he impuesto una condición. Por un lado, no puedes acceder a ella hasta que hayas cumplido los veinticinco. Y por otro –y aquí lo señaló con el dedo–, he impuesto una condición en virtud de la cual no podrás tocar el dinero hasta que tu madre considere que eres lo bastante maduro para ello y dé su permiso. Y la condición es válida incluso después de que hayas cumplido los veinticinco. Es decir, si tu madre estima que no eres lo bastante espabilado como para hacer algo sensato con el dinero, no lo verás ni en pintura. ¿Entendido?

Per murmuró algo por respuesta, pero aceptó sin protestar las palabras de Frans.

Carina no sabía qué actitud adoptar ante aquello. Había algo en el comportamiento de Frans, en el tono de voz, que la llenaba de preocupación. Pero, al mismo tiempo, sentía una gratitud inmensa hacia él a causa de lo que hacía por Per. No le importaba de dónde viniese el dinero. Hacía sin duda mucho tiempo que alguien había dejado de echarlo de menos, y si podía servirle a Per en el futuro, ella se mantendría al margen.

–¿Y qué hago con Kjell? –se inquietó.

Al oír la pregunta, Frans levantó la cabeza y la miró fijamente.

–Kjell no debe saber nada de esto, hasta el día en que Per tenga acceso al dinero. ¡Prométeme que no le dirás nada! ¡Y tú tampoco, Per! –exclamó mirando al nieto con el mismo apremio–. Es el único requisito que os impongo. Que tu padre no sepa nada hasta que sea un hecho consumado.

–Sí, no, claro, mi padre no tiene por qué saber nada –aseguró Per, más bien entusiasmado con la idea de tener un secreto para su padre.

En un tono más relajado, Frans añadió:

–Sé que, seguramente, recibirás algún tipo de castigo por la estúpida ocurrencia del otro día, pero ahora vas a escucharme –dijo obligando a Per a mirarlo a la cara–: Tendrás tu merecido, probablemente te envíen a un correccional. Te mantendrás apartado de los líos, procurarás no acercarte a la mierda en general, cumplirás el tiempo prescrito sin causar problemas, y cuando salgas, no cometerás una sola tontería más. ¿Me has oído? –le habló despacio y con claridad y cada vez que Per parecía vacilar e ir a apartar la mirada, él lo obligaba a sostenérsela.

–Tú no quieres llevar una vida como la mía. Ha sido una porquería, desde el principio hasta el final. Lo único que ha significado algo para mí en esta vida habéis sido tú y tu padre, aunque él no lo creería nunca. Pero es la verdad. ¡Así que prométeme que no te meterás en ninguna mierda! ¡Prométemelo!

–Sí, sí –asintió Per retorciéndose en el asiento. Aunque se veía que había escuchado y que tomaba buena nota de las palabras de su abuelo.

Frans esperaba que aquello bastase. Por experiencia sabía lo difícil que era salir del camino una vez emprendido. Pero, con un poco de suerte, el mensaje habría calado lo suficiente como para darle al nieto un empujón en otra dirección. En aquellos momentos, no podía hacer más.

Se puso de pie.

–Eso era lo que tenía que deciros. Aquí tienes toda la información necesaria para disponer del dinero. –Colocó un documento sobre la mesa, delante de Carina.

–¿No quieres quedarte un rato? –le preguntó ella sintiendo de nuevo la preocupación de hacía unos minutos.

Frans negó con la cabeza.

–Tengo que hacer. –Empezó a alejarse en dirección a la puerta, pero se volvió en el umbral. Al cabo de un instante de vacilación, musitó quedamente–: Cuidaos –y se despidió con la mano antes de salir a la calle.

En la cocina quedaron Carina y Per. Callados. Ambos con la sensación de haber vivido una despedida.

–Bueno, esto se está convirtiendo en una tradición –comentó Torbjörn Ruud secamente mientras observaba con Patrik el macabro trabajo ya iniciado. Anna se había prestado a quedarse con Maja, de modo que Erica también estaba presente y observaba la excavación con expectación mal disimulada.

–Pues sí. A Mellberg no le ha debido de resultar nada fácil conseguir la licencia –convino Patrik en un tono de insólito encomio para hablar de su jefe.

–Por lo que me han contado, el tipo del juzgado se pasó diez minutos vociferando al teléfono –contó Torbjörn sin apartar la vista de la tumba de la que los sepultureros retiraban capas y más capas de tierra.

–¿Tendremos que excavarlo todo? –preguntó Patrik con un escalofrío.

Torbjörn negó con la cabeza.

–Si tenéis razón, el chico al que buscáis debería estar el primero. Me cuesta creer que alguien se hubiese molestado en meterlo debajo de los demás –ironizó–. Probablemente no se encuentre en un ataúd, y la ropa nos indicará si es él.

–¿Cuánto tardaremos en tener un informe preliminar de la causa de la muerte? –intervino Erica–. Si lo encontramos –añadió prudente, por más que pareciera segura de que la exhumación terminaría por darle la razón.

–Me han prometido que lo tendríamos el viernes, o sea, pasado mañana –contestó Patrik–. Estuve hablando con Pedersen esta mañana y lo colocarán el primero de la lista. Se pondrá manos a la obra mañana mismo, y nos dará la información el viernes. Pero será una información preliminar, insistió. Esperemos que, de todos modos, pueda decirnos la causa de la muerte.

Un grito procedente del lugar de la excavación vino a interrumpirlo, y todos se encaminaron allí llenos de curiosidad.

–Hemos encontrado algo –declaró uno de los técnicos. Torbjörn se le acercó. Estuvieron hablando unos minutos como en secreto. Luego Torbjörn se dirigió a Patrik y a Erica, que no se habían atrevido a acercarse del todo.

–Parece que hay alguien enterrado justo bajo la superficie de la tierra. Y no está en un ataúd. A partir de ahora iremos con más cuidado, a fin de no malograr ninguna pista. Y eso significa que nos llevará un rato sacar al chico –tras dudar una fracción de segundo, añadió–: pero se diría que estabas en lo cierto.

Erica asintió y respiró hondo, aliviada. Aún a unos metros de distancia apareció Kjell, al que dieron el alto Martin y Gösta, cuya misión consistía en comprobar que ninguna persona no autorizada se acercase demasiado. Erica se dirigió apresuradamente hacia ellos.

–Está bien, soy yo quien lo ha informado de lo que ocurría.

–Ni prensa ni personas no autorizadas, ha ordenado Mellberg expresamente –masculló Gösta poniéndole a Kjell la mano en el pecho para detenerlo.

–Puede pasar –repuso Patrik, que también se había acercado–. Bajo mi responsabilidad –añadió antes de dirigirle a Erica una mirada con un mensaje claro: ella sería la responsable de las posibles consecuencias. Erica asintió y se llevó a Kjell hacia la tumba.

–¿Han encontrado algo? –preguntó con un brillo de expectación en los ojos.

–Eso parece. Creo que hemos encontrado a Hans Olavsen –respondió Erica observando fascinada cómo iban extrayendo el bulto indefinible de un hoyo de apenas medio metro de profundidad.

–Es decir, jamás salió de Fjällbacka –concluyó Kjell conteniendo la respiración, sin poder apartar la vista de la tumba.

–Parece que no. Pero claro, ahora queda la cuestión de cómo fue a parar ahí.

–En cualquier caso, Erik y Britta sabían que yacía aquí.

–Sí, y ambos están muertos –Erica meneó la cabeza, como si así pudiese hacer que todas las piezas cayesen en su lugar.

–Pero, de todos modos, lleva aquí enterrado sesenta años. ¿Por qué ahora? ¿Qué lo hizo de pronto tan importante? –preguntó Kjell reflexivo.

–¿No sacaste nada en claro de tu padre? –quiso saber Erica dirigiéndose a Kjell.

Este negó con la cabeza.

–Nada. Y ni siquiera sé si es porque no sabe nada o porque no quiso contármelo.

–¿Crees que sería capaz de…? –no se atrevió a terminar la pregunta, pero Kjell comprendió a qué se refería.

–Creo a mi padre capaz de cualquier cosa, eso es lo único que sé con certeza.

–¿De qué habláis vosotros dos? –se interesó Patrik, que se colocó al lado de Erica con las manos hundidas en los bolsillos.

–Estábamos comentando la posibilidad de que mi padre haya cometido los asesinatos –dijo Kjell tranquilamente.

Patrik se sobresaltó ante tanta sinceridad.

–¿Y habéis llegado a alguna conclusión? –preguntó entonces–. Nosotros también hemos abrigado ciertas sospechas, pero al parecer, tu padre tiene coartada para el asesinato de Erik.

–Pues no lo sabía –reconoció Kjell–. Pero espero que hayáis cotejado la información dos y hasta tres veces, porque me cuesta creer que buscarse una coartada fuese una misión imposible para un experto visitante de las cárceles del país.

Patrik comprendió que tenía razón y se dijo que debía preguntarle a Martin si habían mirado con lupa la coartada de Frans.

En ese momento llegó Torbjörn, que saludó a Kjell con un gesto.

–Ajá, el tercer poder estatal ha obtenido magnánimamente el permiso necesario para estar presente.

–Tengo en esto un interés personal –respondió Kjell. Torbjörn se encogió de hombros. Si la policía permitía que un periodista participase en aquello, no sería él quien se opusiera. Era su problema.

–Habremos terminado dentro de una hora más o menos –aseguró–. Y sé que Pedersen está listo para ponerse manos a la obra en cuanto llegue.

–Sí, yo también he hablado con él –confirmó Patrik.

–Muy bien. Pues entonces vamos a terminar de sacarlo de ahí, a ver qué secretos esconde este muchacho –declaró antes de darles la espalda para volver a la tumba.

–Sí, veamos cuáles son los secretos que esconde –dijo Erica en un susurro, sin dejar de mirar el hoyo. Patrik le pasó el brazo por los hombros.

Fjällbacka, 1945

Los meses que sucedieron a la muerte de su padre fueron desconcertantes y dolorosos. Su madre continuó haciendo las tareas cotidianas y cuanto se le exigía que hiciera. Pero algo faltaba. Elof se había llevado consigo una parte de Hilma, y Elsy ya no la reconocía. En cierto modo, no sólo había perdido a su padre, sino también a su madre. El único mundo seguro que le quedaba eran las noches que compartía con Hans. Todas las noches, una vez que su madre se había dormido, bajaba silenciosa y se acurrucaba a su lado. Sabía que aquello no estaba bien. Sabía que podía tener consecuencias cuyo alcance se le escapaba. Pero no podía hacer otra cosa. Los ratos en que yacía a su lado bajo el edredón, entre sus brazos, y sentía cómo le acariciaba el pelo, eran los momentos en que el mundo volvía a estar de una pieza. Cuando se besaban, y un ardor a aquellas alturas familiar, pero siempre sorprendente, lo inundaba todo, no comprendía por qué aquello estaba mal. Cómo podía estar mal el amor en un mundo susceptible de quedar hecho añicos por la explosión de una mina.

Hans fue una bendición también en los aspectos prácticos. La economía representaba un gran problema desde que murió su padre, y sólo se las arreglaban porque Hans había cogido un turno extraordinario en el barco y les entregaba hasta la última corona que ganaba. A veces Elsy se preguntaba si su madre no sabría que ella bajaba a su cama por las noches, pero hacía la vista gorda porque no podía permitirse hacer otra cosa.

Elsy se pasó la mano por el vientre mientras, tumbada junto a Hans, lo oía respirar pausadamente. Hacía más de una semana que sabía que se hallaba en ese estado. Claro que era inevitable, pero ella había cerrado los ojos a tal riesgo. Y, pese a las circunstancias, sentía una tranquilidad inmensa. Y es que aquel hijo era de Hans. Eso cambiaba cuanto ella sabía de la vergüenza y de sus consecuencias. No había nadie en el mundo en quien ella confiase más. Aún no le había dicho nada, pero sabía que no existía el menor peligro. Que él se alegraría. Que se ayudarían y que, de algún modo, llevarían la nave a tierra.

Cerró los ojos y dejó la mano en el vientre. En algún lugar, allí dentro, había algo muy pequeño, engendrado en el amor. El suyo y el de Hans. ¿Cómo iba a estar mal eso? ¿Cómo iba a estar mal un hijo suyo y de Hans?

Elsy se durmió con la mano en el vientre y una plácida sonrisa en los labios.

Una tensa expectación reinaba en la comisaría desde la exhumación del día anterior. Como era de esperar, Mellberg iba golpeándose el pecho y adjudicándose el honor del descubrimiento, aunque nadie le prestaba la menor atención.

Martin tampoco podía ocultar que todo aquello le resultaba de lo más emocionante. Incluso Gösta tenía cierto destello en los ojos mientras estuvieron vigilando el cordón policial en el cementerio. Al igual que los demás, también él había empezado a cavilar sobre posibles teorías de cómo estaba relacionado todo. A pesar de que por el momento no sabían demasiado y, sobre todo, ignoraban cuál era la red de conexiones, todos tenían la indiscutible sensación de que el hallazgo del día anterior había supuesto un avance decisivo y de que estaban cerca de dar con la solución.

Unos golpecitos en la puerta lo arrancaron de sus cavilaciones.

–¿Interrumpo? –Paula asomó la cabeza inquisitiva y Martin negó con un gesto.

–Qué va, pasa.

La colega entró y se sentó.

–¿A ti qué te parece?

–Todavía no sé qué pensar. Pero será muy emocionante leer el informe de Pedersen.

–¿Crees que murió asesinado? –preguntó Paula con sus ojos castaños llenos de curiosidad.

–¿Por qué, si no, iban a esconder el cadáver? –observó Martin. Paula asintió conforme, pues ya había llegado a la misma conclusión.

–Pero la cuestión es, ¿por qué ha cobrado importancia ahora, sesenta años después? Quiero decir que casi hemos de partir de la base de que los asesinatos de Britta y de Erik guardan relación con el «presunto» –pintó en el aire el signo de las comillas– asesinato de este chico. Pero ¿por qué ahora? ¿Qué lo desencadenó?

–No lo sé –admitió Martin con un suspiro–. Pero esperemos que la autopsia nos dé algún dato concreto sobre el que trabajar.

–Imagínate que no es así –dijo Paula, liberando la idea prohibida que, de vez en cuando, amenazaba con arraigar también en la mente de Martin.

–Cada cosa en su momento –repuso él sereno.

–Por cierto –comentó Paula cambiando de tema–. En el revuelo general, nos hemos olvidado de la toma de muestras de saliva. ¿No íbamos a recibir hoy los resultados de ADN? Será absurdo, si no tenemos con qué comparar.

–Tienes razón –convino Martin levantándose enseguida–. Vamos a arreglarlo ahora mismo.

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