Las lunas de Júpiter (14 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las lunas de Júpiter
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Éste utilizó la longitud de onda general para avisar a los demás, sin dejar de correr, y una de las tiendas herméticamente cerradas estaba preparada.

Lucky se precipitó dentro de la tienda, sin apenas aflojar el paso. La faldilla se cerró tras él y el interior se llenó de aire bajo presión adicional para compensar la pérdida causada por la abertura de la faldilla. Desabrochó velozmente el casco de Bigman, quitándole el resto del traje con algo más de lentitud. Le buscó el pulso y, con gran alivio, lo encontró. Naturalmente, la tienda estaba equipada con un botiquín de primeros auxilios. Le puso las inyecciones necesarias para una estimulación general y esperó que el calor y el oxígeno hicieran el resto.

Y, de pronto, los ojos de Bigman parpadearon y se posaron en Lucky. Sus labios se movieron y articularon la palabra «Lucky», aunque no se oyó ningún sonido.

Lucky sonrió con alivio, y finalmente pensó en quitarse el traje espacial.

A bordo de la Luna Joviana, Harry Norrich se detuvo ante la puerta abierta del compartimento donde Bigman completaba su recuperación. Sus ojos azules brillaban de satisfacción. —¿Cómo está el inválido?

Bigman se incorporó trabajosamente en la litera y gritó:

—¡Estupendamente! ¡Arenas de Marte, me encuentro de maravilla! Si no fuera porque Lucky me obliga a estar acostado, circularía normalmente.

Lucky soltó un gruñido de incredulidad. Bigman hizo ver que no lo oía. Dijo:

—Oiga, deje entrar a Mutt. ¡Mutt, viejo amigo! ¡Aquí, muchacho, aquí!

Mutt, en cuanto sintió aflojarse la presión sobre su arnés, corrió hacia Bigman, meneando frenéticamente la cola y saludando con sus inteligentísimos ojos.

El pequeño brazo de Bigman rodeó el cuello del perro en un abrazo de oso. —Muchacho, aquí tienes un amigo. Se ha enterado de lo que ha hecho, ¿verdad, Norrich? —Todo el mundo lo sabe. —Y resultaba muy fácil comprobar que Norrich sentía un gran orgullo personal por la hazaña de su perro.

—Apenas me acuerdo de lo que pasó antes de perder el conocimiento —dijo Bigman—. Se me llenaron los pulmones de amoniaco y no pude levantarme. Rodé colina abajo, atravesando la nieve de amoníaco como si no fuese nada. Después algo cayó encima de mí y estuve seguro de que era Lucky cuando oí el ruido de algo que se movía. Pero apartó suficiente nieve de la que nos rodeaba para dejar entrar la luz de Júpiter y entonces vi que era Mutt. Lo último que recuerdo es que me agarré a él.

Fue una verdadera suerte —dijo Lucky—. El tiempo adicional que yo habría necesitado para encontrarte habría sido tu final.

Bigman se encogió de hombros.

—Oh, Lucky, no hagas una montaña de un grano de arena. No habría ocurrido nada si no se me hubiera roto el conducto de aire al chocar contra una roca. Además, si hubiera tenido un poco de sentido común para abrir la presión de oxígeno, habría impedido el paso del amoníaco. Fue la primera bocanada lo que me dejó fuera de combate. No podía pensar.

En aquel momento, Panner pasó frente a la puerta y miró hacia dentro. —¿Cómo se encuentra, Bigman?

—¡Arenas de Marte! Veo que todo el mundo me considera un inválido o algo parecido. No me pasa nada. Incluso el comandante ha venido a verme y ha recobrado la lengua el tiempo suficiente para gruñirme. —Bueno —dijo Panner—, quizás haya olvidado su enfado.

—Ni hablar —repuso Bigman—. Sólo quiere asegurarse de que su primer vuelo no fracasará por una casualidad. Quiere tener una hoja de servicios inmaculada, eso es todo.

Panner se echó a reír,

—¿Todo preparado para el despegue?

—¿Es que nos vamos de Io? —preguntó Lucky.

—En cualquier momento. Los hombres están recogiendo el equipo que vamos a llevarnos y revisando el que dejamos aquí. Si ustedes pueden ir a la sala de mandos una vez estemos en marcha, háganlo. Tendremos el mejor panorama de Júpiter que hemos visto hasta ahora. Hizo cosquillas a Mutt detrás de la oreja y se marchó.

Comunicaron a Júpiter Nueve que abandonaban Io, tal como unos días antes comunicaran que habían aterrizado en el satélite.

—¿Por qué no llamamos a la Tierra? —dijo Bigman—. El consejero jefe Conway debería saber que lo hemos logrado.

No, —contestó Lucky— no lo habremos logrado hasta que estemos de regreso en Júpiter Nueve.

No añadió en voz alta que no estaba nada ansioso de regresar a Júpiter Nueve, y aún menos ansioso de hablar con Conway. Al fin y al cabo, no había resuelto nada durante aquel viaje.

Sus ojos marrones inspeccionaron la sala de mandos. Los ingenieros y tripulantes se encontraban en sus puestos, listos para despegar. El comandante con sus dos oficiales y Panner, estaban, sin embargo, en la sala de mandos.

Lucky volvió a interrogarse acerca de los oficiales, como una y otra vez se había interrogado acerca de cada uno de los hombres que la V-rana no había tenido oportunidad de descartar como, sospechosos. Había hablado con cada uno de ellos en varias ocasiones, y Panner lo había hecho con mayor frecuencia todavía. Había examinado su camarote. Él y Panner habían repasado su hoja de servicios. No habían obtenido nada. Volvería a Júpiter Nueve sin identificar al robot, y entonces la identificación sería más difícil que nunca y tendría que confesarse vencido ante la sede del Consejo.

Una vez más, desesperadamente, la idea de los rayos X pasó por su mente, junto con otros medios de inspección enérgica. Como siempre, pensó de inmediato en la posibilidad de ocasionar una explosión, probablemente una explosión nuclear.

Ésta destrozaría el robot. También mataría a trece hombres y haría saltar por los aires una nave de valor inapreciable. Y lo peor de todo sería que no habría modo de detectar a los robots humanoides que, según Lucky, espiaban en otros lugares de la Confederación Solar. Se sobresaltó al oír la repentina exclamación de Panner: —¡En marcha!

Se produjo el conocido y distante silbido de la sacudida inicial, el aumento de la presión aceleradora de retroceso, y la superficie de lo se fue quedando atrás.

La visiplaca no podía centrar Júpiter en su totalidad: era demasiado grande. En cambio, tenía centrada la Gran Mancha Roja y la seguía en su rotación alrededor del globo.

—Hemos conectado el sistema Agrav, sí —dijo Panner—, pero sólo temporalmente, ya que lo que pretendemos es alejarnos cuanto antes de lo. —Pero si seguimos cayendo hacia Júpiter —dijo Bigman.

—Así es, pero sólo hasta un momento determinado. Entonces viajaremos por impulso hiperatómico y nos precipitaremos hacia Júpiter en una órbita hiperbólica. Una vez ésta haya sido establecida, detendremos el impulso y dejaremos que Júpiter haga todo el trabajo. Nuestra mayor aproximación será de unos 240.000 kilómetros. La gravedad de Júpiter nos hará girar a su alrededor como si fuéramos un guijarro en una honda y nos lanzará nuevamente. En el momento oportuno, nuestra propulsión hiperatómica entrará en acción. Al aprovechar el efecto de la honda, ahorramos más energía que alejándonos directamente de Io, y obtenemos algunos primeros planos de Júpiter. Consultó su reloj. —Cinco minutos —dijo.

Se refería, tal como Lucky pensaba, al momento en que la nave cambiaría de propulsión Agrav a propulsión hiperatómica y empezaría a describir la órbita planeada alrededor de Júpiter. Sin dejar de mirar el reloj, Panner dijo:

—La hora ha sido escogida con el fin de aproar hacia Júpiter Nueve lo más directamente posible. Cuantas menos correcciones tengamos que hacer, más energía ahorraremos. Debemos regresar a Júpiter Nueve con toda la energía original almacenada posible. Cuanta más tengamos, mejor para el sistema Agrav. Mi objetivo es de un ochenta y cinco por ciento. Si podemos llegar con un noventa, muchísimo mejor. —¿Y si regresáramos con más energía de la que teníamos al partir? ¿Cómo podría explicárselo? —preguntó Bigman.

—Sería fantástico, Bigman, pero imposible. Existe una cosa llamada la segunda ley de la termodinámica que establece la forma de obtener una ventaja o, en este caso, recuperar los gastos. Tenemos que perder algo. — Sonrió ampliamente y dijo—: Un minuto.

Y en el segundo debido el ruido de los hiperatómicos invadió la nave con su murmullo ahogado, y Panner se metió el reloj en el bolsillo con expresión satisfecha.

—De ahora en adelante —dijo—, hasta efectuar las maniobras de aterrizaje cuando nos aproximemos a Júpiter Nueve, todo será completamente automático.

No había acabado de decirlo cuando el murmullo cesó, y las luces de la habitación se apagaron. Volvieron a encenderse casi enseguida, pero ahora había un pequeño letrero encendido en el cuadro de mandos que rezaba: EMERGENCIA. Panner se levantó de un salto. —¿Qué Espacio... ?

Salió apresuradamente de la sala de mandos, dejando a los demás mirándole y mirándose con distintos grados de horror. El comandante se había puesto pálido, y su rostro arrugado parecía una máscara. Lucky, con súbita decisión, siguió a Panner, y Bigman, naturalmente, siguió a Lucky. Se toparon con uno de los ingenieros, que salía del compartimento de los motores. Estaba jadeando. ¡Señor!

—¿Qué pasa, hombre? —inquirió Panner.

El Agrav está desconectado, señor. No se puede activar de nuevo.

—¿Qué hay de los hiperatómicos?

—La reserva principal está en cortocircuito. Llegamos justo a tiempo para evitar que saltara por los aires. Si la tocamos, toda la nave estallará. Hasta la última partícula de energía almacenada estallará. —¿Así que estamos empleando la reserva de emergencia? —Así es.

El rostro aceitunado de Panner estaba congestionado.

—¿De qué sirve eso? No podemos establecer una órbita alrededor de Júpiter con la reserva de emergencia. Salga de aquí. Déjeme pasar.

El ingeniero se apartó, y Panner se introdujo en el pozo. Lucky y Bigman le siguieron pisándole los talones.

Lucky y Bigman no habían estado en el compartimento de los motores desde el primer día que pasaron a bordo de la Luna Joviana. En esta ocasión, la escena era muy diferente. No reinaba un silencio augusto, no daba la sensación de enormes fuerzas en silencioso trabajo.

En lugar de ello, el insignificante sonido de los hombres se elevaba en torno a él.

Panner irrumpió en el tercer nivel.

—¿Qué es lo que se ha estropeado? —preguntó—. ¿Qué es exactamente?

Los hombres le abrieron paso y todos se arremolinaron sobre las entrañas descubiertas de un complicado mecanismo, explicando cosas en tonos de desesperación y cólera.

Se oyeron unos pasos procedentes del pozo, y el comandante en persona hizo su aparición. Se dirigió a Lucky, que estaba un poco retirado del grupo:

—¿Qué ha sido, consejero? —Era la primera vez que se dirigía a Lucky desde que salieran de Júpiter Nueve.

—Algo muy grave, comandante —respondió Lucky. —¿Cómo ha ocurrido? ¡Panner!

Panner alzó los ojos de lo que estaban mostrándole en aquel momento. Gritó con impaciencia:

—¿Qué diablos quiere?

El rostro del comandante se sonrojó.

—¿Cómo ha permitido que algo fallara?

—No he permitido que nada fallara.

—Entonces, ¿cómo llamaría a esto?

—Sabotaje, comandante. ¡Sabotaje deliberado y criminal!

—¿ Qué?

—Dos relevadores gravíticos han sido completamente destrozados y las piezas de repuesto necesarias han desaparecido y nadie las encuentra. El mando de propulsión ha sufrido un cortocircuito y no se puede arreglar. Nada de todo eso ha sucedido por accidente.

El comandante se quedó mirando a su ingeniero jefe. Preguntó con voz hueca: —¿Se puede hacer alguna cosa?

—Quizás encontremos los cinco relevadores de repuesto o podamos adaptar alguna otra pieza de la nave. No estoy seguro. Quizá pudiéramos fabricar un mando de propulsión provisional. De todos modos, necesitaríamos varios días y no es posible garantizar los resultados.

—¡Varios días! —exclamó el comandante—. No disponemos de varios días. ¡Estamos cayendo hacia Júpiter!

Durante unos momentos reinó un silencio absoluto, y después Panner expresó en palabras lo que todos ellos sabían:

—Así es, comandante. Estamos cayendo hacia Júpiter y parece que no podremos detenernos a tiempo. Eso significa que no hay nada que hacer, comandante. ¡Todos somos hombres muertos!

14 UN PRIMER PLANO DE JÚPITER

Fue Lucky el que rompió el mortal silencio subsiguiente, con voz aguda e incisiva:

—Ningún hombre está muerto mientras sea capaz de pensar. ¿Quién es el que maneja con mayor rapidez esta computadora de la nave? El comandante Donahue dijo:

—El mayor Brant. Es el encargado de la trayectoria regular.

¿Está en la sala de mandos?

—Sí.

—Vayamos a hablar con él. Quiero la Efemérides Planetaria... Panner, usted quédese aquí con los demás y empiece a improvisar alguna pieza de recambio con las demás partes del motor. —¿De qué servirá...? —empezó Panner. Lucky le interrumpió apresuradamente:

—Quizá no sirva de nada. En este caso, chocaremos contra Júpiter y usted morirá tras haber malgastado unas cuantas horas de trabajo. Le he dado una orden. ¡A trabajar! —Pero... —El comandante Donahue no fue capaz de pronunciar otra palabra. Lucky dijo:

—Como consejero de Ciencias, asumo el mando de esta nave. Sí pretende disputármelo, haré que Bigman le encierre en su camarote y podrá discutirlo ante un consejo de guerra, suponiendo que sobrevivamos. Lucky dio media vuelta y subió rápidamente por el pozo central. Bigman indicó al comandante Donahue que lo imitara con un ademán de la mano y él mismo cerró la marcha.

Panner les miró alejarse con el ceño fruncido, se volvió bruscamente hacia los ingenieros y dijo:

—Muy bien, puñado de cadáveres. No lo conseguiremos con el dedo en la boca. ¡A trabajar!

Lucky irrumpió en la sala de mandos.

El oficial que se hallaba de servicio preguntó:

—¿Qué pasa ahí abajo? —Tenía los labios blancos.

—Usted debe ser el mayor Brant —dijo Lucky

No hemos sido formalmente presentados, pero eso no importa. Yo soy el consejero David Starr, y tiene que acatar mis órdenes. Póngase delante de esa computadora y haga lo que le diga con toda la velocidad que pueda. Lucky tenía la Efemérides Planetaria frente a sí. Como todas las grandes obras de consulta, estaba en forma de libro y no de película. Después de todo, la vuelta de las páginas facilitaba más la rápida localización de un informe específico que el largo desarrollo de una película completa.

Volvió las páginas con creciente habilidad, buscando a lo largo de hileras y columnas de números que localizaban la posición de todas las partículas de materia de más de quince kilómetros de diámetro (y algunas de menos) existentes en el Sistema Solar en un momento determinado, junto con su plano de revolución y velocidad de movimiento. Lucky dijo:

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