Latidos mortales (15 page)

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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

BOOK: Latidos mortales
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—Claro, claro —dijo Billy—. ¿Qué podemos hacer para ayudarte?

—Para empezar, no me llevéis a vuestra casa —le dije—. Llevadme a un sitio al que no vayáis mucho.

—¿Por qué no? —preguntó Billy.

—Por favor, tío, solo hazlo. Y déjame un minuto para pensar —le dije y volví a cerrar los ojos. Intenté descubrir la mejor manera de que los Alphas no se viesen envueltos en todo este lío, pero el cansancio y el dolor me traicionaron. Caí en un repentino, profundo, oscuro y taciturno sueño.

Cuando me desperté me dolía el cuello de haber dormido en aquella postura: la barbilla apoyada en el pecho. El coche ya no estaba en marcha y era el único que quedaba dentro de él. El profundo cansancio me había abatido considerablemente y ya no sentía aquel temblor en todas las extremidades. No había dormido mucho, pero incluso una pequeña siesta puede hacer maravillas a veces.

Salí y vi que estaba en un garaje tan grande como para acoger a unos seis o siete coches, a pesar de que allí solo había dos vehículos: el todoterreno y un flamante Mercury negro. Reconocí el lugar, era la casa de Georgia, situada en la zona norte de la ciudad. Los Alphas me habían traído aquí una vez antes, cuando me rescataron de la guarida de una banda de licántropos psicóticos. Susan estaba conmigo.

Sacudí la cabeza, saqué mi bastón y el librillo, y caminé hacia la puerta de la casa. Hice una pausa justo antes de abrirla y oí voces hablando bajito. Cerré los ojos y me concentré en mi sentido del oído, incliné la cabeza hacia un lado para que las voces me llegaran nítidas y comprensibles. Era una capacidad muy útil, escuchar, aunque la verdad es que no podría explicar cómo se hace.

Oí cómo colgaban un teléfono.

—Están todos bien —dijo Billy.

—Bien —contestó Georgia—. Algo está pasando. ¿Viste su cara?

—Parecía agotado —dijo Billy.

—Parecía algo más que agotado. Está asustado.

—Puede ser —dijo Billy, después de dudarlo un poco—. ¿Y qué si lo está?

—Pues que,¿cómo de mal tienen que estar las cosas para que él esté asustado? —preguntó Georgia—. Y aún hay más.

Billy cogió aire.

—Su mano.

—¿Entonces se la has visto?

—Sí, antes de que se quedase dormido.

—Se supone que no tiene ninguna movilidad en ella —dijo. En su voz crecía la preocupación—. Tú lo has visto las noches que quedamos para echar la partida, casi no puede sostener una patata frita. Y hoy he oído cómo bajo la mano mala crujía la madera de su bastón, parecía que lo iba a romper.

Parpadeé ante las noticias y me miré la mano del guante. Intenté mover los dedos. Respondieron con un tic.

—Se ha comportado de forma distinta desde que se quemó —dijo Billy.

—Ocurre desde hace más tiempo —dijo Georgia—. Por lo menos desde hace un año. ¿Te acuerdas cuando apareció para jugar la partida con unas vendas por debajo de la sudadera? Nunca nos contó lo que le había sucedido. Fue una semana después del asesinato en el muelle y de aquella alarma terrorista en el aeropuerto. Se comporta así desde entonces. Está distante. Casi todo el tiempo.

—¿Crees que tuvo algo que ver con aquel asesinato? —preguntó Billy.

—Claro que no —contestó Georgia—. Pero creo puede que haya trabajado en el caso y se haya implicado con la víctima de alguna manera. Ya sabes cómo es. Probablemente se esté culpando por la muerte de la chica.

Tragué saliva e intenté no pensar en aquella chica morena, tan guapa, que se desangraba mientras el cabo de amarre se hundía y el barco se iba encharcando. Había tomado demasiadas malas decisiones y había acabado ahogándose en los problemas. Y yo no había sido capaz de protegerla de la criatura que le había quitado la vida.

—Si tiene algún problema, lo ayudaremos —dijo Billy.

—Sí —contestó Georgia—. Pero piensa en esto, Billy, involucrarnos puede que no sea la mejor manera de ayudarlo.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que no quiso que lo llevásemos a nuestro apartamento —dijo Georgia—. ¿Sabes por qué?

—No, no lo sé. Y tú tampoco.

Escuché un soplido de indignación.

—Billy, tiene miedo de que el apartamento esté vigilado.

—¿Por quién?

—Será por qué —dijo Georgia—. Nosotros no hemos visto, ni oído, ni sentido nada. Si lo que hay aquí es un trabajo de magia, podría resultamos difícil de manejar.

—¿Entonces qué propones? —dijo Billy—. ¿Que lo abandonemos sabiendo que está metido en un lío?

—No. —Resopló—. Pero, Billy, ya has visto lo que es capaz de hacer. Lo hemos visto acribillar a un ejército en el campo de batalla del reino de las hadas. Y esta noche me has contado que le ha tirado un coche a la cabeza de un mago y que este se lo quitó de encima. No creo que seamos débiles, pero perseguir demonios, troles o algún vampiro, de vez en cuando, es una cosa. Metemos en problemas de magos es otra. Ya has visto el tipo de poder que tienen.

—No me dan miedo —señaló Billy.

—Entonces es que eres tonto —dijo Georgia. La voz era tajante pero no cruel—. Harry no es quien solía ser. Está dolido. Y no me importa lo que diga, pero su mano herida le molesta más de lo que quiere hacernos creer. Lo último que necesita son más complicaciones.

—¿Quieres que lo dejemos solo? —preguntó Billy.

—No quiero ser un estorbo. Ya lo conoces. Protegería a los demás antes que a sí mismo. Si está jugando tan lejos de nuestra liga, puede que no seamos más que una distracción para él. Tenemos que ser conscientes de nuestros límites.

Hubo un largo silencio.

—No me importa —dijo Billy entonces—. No me voy a quedar mirando mientras él está en apuros.

—Todo lo que quiero, es que lo escuches. Si no quiere nuestra ayuda —dijo Georgia—, o si piensa que es peligroso que nos impliquemos, tenemos que confiar en lo que esté llevando a cabo. Sabe cosas que nosotros no sabemos. Siempre ha confiado en nosotros y nunca nos ha fallado. Prométeme que vas a corresponderle con tu confianza.

—Es que no puedo… mirar para otro lado —dijo Billy.

—No pretendo que lo hagas —replicó Georgia—. Pero… a veces piensas con los colmillos y no con la cabeza, Bill. —Oí cómo le daba un beso—. Te quiero. Lo ayudaremos en todo lo que podamos. Solo deseaba que consideraras la idea de que quizá no nos necesite para luchar.

Billy dio dos pasos y una de las sillas de la cocina crujió.

—No sé qué otra cosa podríamos hacer.

—Bueno —dijo Georgia. Abrió la nevera—. ¿Qué hay de aquellos magos enmascarados? ¿Te acercaste lo suficiente como para olerlos?

—Lo intenté —dijo Billy—. Y estuve muy cerca de ellos pero…

—¿Pero?

—No percibí ningún olor. Harry hizo algo. Tiró el coche por el aire. Hubo un resplandor de luz roja y después de eso, todo lo que pude oler fue…

Oí como Georgia daba dos pasos y tal vez lo tocaba.

—¿Qué fue lo que oliste?

—Azufre —dijo Billy con voz débil—. Olí azufre.

Hubo un silencio.

—¿Eso qué quiere decir? —preguntó Georgia.

—Que estoy preocupado por él —dijo Billy—. Tenías que haberle visto la cara. Furia. Nunca había visto a nadie tan enfadado.

—¿Crees que está… qué? ¿Inestable? —preguntó Georgia.

—Tú eres la que estudia psicología —dijo Billy—. ¿Tú qué crees? Apoyé la mano en la puerta. Dudé durante un segundo y la empujé.

Billy y Georgia estaban sentados a la mesa de una cocina bastante amplia con dos botellas de cerveza, abiertas pero intactas.

Parpadearon, se pusieron derechos y me miraron sorprendidos.

—¿Tú qué crees? —le pregunté a Georgia despacio—. A mí también me gustaría saberlo.

—Harry —dijo Georgia—, todavía soy solo una estudiante.

Fui a la nevera y cogí una cerveza fría. Era de una marca americana, pero en realidad no tengo paladar. Me gusta que la cerveza esté fría. Le quité la tapa, me acerqué a la mesa y me senté con ellos.

—No estoy buscando una terapeuta. Tú eres una amiga. Los dos los sois. —Di un trago de cerveza—. Dime lo que piensas.

Georgia y Billy cruzaron miradas y él asintió.

—Harry —dijo Georgia—, creo que necesitas hablar con alguien. No creo que importe mucho con quién. Pero tienes mucha presión y si no encuentras la forma de expulsarla, te acabarás haciendo daño.

—La gente habla con sus amigos, tío —dijo Billy—. Nadie puede hacerlo todo solo, tienes que compartirlo con alguien.

Di otro trago a la cerveza. Georgia y Billy también. Nos quedamos en silencio durante unos cuatro o cinco minutos y luego dije:

—Hace unos dos años me expuse a una influencia demoníaca. Una criatura llamada Lasciel. Un ángel caído. El tipo de ser que convierte a las personas en… verdaderos monstruos.

Georgia me miraba, sus ojos estaban clavados en mi cara.

—¿Por qué hiciste eso?

—Estaba en una moneda de plata —le dije—. Quien la tocase se expondría. Había un niño por allí que no tenía ni idea de lo que era aquello. No pensé. Simplemente estiré la mano antes de que el niño pudiera cogerla.

Georgia asintió.

—¿Qué pasó?

—Tomé medidas para contenerla —le dije—. Hice todo lo que se me ocurrió y durante un tiempo creí que lo había conseguido. —Bebí un poco de cerveza—. Entonces, el año pasado me di cuenta de que mi magia había aumentado con una energía demoníaca llamada Hellfire. Eso fue lo que oliste esta noche, Billy, cuando tiré el coche por los aires.

—¿Por qué la utilizaste? —me preguntó Billy.

Sacudí la cabeza.

—No lo decido yo. Simplemente ocurre.

Georgia frunció el ceño.

—No soy una experta en magia, Harry, pero por lo que he aprendido, ese tipo de poder no aparece gratuitamente.

—No, no lo hace.

—¿Y cuál ha sido su precio? —preguntó.

Cogí aire. Empecé a quitarme el guante de mi mano mutilada.

—Yo también me lo preguntó. —Me arranqué el guante y giré la mano hacia arriba.

La cicatriz estaba mucho peor por las partes interiores de mis dedos y por la palma. Más que carne humana parecía cera derretida; toda blanca y con brillos azulados donde habían sobrevivido algunas venas. Por todos lados salvo por, exactamente, el centro de la mano. Ahí, tres líneas de carne rosa y fresca formaban un sello que recordaba, vagamente, a un reloj de arena.

—Me apareció aquí cuando me quemé —le dije—. Es escritura antigua. Es el símbolo del nombre de Lasciel.

Georgia arrastró un suave suspiro y dijo:

—Oh.

Billy miró hacia ella y hacia mí repetidamente:

—¿Eh? ¿Qué, qué?

Georgia me miró pidiéndome que fuera paciente y se volvió hacia Billy.

—Es la huella de un demonio, como una marca,¿entiendes? —Me miró esperando confirmación.

Asentí.

—Le preocupa que ese demonio, Lasciel esté ejerciendo algún control sobre él de alguna forma que no pueda detectar.

—Exacto —afirmé—. Todo lo que sé me dice que debería estar aislado de Lasciel. Que debería estar a salvo. Pero el poder todavía permanece conmigo, de alguna manera. Y si el demonio está influyendo en mis pensamientos, tirando de mis riendas, puede que ni siquiera pueda sentir que lo está haciendo.

Georgia frunció el ceño.

—¿Crees que eso puede estar pasando?

—Es demasiado peligroso como para asumir otra cosa —le dije. Levanté la mano—. No estoy siendo arrogante, es un hecho. Tengo poder. Si lo uso imprudente o temerariamente, podría hacer daño a alguien. Podría matar a alguien. Y si Lasciel me estuviera influenciando de alguna manera…

—Quién sabe lo que podría pasar. —Billy terminó la frase con tono sobrio.

—Sí.

—Mierda —dijo Billy.

Todos dimos un trago de cerveza.

—Estoy preocupado —dije—. No he sido capaz de encontrar ninguna respuesta. He intentado un conjuro tras otro. Ritos, ceremonias. Lo he intentado todo y no se va.

—Jesús… —suspiró Billy.

—Una influencia como esta es perceptible y va contra las leyes de la magia. Si los centinelas lo descubren y me llevan a juicio, puede ser suficiente razón para que me ejecuten. Y si llegara a acercarme al caballero de la cruz, del que ya os he hablado, él podría sentir que lo tengo. Y no sé cómo reaccionaría. Lo que pensaría. —Tragué saliva—. Tengo miedo.

Georgia tocó mi brazo fugazmente y dijo:

—No deberías ser tan duro contigo mismo, Harry. Te conozco lo suficiente para saber que tú nunca habrías querido ese tipo de poder y mucho menos abusar de él.

—Si ninguna parte de mí lo quería —le dije—, ¿por qué no cogí al niño en vez de la moneda de Lasciel?

Un pesado silencio se apoderó de la cocina.

—Vosotros habéis sido mis amigos. Habéis estado a mi lado cuando las cosas se pusieron difíciles —dije un rato después—. Me habéis abierto las puertas de vuestra casa. De vuestra vida. Sois buenas personas. Siento no haber sido más accesible con vosotros.

—¿Lo de esta noche iba sobre esto? —preguntó Billy—. ¿Sobre el demonio?

—No —le dije—. Lo de esta noche fue diferente. Pero no puedo contároslo.

—Si estás tratando de protegernos… —empezó Billy.

—No os estoy protegiendo a vosotros —le dije—. Estoy protegiendo a otras personas. Si me ven con vosotros, esas personas podrían terminar muy mal, incluso muertas.

—No lo entiendo. Quiero ayudarte… —dijo Billy.

Georgia cogió la mano de Billy. Él la miró, se ruborizó y cerró la boca.

Asentí y terminé la cerveza:

—Necesito que confiéis en mí durante un tiempo. Lo siento. Pero cuanto antes salga de aquí, mejor.

—¿Cómo podemos ayudarte? —preguntó Georgia.

—Solo con saber que queréis ayudarme ya siento que lo hacéis —le dije—. Pero eso casi es lo único que podéis hacer. Por lo menos, por ahora.

—¿Casi?

Asentí.

—Si me pudierais dar algo de comer y, tal vez, si después me pudierais acercar al coche, os estaría muy agradecido.

—Claro que podemos hacer eso —dijo Billy.

—Gracias —contesté.

10

Asalté la nevera y coloqué mis presas sobre un pequeño plato mientras Billy llamaba a su apartamento. Un rato después, uno de los Alphas telefoneó para confirmar que el escándalo había cesado en los alrededores de Bock Ordered Books, y que prácticamente ya estaba todo muerto por allí.

—Solo queda un coche patrulla —nos retransmitió Billy—. Y unos obreros.

—No deberíamos esperar más —dije—. Con la policía merodeando, los monstruos del vecindario estarán escondidos un rato más. Me gustaría llegar e irme antes de que salgan de sus escondrijos.

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