Authors: Jude Watson
Estaban colocadas a centímetros las unas de las otras. Juntas formaban un cerrado cubo luminoso. Qui-Gon vio delante del cubo una placa pulida y negra con algo escrito en la superficie.
"EN MEMORIA DE NUESTROS COMPAÑEROS, OBREROS TODOS, CUARENTA EN TOTAL, QUE MURIERON A MANOS DE LAS FUERZAS ABSOLUTAS MIENTRAS INTENTABAN ROMPER LA VALLA ELECTRIFICADA."
Obi-Wan contó las columnas.
—Hay cuarenta, una por cada Obrero. Son monumentos conmemorativos.
—Se ha señalado cada lugar en el que murió un Obrero —supuso Qui-Gon.
Los dos Jedi contemplaron las columnas luminosas. Ahora parecían cobrar la presencia de seres humanos. Qui-Gon podía imaginar a los cuarenta Obreros avanzando hacia la valla electrificada. Quizá lo hicieron cogidos del brazo.
—Recuerdo que en nuestra misión a Melida/Daan me impresionó muchísimo la devastación de la ciudad —dijo Obi-Wan—. Cada resto estaba lleno de tristeza. Se veían las vidas rotas y perdidas. Y esto, de alguna manera, es igual de terrible. La ciudad no está afectada, pero se han ido tantos seres. Y la vida continúa a su alrededor —Obi-Wan tocó el cristal—. Es bueno tener presente todo lo que se perdió.
—Sí, pienso lo mismo —Qui-Gon también se sentía conmovido por el testimonio mudo de aquellas columnas.
Siguieron caminando y dejaron atrás el sitio donde antaño se levantó la valla electrificada. El puesto de control seguía en pie: una cabina de seguridad blindada. Al otro lado de la parte frontal, alguien había escrito en la pared: "ROAN ASESINO".
Cuando entraron en el Sector Civilizado, vieron más pintadas parecidas. "FUERA ROAN" decían algunas, "ARRIBA EWANE, MUERTE A ROAN" decían otras. Unos Obreros uniformados intentaban quitar las pintadas de la piedra pulida.
—Reina el descontento bajo la superficie —dijo Qui-Gon.
—Puedo percibirlo —asintió Obi-Wan—. La gente está enfadada.
Cada vez había más gente en las calles. La diferencia entre el Sector Civilizado y el Obrero era obvia. Los Civilizados tenían todo lo propio de la riqueza: ropas de calidad, deslizadores relucientes... Como era mediodía, los ricos estaban en la calle, hablando en grupos reducidos o en los opulentos cafés diseminados por la amplia avenida. Los Obreros llevaban túnicas lisas y pantalones, y parecían muy ocupados con sus recados. No paseaban ni disfrutaban del día.
—Tenemos que informar en un puesto de seguridad —dijo Qui-Gon—. Es obligatorio para todos los visitantes. Una mera formalidad, pero puede que averigüemos algo.
Los edificios del Gobierno estaban agrupados en un amplio distrito, todos ellos construidos alrededor de una serie de grandes cubos unidos entre sí, llenos de flores y bancos para sentarse. Al contrario que las relucientes estructuras elevadas que les rodeaban, no eran muy altos y tenían más adornos, columnas, cornisas. Así como grandes escaleras que llevaban hacia las relucientes puertas metálicas.
Obi-Wan y Qui-Gon recibieron una cordial bienvenida en el mostrador de la entrada principal del Edificio de Servicios de Administración, y fueron guiados al despacho del Jefe del Control de Seguridad. Era un hombre de torso y hombros muy fuertes, baja estatura e incipiente calvicie. Se levantó y les saludó con la cabeza.
—Soy Balog, su receptor oficial. Bienvenidos a Nuevo Ápsolon. Gracias por cumplir de inmediato con los procedimientos de llegada. ¿Puedo preguntar el motivo de su visita?
—Hemos oído hablar de los placeres de Nuevo Ápsolon —dijo Qui-Gon—. Somos turistas.
Balog asintió.
—El turismo no está prohibido... de momento, pero he de advertirles de que el Gobierno está a punto de emitir un comunicado oficial para todos aquellos que estén planeando visitar Nuevo Ápsolon. El planeta es un lugar peligroso para los forasteros. Nuestro líder está siendo perseguido, y hay mucho descontento. Los ánimos están excitados. La sociedad es un polvorín. No puedo garantizarles su seguridad.
—No hemos venido en busca de seguridad —dijo Qui-Gon—. No pretendemos quedarnos mucho tiempo, y tendremos cuidado.
Balog asintió.
—Entonces disfruten de su visita.
Qui-Gon se dirigió hacia la puerta, pero hizo como que dudaba.
—Ha mencionado que su líder está siendo perseguido. Y hemos oído que el anterior fue asesinado. ¿Cree que Roan también corre peligro?
—Hay gente que piensa que fue él quien conspiró para matar a Ewane —dijo Balog—. Obviamente, eso es falso. Pero ahí es donde reside el peligro. Esa gente quiere venganza. Nosotros la tenemos bajo control. Ewane era un gran hombre, pero Roan también lo es. Es un Civilizado con mucha riqueza, pero incluso antes de la revolución no sangrienta desafió a los miembros de su partido a ayudar a los Obreros. Yo soy un ejemplo de ello. Gracias a Roan obtuve este puesto. Y ha hecho lo mismo por otros. Roan cuenta con apoyo entre los Obreros. Los que sospechan de su culpabilidad en el asesinato no son más que una mayoría ruidosa.
—Las hijas de Ewane están escondidas, ¿no?
Balog pareció sorprenderse.
—En absoluto. Fueron acogidas por Roan tras la muerte de su padre. Viven en la residencia oficial, a dos manzanas de aquí.
Mientras salían del edificio de seguridad, Obi-Wan miró a su Maestro y se dio cuenta de que estaba preocupado. Si las gemelas estaban a salvo, ¿por qué habían llamado a Tahl?
—¿Crees que las gemelas no quieren que Ápsolon sepa que tienen miedo?
—Es lo más probable —dijo Qui-Gon—, pero sigue siendo raro que mintieran sobre lo de estar escondidas. Creo que es hora de ir a verlas.
Preguntaron el camino a un viandante. Todo el mundo sabía dónde estaba la residencia de Roan. Era un elegante edificio de la misma piedra gris claro, situado no muy lejos de allí. Qui-Gon se quitó la capucha al entrar. Sabía que tendría que dar su verdadera identidad para que le permitieran ver a las gemelas.
En el puesto de control, la pantalla se puso azul, y una voz le preguntó su nombre. Qui-Gon se lo dijo, explicando que era amigo de Eritha y Alani.
—Dé un paso adelante para el escáner de retina.
Qui-Gon y después Obi-Wan pasaron por el examen. El Maestro Jedi no puso objeciones. Le alegraba comprobar que las medidas de seguridad eran tan estrictas.
Finalmente, la puerta se abrió y ambos entraron en el ala privada de la residencia. Allí, dos chicas esperaban en una habitación alegremente decorada y con una chimenea encendida. Eran idénticas. Tenían el pelo rubio, largo y trenzado, y en sus finas caras resaltaban unos ojos oscuros y brillantes. Ambas esbozaron maravillosas sonrisas al ver a Qui-Gon.
—¡Qui-Gon! —gritaron al unísono, y corrieron hacia él.
Qui-Gon las saludó con una inclinación de cabeza.
—No estaba seguro de que me reconocierais.
—Pues claro que sí —Qui-Gon no sabía muy bien quién era la que había hablado. Hacía seis años, Alani era ligeramente más alta que Eritha, pero ahora eran de la misma estatura.
Como dándose cuenta de su problema, la otra chica sonrió.
—Soy Eritha. Ella es mi hermana Alani.
—Me temo que no puedo distinguiros —dijo Qui-Gon.
—Es complicado, pero con el tiempo la gente lo consigue —respondió Eritha.
—Sólo algunos —dijo Alani—. ¿Por qué estás en Nuevo Ápsolon? ¿Es una misión Jedi?
—No exactamente. Dejad que os presente a mi padawan, Obi-Wan Kenobi.
—Tus amigos son nuestros amigos —dijo Alani—. Nunca olvidaremos lo que hiciste por nosotras hace seis años.
—¿Qué tal está Tahl? —preguntó Eritha, ansiosa—. Esperábamos que viniera contigo.
—Tahl está en Nuevo Ápsolon, pero todavía no me he puesto en contacto con ella —dijo Qui-Gon—. ¿No la llamasteis vosotras?
Las gemelas se miraron sorprendidas.
—No —dijo Alani—. ¿Por qué íbamos a hacerlo?
—¿No os sentís en peligro? —preguntó Qui-Gon—. Desde el asesinato de vuestro padre, quizá no os sintáis seguras en Nuevo Ápsolon.
—Aquí, con Roan, estamos a salvo —dijo Eritha—. Era el mejor amigo de nuestro padre. Nos protegerá. Tenemos todo lo que necesitamos y no tenemos por qué salir si no queremos. Tenemos hasta un jardín privado en la parte trasera de la residencia.
—Te veo preocupado, Qui-Gon —dijo Alani—. Obviamente, Eritha y yo sabemos que hay personas en Nuevo Ápsolon que creen que Roan hizo matar a nuestro padre. Pero nosotras no.
—Roan ha sido como un padre para nosotras —dijo Eritha—. Y tras la muerte del nuestro, vimos lo mal que lo pasó. Era sincero. No nos permitió salir de la residencia. Nos dijo que, en adelante, él sería nuestro padre.
—Somos una familia —dijo Alani.
Qui-Gon asintió. No iba a poner en duda las creencias de las chicas. Pero tampoco las iba a tomar como verdaderas. Las había conocido cuando tenían diez años, devastadas por los conflictos de su planeta y echando de menos a su padre, que pasó muchos años en prisión. Habían quedado a cargo de los seguidores de Ewane, que habían demostrado la devoción por su líder al acoger a sus dos hijas. Quizá seguían sin ser capaces de soportar la complejidad de un planeta en el que el sabotaje y la corrupción estaban a la orden del día. La acogedora habitación y el recinto privado le indicaron que las niñas seguían bajo protección.
—¿Así que no sabíais que Tahl estaba en Nuevo Ápsolon? —preguntó Qui-Gon.
Ellas negaron con la cabeza.
—Si está, me gustaría que viniera a vernos —añadió Alani.
Qui-Gon asintió. Un sentimiento de temor creció en su interior. Si las chicas no eran las que habían llamado a Tahl, ¿quién lo había hecho? Y ¿dónde estaba Tahl?
Sin pistas, Qui-Gon decidió que la observación era la mejor estrategia hasta que elaboraran un plan de acción. Pasearon frente a los edificios del Gobierno, comentando las fuertes medidas de seguridad de la zona. Todo el mundo parecía alerta.
Obi-Wan leyó una inscripción en un edificio sin ventanas que había por allí. Al contrario que sus elegantes vecinos, era cuadrado y largo.
—Son los antiguos cuarteles de los Absolutos —dijo a Qui-Gon—. Ahora es un museo.
—Vamos a entrar —sugirió Qui-Gon—. Los Absolutos pueden seguir teniendo algo de poder aquí. Grupos como ése no se disuelven tan fácilmente. Cuanto más sepamos de ellos, mejor.
Pagaron una pequeña cantidad por la entrada y se encontraron en un recibidor de techo bajo y sorprendentemente pequeño. Grabada en el arco de piedra que dominaba la entrada al resto del edificio leyeron la inscripción: "LA JUSTICIA ABSOLUTA REQUIERE UNA LEALTAD ABSOLUTA". Una mujer fibrosa y de baja estatura se les acercó vestida con una túnica azul marino y pantalones. Tenía el pelo corto y de un negro oscuro. Obi-Wan se dio cuenta de que tenía la mano derecha torcida, y los nudillos grandes y nudosos.
—Bienvenidos. Soy Irini, su guía. Todos los guías del museo fueron prisioneros de los Absolutos. Comencemos el recorrido.
La siguieron por debajo del arco y a través de un largo pasillo, al que accedieron a través de una gruesa puerta de duracero. Se encontraron en una zona de celdas. Pasaron por el desierto mostrador de seguridad, a través de la fila de celdas.
—Aquí retenían a los prisioneros antes de enviarlos al proceso de "reclasificación", que era el término empleado por los Absolutos para la tortura —explicó Irini. En su voz había calma y frialdad—. A menudo se los mantenía sin comida ni agua durante un largo periodo de tiempo para debilitarlos. No tenían derecho a defenderse ni a contactar con sus familias. Si están de visita en nuestro planeta, habrán visto los numerosos monumentos conmemorativos, sobre todo en el Sector Obrero. Las columnas blancas se levantaron en honor a los que dieron su vida en ese lugar. Las columnas azuladas están ahí en memoria de los que fueron detenidos por los Absolutos. Mi columna está en la calle Teligi.
Irini se detuvo antes de llegar a la última celda.
—Estuve retenida aquí durante tres días. Luego me llevaron a la zona de reclasificación. Estuve presa seis meses.
—¿Por qué la arrestaron? —preguntó Obi-Wan. Dado que Irini era la guía, Obi-Wan supuso que preguntar aquello era correcto.
—Además de trabajar en el Sector Tecnológico, dirigía un periódico de los Obreros —dijo Irini—. Escribíamos sobre el cambio a través de la protesta pacífica. Nuestra actividad no era ilegal, pero los Absolutos nos acusaron de instigar a la violencia. Las acusaciones eran falsas. Tenían miedo de nuestra influencia sobre el resto de los Obreros. Técnicamente, los Obreros tenían libertad de expresión; pero lo cierto es que los Absolutos intentaban controlar lo que decíamos o hacíamos.
—¿Podíais votar? —preguntó Obi-Wan con curiosidad.
—Técnicamente, sí, claro; pero la Autoridad Ciudadana, que es el nombre que solía tener nuestra Legislatura Unida, instaló en el Sector Obrero los sistemas de voto más anticuados. Esos sistemas solían romperse, o los Obreros no conseguían registrarse. Los votos no se contaban. Las apelaciones pidiendo recuentos eran ignoradas. Pronto nos dimos cuenta de que para canalizar el cambio teníamos que tomar medidas más drásticas.
—Sabotaje —dijo Qui-Gon.
Ella asintió.
—Sí, ésa fue la estrategia principal. Cuando me liberaron me uní a este movimiento. Éramos Obreros de alta tecnología que enviábamos productos a la galaxia. Si los productos resultaban ser defectuosos, los beneficios caían. La principal preocupación de los Civilizados era los beneficios. Acabaron dándose cuenta de que la única opción que tenían era negociar con nosotros. Fue una lucha larga y ardua. Os demostraré lo difícil que fue. Acompañadme a las salas de tortura.
Irini les guió sala tras sala, cada una diseñada para un tipo diferente de detención o tortura. Algunas estaban vacías, pero las gruesas paredes y puertas decían más acerca de lo que tuvo lugar allí que cualquier dispositivo tecnológico. En una de las salas había un único objeto: un dispositivo con forma de ataúd fabricado con duracero y materiales plastoides. Tenía una abertura estrecha en la parte superior.
—Éste es un contenedor de privación sensorial —dijo Irini lentamente—. Todos fueron destruidos menos éste, que guardamos como recuerdo de lo que tuvo lugar aquí. Algunas personas estuvieron tanto tiempo dentro del contenedor que se volvieron locas. A otros les dieron sustancias paralizadoras y murieron dentro.
Les guió hasta otra cámara que mostraba pantallas en una de las paredes. Tras las pantallas, una lente proyectora emitía desde la pared trasera.