Libertad (90 page)

Read Libertad Online

Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

BOOK: Libertad
12.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Ah, bueno, es que Walter y yo nos tomamos un pequeño respiro en la relación.» Fue una manera extraña y bastante sagaz de formularlo, en la que resultaba difícil detectar un claro defecto moral. Patty se quedó el tiempo suficiente para admirar la casa y la vista del lago nevado, y al salir invitó a Linda y su familia a la fiesta que Walter y ella ofrecerían el día de Año Nuevo.

Linda no sentía gran predisposición a entrar en la casa del asesino de Bobby, pero cuando se enteró de que todas las familias de Canterbridge Court (salvo dos que ya estaban en Florida) irían a la fiesta, sucumbió a una combinación de curiosidad y tolerancia cristiana. La cuestión era que Linda tenía ciertos problemas de aceptación en el vecindario. Aunque gozaba de su propio plantel de amigos y aliados incondicionales en la parroquia, también creía firmemente en las buenas relaciones vecinales, y al adquirir tres nuevos gatos para sustituir a su Bobby, que ciertos vecinos indecisos creían que tal vez había muerto por causas naturales, quizá se había pasado de la raya; existía la sensación de que había actuado de una manera un tanto vengativa. Y por tanto, aunque dejó a su marido y a sus hijos en casa, condujo su Suburban a la casa de los Berglund en Año Nuevo y se quedó debidamente desconcertada por la especial hospitalidad que Patty le dispensó. Le presentó a sus hijos y luego, sin apartarse de su lado, la llevó fuera y la acompañó hasta el lago para que viera su propia casa a lo lejos. Linda pensó que estaba en manos de una experta, y que podía aprender de Patty una o dos cosas acerca de cómo granjearse corazones y voluntades; en menos de un mes Patty había conseguido cautivar incluso a aquellos vecinos que ya no abrían la puerta de par en par cuando Linda acudía a quejarse a ellos: la obligaban a quedarse fuera en el frío. Con audacia, le lanzó varias estocadas a Patty para que ésta, en un desliz, revelara su desagradable faceta progresista preguntándole si también ella era amante de los pájaros («No, pero soy amante de Walter, así que algo de eso tengo», respondió Patty), y si estaba interesada en encontrar una iglesia a la que asistir en la zona («Me parece maravilloso que haya tantas entre las que elegir», contestó Patty), antes de llegar a la conclusión de que su nueva vecina era una adversaria demasiado peligrosa para enfrentarse a ella frontalmente. Como para rematar la aplastante victoria, Patty había preparado un amplio y muy apetitoso despliegue de platos de los que Linda, con una sensación de derrota casi placentera, se sirvió copiosamente.

—Linda —dijo Walter, acercándose mientras ella repetía—. Muchas gracias por venir.

—Ha sido todo un detalle por parte de tu mujer invitarme —contestó Linda.

Con el regreso de su esposa, Walter había vuelto a afeitarse con regularidad: ahora se lo veía más sonrosado.

—Oye —dijo él—, me dio mucha pena cuando me enteré de la desaparición de tu gato.

—¿Ah, sí? Creía que odiabas a Bobby.

—Y lo odiaba. Era una máquina de matar pájaros. Pero sé que lo queríais, y perder a un animal es duro.

—Bueno, ahora tenemos otros tres, así que…

Él asintió con calma.

—Tú procura no dejarlos salir de casa, si es posible. Allí estarán más a salvo.

—Perdona, ¿es una amenaza?

—No, ninguna amenaza —respondió él—. Sólo es un hecho. Éste es un mundo peligroso para los animales pequeños. ¿Te traigo algo más de beber?

Aquel día, y en los meses posteriores, quedó claro para todos que en quien más se notaba la calidez de Patty era en el propio Walter. Ahora, en lugar de pasar a toda velocidad ante los vecinos con su iracundo Prius, se detenía para bajar la ventanilla y saludar. Los fines de semana llevaba a Patty a la porción de hielo que los chicos del vecindario conservaban despejada de nieve para jugar al hockey y le enseñaba a patinar, cosa que ella aprendió bastante bien en un plazo notablemente breve. Cuando la nieve empezó a derretirse, se veía a los Berglund dar largos paseos juntos, a veces casi hasta Fen City, y cuando, allá por abril, llegó el verdadero deshielo y Walter volvió a llamar puerta por puerta en Canterbridge Court, no fue para reprender a los vecinos por sus gatos, sino para invitarlos a que los acompañaran a él y a un amigo suyo científico en una serie de excursiones por la naturaleza en mayo y junio, y conocieran así su patrimonio local y vieran de cerca parte de la maravillosa vida que poblaba aquellos bosques. Llegado ese punto, Linda Hoffbauer abandonó hasta el último vestigio de resistencia a Patty, admitiendo sin reservas que aquella mujer sabía manejar a un marido, y ese nuevo tono en Linda agradó al vecindario, que empezó a abrirle un poco más sus puertas.

Y por eso, en definitiva, resultó inesperadamente triste para todos enterarse, a mediados de un verano en el que los Berglund ofrecieron varias barbacoas y, a cambio, recibieron múltiples invitaciones, de que a finales de agosto se iban a vivir a Nueva York. Patty explicó que tenía un buen trabajo en la enseñanza al que quería volver, y que su madre y sus hermanos y su hija y el mejor amigo de Walter vivían todos en Nueva York o cerca, y que si bien la casa del lago había significado mucho para ellos a lo largo de los años, nada duraba eternamente. Cuando le preguntaron si aún regresarían en vacaciones, se le ensombreció el semblante y contestó que no era ése el deseo de Walter. Cedía su propiedad a una fundación local para que la administrara como reserva de aves.

Pocos días después de la marcha de los Berglund en un enorme camión de alquiler, cuyo claxon Walter tocó mientras Patty se despedía con la mano, llegó una empresa especializada y levantó una alta valla antigatos en torno a toda la propiedad (Linda Hoffbauer, ahora que Patty se había ido, se atrevió a declarar que la valla era un poco fea), y pronto llegaron otros trabajadores para derruir el interior de la pequeña casa de los Berglund, dejando en pie sólo las paredes exteriores y el tejado como refugio para lechuzas o golondrinas. Hasta el día de hoy sólo se permite libre acceso a la reserva a las aves y los vecinos de Canterbridge Estates, a estos últimos por una puerta con una cerradura cuya combinación conocen, bajo un pequeño rótulo de cerámica con un retrato de la hermosa joven de piel oscura a quien debe su nombre la reserva.

Other books

Escaping Neverland by Lynn Wahl
Worth the Trouble by Becky McGraw
Chasing AllieCat by Rebecca Fjelland Davis
Nice Girls Don't Ride by Roni Loren
Whiskey Kisses by Addison Moore
Geek Girl by Cindy C. Bennett
Coven by David Barnett
Only Love by Victoria H. Smith, Raven St. Pierre
Needle in a Haystack by Ernesto Mallo
Lords of the Bow by Conn Iggulden