Lobos (25 page)

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Authors: Donato Carrisi

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Lobos
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—Si todos estamos de acuerdo en el hecho de que la muerte de Billy no fue un accidente, ¿por qué no pedimos una orden de detención contra el padre Rolf? ¡Es evidente que tiene algo que ver en el asunto!

—Sí, pero él no es el responsable del homicidio del niño.

A Mila no se le escapó la palabra «homicidio», pronunciada por Goran por primera vez. Las fracturas de Billy podían señalar sólo una muerte violenta, pero no existían pruebas de que hubiera ocurrido a manos de alguien.

—¿Y cómo está usted tan seguro de que el cura no es culpable? —continuó Rosa.

—El padre Rolf sólo encubrió el asunto. Se inventó la historia de la meningitis de Billy, así nadie se arriesgaría a profundizar, temiendo el contagio. El resto lo hizo el mundo de ahí fuera: a nadie le importaban esos huérfanos, supongo que lo veis claro.

—Además, el orfanato estuvo a punto de cerrar —lo ayudó Mila.

—El padre Rolf es el único que conoce la verdad, por eso tenemos que interrogarlo. Pero tengo miedo de que si vamos a por él con una orden…, bueno, también podríamos no encontrarlo. Es viejo, y podría estar determinado a llevarse esta historia a la tumba.

—Entonces, ¿qué debemos hacer? —Boris estaba impaciente—. ¿Deberíamos esperar a que ese curilla dé señales de vida?

—Claro que no —contestó el criminólogo. Después dirigió su atención al plano del orfanato que Stern había conseguido en el despacho del catastro municipal, donde señaló una zona a Boris y a Rosa.

—Tenéis que ir al pabellón que da al este, ¿veis? Aquí está el archivo con todas las fichas de los chicos que el orfanato hospedó hasta su cierre. Obviamente, a nosotros sólo nos interesan los últimos dieciséis niños.

Goran les entregó la foto de grupo en que resaltaba la sonrisa de Billy Moore. La volvió: en el reverso estaban las firmas de todos los crios presentes en aquella imagen.

—Comprobad los nombres: necesitamos el de la única ficha que falta…

Boris y Rosa lo miraron extrañados.

—¿Cómo sabe que falta una?

—Porque a Billy Moore lo mató un compañero suyo.

En la misma foto de grupo que mostraba a Billy Moore sonriente, el sitio de Ronald Dermis era el tercero por la izquierda. Tenía ocho años, lo que quería decir que él había sido la mascota antes de la llegada de Billy.

Para un niño, los celos pueden ser motivo suficiente para desear la muerte de alguien.

Una vez salido del orfanato junto a los demás, la burocracia había perdido su rastro. ¿Había sido adoptado? Eso era improbable. Quizá había acabado en una casa de acogida. Era un misterio. Casi podían estar seguros de que tras esa ausencia de información se escondía también la mano del padre Rolf.

Se hacía absolutamente necesario encontrar al sacerdote.

El padre Timothy aseguró que la curia se estaba ocupando de ello:

—La hermana ha muerto y él ha pedido ser devuelto al estado laico.

En la práctica, había renunciado a la sotana. Tal vez había sido el sentimiento de culpa por haber encubierto un homicidio, tal vez el insoportable descubrimiento de que el mal también sabe esconderse muy bien en las semblanzas de un niño.

Estas y otras hipótesis agitaban al equipo.

—¡Aún no he entendido si tengo que iniciar la caza al hombre del siglo o si, en cambio, debo esperar a que te dignes darme alguna respuesta!

Las paredes de contrachapado del despacho de Roche temblaron con el sonido de su voz. La ansiedad del inspector jefe, sin embargo, rebotaba contra la obstinada calma de Goran.

—¡Están encima de mí por la historia de la sexta niña: dicen que no estamos haciendo lo suficiente!

—No lograremos encontrarla hasta que Albert decida darnos algún indicio. Acabo de hablar con Krepp: dice que también ese escenario del crimen ha sido limpiado.

—¡Dime al menos si crees que Ronald Dermis y Albert son la misma persona!

—Ya cometimos ese mismo error con Alexander Bermann. De momento, yo me abstendría de acelerar conclusiones.

Eso era un consejo, y Roche no estaba acostumbrado a recibir consejos sobre la gestión política de los casos. Pero esa vez lo aceptó.

—Pero no podemos quedarnos aquí sentados esperando a que ese psicópata nos lleve a donde quiera. ¡Así nunca salvaremos a esa niña! Suponiendo que aún esté viva.

—Sólo hay una persona que puede salvarla. Y es él mismo.

—¿De verdad esperas que la suelte sin más?

—Sólo digo que, en algún momento, también podría querer cometer un error.

—¡Joder! ¿Acaso crees que puedo vivir de esperanzas mientras ahí fuera sólo esperan darme por culo? ¡Quiero resultados, doctor!

Goran estaba acostumbrado a los arrebatos de Roche. No iban dirigidos a él en particular: el inspector jefe se las tenía con el mundo entero. Era un efecto colateral de su cargo: cuando estás muy arriba, siempre hay alguien que quiere echarte abajo.

—He esquivado un montón de mierda en este período, y tampoco iba toda dirigida a mí.

Goran sabía ser paciente, pero era consciente de que con Roche no siempre funcionaba. Así que probó a tomar la iniciativa para quitárselo de encima.

—¿Quieres que te diga algo que hace que me vuelva loco?

—Cualquier cosa que me saque de este impasse, por favor.

—No se lo he dicho a nadie hasta ahora… Las lágrimas.

—¿Y?

—¡Al menos había cinco litros alrededor del cadáver de la segunda niña! Pero las lágrimas son salinas, por eso tienden a secarse en seguida. Ésas, en cambio, no. Me he preguntado el porqué…

—¿Y por qué?, si te apetece decírmelo.

—Son artificiales: reproducen exactamente la composición química de las humanas, pero son una ilusión. Por eso no se secan… ¿Sabes cómo se consigue recrear artificialmente las lágrimas?

—No tengo ni idea.

—Ésa es la cuestión: Albert, sí. Y lo ha hecho, ha invertido tiempo. ¿Sabes qué significa? —Dímelo tú.

—Que ha preparado cada cosa con cuidado. ¡Todo lo que está mostrándonos es el fruto de un plan concebido durante años de preparación! Y nosotros tenemos que controlar sus movimientos en poco tiempo. Eso es lo que significa.

Roche se arrellanó en el respaldo de su sillón, con la mirada fija en el vacío.

—¿Qué nos espera, según tú?

—Francamente, temo que lo peor aún esté por llegar.

Mila bajó a los sótanos del Instituto de Medicina Legal. Había comprado algunos cromos de futbolistas famosos o, al menos, eso fue lo que le aseguró quien se los vendió. Ese pequeño gesto formaba parte de un ritual de despedida. En la morgue, en efecto, Chang recompondría el cadáver de Billy Moore para enterrarlo de nuevo bajo el ángel de piedra.

El patólogo estaba completando su examen y había sacado algunas placas de las fracturas. Las radiografías estaban expuestas sobre un panel luminoso delante del cual se hallaba Boris. Mila no se sorprendió de encontrarlo allí.

Cuando se dio cuenta de que había llegado ella, el agente sintió la necesidad de justificarse.

—He pasado a ver si había novedades.

—¿Y las hay? —preguntó Mila, siguiéndole el juego para no incomodarlo. Era evidente que Boris estaba allí por motivos personales.

Chang interrumpió su trabajo para contestar él mismo a la pregunta de Mila:

—El cuerpo se precipitó desde lo alto. Por la gravedad y la cantidad de fracturas que he descubierto en el esqueleto se puede deducir que la muerte fue casi instantánea.

Tras ese «casi» se escondía esperanza y, a la vez, angustia.

—Obviamente, nadie puede decir si Billy saltó o fue empujado…

—Obviamente.

Mila se percató de que sobre una silla había un folleto de una agencia de pompas fúnebres, pero no del servicio proporcionado por la policía. Debía de haber sido idea de Boris pagar de su propio bolsillo para que Billy recibiera una digna sepultura. Sobre un estante todavía estaban los patines, que habían sido perfectamente lustrados, y la grabadora, regalo de cumpleaños del que el niño no se separaba nunca.

—Puede que Chang haya descubierto también dónde pudo ocurrir la muerte —anunció Boris.

El médico forense se dirigió entonces hacia algunas fotos ampliadas del colegio.

—Los cuerpos que caen al vacío adquieren peso con la velocidad: es un efecto de la fuerza de la gravedad. A fin de cuentas, es como si fuera aplastado contra el suelo por una mano invisible. Así, cruzando los datos relativos a la edad de la víctima, por lo que concierne al proceso de calcificación ósea, con los de la entidad de las fracturas, se consigue presumiblemente la altura desde la que tuvo lugar la caída. En este caso, más de quince metros. Por tanto, teniendo en cuenta la elevación media del edificio y la inclinación del suelo, casi puedo afirmar con certeza que el niño se precipitó desde la torre, desde este punto… ¿Veis?

De nuevo, un «casi» mezclado con las palabras de Chang mientras señalaba el lugar exacto sobre la foto. En ese momento, un ayudante asomó por la puerta.

—Doctor Vross, lo buscan…

Por un momento, Mila no logró establecer una relación entre el rostro del médico forense y su verdadero nombre. Por lo que parecía, ninguno de sus subordinados se atrevía a dirigirse a él llamándolo Chang.

—Perdonadme —se disculpó, dejándolos solos.

—Yo también tengo que irme —dijo Mila, y Boris asintió.

Mientras se encaminaba, pasó junto al estante donde se encontraban los patines y la grabadora de Billy y añadió los cromos que había comprado. Boris se percató de ello.

—Ahí está su voz…

—¿Cómo? —preguntó ella, que no lo había entendido. Boris señaló la grabadora con un gesto de la cabeza, y repitió:

—La voz de Billy. Sus retransmisiones inventadas… Sonrió. Pero era una sonrisa triste.

—¿Las has escuchado?

Boris asintió.

—Sí, sólo el principio, después no he podido seguir…

—Comprendo… —dijo Mila, y no añadió nada más.

—La cinta está casi íntegra, ¿sabes? Los ácidos de la… —no podía decirlo— descomposición no la han afectado. Chang sostiene que es bastante raro. Quizá haya dependido de la naturaleza del terreno en que fue enterrada. Faltaban las pilas, he tenido que ponérselas yo.

Mila fingió sorpresa para aplacar la tensión de Boris.

—Entonces, la grabadora funciona.

—Por fuerza: ¡es japonesa!

Ambos rieron juntos.

—¿Quieres escucharla entera conmigo?

Mila lo pensó un momento antes de contestar. En realidad, no le apetecía demasiado: «Hay cosas que merecen descansar en paz», pensaba. Pero, bien mirado, en ese caso era Boris quien lo necesitaba, y no se atrevió a decirle que no.

—Vamos, conéctala.

Él se acercó a la grabadora, pulsó el play y, en aquella fría sala de autopsias, Billy Moore volvió a la vida.

—«… ¡El estadio es el mítico Wembley, amigos deportistas a la escucha! ¡El match es de esos que pasarán a la historia del deporte: Inglaterra-Alemania!»

Tenía un tono vivaz, con las eses sibilantes en las que inevitablemente tropezaba la frase. En esas palabras estaba encerrado el sonido de una sonrisa, y les parecía estar viendo a Billy, en la despreocupación de su edad, mientras trataba de infundirle al mundo una pizca de la alegría que lo caracterizaba.

Mila y Boris sonreían con él.

—«La temperatura es cálida y, a pesar del otoño avanzado, no se prevé lluvia. ¡Los equipos ya están alineados en el centro del campo para escuchar los himnos nacionales…! ¡Las gradas están repletas de seguidores! ¡Menudo espectáculo, señoras y señores! ¡Dentro de poco asistiremos a un gran desafío futbolístico! Pero primero la alineación de los jugadores que saltarán al cam…
Dios mió, me arrepiento y lamento de todo corazón mis pecados, porque pecando he merecido tus castigos, y mucho más porque te he ofendido a ti, infinitamente bueno y digno de ser querido sobre todas las cosas

Mila y Boris se miraron, sin entender. La voz que se superponía a la de la primera grabación era mucho más débil. —Es una plegaria.

—Pero ése no es Billy….

—«…
Propongo con tu santa ayuda no ofenderte nunca más y huir de las ocasiones próximas al pecado. Señor, misericordia, perdóname

—«
Está bien
.» La voz de un hombre. —«
¿Qué quieres decirme?
»

—«
He dicho muchas palabrotas últimamente. Y hace tres días robé galletas de la despensa, aunque Jonathan se las comió conmigo… Y luego… copié los deberes de matemáticas.»

—«
¿Y nada más?
»

—Debe de ser el padre Rolf —dijo Mila.

—«…»

—«
Píénsalo bien, Ron.»

El nombre pronunciado heló el silencio de la sala. Y también Ronald Dermis volvió a ser un niño.

—«
En realidad… hay algo que
…»

—«
¿Y puedes hablarme de ello?
»

—«
… No

—«
Sí no me lo cuentas, ¿cómo puedo darte la absolucíón?
»

—«
… No lo sé

—«
Tú sabes lo que le ha pasado a Billy, ¿verdad, Ron?
»

—«
Dios se lo ha llevado consigo

—«
No ha sidoDios, Ron. ¿Tu sabes quién ha sido?
»

—«
Se cayó. Se cayó de La torre

—«
Tero tú estabas con él
…»

—«… Sí.»

—«
¿Quién tuvo la idea de subir allí arriba?
»

—«
… Alguien había escondido sus patines en la torre

—«
¿Fuiste tú?
»

—«…
Sí.»

—«
¿Y tambíén lo empujaste?
»

—«…»

—«
Ronald, te lo ruego: responde a la pregunta.»

—«…»

—«
Nadie te castigará sí dices lo que pasó. Es una promesa

—«
Él me dijo que lo hiciera

—«
¿Él, quién? ¿Billy? ¿Te dijo Billy que lo empujaras?
»

—«
No

—«
Entonces, ¿fue uno de los demás niños?
»

—«
No

—«
¿Entonces, quién?
»

—«…»

—«
Ron

—«
¿Sí?
»

—«
Vamos, respóndeme. Esa persona que dices no existe, ¿verdad? Es sólo fruto de tu imaginación
…»

—«
No

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