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Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

Los cuclillos de Midwich (13 page)

BOOK: Los cuclillos de Midwich
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Zellalby lo miró más atentamente. El señor Leebody prosiguió:

—¿Quiénes son esos niños? Es curiosa la forma como nos miran con sus extraños ojos. Son... extraños, eso es. —Vaciló, y luego añadió—: Me doy cuenta de que este no es el tipo de idea que pueda usted aceptar, pero me sorprendo constantemente a mí mismo pensando que se trata de una especie de prueba.

—¿Pero de quién? —dijo Zellaby—. ¿Y para qué?

El señor Leebody agitó la cabeza.

—Probablemente nunca lo sepamos. Aunque de hecho ya la hemos considerado como una prueba. Hubiéramos podido rehusar esta situación que nos había sido impuesta, pero hemos preferido considerarla como nuestra.

—Esperemos —dijo Zellaby—. Esperemos que no nos hayamos equivocado.

El señor Leebody mostró su sorpresa.

—¿Pero qué hubiera querido usted?

—No lo sé. ¿Cómo quiere que lo sepa?

Se separaron: el señor Leebody para ir a efectuar su visita, y Zellaby para continuar pensativamente su paseo. Absorbido en sus meditaciones, llegó a las inmediaciones del panque, y su atención se vio atraída por la señora Brinkham, que estaba aún algo lejos. Al principio se afanaba hacia él tras un cochecito de niño resplandecientemente nuevo, pero luego, de pronto, se detuvo, mirando hacia el interior del cochecito con aire inquieto y desorientado. Luego cogió al bebé y lo llevó algunos pasos hacia el monumento a los caídos. Allá, se sentó en el segundo peldaño, desabotonó su blusa y soltó su sujetador, y le dio el pecho.

Zellaby prosiguió su paseo. Al llegar cerca de ella, saludó quitándose el sombrero. Una expresión de disgusto invadió el rostro de }a señora Brinkham al mismo tiempo que enrojecía, pero no se movió. Luego, como si él le hubiera dicho algo, murmuró agresivamente:

—Bien, es algo de lo más natural, ¿no?

—Mi querida señora, es algo clásico. Uno de los mayores símbolos —le aseguró Zellaby.

—Entonces váyase —dijo ella, echándose a llorar.

Zellaby vaciló.

—Perdón, ¿puedo hacer algo...?

—¡Sí, váyase! —repitió ella—. ¿Cree usted que soy feliz exhibiéndome de esa manera? —siguió llorando.

Zellaby vaciló de nuevo.

—Tiene hambre —dijo la señora Brinkham—. Usted lo entendería si su hijo hubiera sido uno de los del Día Negro. ¡Y ahora, por favor, váyase!

No parecía ser el momento más adecuado para proseguir la conversación. Zellaby se quitó de nuevo el sombrero y obedeció. Siguió de nuevo su camino; la sorpresa le hacía fruncir el ceño, se empezaba a dar cuenta de que las cosas no iban como él creía, de que se le había ocultado algo.

A medio camino de la carretera que conducía a Kyle Manor oyó tras él el ruido de un coche y se apartó para dejarle pasar. Sin embargo, el coche no le pasó. Se detuvo a su altura. Al girarse, vio que era la camioneta de los comestibles como había esperado, sino un pequeño coche rojo, con Ferrelyn al volante.

—Querida —dijo—, no sabes lo contento que estoy de verte. No tenía la menor idea de que venías. Me gustaría tanto que la gente no se olvidará de tenerme al corriente de las cosas.

Pero Ferrelyn no correspondió a su sonrisa. Su rostro, un poco pálido, mantuvo su expresión fatigada.

—Nadie sabía que iba a venir —dijo—, ni siquiera yo. No pensaba hacerlo miró al bebé instalado en una cunita al lado de su asiento—. Es él quien me ha obligado.

C
APÍTULO XIII
C
LÍMAX EN
M
IDWICH

Al día siguiente regresaron a Midwich: primero la doctora Margaret Haxby, de Norwich, con su bebé; la señorita Haxby no formaba ya parte del personal de la Granja, puesto que había presentado su dimisión hacía dos meses. Sin embargo, fue a la Granja, donde se dirigió solicitando albergue. Luego, dos horas más tarde, la señorita Diana Dawson, de los alrededores de Gloucester, también con su hijo, solicitando un techo. Su problema era menos complicado que el de la señorita Haxby, puesto que aún seguía formando parte del personal, aunque estuviera de vacaciones y no tuviera que regresar hasta pasadas algunas semanas. En tercer lugar la señorita Polly Rushton, de Londres, con su hijo, en un estado agudo de angustia y confusión, solicitando ayuda y asistencia a su tío, el reverendo Hubert Leebody.

Al día siguiente, otros dos ex-miembros del personal de la Granja llegaron con sus bebés, admitiendo perfectamente haber presentado su dimisión pero dando a entender pese a todo que era deber de la Granja encontrarles un alojamiento en Midwich. Por la tarde, la joven señorita Dorry, que se había trasladado a Devonport para estar cerca de su marido, destinado allí, regresó con su bebé, ante la sorpresa general, y se instaló de nuevo en su casa. Y al tercer día apareció, procedente de Durham, con su bebé, la última empleada de la Granja mezclada en esta historia. Ella también se hallaba en principio de vacaciones, pero insistió para que se le encontrara un alojamiento. Finalmente, la señorita Latterly hizo su aparición con el bebé de la señorita Lamb, acudiendo precipitadamente de Eastbourn, donde la había llevado para que descansara.

Aquella inmigración suscitó encontrados sentimientos. El señor Leebody acogió calurosamente a su sobrina, como si esta se hubiera dirigido a él para mitigar ciertas dificultades. El doctor Willers se sentía perplejo y desconcertado, al igual que la señora Willers, que temía que aquello retrasara las vacaciones que había preparado y de las que tanto necesitaban. Con una juiciosa reserva, Gordon Zellaby mantenía la actitud de un observador ante un fenómeno interesante. La persona a quien la marcha de los acontecimientos estaba afectando más era sin duda el señor Crimm. Comenzaba a presentar un aspecto inquietantemente extraviado.

Bernard recibió un cierto número de informes urgentes. El mío y el de Janet exponían que el primer obstáculo, y probablemente el más importante, había sido franqueado, y que los bebés habían llegado al mundo sin despertar un interés obstétrico nacional. Pero, si quería evitar la publicidad, era preciso tomar inmediatamente las riendas de aquella nueva situación. Era preciso establecer planes sobre una base oficial sólida, para la vigilancia y cuidado de los niños.

El señor Crimm insistía en el hecho de que las irregularidades que se habían producido en sus fichas eran tales que ya no podía asegurar el control del personal y que, a menos que se produjera una rápida intervención a un nivel superior, muy pronto habría un terrible desorden.

El doctor Willers se sintió en la obligación de redactar tres informes. El primero estaba escrito en lenguaje médico, para los archivos. El segundo expresaba su opinión en lenguaje más claro, para los profanos. Los puntos sobresalientes de su exposición eran los siguientes:

"La proporción de la viabilidad en un cien por cien (treinta y un sujeto masculinos, y treinta femeninos) en este caso especial, tiene como corolario la imposibilidad de hacer una observación que no sea superficial. De todos modos, de entre las características observadas, las siguientes son comunes a todos los individuos:

»La más notable reside en sus ojos. Su estructura es bastante normal; el iris, sin embargo, es de un color único por lo que conozco, es decir de un dorado brillante y casi fluorescente. Todos los niños presentan la misma tonalidad de color.

»Los cabellos, particularmente finos y suaves, pueden ser descritos como de un rubio ligeramente oscuro. En sección y bajo el microscopio, el cabello presenta un lado plano y un lado arqueado formando una sección, que recuerda la de una delgada D mayúscula. Muestras tomadas de ocho bebés han resultado ser absolutamente idénticas. No he hallado hasta aquí otra descripción de este tipo de cabellos. Las uñas de los pies y las manos son un poco más estrechas que la media, pero no se parecen en nada a la clásica formación tipo garra, sino que por el contrario me atrevería a decir que son un poco más aplanadas que de costumbre. La forma del occipucio podría ser considerada como poco habitual, pero es demasiado pronto para hacer una afirmación precisa al respecto.

»En un informe precedente sugerí que el origen de esos individuos pudiera ser atribuido a un proceso de xenogénesis. La muy notable similitud entre todos los niños, el hecho de que no son en absoluto el producto de una hibridación de ninguna especie conocida, así como las circunstancias del origen de la gestación tienden a mi modo de ver a reforzar esta tesis En un próximo futuro serán aportadas pruebas más formales a través del examen completo de la sangre.

"He sido incapaz de encontrar la menor mención a un caso de xenogénesis humano, pero no veo ninguna razón que pudiera imposibilitar un tal caso. Esta explicación ha sido hallada también por las madres afectadas. Las más evolucionadas aceptan de buen grado la tesis de que son madres huésped y no verdaderas madres; las menos cultivadas hallan en ello una causa de humillación, y prefieren no hablar al respecto.

"En general, los bebés parecen en perfecto estado de salud, aunque no sean tan mofletudos como suelen serlo generalmente los bebés de esta edad. La proporción entre el tamaño de la cabeza y el del cuerpo es la que puede hallarse normalmente en sujetos de mayor edad. Un ligero reflejo de la piel, extrañamente plateado, ha preocupado a algunas madres, pero esta particularidad es común a todos los sujetos, lo que hace creer que es algo normal a la especie."

Tras haber leído el resto de su informe, Janet le hizo severos reproches.

—¿Y toda esa historia del regreso de las madres y de los niños, y toda esa historia de compulsión? —dijo—. No puede dejar todo esto deliberadamente a un lado.

—Una forma de histeria que da origen a una alucinación colectiva —dijo Willers—. Probablemente algo temporal.

—Pero todas las madres, posean o no educación, están de acuerdo en que los bebés pueden ejercer una compulsión sobre ellas, y lo hacen. Las que se habían ido no querían volver. Lo han hecho a la fuerza. He hablado con todas ellas, y todas me han dicho que de pronto han experimentado un sentimiento de inquietud, una necesidad, que, de uno u otro modo, notaban confusamente que no podrían satisfacer a menos que volvieran aquí. Sus intentos de descripción varían, ya que parece que ello les ha afectado de distinto modo: una perdía el aliento, otra dijo que era como si tuviera hambre o sed, una tercera afirmó que era como un griterío que le ensordecía. Ferrelyn dice que simplemente se sintió presa de temblores incontrolables. Pero sea cual sea la forma en que haya actuado, el hecho es que todas ellas se dieron cuenta de que tenía algo que ver con sus bebés, y que la única forma de ponerle término era regresar con ellos hasta aquí.

»Lo mismo ocurrió con la señorita Lamb. Ella sintió exactamente lo mismo, pero estaba en cama y no podía venir. Entonces, ¿qué ocurrió? La compulsión se desplazó a la señorita Latterly, que no halló reposo hasta que tomó el papel de la señorita Lamb y trajo al bebé hasta aquí. Una vez lo hubo confiado a la señora Brant, se sintió liberada de su compulsión y pudo a regresar a Eastbourm, con la señorita Lamb.

—Si —dijo el doctor Willers, y remarcó—: si se dan por ciertas todas esas historias de mujeres, jóvenes o viejas, si uno recuerda que la mayor parte de las tareas femeninas son mortalmente aburridas y dejan la mente tan vacía que la menor semilla que cae en ella germina de un modo desordenado, uno no puede sentirse sorprendido ante un punto de vista cuya desproporción y cuyas ilógicas consecuencias bordean la pesadilla, y donde los valores son más simbólicos que reales.

"Y ahora, ¿cuál es el problema? Un cierto número de mujeres víctimas de un fenómeno inimaginable y hasta ahora inexplicado, y un cierto número de bebés que no son exactamente como todos los demás. Según una dicotomía que nos es familiar a todos, las mujeres exigen de sus hijos que sean a la vez completamente normales y superiores a todos los demás. Así pues, cuando una de esas mujeres se encuentra aislada con su propio bebé, forzosamente se impone a su mente el que su hijo, en comparación a todos los demás que puede ver, no es completamente normal. Su inconsciente se pone a la defensiva, y se mantiene así hasta tal punto que es preciso que los hechos sean o admitidos o sublimados de alguna manera. El modo más fácil de sublimar esta situación es transferir la irregularidad a un ambiente donde ya no aparezca como tal... si existe tal ambiente. En el caso presente existe uno y solo uno: Midwich. Entonces todas ellas toman a sus hijos y regresan, y todo es cómodamente racionalizado, al menos por el momento.

—Me parece que realmente hay una cierta racionalización en sus palabras —dijo Janet—. ¿Y qué hay de la señora Welt?

Esto era a lo que hacía alusión: la señora Brant, dirigiéndose una mañana a la tienda de la señora Welt, había encontrado a esta pinchándose furiosamente con una aguja y sollozando cada vez que lo hacía. Aquello no le pareció en absoluto normal a la señora Brant, que la llevó a casa de Willers. Este le dio a la señora Welt un sedante, y una vez más calmada ésta explicó que, al cambiar los pañales al bebé, lo hacía pinchando sin querer con una aguja. Tras esto, afirmó, el bebé la había mirado fijamente con sus ojos dorados, y la había obligado a infligirse el mismo tratamiento.

—Está usted bromeando —dijo Willers—. ¡Cíteme por favor un caso más típico de delirio de culpabilidad, con cilicios y todo el tratamiento!

—¿Y Harriman también? —insistió Janet.

En efecto, Harriman había hecho su aparición un día en casa de Willers en un estado lastimoso: la nariz rota, unos dientes menos, los dos ojos hinchados... Dijo que habían sido tres desconocidos quienes lo habían puesto en aquel estado, pero nadie vio nunca a tales sujetos. Por el contrario, dos muchachos del pueblo pretendieron haber visto por la ventana de Harriman a este aplicándose a sí mismo tamaño correctivo con sus propios puños. Y, al día siguiente, alguien observó una equimosis en la mejilla del bebé Harriman. El doctor Willers se encogió de hombros.

—Si Harriman se hubiera lamentado de haber sido atropellado por una manada de elefantes rosas, no me hubiera sorprendido en lo más mínimo —dijo.

—Bien, si usted no piensa mencionarlo, escribiré yo otro informe adicional —dijo Janet.

Y lo hizo, concluyendo así:

"No se trata, a mi modo de ver, y al modo de ver de todo el mundo salvo el doctor Willers, de una alucinación, sino de un simple hecho. La situación tendría que ser, a mi modesto entender, reconocida como tal, y no ser apartada mediante explicaciones insatisfactorias. Debe ser examinada y comprendida. Se manifiesta una tendencia entre las personas de voluntad inferior a volverse supersticiosas al respecto, y a atribuir a los bebés poderes mágicos. Este tipo de estupidez no causa ningún bien y favorece la explotación de lo que Zellaby llama el
substrato fetichista
. Es necesaria una investigación objetiva."

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