Los hijos de Húrin es una de los grandes relatos que fundamentan la historia de la Tierra Media y se sitúa en la Primera Edad, cuando elfos, hombres y enanos llevaban unos pocos siglos sobre la tierra. Junto con las historia de Beren y Lúthien, es la historia más mencionada en El Señor de los Anillos y en El Silmarillion como referente del heroísmo y la tragedia en la lucha contra el Mal, en la Primera Edad encarnado en la figura de Morgoth. Una historia trágica de amores imposibles, pasiones incomprendidas y guerras sin cuartel entre el Bien y el Mal. Con hombres, elfos, enanos, orcos y dragones.
J.R.R. Tolkien
Los hijos de Húrin
Edición de Christopher Tolkien
ePUB v2.1
Coco24.05.12
Título original:
The Children of Húrin
J.R.R. Tolkien, 2007.
Edición: Christopher Tolkien
Traducción: Estela Gutiérrez Torres
Ilustraciones: Alan Lee
Diseño de portada: Elvys
Editor original: Coco (v1.0 a v2.1)
Corrección de erratas: fecesé
ePub base v2.0
Es innegable que hay muchísimos lectores de
El Señor de los Anillos
para quienes las leyendas de los Días Antiguos (publicadas anteriormente por separado en
El Silmarillion
,
Cuentos Inconclusos
y «Historia de la Tierra Media») son completamente desconocidas, a excepción de la reputación de que su forma y estilo son inaccesibles. Por esta razón, hace mucho tiempo que pienso que estaba justificado publicar como obra independiente la versión larga que escribió mi padre de la leyenda de los hijos de Húrin; con un mínimo trabajo de edición y, sobre todo, en forma de narración continua, sin lagunas ni interrupciones, si es que era posible hacerlo sin distorsiones ni invenciones, a pesar del estado inconcluso en que dejó algunas partes de la misma.
He pensado que si se podía presentar así la historia del destino de Túrin y Niënor, los hijos de Húrin y Morwen, quizá se abriera una ventana a un escenario y una historia situados en una Tierra Media desconocida que son vívidos y actuales, a pesar de que se concibieron como relatos transmitidos desde edades remotas; las tierras sumergidas del oeste, más allá de las Montañas Azules, donde Bárbol caminaba en su juventud; y la vida de Túrin Turambar en Dor-lómin, Doriath, Nargothrond y el Bosque de Brethil.
Así pues, este libro se dirige ante todo a los lectores que quizá recuerden que la piel de Ella-Laraña era tan terriblemente dura que «no había fuerza humana capaz de atravesar aquellos pliegues y repliegues monstruosos, ni aun con el acero forjado por los Elfos o por los Enanos, o empuñado por Beren o Túrin», o que Elrond menciona a Túrin a Frodo en Rivendel como uno «de los poderosos amigos de los Elfos de antes»; pero nada más saben de él.
En su juventud, durante los años de la primera guerra mundial y mucho antes de que existiera el menor atisbo de los relatos que constituirían la narración de
El Hobbit
o
El Señor de los Anillos
, mi padre empezó a escribir una recopilación de historias que denominó
El libro de los Cuentos Perdidos
. Esa fue su primera obra de literatura de ficción, y una obra sustancial, porque, aunque la dejó inacabada, catorce de los relatos están completos. Es en
El libro de los Cuentos Perdidos
donde por primera vez se habla de los Dioses, o Valar; los Elfos y los Hombres como Hijos de Ilúvatar (el Creador); Melkor-Morgoth, el gran Enemigo; los Balrogs y los Orcos; y de las tierras donde se sitúan los Cuentos, Valinor, «la tierra de los Dioses», más allá del océano occidental, y las «Grandes Tierras» (posteriormente denominadas «Tierra Media», entre los mares del este y del oeste).
Entre
los Cuentos Perdidos
hay tres de una longitud y elaboración mucho mayores, y los tres tratan de los Hombres y de los Elfos al mismo tiempo: se trata de «El cuento de Tinuviel» (que aparece en una versión breve en
El Señor de los Anillos
como la historia de Beren y Lúthien que Aragorn les cuenta a los hobbits en la Cima de los Vientos; mi padre la escribió en 1917), «Turambar y el Foalóké» (Túrin Turambar y el Dragón, que ya existía sin duda en 1919, si no antes) y «La caída de Gondolin (1916-1917). En un pasaje citado con frecuencia de una larga carta que mi padre escribió en 1951, tres años antes de la publicación de
La Comunidad del Anillo
, y en la que describe su obra, hablaba de su antigua ambición: «Una vez (mi cresta hace mucho que ha caído desde entonces) tenía intención de crear un cuerpo de leyendas más o menos conectadas, que fueran desde las amplias cosmogonías hasta el nivel del cuento de hadas romántico, lo más alto basado en lo más insignificante, al tiempo que lo menor se impregna del esplendor de los vastos telones de fondo. Desarrollaría plenamente algunos de los grandes cuentos, y muchos otros los dejaría sólo esbozados en el esquema general».
De esta reminiscencia se desprende que, desde hacía mucho, parte de su intención era que, en lo que vendría a denominarse
El Silmarillion
, algunos dé los «Cuentos» se narraran de una forma mucho más completa; y de hecho, en esa misma carta de 1951 mencionaba expresamente las tres historias de las que he dicho antes que eran, con mucho, las más largas de
El libro de los Cuentos Perdidos
. Ahí llamaba a la historia de Beren y Lúthien «la principal de las historias de
El Silmarillion
», y decía de ella: «La historia es (una, a mi modo de ver, hermosa y vigorosa novela de hadas heroica), comprensible en sí misma con sólo un vago y general conocimiento del entorno. Pero es también un eslabón fundamental en el ciclo, privado de su plena significación fuera del lugar que ocupa en él». «Hay otras historias casi tan desarrolladas —proseguía—, e igualmente independientes, y, sin embargo, vinculadas con la historia general—: se trata de
Los hijos de Húrin
y «La caída de Gondolin».
Así pues, según las propias palabras de mi padre, es incuestionable que, si le era posible concluir los relatos finales y acabarlos a la escala que él deseaba, veía los tres «Grandes Cuentos» de los Días Antiguos («Beren y Lúthien», «Los hijos de Húrin» y «La caída de Gondolin») como obras lo suficientemente completas en sí mismas como para no necesitar el conocimiento del gran corpus de leyendas conocido como
El Silmarillion
. Por otro lado, tal como mi padre observó en el mismo lugar, la historia de los Hijos de Húrin forma parte de la historia de los Mitos y los Hombres en los Días Antiguos, e incluye necesariamente una gran cantidad de referencias a acontecimientos y circunstancias de esa historia más amplia.
Sería completamente contrario a la concepción de este libro sobrecargar su lectura con abundantes notas informativas acerca de personas y acontecimientos que, en cualquier caso, rara vez tienen importancia real para la narración inmediata. No obstante, de vez en cuando puede ser útil recibir algo de ayuda al respecto, y en consecuencia he incluido en la Introducción un brevísimo esbozo de Beleriand y sus pueblos cerca del final de los Días Antiguos, época en la que nacieron Túrin y Niënor; y, junto a un mapa de Beleriand y las tierras del Norte, he añadido una lista de todos los nombres que aparecen en el texto con indicaciones muy concisas de cada uno, así como genealogías simplificadas.
Al final del libro hay un Apéndice dividido en dos partes: el primero trata de los intentos de mi padre por elaborar una versión definitiva de los tres cuentos, y el segundo, de la composición del texto de este libro, que difiere en muchos aspectos del publicado en
Cuentos inconclusos
.
Estoy muy agradecido a mi hijo Adam Tolkien por su ayuda indispensable en la organización y presentación del material en la Introducción y los Apéndices, y por la preparación del libro para su inclusión en el (para mí) extraño mundo de la transmisión electrónica.
La Tierra Media en los Días Antiguos
El personaje de Túrin tenía una profunda significación para mi padre y, con unos diálogos directos y ágiles, logró un retrato conmovedor de su infancia, esencial para el conjunto: su severidad y alta de alegría, su sentido de la justicia y su compasión; también de Húrin, listo, alegre y optimista, y de Morwen, su madre, reservada, valiente y orgullosa; y de la vida de la casa en el frío país de Dor-lómin durante los años, ya llenos de miedo, después de que Morgoth acabara con el Sitio de Angband, antes del nacimiento de Túrin.
Pero todo esto tuvo lugar en los Días Antiguos, la Primera Edad del mundo, en una época inconcebiblemente remota. Lo muy antigua que es esta historia queda reflejado, de manera memorable, en un pasaje de
El Señor de los Anillos
. En el gran concilio de Rivendel, Elrond habla de la Última Alianza de los Elfos y los Hombres y de la derrota de Sauron al final de la Segunda Edad, más de tres mil años antes:
En este punto, Elrond hizo una pausa y suspiró.
—Todavía veo el esplendor de los estandartes —dijo—. Me recordaron la gloria de los Días Antiguos y las huestes de Beleriand, tantos grandes príncipes y capitanes estaban allí presentes. Y sin embargo no tantos, no tan hermosos como cuando destruyeron Thangorodrim, y los Elfos pensaron que el Mal había terminado para siempre, lo que no era cierto.
—¿Recuerda usted? —dijo Frodo, asombrado, pensando en voz alta—. Pero yo creía —balbuceó cuando Elrond se volvió a mirarlo—, yo creía que la caída de Gil-galad ocurrió hace muchísimo tiempo.
—Así es —respondió Elrond gravemente—, Pero mi memoria llega aún a los Días Antiguos. Eärendil era mi padre, que nació en Gondolin antes de la caída; y mi madre era Elwing, hija de Dior, hijo de Lúthien de Doriath. He asistido a tres épocas en el mundo del Oeste, y a muchas derrotas, y a muchas estériles victorias.
Unos seis mil quinientos años antes de que se celebrara en Rivendel el Concilio de Elrond, Túrin nació en Dor-lómin, «en el invierno del año», como se recoge en los «Anales de Beleriand», «con tristes presagios».
Pero la tragedia completa de su vida no está comprendida sólo en el retrato del personaje, porque fue condenado a vivir bajo la maldición de un poder enorme y misterioso, la maldición de odio que Morgoth arrojó sobre Húrin y Morwen y sus hijos, porque Húrin lo desafió y se negó a cumplir su voluntad. Y Morgoth, el Enemigo Negro, como llegó a ser denominado, era en su origen, como declaró a Húrin, llevado cautivo ante él, «Melkor, el primero y más poderoso de todos los Valar, que existió antes del mundo». Ahora, permanentemente encarnado en la forma de un rey gigantesco y majestuoso, pero terrible, en el noroeste de la Tierra Media, habitaba su enorme fortaleza de Angband, los Infiernos de Hierro: el hedor negro que salía de las cumbres de Thangorodrim, las montañas que colocó sobre Angband, podía verse desde lejos ensuciando el cielo septentrional. Se dice en los «Anales de Beleriand» que «entre las puertas de Morgoth y el puente de Menegroth no había más que ciento cincuenta leguas: una distancia larga, pero aún demasiado corta». Estas palabras se refieren al puente que conducía a las moradas del rey élfico Thingol, que adoptó a Túrin como hijo. Éstas eran conocidas como Menegroth, las Mil Cavernas, lejos al sur y el este de Dor-lómin.