Los hijos de los Jedi (53 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—No es una rebelde, Triv. —Luke examinó el pasillo con los ojos y la mente y no detectó ni un solo fragmento de metal suelto, ni siquiera un MSE destripado o una bandeja de comedor—. Ya no hay rebeldes. El Imperio ya no existe, Triv. El Emperador ha muerto.

Luke era literalmente incapaz de pensar que le quedaran las reservas de energía suficientes para arrancar la carabina de los dedos de Pothman empleando la Fuerza.

La lectura digital cambió a 1556 sobre la puerta y la luz ambarina empezó a parpadear en una serie de guiños rojizos. Triv titubeó, pero cuando volvió a hablar lo hizo en un tono idéntico al que había empleado antes.

—Ya sé que sientes lealtad hacia ella, pero…

—Hace mucho tiempo de eso.

Luke desplegó su mente y buscó una entrada que le permitiera introducirse en el cerebro de Triv, como si estuviera intentando atravesar físicamente el plástico del casco que convertía su rostro en una cara de perro y la vigilante oscuridad que blindaba sus pensamientos. Estaban separados por seis metros de distancia. Agotado, vacío por dentro y con la vista nublándosele para convertirse en un túnel grisáceo, trató desesperadamente de acumular la cantidad de Fuerza suficiente y no lo consiguió, y comprendió que Triv acabaría con él de un disparo antes de que hubiese podido recorrer tres metros…, y Luke ni siquiera estaba seguro de poder llegar tan lejos.

—El Imperio te abandonó —dijo en voz baja y suave—. Te quedaste solo para poder ser tú mismo. Para que hicieras lo que quisieras: cultivar un huerto, bordar flores sobre tus camisas…

Luke casi podía oír la voz estridente de la Voluntad aullando en la oscuridad que había invadido la mente de Triv. «Los Jedi mataron a tu familia. Descendieron sobre tu aldea durante la noche, mataron a los hombres en los huecos entre las casas, agruparon a las mujeres y las llevaron debajo de los árboles……Huiste en la oscuridad, tambaléandote y tropezando en el barro y los arroyos…»

—¿Te acuerdas de cómo tu capitán y los otros se mataron entre sí? —preguntó Luke, conjurando las sombras verdes del refugio y los destellos blancos de aquellos cuarenta y cinco cascos colocados sobre un tablón, el crujido de las hojas bajo los pies y el olor a humo que producían—. ¿Te acuerdas del campamento que organizaste, y de la pradera junto al arroyo? Viviste allí durante mucho tiempo, Triv. Y el Imperio desapareció.

—Ya sé que sientes lealtad hacia ella, pero…

«Lianas. La tierra. Un reptil diminuto con plumas como joyas multicolores recogiendo una migaja de pan arrojada sobre el umbral. El olor del arroyo.»

La realidad de lo que había existido. Los años de paz.

—Es una rebelde y una saboteadora…

La voz de Triv se fue debilitando poco a poco hasta desvanecerse en el silencio.

«Lo que había existido en realidad», pensó Luke. Se lo ofreció a Triv Pothman, recuerdos luminosos de un lugar y de un tiempo; recuerdos de todas aquellas cosas que él mismo había visto y conocido, como una rebanada de claridad solar abriéndose paso a través de la cinta sin fin digitalizada que había dentro del cerebro de Pothman.

La luz colocada sobre la puerta aceleró su parpadeo. 1559.

—¡Oh, por todos los condenados remaches del cielo!

Triv Pothman giró sobre sí mismo y tiró de los anillos de cierre de las puertas. Luke saltó hacia él y se apresuró a ayudarle. Los anillos se mantenían inmóviles, negándose a ceder tan tozudamente como si estuvieran siendo sujetados desde el otro lado de los paneles, o como si la Voluntad estuviera sujetándolos desde el interior de las paredes. Nichos los agarró y empezó a tirar de ellos, haciéndolos girar con la repentina e inexorable fuerza mecánica de un androide. Los sellos se rompieron con un siseo de aire.

—¡Se resiste! —gritó Nichos mientras tiraba de la puerta para abrirla, y lo cierto era que la pesada hoja de acero tiraba visiblemente de sus dedos—. Está intentando cerrarse…

La espada de luz de Luke cobró vida con un zumbido en sus manos. Cray estaba esposada entre dos postes, el rostro blanco por el shock y el agotamiento bajo el pizarroso resplandor opalino de la extraña claridad de la parrilla.

—¡Es demasiado tarde! —gritó. Luke avanzó cojeando y tambaleándose y lanzó un mandoble contra el acero que le inmovilizaba las muñecas—. ¡Es demasiado tarde, Luke!

Luke utilizó sus últimas reservas de energía para asestar un golpe mental a la parrilla: avería, conexión defectuosa, un salto crucial de energía que no llegaba a producirse…

Y un relámpago cegador le atravesó la pantorrilla de la pierna herida como una aguja al rojo blanco mientras Cray le sacaba a rastras del cubículo.

CAPÍTULO 20

—Estuvo allí —dijo Cray en voz baja. Se rodeó el torso con los brazos, tirando de los pliegues de la manta térmica que Luke le había traído, e inclinó la cabeza hasta apoyar la mejilla en las rodillas dobladas—. Estuvo allí todo el tiempo. No paraba de repetirme que me amaba, y me decía una y otra vez que fuese valiente, que fuese valiente…, pero no hizo absolutamente nada para detenerles.

Con su cabellera cortada al estilo militar sucia y despeinada y su rostro macilento por el cansancio y la catástrofe emocional, Cray parecía mucho más joven que cuando Luke la había visto en Yavin o en su territorio del Instituto, o en la habitación de hospital de Nichos.

Luke comprendió que Cray siempre había usado su perfección como una armadura, y que se había protegido con ella durante toda su vida y en todos aquellos lugares.

Una luz humosa y ondulante surgía de la tosca lámpara del rincón, la única iluminación que había en el cuarto. La atmósfera de aquella especie de callejón formado por el despacho del contramaestre y las salas de trabajo que se extendían más allá de él se había vuelto tan viciada y difícil de respirar que Luke se preguntó si no debería dedicar un poco de tiempo a conectar los ventiladores de la zona con células de energía canibalizadas, suponiendo que pudiera encontrarlas… Suponiendo que hubiera tiempo.

Y en lo más profundo de su corazón, Luke tenía el presentimiento de que no lo había.

—Llevaba un perno de sujeción…

—¡Ya sé que le habían puesto un asqueroso perno de sujeción, estúpido!

Cray aulló las palabras, escupiéndoselas a la cara en un estallido de furia y odio con un fuego lleno de amargura ardiendo en sus ojos, y cuando las palabras hubieron surgido de sus labios permaneció inmóvil contemplándole con una rabia ciega e impotente detrás de la cual Luke pudo distinguir el pozo insondable de la derrota, la pena y el final de todo lo que Cray había albergado la esperanza de conseguir.

Después Cray volvió el rostro a un lado y hubo un prolongado silencio. La nerviosa delgadez que había ido haciendo progresos por su cuerpo durante la enfermedad de Nichos se había vuelto frágil y quebradiza, como si le hubieran arrebatado algo no solamente de la carne sino incluso de la médula de los huesos. La manta colgaba sobre ella como un maltrecho sudario, ocultando el uniforme desgarrado y manchado de sangre y aceite.

Cray respiró hondo, y cuando volvió a hablar su voz no tembló en lo más mínimo.

—Fue programado para no obedecerme en ningún instante —manifestó—. Ni siquiera podía traerme comida.

Luke lo sabía. Nichos se lo había dicho. La bandeja que Cetrespeó había traído del comedor seguía intacta.

—No le odies por ser lo que es —dijo, no ocurriéndosele ninguna otra cosa que decir—, o por ser lo que no es.

Las palabras le sonaron pueriles incluso a él mismo, como si fueran la predicción de un adivino computarizado de una feria obtenida al precio de medio crédito. Luke pensó que Ben habría tenido algo que decir que fuese realmente capaz de curar todas aquellas heridas, y que Yoda habría sabido cómo reconstruir los restos destrozados de la vida y el corazón de una amiga.

«El Jedi más poderoso del universo o, por lo menos, el más poderoso que conozco —reflexionó con amargura—, el destructor del Triturador de Soles, el aniquilador del mal, que derrotó al Emperador reclonado y a Exar Kun, el Señor del Sith… Y lo único que puedo ofrecerle a una persona a la que acaban de arrancarle las entrañas es un "Vaya, pues lamento que no te encuentres demasiado bien"».

Cray se llevó las manos a la cabeza como si quisiera apretarla para eliminar un dolor insoportable agazapado dentro de su cráneo.

—Ojalá le odiara —dijo—. Le amo…, y eso es peor que el odio elevado a la décima potencia.

Luke titubeó, sabiendo de manera instintiva que aquella mujer no debía quedarse sola.

—Yo me quedaré con ella —murmuró Callista junto a él.

Nichos, Pothman y Cetrespeó estaban en el laboratorio de montaje contiguo.

—Son la raza más lenta y tozuda que existe en la galaxia —estaba explicando Cetrespeó—. Que yo sepa, todos los kitonaks siguen agrupados en la sala de la sección exactamente allí donde los colocaron los gamorreanos, y continúan comparando y analizando las recetas para preparar el domit de sus abuelas. Es francamente extraordinario. Y sin embargo durante su temporada de apareamiento, durante las lluvias, se mueven con una velocidad realmente asombrosa…

Todos se volvieron cuando Luke cruzó el umbral del despacho, y Nichos dio un torpe paso hacia adelante mientras extendía una mano. Cray había tomado el molde para ella cuando estaba en el hospital, y la precisión de la réplica era tan grande que había incluido la marca de nacimiento en la punta de la V formada por el pulgar y el índice.

La precisión del proceso había sido igualmente perfecta en los ojos azules y la movilidad del pliegue de la comisura de los labios, al igual que en los gigabits de información digitalizada sobre su familia y amistades, las cosas que le gustaban y las que odiaba, quién era y qué quería.

—¿Está bien? —preguntó Pothman, rompiendo el silencio que siguió a la entrada de Luke.

—Vamos, Nic —dijo Luke en voz baja—. Deja que le quite ese perno de sujeción.

Los ojos de Nichos fueron más allá de él y se clavaron en la puerta cerrada.

—Comprendo.

Luke tragó aire para hablar —aunque no sabía qué iba a decir, qué podía decir—, pero Nichos alzó la mano y meneó la cabeza.

—Lo entiendo. Supongo que no querrá volver a verme nunca más.

Mientras sacaba la caja de herramientas del compartimento mural y el viejo soldado de las tropas de asalto traía una de las parpadeantes luces alimentadas por pilas para iluminar su trabajo, Luke se dijo a sí mismo que, después de haber oído las últimas palabras de Cray, no tenía ni idea de si querría volver a ver a su prometido o no. Se refugió en la labor que tenía delante de los ojos, que era más complicada que la apertura de una sujeción del tipo abrir-y-cerrar mucho menos sofisticado normalmente empleada en los androides. Aquel perno estaba provisto de diminutos cierres magnetizados, y Luke enseguida vio que habían sido programados de toda una serie de formas distintas. La Voluntad tendría que haber dado muchas instrucciones a los klaggs para que pudieran instalarlo. Llevó a cabo un rápido examen integral para asegurarse de que no había ninguna trampa escondida, y después colimó la sonda hasta el incremento más reducido posible y empezó a sacar los relés internos.

Había un cierto consuelo que extraer de las tareas puramente mecánicas. Luke se dijo que debía recordarlo para otra ocasión.

—Luke…

Alzó rápidamente la mirada para encontrarse con aquellos ojos de cristal azul. La penumbra llena de sombras hacía que el rostro que había conocido tan bien casi pareciese el de un desconocido, monstruosamente adherido a la capucha plateada del cráneo metálico.

—¿Soy realmente Nichos?

—No lo sé —replicó Luke.

Nunca se había sentido tan impotente, porque en el centro de su corazón —en las sombras secretas donde siempre se ocultaba la verdad— sabía que le había contestado con una mentira.

Lo sabía.

—Esperaba que tú podrías decírmelo —murmuró Nichos—. Me conoces…, o le conocías. Cray me programó para…, para saber todo lo que sabía Nichos, para hacer todo lo que hacía Nichos, para ser todo lo que era Nichos y para que pensara que realmente soy Nichos. Pero… no sé si soy Nichos.

—¿Qué quieres decir? —protestó Cetrespeó—. Por supuesto que eres Nichos. ¿Quién ibas a ser si no? Eso es como preguntar si La caída del sol fue escrita por Erwithat o por otro corelliano del mismo nombre.

—¿Luke?

Luke se concentró en la extracción de los cables de fibra óptica llenos de meticulosa programación.

—¿Soy «otro corelliano del mismo nombre»?

—Me gustaría poder darte una respuesta clara en un sentido o en otro —dijo Luke. El perno se desprendió del pecho de acero y Luke sintió su peso y su grosor en la mano. Una mano era real y una mano era mecánica, pero las dos le pertenecían y ambas eran sus manos—. Pero yo… No lo sé. Eres quien eres. Eres el ser, la consciencia que eres en este momento. Eso es lo único que puedo decirle.

Y por lo menos ese hecho era cierto.

El rostro impasible no se alteró, pero los ojos azules adquirieron una expresión infinitamente triste.

—Había esperado que al ser un Jedi lo sabrías.

Y Luke tuvo la incómoda y desagradable sensación de que, al haber sido un Jedi, Nichos sabía que se estaba callando algo.

—La amo. —Nichos volvió nuevamente la mirada hacia la puerta. Su rostro era el rostro tranquilo de un androide, y sus ojos los de un hombre desesperadamente infeliz—. Digo eso y sé que es verdad, y sin embargo no puedo distinguir la diferencia, si es que la hay, entre la devoción y la lealtad que Erredós y Cetrespeó sienten hacia ti. Y no recuerdo si eso es amor u otra cosa… No puedo ponerlos uno al lado del otro para compararlos. Cuando tenían prisionera a Cray, cuando la maltrataban y la golpeaban, cuando la obligaron a pasar por esa estúpida parodia de un juicio… Yo habría hecho cualquier cosa para ayudarla. Pero había sido programado para no interferir de ninguna manera en sus actos, y eso era literalmente algo que no podía hacer. No podía hacer que mis miembros y mi cuerpo actuaran de una forma contraria a mi programación de no interferir.

Cogió el perno de sujeción de la mano de Luke, lo sostuvo entre el pulgar y el índice y lo examinó tranquila y desapasionadamente bajo la claridad amarilla de la lámpara colocada entre ellos.

—Lo terrible es que eso no hace que me sienta mal ahora.

—¡Gran universo! ¿Y por qué deberías sentirte mal? —preguntó Cetrespeó, muy sorprendido.

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