Los hijos de los Jedi (66 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los hijos de los Jedi
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Hubo un nuevo silencio. Leia se sentó en el banco delante del tanque, relajándose y concentrando su mente tal como le había enseñado a hacer Luke, viendo con todo detalle a la pitina de color rosa caramelo que había jugado con las puntas de sus trenzas en el pasado, pensando a través de la arena…

Y, de una forma inexplicable y que no podía definir, las imágenes se deslizaron a través de la arena y aparecieron en el tanque, no poco a poco sino con una especie de brusquedad gradual. VA-TT estaba allí, rodando sobre su espalda para atacar los pétalos de una flor estelar con las patas como si no llevara once años muerta.

—¡Oh, qué bonita! —exclamó Callista—. ¿Es tuya?

—Lo era —dijo Leia—. Lo fue, hace mucho tiempo.

—Los Maestros Jedi siempre tuvieron problemas con los niños Jedi nacidos en familias no-Jedi —siguió diciendo Callista después de un silencio en el que Leia permitió que la imagen se desvaneciera—. Porque el don suele transmitirse dentro de las familias, pero no siempre…, y es frecuente que se manifieste de manera espontánea, en personas que no habían tenido ninguna experiencia con él y que no tenían ninguna forma de saber cómo habían de tratar a los niños que lo poseían. Los Maestros Jedi intentaron encontrarles lo más pronto posible, porque eran los que corrían más riesgos de ser atraídos hacia el lado oscuro. Ésos —continuó diciendo—, y los niños nacidos de padres Jedi que sólo tenían una pequeña capacidad para usar la Fuerza, que sólo poseían una diminuta fracción de lo que sus hermanos, hermanas y compañeros de juego tenían en su máximo grado. Algunos de esos niños eran… los más peligrosos de todos.

Se calló, y hubo un silencio cargado de tensión e incomodidad.

Después Callista giró sobre sí misma.

—Esto es un laberinto mental. —Golpeó suavemente con las puntas de los dedos una de las esferas metálicas del estante de la pared. Leia se encogió sobre sí misma y retrocedió un poco cuando Callista la bajó del estante, acordándose de cómo Irek la había extendido hacia ella y había desplegado su poder para que absorbiera su espíritu dentro de ella, dejándolo atrapado eternamente—. La gran mayoría de personas no llegan a entrar en él —dijo Callista—. No con todo su…, su ser, con todo su espíritu. Y en cuanto sabes cómo hacerlo, resulta muy fácil salir de ellos. Los grandes son los más sencillos y se van volviendo más complicados a medida que se hacen más pequeños, con laberintos dentro de laberintos dentro de laberintos. Los jóvenes estudiantes los usaban para divertirse, e intentaban confundirse y atraparse los unos a los otros, tal como suelen hacer los niños.

Dejó la esfera sobre la mesa y la hizo girar con los dedos, y la luz destello con reflejos líquidos sobre la veloz rotación de la superficie.

—Ojalá… Ojalá pudiera enseñarte cómo se hace.

La noche anterior, cuando Leia, Han y Callista habían bajado a la sala de los juguetes, descubrieron que Callista ya no era capaz de usar la Fuerza ni de entrar en contacto con ella.

Luke había sido llevado al Centro Médico de la Corporación Brathflen, para pasar la mayor parte de la noche en el tanque de cristal lleno de viscoso fluido bacta. Leia había pensado que aquella joven —que a pesar de su notable semejanza física con Cray, ya empezaba a parecer meramente una prima lejana— conocería la naturaleza y los usos de los juguetes de aquella habitación oculta en las bóvedas que se extendían debajo de la Casa de Plett.

Armados con tranquilizadores, pistolas aturdidoras y aros de sujeción, Jevax y Mará Jade se habían puesto al frente de grupos de búsqueda para encontrar y agrupar a los guardianes locos de las criptas, por lo que entrar en los túneles desde la casa de Roganda en la calle de la Puerta Pintada ya no presentaba casi ningún peligro. Ver a las infortunadas criaturas revivió la cólera helada de Mará. Muchas de ellas eran personas a las que conocía.

Además del equipo del cuerpo diplomático, un grupo de psicólogos y especialistas en artes curativas llegaría a la mañana siguiente desde Ithor para ayudar en el proceso de rehabilitación usando las técnicas que, según había informado Tomla El a Leia mediante una transmisión subespacial, por fin parecían estar dando resultado con Drub McKumb. Las dos lanzaderas y el transporte habían llegado sin problemas y sus ocupantes —con la excepción de los incursores del Pueblo de las Arenas, que fueron drogados e inmovilizados— se hallaban bajo custodia protectora para ser reorientados, desprogramados y devueltos a sus planetas de origen. Tanto los klaggs como los gakfedds se habían negado categóricamente a pasar por el proceso de reorientación, y en aquellos momentos estaban negociando con Drost Elegin la posibilidad de entrar a su servicio como guardaespaldas.

La verdad no había quedado clara hasta que Callista intentó llevar a cabo la primera y más sencilla de las demostraciones con los juguetes, consistente en separar los fluidos de colores que había dentro de la esfera y poner en movimiento las palancas y engranajes delicadamente equilibrados del Dinamitrón.

Había perdido toda capacidad para utilizar la Fuerza.

—Ni siquiera había llegado a pensar en ello —dijo mientras hacía girar uno de los laberintos mentales entre sus dedos. Sus ojos procuraban no encontrarse con los de Leia y la trataba de una forma entre tímida y vacilante, Leia suponía que no porque fuese la jefe de Estado de la Nueva República sino porque era la hermana de Luke—. Cray tenía una enorme capacidad para usar la Fuerza. Si no la hubiera poseído, no habría sido capaz de…, de abandonar su cuerpo de la manera en que lo hizo. No habría podido guiarme hasta él y entregármelo. —Alzó la mirada con un brillo de preocupación en sus ojos color lluvia—. Eras amiga suya, ¿verdad?

Leia asintió, y se acordó de aquella joven y grácil intelectual tan segura de sí misma cuya altura y elegancia natural tanto había envidiado.

—No llegué a conocerla a fondo, pero… Sí, éramos amigas. —Alargó el brazo y puso la mano sobre la de Callista durante unos momentos—. Éramos lo bastante amigas para que hace unos cuantos meses ya me hubiera dado cuenta de que no quería vivir sin Nichos.

Callista le apretó suavemente los dedos.

—Nichos era… dulce y encantador. Estaba lleno de bondad —dijo—. No quiero que estés enfadada porque soy yo y no ella. Fue ella quien…, quien se ofreció. La idea fue suya. Ni siquiera sabíamos si daría resultado.

Leia movió la cabeza en una rápida negativa.

—No. No le preocupes. Me alegra que lo hiciera.

—La Fuerza es algo que ha estado dentro de mí y que ha formado parte de mí desde que era pequeña. Djinn, mi antiguo Maestro, decía que… —Tilubeó y volvió a desviar la mirada para sumirse en un repentino silencio sobre lo que le había dicho su Maestro, no queriendo revelárselo a otra persona—. Bien, el caso es que nunca pensé que llegaría un momento en el que…, en el que no formaría parte de mí —siguió diciendo un segundo después.

Leia se acordó de cómo la había visto huir de su habitación la noche anterior sin decir ni una palabra para desaparecer entre los oscuros laberintos de las cavernas geotérmicas. Después había tenido que soportar unas cuantas horas de preocupación preguntándose si había algo que pudiera o debiese hacer— entre una docena de llamadas subespaciales a Ithor y el Cuerpo Diplomático-—, hasta que Han le recordó que Callista probablemente conocía aquellas criptas mejor que nadie en Belsavis.

Fallaba poco para el amanecer cuando fue a la habitación de Luke en el Centro Médico Brathflen, y encontró a Callista allí, acostada sobre la cama al lado de Luke, que estaba dormido, y con la cabeza apoyada sobre su brazo.

—¿Qué harás ahora? —preguntó Leia en voz baja y suave.

Callista meneó la cabeza.

—No lo sé.

«Hay momentos en los que no puedes hacer nada.»

Luke estaba apoyado en los restos del arco de entrada, y se acordaba de las palabras que Callista había pronunciado en la oscuridad del
Ojo de Palpatine
.

«En algunas ocasiones la mejor manera de servir a la justicia consiste en saber cuándo hay que quedarse cruzado de brazos.»

Eso también formaba parte de la sabiduría de los Jedi.

Y tal vez fuese la sabiduría más dura y terrible que había oído jamás en su vida.

Callista estaba sentada con las manos cruzadas sobre el regazo y contemplaba la fantasmagórica iridiscencia de la neblina y las sombras grises de los árboles. La grieta de la cúpula había producido efectos bastante extraños sobre el clima de la fisura, y pequeñas corrientes de aire frío seguían ondulando caprichosamente a través del calor opresivo de la niebla.

Luke pensó que Callista había conocido aquel lugar antes de que se hubiera erigido la cúpula y de que plantaran los huertos, cuando era en parte jungla y en parte eriales volcánicos que se extendían alrededor de planicies de barro reseco. Callista podía recordar cómo era cuando la única señal de vida inteligente consistía en aquel grupito de casas de roca de lava pegada a las terrazas que iban subiendo lentamente de nivel al final del angosto valle, que en realidad apenas si llegaba a ser la diminuta señal de una uña abierta en la desolación marmórea del hielo cierno.

Había crecido en otro mundo, en un universo separado del presente por siglos de acontecimientos comprimidos en el lapso de una sola existencia.

Como Triv Pothman —que se había dejado fascinar por la tranquila comunidad de Plawal y ya se había inscrito en un curso de adiestramiento como horticultor—, Callista había pasado mucho tiempo allí viviendo como una ermitaña, para acabar volviendo a un mundo que ya no le era familiar y en el que no quedaba nada de cuanto había conocido.

Luke no dijo nada, pero Callista volvió la cabeza como si hubiera pronunciado su nombre.

Volver a caminar sin cojear, sin miedo y sin dolor era maravilloso.

Estar de nuevo bajo la luz del día y respirar aire de verdad también era maravilloso.

—¿Te encuentras bien?

Un destello de preocupación brilló en los ojos de Callista mientras hablaba y extendía una mano hacia él. La regeneración de los tejidos provocada por el tanque bacta le había dejado un poco débil, y Luke sabía que aún no habría tenido que levantarse.

—Eso debería preguntártelo yo a ti.

Callista había estado allí, acostada junto a él, cuando Luke empezó a recobrar el conocimiento muy poco antes del amanecer. Después, cuando despertó del todo, vio que se había ido. Leia le había explicado lo ocurrido en la sala de los juguetes, pero era como si Luke ya lo supiera. Se preguntó si había estado allí, y si lo había visto en algún sueño que había olvidado. Lo que sí estaba claro era que cuando Callista lloró silenciosamente sobre su hombro en la oscuridad que precedía al amanecer, Luke ya sabía qué había perdido.

Callista meneó la cabeza, no en un gesto de negativa sino para expresar una especie de asombro.

—No paro de pensar en Nichos —dijo— y en lo de «ser otro corelliano con el mismo nombre».

Volvió las manos a un lado y a otro, como había hecho cuando despertó a bordo del
Suerte del Cazador
, percibiendo su forma, su larga fortaleza y el dibujo trazado por las venas y los músculos debajo de la piel fina como la porcelana. Después sostuvo en ellas el peso de la espada de luz que había podido construir en un pasado lejano gracias a una habilidad que ya no poseía. Luke, que tenía la cabeza muy cerca de la de ella, pudo ver el color castaño ya visible en las raíces de su rubia cabellera, y supo que dentro de pocos meses sería aquella abundante melena color malta que recordaba de sus visiones y sueños.

—Sigo preguntándome si debería haberme quedado donde estaba.

—No —dijo Luke, y era sincero y lo sabía, y la negativa había surgido de lo más profundo de su corazón—. No.

Callista volvió a colgarse el arma del cinturón.

—Aunque hubiera sabido que iba a ocurrir… esto —murmuró—. Aunque hubiera adivinado… Aunque hubiera podido ver el futuro, en cuanto Cray me preguntó si quería ocupar su…, su lugar… No habría podido decirle que no. Luke, yo…

Luke la atrajo hacia sus brazos y sus bocas se encontraron apasionadamente —dando, olvidando, recordando, sabiendo—, y los labios de Luke le dijeron sin necesidad de hablar hasta qué punto carecían de fundamento todas las dudas que Callista no se atrevía a expresar con palabras.

—Lo que amo no es la Fuerza dentro de ti —murmuró Luke cuando por fin se separaron— sino a ti.

Callista inclinó la cabeza hacia adelante y apoyó la frente en su hombro. Los dos eran casi de la misma altura.

—No va a resultarme fácil —dijo—. Tal vez no vaya a resultarnos nada fácil, Luke. Anoche, mientras vagabundeaba por las cavernas, hubo algunos momentos en los que te echaba la culpa de esto. Estaba enfadada…, y creo que en lo más profundo de mi ser todavía sigo estando enfadada. No sé cómo hubieras podido ser responsable de esto, pero aun así te culpaba de todas maneras.

Luke asintió, aunque las palabras le dolieron. De una forma curiosa e inexplicable, entendió que no había nada de personal en ellas, y era mejor saberlo.

—Lo comprendo.

Callista ladeó la cabeza y le miró, y sus labios se curvaron en una sonrisa sarcástica que se desvaneció casi al instante.

—Oh, estupendo. ¿Te importaría explicármelo?

En vez de hacerlo, Luke volvió a besarla.

—¿Vendrás a Yavin conmigo? —Vio que Callista titubeaba, y se apresuró a seguir hablando—. No tienes por qué hacerlo, y no tienes porqué tomar una decisión ahora mismo. Leia me ha dicho que has escrito todos los nombres de las personas que había aquí que recuerdas… Dice que serás bienvenida en Coruscant, y que puedes quedarte allí todo el tiempo que quieras. Y ya sé que estar rodeada de…, de estudiantes y adeptos en la Fuerza no va a resultarte nada fácil. Pero tu conocimiento de los antiguos métodos de enseñanza y los viejos sistemas de adiestramiento me ayudaría muchísimo…

Su voz tropezó con las palabras, y cuando contempló la inmovilidad de su cara vio el esfuerzo que Callista estaba haciendo para no turbarle con su dolor y la incertidumbre que la torturaba.

«Oh, qué demonios…»

—Te necesito —murmuró—. Te amo, y quiero que estés conmigo. Para siempre, si podemos conseguirlo.

Los labios de Callista temblaron y acabaron sonriendo.

—Para siempre. —Los ojos grises se encontraron con los suyos, más oscuros que la neblina que flotaba a su alrededor pero igualmente impregnados de luz—. Te amo, Luke, pero… no va a ser nada fácil. Y sin embargo pienso que… Bueno, tengo el presentimiento de que cada uno estará presente en la vida del otro durante mucho tiempo.

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