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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Los ingenieros de Mundo Anillo (37 page)

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—O bien tardaron muchos años en extinguirse —dijo el Inferior—. Tengo ideas propias al respecto.

Y no quiso agregar nada más.

Luis tuvo una buena distracción aquella mañana. Los cuentos del Gran Océano proporcionaban una lectura fascinante, con héroes y reyes, con aventuras de búsqueda y magia, y monstruos terroríficos, y un sabor muy distinto del de cualquier mitología humana. Allí el amor no era eterno. Los compañeros del héroe (o heroína) Ingeniero eran siempre del sexo opuesto, la lealtad se confirmaba mediante rishathras pródigamente descritos, y el ejercicio de poderes maravillosos se daba por descontado. Los magos no eran malvados por definición, y los peligros que iban saliendo al paso eran para ser evitados, no para luchar contra ellos.

Luis halló los denominadores comunes que andaba buscando. El tema predominante era el de la inmensidad del mar y el terror a las tormentas y a los monstruos marinos.

Entre éstos figuraban los tiburones, los cachalotes, las ballenas asesinas, los destructores Gummidgy, el pez sombra wunderlandés o las algas estranguladoras. Algunos de estos seres poseían inteligencia. Había serpientes de mar que medían kilómetros de longitud y que echaban humo por las narices (¿tal vez implicando la respiración pulmonar?) y tenían bocas enormes llenas de dientes. Aparecía una tierra que abrasaba a todos los que se acercaban a ella, quedando invariablemente un solo superviviente (¿fantasía o alusión a los girasoles?). Algunas islas eran monstruos marinos de vida sedentaria, a tal punto que llegaba a establecerse en la joroba del animal todo un sistema ecológico, hasta que desembarcaban unos marinos y molestaban a la criatura, y ésta decidía sumergirse. A no ser por otras leyendas parecidas de la literatura terrestre, esta última le habría parecido verosímil a Luis.

En cuanto a las feroces tormentas, las consideró creíbles. En aquella geografía descomunal podían formarse tempestades terribles, incluso sin el efecto de Coriolis que origina los huracanes en los mundos esféricos. En el mapa de Kzin había visto un barco grande como una ciudad; era posible que se necesitase un barco de tanta eslora para capear las tormentas del Gran Océano.

Tampoco desconfiaba por entero de la existencia de magos. En tres de las leyendas estos personajes parecían ser de la raza de los Ingenieros de Ciudades. Pero, a diferencia de los magos de la mitología terrestre, éstos eran también grandes guerreros. Y los tres llevaban armadura.

—Oye, Kawaresksenjajok, ¿es que los magos siempre llevan armadura?

El muchacho le lanzó una mirada extraña.

—Quieres decir en los cuentos, ¿no? No, aunque sí la llevan los que andan cerca del Gran Océano, me parece. ¿Por qué?

—¿No luchan los magos, acaso? ¿No son grandes guerreros?

—No siempre.

Aquellas preguntas ponían nervioso al muchacho. Harkabeeparolyn intervino:

—Quizá yo sepa más que Kawa de esas leyendas infantiles. ¿Qué intentas averiguar?

—Busco el origen de los Ingenieros del Mundo Anillo. Esos magos con armaduras podrían ser ellos, excepto que aparecen demasiado tarde en la historia.

—Entonces no serán ellos.

—Pero, ¿qué motivó las leyendas? ¿Estatuas? ¿Hallazgos de momias en el desierto? ¿La memoria racial?

Ella lo meditó.

—Los magos siempre suelen pertenecer a la especie de quien cuenta la historia. Las descripciones varían en cuanto a la estatura, el peso, lo que toman como alimento, pero siempre tienen rasgos comunes. Son luchadores terribles, no defienden ninguna causa moral, y se les puede evitar, pero no derrotar.

«La Aguja Candente de la Cuestión» viajaba debajo del Gran Océano como un submarino que cruza el polo por debajo de los hielos.

El Inferior había reducido la velocidad, lo que les permitió observar cómodamente la bandeja invertida y de complicadas formas que era el fondo del Océano. Presentaba las mismas irregularidades que las tierras de la plataforma continental: montañas cuya altura seguramente les permitía sobresalir del agua, y cañones submarinos de ocho o diez kilómetros de ancho.

Lo que veían ahora (un techo de guijarros excesivamente oscuro incluso visto con el intensificador de luz, y cercano, pese a encontrarse a cinco mil kilómetros sobre sus cabezas) era el mapa de Kzin; al menos el ordenador así lo aseguró. Kzin debía de tener actividad tectónica en la época en que se esculpió el mapa; las costas aparecían bien definidas, y las montañas eran escarpadas y bastante pronunciadas.

Luis no lograba orientarse; para él no era suficiente con ver unas formas del revés y recubiertas de expandido protector. Necesitaba contemplar el panorama a la luz del sol y ver la selva amarilla y anaranjada.

—Que sigan funcionando las cámaras. ¿Se capta alguna señal del módulo?

Desde su puesto ante los mandos, el Inferior volvió una de sus cabezas.

—No, Luis. El scrith las intercepta. ¿Ves esa gran bahía casi circular, allá donde desemboca el río? Allí es donde está anclado el barco que bloquea la salida. Y a este lado, en la confluencia de esos ríos, está el castillo donde aterrizó el módulo.

—Muy bien. Acerquémonos unos miles de kilómetros. Sobrevolemos… o mejor dicho, infravolemos el paisaje.

La «Aguja» se metió dentro del panorama invertido. El Inferior comentó:

—Ese mismo viaje lo hiciste con el «Embustero». ¿Esperas ver algún cambio?

—No. ¿Estás impaciente?

—Claro que no, Luis.

—Ahora sé más cosas de las que sabía entonces. Quizá descubra detalles que aquella vez pasaron inadvertidas. Como… ¿qué es eso que sobresale cerca del polo sur?

El Inferior les pasó una vista ampliada. Era un triángulo largo y estrecho, muy negro, y con una textura especial en la superficie, que destacaba nítidamente en el centro del mapa de Kzin.

—Un radiador —explicó el titerote—. Hay que refrigerar la zona antártico, naturalmente.

Los nativos del Mundo Anillo estaban estupefactos.

—No lo entiendo —dijo Harkabeeparolyn—. Creí saber algo de ciencia, pero… ¿qué es eso?

—Es demasiado complicado. Inferior…

—¡Luhiwu! ¡No soy una niña ni una tonta!

No debía de tener mucho más de cuarenta años, pensó Luis.

—Muy bien. La finalidad de todo esto es la de simular otro planeta. Una esfera que da vueltas, ¿entiendes? La luz solar llega casi horizontal a los polos de la esfera, y por eso hace frío allí. En consecuencia, hay que enfriar las zonas polares de esa imitación. Danos más aumentos, Inferior.

La superficie texturada de la aleta se reveló compuesta de millares de alerones horizontales ajustables, plateados por arriba y negros por debajo. El verano y el invierno, se dijo, y exclamó en voz alta, involuntariamente:

—¡No me lo puedo creer!

—¿El qué, Luhiwu?

El volvió las palmas de las manos hacia arriba en un ademán de impotencia.

—Me desorientan una y otra vez. Creí haberlo captado, pero en el fondo es todo demasiado grande para mí.

Los ojos de Harkabeeparolyn estaban llenos de lágrimas.

—Ahora sí que lo creo. Nuestro mundo es una imitación de otro mundo real.

Luis la rodeó con sus brazos.

—Pero también es real. ¿No te parece? Tú eres tan real como yo. Pisa el suelo. El mundo es tan real como esta nave. Sólo que mucho más grande. Tremendamente grande.

—¿Luis? —intervino el Inferior.

Trabajando con el telescopio había descubierto más aletas, de menor tamaño, alrededor del perímetro del mapa.

—Naturalmente, las regiones árticas deben de ser refrigeradas también.

—Sí. Estaré repuesto dentro de un minuto. Llévanos hacia el Puño-de-Dios, pero sin prisas. ¿Puede localizarlo el ordenador?

—Sí.

—¿Cabe la posibilidad de que lo hallemos taponado? Dijiste que habían taponado o reparado el ojo de la tormenta.

—No sería fácil taponar el Puño-de-Dios. El agujero tenía el tamaño de toda Australia y sobresalía con mucho de la atmósfera.

Mantenía los ojos cerrados y se los frotaba con vigor.

Esto no puede pasarme a mí, pensó. Lo que está ocurriendo es real, y lo que es real, puedo manipularlo con mi cerebro. ¡Nej! Nunca debí aficionarme al cable. Ha echado a perder mi sentido de la realidad. Pero… ¡aletas refrigeradores debajo de los polos!

Abandonaron el reverso del mapa de Kzin. El radar de profundidad no revelaba la existencia de ningún conducto bajo el fondo marino. Lo que significaba que la protección antimeteoritos debía de ser de scrith expandido. Los tubos tenían que estar allí, o de lo contrario los fondos marinos se hubieran llenado de flup.

Aquellos cañones en el fondo de los mares del Mundo Anillo… una draga en cada uno de ellos y un orificio de purga en un extremo, serían suficientes para mantener limpios los fondos.

—Desvíate un poco, Inferior. Llévanos debajo del mapa de Marte. Y luego debajo del de la Tierra. No nos apartará mucho de nuestro rumbo.

—Casi dos horas.

—Arriesguémonos.

Dos horas. Luis las pasó en el campo sómnico. Había aprendido que un aventurero debe atrapar el sueño donde pueda. Despertó con tiempo sobrado, mientras el fondo marino desfilaba todavía sobre las cabezas de los pasajeros de la «Aguja». Luego la velocidad disminuyó hasta llegar a la detención total.

El Inferior dijo:

—Marte no está.

Luis meneó la cabeza con violencia. ¡Despierta!

—¿Cómo?

—Marte es un mundo frío, seco y casi privado de atmósfera, ¿no? Todo el mapa de Marte debería de estar refrigerado, y desecado también de alguna manera, y elevado por encima del nivel de la atmósfera.

—Sí, todo eso es verdad.

—Pues mira. Ahora deberíamos estar debajo del mapa de Marte. Dime si ves un radiador más grande que el que encontramos debajo del mapa de Kzin. ¿Ves alguna cavidad prácticamente circular y que se eleve treinta kilómetros?

Sobre sus cabezas no aparecía nada salvo la bandeja invertida correspondiente al fondo marino.

—Esto es inquietante, Luis. Si empieza a fallarnos la memoria del ordenador…

El Inferior empezó a doblar las patas y a meter las cabezas hacia abajo y hacia dentro.

—La memoria del ordenador se encuentra en buen estado —dijo Luis—. Tranquilízate. No le pasa nada al ordenador. Mira si se eleva la temperatura del océano sobre nuestras cabezas.

El Inferior titubeó, poco inclinado a abandonar su postura fetal; luego, obedeció y regresó a los instrumentos.

—A la orden.

Harkabeeparolyn preguntó:

—¿He entendido bien? ¿Falta uno de vuestros mundos?

—Uno de los más pequeños. Mera negligencia, querida.

—Éstas no son esferas —dijo ella, pensativa.

—No. Son como si se hubiese pelado una fruta y se hubiese extendido la cáscara sobre una mesa.

El Inferior intervino:

—Las temperaturas varían en esta región. Haciendo caso omiso de las partes provistas de aletas, encuentro temperaturas entre cinco y veinticinco grados.

—El agua debe de estar más caliente alrededor del mapa de Marte.

—El mapa de Marte no se sabe dónde se encuentra, y la temperatura del agua no aumenta en ningún lugar.

—¡Cómo…! ¡Eso sí que es raro!

—Si interpreto bien esa expresión… sí, tenemos un problema.

Los cuellos del titerote se volvieron hacia dentro, hasta que se halló mirándose sus propios ojos. Luis le había visto hacerlo a Nessus, y se preguntó si sería así la risa de los titerotes. O tal vez su manera de ponerse en concentración. A Harkabeeparolyn le daba grima verlo, pero no podía dejar de mirar.

Luis aguardó. Era obligado que Marte tuviese refrigeración. Por tanto, ¿dónde…?

El titerote silbó un extraño arpegio.

—¿La rejilla?

Luis interrumpió de súbito sus paseos.

¿Así de fácil?

—La rejilla, ¡justo! Y eso significaría que… ¡canastos!

—Pudiera decirse que estamos haciendo progresos. ¿Tus órdenes? Habían aprendido mucho contemplando los reversos de los mundos, así que Luis dijo:

—Al mapa de la Tierra, por favor. Al sótano.

—A la orden —dijo el Inferior.

Y la «Aguja» continuó hacia el sentido del giro.

Tanto océano y tan poca tierra, pensó Luis. ¿Para qué necesitaban los ingenieros del Mundo Anillo tanta agua salada en dos embalsamientos? Dos, por supuesto, por razones de equilibrio, pero ¿por qué tan grandes?

¿Depósitos? Tal vez. ¿Reservas para la flora y la fauna marina de un mundo Pak abandonado? Un ecologista habría alabado tal idea, pero aquellos protectores de Pak sólo se ocupaban de lo que pudiera servir a su propia seguridad y a la de sus descendientes.

Los mapas, pensó Luis, eran un soberbio ejemplo de maniobra de distracción.

Pese a las irregularidades del fondo marino, la Tierra se distinguía con facilidad. Luis fue mostrando a sus acompañantes los contornos de las plataformas continentales mientras pasaban debajo de África, Australia, las Américas, Groenlandia… las aletas refrigerantes debajo de la Antártida y del Océano Glacial Ártico… Los anillícolas miraban y asentían educadamente. Al fin y al cabo, a ellos ¿qué les importaba? No era su planeta natal.

Sí. Tendría que hacer cuanto le fuese posible para conseguir que Harkabeeparolyn y Kawaresksenjajok regresaran a su hogar, aunque no se les pudiese ayudar de otra manera. En aquellos momentos, Luis estaba más cerca de la Tierra de lo que, seguramente, volvería a hallarse jamás.

Recorrieron otro trecho de fondo marino.

Luego vieron el perfil de una costa: una plataforma continental no muy pronunciada, con un laberinto de golfos y bahías, deltas fluviales y penínsulas, islas y otros muchos detalles excesivamente sutiles para el ojo humano. La «Aguja» se desvió a babor según el sentido del giro. Pasaron una serie de huecos correspondientes a montañas, y algunos lagos menores. Una línea finamente trazada señalaba hacia el sentido del giro, y al final de la misma, un destello de luz…

El Puño-de-Dios.

Un cuerpo de considerable tamaño había chocado con el Mundo Anillo hacía mucho tiempo. La bola de fuego había elevado el fondo del Anillo imprimiéndole la forma de un cono inclinado, y finalmente, lo había perforado. Casi al otro lado de aquel inmenso embudo se veían las huellas de un meteorito muy posterior: una nave accidentada de la General de Productos, con todos sus pasajeros congelados en estasis, había chocado a una velocidad horizontal de mil kilómetros por segundo. ¡Incluso habían deformado el scrith!

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