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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (15 page)

BOOK: Los momentos y sus hombres
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Bateson:
—Mi término «preparación»
(processing
) suponía implícitamente que la escala jerárquica, el sistema de clases si usted quiere, de la institución total suele basarse en una bipartición estructural. Aunque haya cierto número de miembros intermedios del personal, entre el de posición más alta y el de posición más baja, una línea horizontal corta limpiamente en dos esta columna, por donde sea. Se está por arriba o se está por debajo de ella, y esta línea es más importante que todas las líneas complementarias de una parte y de otra. ¿Es éste un análisis con el que usted podría estar de acuerdo?

Goffman:
—Es una buena observación, a la que yo añadiría una precisión menor. Debajo del último escalón administrativo, habrá a menudo otros pequeños escalones que no son importantes, como los operarios y otros, que los hay también, por ejemplo, en las escuelas particulares. Pero, fundamentalmente, es cuestión de oficiales y reclutas.

Mead:
—El personal obrero forma a los estudiantes al mismo tiempo que los docentes. Quiero decir que no es cosa que tenga tanto que ver con la jerarquía como una relación con el grupo de personas a las que ven constantemente.

Birdwhistell:
—Creo que, si hay instituciones que funcionan como usted señala, las hay también que obran más bien como transformadores: una cosa se introduce en el sistema bajo una forma y sale bajo otra.

Después, hay situaciones en que la institución
se convierte
en el transformador, o en la maquinaria de preparación. Creo que son dos cosas diferentes. Y por último, está el tercer tipo que usted indicaba, en el cual el paso de los materiales modifica tanto un aspecto de la maquinaria como estos mismos materiales.

Goffman:
—Sí, pero hay sistemas abiertos, en que la estabilidad de la maquinaria descansa en una alimentación constante, rápida y reiterada. Todo el sistema se basa en el movimiento, en cierto modo. Estos lugares son tan bertalanfianos como nada pueda serlo
[203]
.

Otro punto que debiéramos subrayar es el de la autorregulación. No es simple cuestión de informar a las personas. Su objetivo es lograr que se comporten de manera distinta, voluntariamente, una vez han recibido la información. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el oficial nuevo que se convierte en un caballero y logra desenvolverse por sí mismo en muchísimas situaciones sociales.

En este sentido, las instituciones totales son singulares. Las actividades y los fines de la institución se «encarnan» en las personas que pasan por ella. Los productos de la institución y los elementos que atraviesan el ciclo metabólico son idénticos. De ahí, el alcance y los límites de la analogía metabólica.

Me gustaría llegar ahora a las fases de este proceso, y quisiera añadir que no me detendré en ellas más de lo preciso. Estas fases no son sino medios de ordenar los datos, y ustedes podrán dirigirles sus quejas. Voy a dibujarles la diana, en cierto modo:

Esbozo del proceso «metabólico»

  1. La mala conducta contingente
  2. Los ritos de transición
  3. Los procesos desorganizadores
    1. Las modificaciones del yo
    2. Las indeterminaciones en el campo
  4. Los factores de indeterminación en el campo
  5. Los factores de reorganización personal
  6. Las líneas de adaptación
  7. Los móviles y la creencia
    [204]
    *

La primera fase de la que hablaremos podría llamarse la «mala conducta contingente». La persona que va a entrar en un manicomio ha obrado de una manera inaceptable u ofensiva para alguien que no puede tolerar por más tiempo esta conducta. El futuro internado es también una persona atrapada por su propio sistema social, tanto que el encierro se presenta en definitiva como la solución natural.

Quisiera repasarlo. La persona que va a entrar en el manicomio está relacionada con alguien —padre, patrono o vecino— a quien importuna. Desde el punto de vista de esta persona, el futuro internado se comporta mal. Esta persona se queja, trata quizá de corregir de palabra al ofensor, no lo consigue y decide actuar. La persona que actúa se encuentra en una situación social en que le es natural recurrir, ya a un manicomio, ya a un agente que la dirigirá a él. Espero mostrar que el ingreso en un manicomio público es un proceso social muy complicado, que puede tener poquísima relación con lo que se cree ser un trastorno mental. Lo cierto es que no entran todos los que deberían, entrar y que quizá no debieron entrar muchos que sí han entrado. Et estado mental de una persona no es más que uno de los factores en juego, y de importancia muy variable. El proceso debe observarse y estudiarse
in situ,
allí donde unos individuos tienen acceso a ciertas instancias y allí donde suelen quejarse o no, esperar ciertas cosas o no.

Linddell
—El proceso legal obligatorio, ¿es más bien elástico, o más bien rígido, cuando se trata de conseguir el ingreso de persona semejante?

Goffman:
—Creo que eso depende de su posición en el sistema social, aunque ésta es otra de las cosas que debemos estudiar. Por ejemplo, un marido de un barrio popular empieza a pegar a su mujer. Durante las seis últimas semanas, se ha vuelto psicótico, como diría un psiquiatra. Su mujer va a quejarse a la policía, que va a ver, puede decir: «No es más que una pelea de matrimonio», y no hace caso. Unas semanas después, el marido consigue salir por sí mismo de su período de tensión. En un barrio burgués, la policía podría haber adoptado una actitud diferente y, en ciertos casos, el resultado final habría sido muy distinto.

Meerloo:
—Esta no es más que una definición parcial de las enfermedades mentales. Usted parece manifestar una actitud muy agresiva ante las instituciones. Puede decirse que la persona encerrada es una molestia para la sociedad o para sí misma. Muchos pacientes se sienten protegidos, y son protegidos, por la institución.

Goffman:
—Ya sé que eso lo dicen siempre las autoridades psiquiátricas, y tienen razón hasta cierto punto. Pero trate de comprender esto (y temo que la duda de la doctora Mead sea pertinente en este caso): yo no trato, por el momento, de hablar de enfermedad mental; yo estoy hablando del
manicomio público,
y hablo de él como de una
institución.

Meerloo:
—Entonces, podemos decir que en una institución hay muchos tipos de pacientes. ¿De acuerdo?

Goffman;
—En un manicomio público, de diez mil pacientes, puede haber cien que hayan ingresado voluntariamente. Yo no hablo de esos cien.

Meerloo:
—Yo he sido director de un manicomio municipal, aunque no en Estados Unidos. En tales instituciones, gran parte de los acogidos están protegidos contra sí mismos, sea cual fuere la tragedia que el asilo represente para él.

Frank:
—Hay otras personas que se preocupan con frecuencia de los enfermos mentales. Un familiar puede estar preocupado por la salud del paciente. Son aquellos a quienes se envía al hospital como protección contra ellos mismos, podríamos decir.

Goffman:
—Ciertamente, usted debe matizar lo que yo digo en este sentido, pero quisiera subrayar que eso constituye un proceso contingente. Permítame ponerle unos ejemplos
[205]
.

Fremont-Smith:
—Quisiera confirmar lo que ha dicho sobre el policía. Estoy seguro de que es eso lo que pasa con frecuencia: el policía llega, y su decisión de llevar al manicomio al hombre que pega a su mujer se debe a la casualidad. Ocurre a menudo que el hombre no va al manicomio y nunca ha necesitado ir.

Goffman:
—Y a menudo, el hombre a quien llevan al manicomio no cree su mujer que esté enfermo. Muy posiblemente, ella no comprende lo que es un trastorno mental. Sólo, que tenía una cuenta pendiente con él.

Recuerden que, en general, estas instituciones se alimentan de personas pertenecientes a los grupos sociales de ingresos bajos. Alrededor del 75 % de los hospitalizados pertenecen más o menos a estos grupos..., que no están implicados en el mundo psiquiátrico como nosotros lo estamos en las ciencias sociales. Según dicen muchos de ellos: «Este hombre no se comporta correctamente, no sé qué hacer con él». Como sociólogo, eso es todo lo que yo observo. Yo no me intereso por las cosas que preocupan a ustedes. Lo que sucede por debajo no es asunto mío.

Mead:
—¡Sí! Usted se interesa por esas cosas, y creo que seguirá induciéndonos a error si confunde protección e ingreso voluntario. Muchas personas no se presentan por sí mismas en el manicomio. Las interna su familia porque tiene miedo a que le peguen un cuchillazo, expresión muy dura y muy importante. De modo que, al recoger el número de los pacientes que han pedido el ingreso voluntariamente, usted no ha contestado a la observación del doctor Frank sobre la proporción, en la población, entre los que ven el encierro como una protección del paciente y quienes lo consideran para su propia protección.

Goffman:
—Sí.

(...)

Bateson:
—A veces es difícil obtener el ingreso voluntario en un manicomio y conseguir esa autoprotección (...).

Mead:
—Cuando la pide
uno mismo.

Bateson:
—Porque las autoridades no creen que uno pueda pedirla si realmente es peligroso para sí mismo.

Goffman:
—En cierto modo, verdaderamente, he buscado controversia. Yo les diré el caso de la esquizofrenia si ustedes me dicen casos de contingencia, y haré listas para ser más claro. Así, tenemos el caso de un hombre de unos treinta años, retrasado mental, cuidado por su tía en una ciudad pequeña. La gente tolera su extraña conducta porque estiman a su tía, y ella está para ayudarlo. Ella muere..., y, entonces, lo mandan al manicomio. Una contingencia forma parte del caso: la muerte de la tía.

Fremont-Smith:
—Es más que la muerte de la tía. Es que ya no cumple un papel funcional.

Goffman:
—Sí. O veamos la familia con un miembro que no puede o no quiere trabajar. Ocurre que se mudan a un piso en el que hay habitación para él. Tenemos casos en comunidades de ingresos bajos, en que se cuida a un padre anciano en la misma casa si presenta ciertos síntomas de senilidad. Cuando la familia se muda,
entonces
deciden despacharlo al manicomio. El ingreso es contingente.

Déjenme que les ponga otro ejemplo. Un joven burgués, prometedor, encantador, que se dispone a entrar a la universidad, empieza a cometer actos de exhibicionismo delante de unas niñas. Los padres de las niñas se enfadan mucho y quieren mandar al joven a la cárcel. Pero les dicen que, después de todo, es un buen muchacho y les preguntan: «¿Quedarían satisfechos si fuese al manicomio?» —«Bueno, eso estaría bien», consienten. Su honor de padres queda satisfecho con el ingreso del joven en el manicomio. En este caso, los elementos de «promesa» {entre otros) son los que constituyen la contingencia.

Yo no hablo ahora de trastornos mentales, y espero que ustedes dejen de lado este aspecto por un momento. Desde el punto de vista de la comunidad, este joven se ha comportado de una manera inaceptable y se han puesto en marcha ciertos mecanismos, variables de una clase y de una región a otra, que lo han llevado a verse en una institución.

Peck:
—Yo puedo confirmar su análisis con datos procedentes del otro extremo del proceso. Hace poco, he formado parte de comisiones hospitalarias de autorización de salida. Durante las doce sesiones a las que asistí, se planteó por tres veces la cuestión de saber si el paciente no podría salir en Navidad. En un caso, se arguyo que sería muy incómodo para el paciente salir dos días antes de Navidad, sin haber hecho sus compras de regalos para la familia. Creo que esto ilustra el tipo de consideraciones que pueden determinar si un paciente sale o se queda hospitalizado. No son éstos, ciertamente, los criterios de que ingenuamente creemos servirnos cuando prescribimos una hospitalización.

Frank:
—Mi reacción emocional —y quizá no sea más que una emoción— se explica porque, en sus observaciones, hay una insinuación según la cual el manicomio, como institución, es hostil a los pacientes y a la comunidad. Creo que, en parte, eso es cierto. La mayoría de los ejemplos que ha puesto podrían interpretarse también en el sentido de mostrar que la familia ya no es capaz de cuidar a esa persona y que, por tanto, hay que encontrar otra instancia de cuidado. El hospital que duda sobre si dejar salir a alguien en Navidad piensa en el bienestar del paciente. Usted selecciona ejemplos para mostrar cuándo la gente comete errores de juicio y cuándo fracasan los hospitales. Sin duda, cometen graves errores de juicio. Yo no creo que sea justo decir que ésta sea una característica de los hospitales, aunque su analogía sea perfectamente acertada.

Goffman:
—Espero que usted me corrija sobre esto durante la reunión y que pueda establecer una situación en lo que yo vaya a decir, entre lo que sea válido y las distorsiones que puedan surgir (...).

Birdwhistell:
—¿Podría volver sobre una de sus observaciones anteriores, relativa a la propia protección? Decir que se encierra a los pacientes para protegerlos de sí mismos puede tener dos sentidos, que dependen del punto de vista, y que no son necesariamente contradictorios. Por ejemplo, un hombre no debe herirse: si se hiriese, heriría a su familia. El objetivo aquí es su propio interés y el de su familia. Esto es cierto verdaderamente en muchas comunidades. Si alguien de su familia se hiere, el accidente, en un contexto temporal amplio, puede ser también una desgracia para uno. La herida de su pariente lo hiere a él. Por tanto, al protegerlo, protege también a su familia. Se trata de elementos de un mismo sistema homeostático. Cuando un hombre se suicida, particularmente de las clases populares, su muerte afecta a la posición de toda la familia. Los motivos de prestigio o de molestia para la familia no son opuestos a los intereses del paciente, puesto que él también es miembro de la familia.

Goffman:
—Sí. Podemos llevar el razonamiento un poco más lejos volviendo sobre su expresión de «cuidado». El grupo de John Clausen del Instituto Nacional de Sanidad Mental ha investigado mucho sobre las familias con un miembro ingresado en un manicomio
[206]
. Me basaré en parte de sus trabajos y, como ellos, no consideraré de momento a los «independientes»
(floaters
), que no dejan un mundo familiar tras de sí cuando entran en el hospital.

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