Los Oceanos de Venus (4 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los Oceanos de Venus
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—Bien —le apremió Lucky—, ¿le molesta empezar a trazarme un cuadro de lo que pasa aquí?

—¿Qué le contaron en la Tierra?

—Sólo un esquema. Preferiría conocer el resto por una persona como usted, situada en el centro del asunto.

—¿Una persona situada en el centro del asunto? —sonrió Morris, con cierta ironía—. No suele ser ésta la actitud de los funcionarios del departamento central. Siempre envían a sus propios agentes, con lo cual llegan hombres como Evans.

—Y como yo —añadió Lucky.

—Su caso es un poco diferente. Todos conocemos sus últimas hazañas en Marte el año pasado, y también lo que hizo en los asteroides.

—Pues si cree saberlo todo —intervino Bigman—, tendría que haber estado a su lado.

Lucky se ruborizó ligeramente.

—Eso no importa ahora, Bigman —objetó acto seguido—. No empieces con tus cuentos.

Se hallaban los tres repantigados en muelles sillones. Eran unos muebles de fabricación terrestre, muy cómodos. Asimismo, había algo en el sonido reflejo de las voces que al oído entrenado de Lucky le dio a entender que el apartamento estaba aislado y a prueba de espías.

Morris encendió un cigarrillo y ofreció el paquete, pero no le fue aceptado.

—¿Qué sabe usted de Venus, Lucky? —preguntó después.

—Lo corriente que se aprende en la escuela —sonrió el joven—. Para resumir, que es el segundo planeta más cercano del Sol, a unos cien millones de kilómetros del mismo. Que es el globo más próximo a la Tierra, ya que en su momento de máxima aproximación sólo dista de ésta cuarenta millones de kilómetros. Que es un poco más pequeño que la Tierra, con una gravedad de cinco sextos respecto a la terráquea. Que gira en torno al Sol en siete meses y medio, y que sus días tienen treinta y seis horas de duración. Su temperatura superficial es algo más elevada que la de la Tierra, aunque no mucho debido a las nubes. Y también por este motivo, carece de estaciones. Está cubierto por un océano que, a su vez, está lleno de algas y plantas marinas. Su atmósfera se compone principalmente de anhídrido carbónico y nitrógeno, por lo que resulta irrespirable ¿Qué le parece, doctor Morris?

—Sobresaliente —sonrió el biofísico—, pero yo le preguntaba por la sociedad venusiana y no por el planeta.

—Ah, esto ya es más difícil. Sé, claro está, que los seres humanos habitan en ciudades protegidas por inmensas cúpulas en las partes menos profundas del océano, y, según he podido ver por mí mismo, que la vida de las ciudades de Venus está muy avanzada, mucho más que en Marte, por ejemplo.

—¡Oye, tú! —se indignó Bigman.

—¿No está de acuerdo con su amigo? —preguntó Morris, volviendo sus ojillos hacia el marciano.

—Pues..., tal vez sí —vaciló el copiloto de Lucky—, pero no tenía por qué decirlo.

—Venus es un planeta bastante desarrollado —sonrió Lucky al escuchar a su amigo—. Creo que contiene unas cincuenta ciudades en total, con una población conjunta de seis millones. Sus exportaciones son de algas secas, que creo es un fertilizante excelente, y bloques de hongos deshidratados para el forraje animal.

—No está mal —aprobó Morris—. ¿Qué les ha parecido la cena en el Salón Verde, caballeros?

—Excelente —repuso Lucky, después de una pausa de sorpresa ante el súbito cambio de tema—. ¿Por qué lo pregunta?

—Lo sabrá dentro de un momento. ¿Qué comieron?

—No lo sé con exactitud —confesó Lucky—. El menú de la casa. Supongo que sería una especie de guiso de ternera con una salsa muy sabrosa y una verdura que no reconocí. También hubo ensalada de frutas, creo, y antes una variedad picante de jugo de tomate.

—¡Y semillas de gelatina como postre! —agregó Bigman.

—Naturalmente, están equivocados —rió cordialmente Morris— No hubo ternera, ni fruta, ni tomates. Ni siquiera café. Sólo han comido una cosa. Una sola cosa: ¡hongos!

—¿Qué? —exclamó Bigman.

Por un momento, Lucky también se sintió sobresaltado.

—¿Habla en serio? —inquirió, enarcando las cejas.

—En serio. Es la especialidad del Salón Verde.

Nunca lo pregonan, de lo contrario los terráqueos se negarían a comerlo. Más tarde, no obstante, les habrían preguntado minuciosamente si les había gustado o no tal o cual plato, cómo pensaban que podían perfeccionarse y así. El Salón Verde es la estación experimental más valiosa de Venus.

—¡Los demandaré ante los tribunales! —gritó Bigman, haciendo mil muecas—. ¡Llevaré el caso ante el Gran Consejo! No es posible alimentar a las personas sólo con hongos, sin advertirlas, como si se tratase de un caballo o una vaca...

Terminó su explosión tartamudeando palabras inconexas.

—Empiezo a suponer —razonó Lucky— que los hongos tienen alguna relación con la ola de crímenes que azota Venus.

—¿Empieza a creer solamente? —preguntó Morris con sarcasmo—. Entonces no ha leído los informes oficiales. No me sorprende. En la Tierra piensan que aquí exageramos. Le aseguro que no. Y no se trata solamente de una ola de crímenes. ¡De hongos, Lucky, de hongos! Este es el meollo de todo lo que sucede en este planeta.

Una mesa rodante autopropulsada había aparecido en el salón con un colador burbujeante y tres tazas de humeante café encima. La mesita se detuvo primero ante Lucky y luego ante Bigman. Morris aceptó la tercera taza, se la llevó a los labios y se secó el bigote con satisfacción.

—En su lugar, caballeros —aconsejó—, yo añadiría leche y azúcar.

Bigman olió suspicazmente su taza.

—¿Hongos? —preguntó, mirando a Morris de modo huraño.

—No, esta vez es café auténtico. Lo juro.

Por un momento, bebieron en silencio.

—Venus, Lucky —empezó después Morris—, es un mundo caro de mantener. Nuestras ciudades han de extraer el oxígeno del agua, y esto significa enormes estaciones electrolíticas. Cada ciudad necesita tremendas vigas y pilastras energéticas para, sostener las cúpulas contra millones de tonelada de agua. La ciudad de Afrodita gasta tanta energía en un año como todo el continente sudamericano, a pesar de contar sólo con una milésima parte de su población.

Morris hizo una pausa para tomar un nuevo sorbo de café.

—Como es natural, tenemos que ganar lo que cuesta esta energía. Así, exportamos productos a la Tierra a fin de obtener fábricas de electricidad maquinaria especializada, combustible atómico y otros artículos de primera necesidad. El único producto de Venus es el alga marina, de la que hay cantidades inagotables. Exportamos parte de ellas como fertilizante, mas esto no soluciona nuestro problema de gastos. Sin embargo, la mayor parte de dichas algas la usamos como medios de cultivo de hongos, de los que poseemos miles de variedades.

—Transformar las algas en hongos no significa una gran mejora —refunfuñó Bigman.

—¿No le gustó su cena? —replicó Morris.

—Por favor, doctor Morris, continúe —rogó Lucky.

—Claro está —asintió el biofísico—, el señor Jones tiene ra...

—¡Llámeme Bigman!

—Como guste, Bigman —asintió Morris, contemplando con respeto al pequeño marciano—. Bien, su opinión es correcta respecto a los hongos en general. Nuestras variedades más importantes sólo son aconsejables como alimento animal. Aún así, resultan sumamente útiles. El cerdo alimentado con hongos es más barato y más sabroso que los demás. Los hongos poseen muchas calorías, proteínas, minerales y vitaminas.

Morris se volvió de nuevo hacia Lucky.

—Tenemos otras variedades de mejor calidad, que se emplean como alimentos que haya que almacenar largo tiempo, ocupando poco espacio. Por ejemplo, para largos vuelos espaciales se utiliza con frecuencia la llamada ración. Y finalmente, hay las variedades más refinadas, extremadamente caras, de cultivo muy delicado, que componen los menús del Salón Verde, y que nos permiten imitar o mejorar la comida ordinaria. Por el momento no se producen en cantidades de exportación, aunque esperamos que esto llegará algún día. Bien, Lucky, supongo que se hace cargo del punto central de este asunto.

—Creo que sí.

—¡Yo, no! —exclamó Bigman con belicosidad.

Morris se dispuso a explicar la cuestión.

—Venus gozará de un monopolio sobre estas variedades de lujo. No las poseerá ningún otro planeta. Sin la experiencia venusiana en zymocultura...

—¿En zymo... qué? —se extrañó Bigman.

—En el cultivo del hongo. Sin la experiencia de Venus en este aspecto, ningún otro planeta podría criar hongos de esta clase o mantenerlos una vez obtenidos. De modo que ya comprenderán que Venus podría edificar un comercio sumamente provechoso en variedades de hongos como artículos de lujo con toda la galaxia. Esto no sólo sería importante para Venus, sino también para la Tierra... para toda la Confederación Solar. Nosotros componemos el sistema más poblado de toda la galaxia, y el más antiguo. Si pudiéramos cambiar un kilo de hongos por una tonelada de trigo, todo iría mejor para nosotros.

Lucky había escuchado con paciencia el discurso de Morris.

—Por el mismo motivo —comentó—, sería interesante para una potencia extranjera, ansiosa de debilitar a la Tierra, destruir el monopolio de Venus en los hongos.

—Exacto. Ojalá pudiese convencer al resto del Consejo de este peligro viviente y omnipresente. Si nos robasen alguna variedad de hongos de cultivo junto con algún conocimiento sobre nuestros descubrimientos en este aspecto, los resultados serían catastróficos.

—Muy bien —concedió Lucky—, así llegamos al punto importante: ¿se han producido robos en este sentido?

—Aún no —repuso Morris con gravedad—. Pero hace ya seis meses que sufrimos una racha de sucesos raros, accidentes extraños, incidentes insólitos. Algunos sólo son enojosos, o incluso divertidos, como el caso del viejo que tiró monedas de semicrédito a los niños, y después acudió a la policía afirmando que le habían robado. Cuando se presentaron los testigos demostrando que él mismo había regalado el dinero, casi se volvió loco de furor, insistiendo en que aquello era mentira. También ha habido accidentes más graves, como la ocasión en que un operario de una cinta transportadora soltó una bala de media tonelada de algas en un momento inadecuado y mató a dos hombres. Más tarde aseguró que había perdido el conocimiento.

—¡Lucky! —exclamó Bigman muy excitado—. ¡Los pilotos de la nave costera insistieron en que habían perdido el conocimiento!

—Sí —asintió Morris—, y casi me alegro de que ocurriese tal cosa, habiendo sobrevivido ustedes. El Consejo de la Tierra, de este modo, tal vez se hallará más dispuesto a creer que algo grave se oculta detrás de todo esto.

—Naturalmente —intervino Lucky—, usted supone que se trata de hipnotismo.

—Hipnotismo es un término vago, Lucky —sonrió el doctor sin humorismo—. ¿Conoce algún hipnotizador que pueda ejercer su influencia a distancia sobre sujetos involuntarios? No, yo afirmo que alguna persona o algunas personas de Venus poseen el poder de dominar mentalmente y de forma absoluta a los demás seres. Y añado que ejercen este poder, que lo practican, y que cada vez logran mejores resultados en su uso. Cada día que pasa se hace más difícil luchar contra este poder. ¡Y es posible que ahora ya sea demasiado tarde para vencerlo!

4 - ¡UN CONSEJERO ACUSADO!

Las pupilas de Bigman llamearon.

—¡Nunca es tarde cuando llega Lucky! ¿Por dónde empezamos, Lucky?

—Por Lou Evans —repuso el terrestre quedamente—. Esperaba que usted lo nombrase, doctor Morris.

Morris juntó las cejas y contrajo el rostro en expresión ceñuda.

—Usted es amigo suyo. Querrá defenderle, lo sé. Bien, no es un relato agradable. No lo sería tratándose de un consejero... de un consejero cualquiera, pero siendo además amigo suyo...

—No deseo actuar por sentimentalismo, doctor Morris —objetó el joven consejero—. Conocí a Lou Evans tan bien como un hombre pueda conocer a otro. Y sé que es incapaz de hacer nada que pueda perjudicar al Consejo de la Tierra.

—Bien, escuche y juzgue por sí mismo. Durante la mayor parte de la gira efectuada por Evans en Venus, no realizó nada. Lo llamaron «enderezador de entuertos», expresión muy bonita y anticuada, pero no hizo nada.

—No se enfade, doctor Morris, pero ¿le molestó su llegada a Venus?

—No, claro que no. Aunque no comprendí el motivo. Aquí en Venus ya tenemos experiencia. Somos personas maduras. ¿Qué cabía esperar de un joven recién llegado de la Tierra?

—A veces, ayuda mucho una visión de fuera. —Tonterías. Repito, Lucky, que el mal estriba en que en la Central de la Tierra no consideran importante nuestro problema. El propósito de enviar aquí a Evans fue que echase una ojeada, se lavase las manos y regresara a la Tierra afirmando que aquí no pasaba nada.

—Conozco bien al Consejo de la Tierra para creer tal cosa. Y usted también.

—Bien —gruñó el venusiano—, hace tres semanas, Evans pidió, verificar algunos datos secretos relativos al cultivo de las variedades de hongos. Y los responsables de esta industria se opusieron a ello.

—¿Se opusieron? —se extrañó Lucky—. ¿A la petición de un consejero?

—Cierto, pero quienes se ocupan de dichas variedades de hongos son muy reservados. No es posible formularles tales demandas. Ni siquiera siendo uno consejero. Y se negaron a ello. Después, me trasladaron la petición de Evans y la rechacé.

—¿Sobre qué base? —inquirió Lucky.

—Evans no quiso contarme sus razones, y como yo soy el consejero decano de Venus, nadie de mi organización puede tener secretos conmigo. Bien, su amigo Evans hizo algo que yo no esperaba. Robó los datos. Utilizó su posición como consejero para penetrar en una zona acotada de las plantas de investigación, y se marchó con varios microfilmes en su maletín.

—Tendría buenos motivos.

—Oh, sí —asintió Morris—, sin duda. Los microfilmes se referían a unas fórmulas nutritivas necesarias para la alimentación y cultivo de una nueva y maravillosa variedad de hongos. Dos días más tarde, un obrero que fabricaba un componente de aquella mezcla introdujo en la misma una pizca de sales de mercurio. El hongo murió, arruinando seis meses de trabajo. El obrero juró no haber hecho tal cosa, pero sí lo había hecho. Nuestros psiquiatras lo psicosondearon. Sí, ya sabíamos cuál iba a ser el resultado. El obrero había padecido un oscurecimiento mental. El enemigo todavía no ha robado la variedad de hongos, pero se está aproximando a ello.

—Comprendo su teoría —Lucky frunció el ceño—. Lou Evans se ha pasado al enemigo, sea éste quien sea.

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