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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

Los Pilares de la Tierra (74 page)

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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Observó al gato correr alrededor de la habitación en busca de algún sitio por donde salir, y esperó a que redujera la marcha. Entonces arrojó la piedra. Fue un buen disparo pero el gato lo vio venir e hizo un regate. Los hombres mugieron.

Volvió a correr el gato por la habitación, presa ya de pánico, saltando los caballetes y las mesas arrinconadas contra la pared, y luego de nuevo al suelo. El siguiente en lanzar fue un caballero de más edad. Observó al gato correr alrededor de la habitación. Simuló un lanzamiento para ver hacia dónde saltaría el gato y luego arrojó de veras la piedra mientras el animal corría, apuntando algo por delante de él. Los demás aplaudieron su astucia, pero el gato había visto venir la piedra y se detuvo de repente, evitándola. El gato, desesperado, intentó meterse detrás de un cofre de roble que había en un rincón. El lanzador de turno vio una oportunidad y la aprovechó, arrojando rápidamente la piedra mientras el gato se encontraba parado, y le dio en la grupa. Hubo un gran coro de vítores. El gato renunció a esconderse detrás del cofre y corrió en derredor de la habitación, pero ya iba cojeando y se movía con más lentitud.

Le tocaba el turno a William.

Pensó que si andaba con cuidado probablemente podría matar al gato. Le chilló, para fatigarlo algo más, haciéndole correr por un instante más aprisa. Luego, con el mismo fin, simuló un lanzamiento. Si alguno de los otros se hubiera demorado tanto le habrían abroncado, pero William era el hijo del conde y naturalmente esperaron con paciencia. El gato, sin duda dolorido, redujo la marcha, acercándose esperanzado a la puerta. William echó hacia atrás el brazo dispuesto a lanzar la piedra. Antes de que ésta abandonara su mano, se abrió la puerta de manera inesperada y en el umbral apareció un sacerdote vestido de negro. William hizo su lanzamiento, pero el gato salió disparado como la flecha de un arco. El sacerdote lanzó un chillido agudo y aterrado y se recogió los faldones de sus vestiduras. Los jóvenes estallaron en risas. El gato se estrelló contra las piernas del sacerdote y luego, recobrando el equilibrio, salió disparado por la puerta. El sacerdote permaneció inmóvil en actitud aterrada como una vieja a la que hubiera asustado un ratón. Los jóvenes reían estrepitosamente.

William reconoció al sacerdote. Era el obispo Waleran.

Y ello le hizo reír todavía más. El hecho de que aquel sacerdote afeminado sintiera terror de un gato y fuera también un rival de la familia hacía más jugoso el incidente.

El obispo recuperó rápidamente su compostura. Enrojeció, y señaló con dedo acusador a William.

—Sufrirás tormento eterno en las más hondas profundidades del infierno —dijo con voz áspera.

Al punto la risa de William se transformó en terror. Cuando era pequeño su madre le había provocado pesadillas, contándole lo que los demonios hacían a la gente en el infierno, haciéndoles arder entre llamas, sacándoles los ojos y cortándoles sus partes pudendas con afilados cuchillos, y desde entonces le sacaba de quicio oír hablar de ello.

—¡Callaos! —dijo chillando al obispo. En la habitación se hizo el más absoluto silencio. William desenvainó su cuchillo y se dirigió hacia Waleran—. ¡No vengáis aquí predicando, serpiente!

Waleran no parecía en modo alguno asustado, tan solo intrigado e interesado al haber descubierto la debilidad de William. Aquello enfureció aún más a William.

—¡Voy a atravesaros, por todos los…!

Estaba lo bastante fuera de sí como para apuñalar al obispo. Pero le detuvo una voz procedente de las escaleras, detrás de él.

—¡William! ¡Ya basta!

Era su padre.

William se detuvo y al cabo de un instante envainó el cuchillo.

Waleran entró en el salón, seguido de otro sacerdote que cerró la puerta tras él. Era el deán Baldwin.

—Me sorprende veros, obispo.

—¿Porque la última vez que nos vimos indujo al prior de Kingsbridge a que me traicionara? Sí, supongo que debería estar sorprendido porque habitualmente no soy hombre que olvide fácilmente. —Por un momento volvió de nuevo su mirada glacial hacia William y luego la concentró una vez más en el padre—. Pero prescindo de mi resentimiento cuando va contra mis intereses. Necesitamos hablar.

El padre asintió pensativo.

—Será preferible que vayamos arriba. Tú también, William.

El obispo Waleran y el deán Baldwin subieron las escaleras hasta los apartamentos del conde, seguidos de William. Se sentía chasqueado por habérsele escapado el gato. Por otra parte se daba cuenta de que él también había escapado de milagro, ya que si hubiese tocado al obispo le habrían ahorcado, pero había algo en la exquisitez y en los modales relamidos de Waleran que William detestaba.

Entraron en la cámara de su padre, la habitación donde William había violado a Aliena. Cada vez que entraba allí recordaba la escena. Su cuerpo blanco y lozano, el miedo que reflejaba su cara, la forma en que gritaba, el rostro contraído de su hermano pequeño cuando le obligaron a mirar y finalmente el toque maestro de William, la forma en que luego había dejado a Walter gozar de ella. Hubiera querido retenerla allí, prisionera, para poder tenerla a su disposición siempre que quisiera.

Desde entonces Aliena se había convertido en su obsesión. Incluso había intentado seguirle la pista. Habían pillado a un guardabosque tratando de vender el caballo de guerra de William en Shiring, y confesó bajo tortura que se lo había robado a una joven que respondía a la descripción de Aliena. William se había enterado por el carcelero de Winchester que había visitado a su padre antes de que éste muriera. Y su amiga Mrs. Kate, la propietaria de un burdel que él solía frecuentar, le dijo que había ofrecido a Aliena un lugar en su casa. Pero el rastro había terminado allí.
No dejes que te ofusque la mente, Willy boy
, le había dicho Kate animándole.
¿Necesitas tetas grandes y pelo largo? Nosotras lo tenemos. Llévate esta noche a Betty y a Minie, cuatro grandes tetas para ti solo, ¿por qué no?
Pero Betty y Minie no eran inocentes y de tez blanca, ni sentían un miedo de muerte. Y tampoco le habían satisfecho. De hecho, no había alcanzado una verdadera satisfacción con mujer alguna desde aquella noche con Aliena en esa misma cámara del conde.

Apartó de la mente aquella idea. El obispo Waleran hablaba con su madre.

—Supongo que sabéis que el prior de Kingsbridge ha tomado posesión de vuestra cantera.

No lo sabían. William estaba asombrado y su madre furiosa.

—¿Qué? ¿Cómo? —exclamó.

—Al parecer vuestros hombres de armas lograron que los canteros se retiraran, pero al día siguiente cuando se despertaron se encontraron con la cantera llena de monjes cantando himnos y temieron atacar a hombres de Dios. El prior Philip ha contratado a vuestros canteros y ahora se encuentran todos trabajando juntos en perfecta armonía. Me sorprende que vuestros hombres de armas no volvieran para informaros.

—¿Dónde están esos cobardes? —chilló madre. Tenía la cara congestionada—. Tengo que verlos…, haré que les corten las pelotas y…

—Comprendo por qué no han regresado —dijo Waleran.

—Poco importan los hombres de armas —dijo padre—. No son más que soldados. El único responsable es ese taimado prior. Jamás imaginé que recurriera a una treta semejante. Se ha burlado de nosotros, eso es todo.

—Exactamente —dijo Waleran—. Con todos esos aires de santa inocencia tiene la astucia de una rata casera.

William pensó que Waleran era también como una rata, una rata negra de hocico puntiagudo, de pelo negro y resbaladizo, sentada en un rincón, con una corteza entre las zarpas, lanzando miradas astutas alrededor de la habitación mientras mordisqueaba su comida. ¿Por qué le interesaba tanto quién ocupara la cantera? Era tan astuto como el prior Philip, también él tramaba algo.

—No podemos dejarle que se salga con la suya —estaba diciendo madre—. Los Hamleigh no pueden aceptar esa derrota. Hay que humillar a ese prior.

Padre no estaba tan seguro.

—No es más que una cantera —dijo—. Y el rey di…

—No es sólo la cantera, se trata del honor de la familia —le interrumpió madre—. Y poco importa lo que haya dicho el rey.

William estaba de acuerdo con madre. Philip de Kingsbridge había desafiado a los Hamleigh y había que aplastarle. Si la gente no tuviera miedo de uno, uno no sería nadie. Pero lo que no comprendía era dónde estaba el problema.

—¿Por qué no vamos con algunos hombres y arrojamos a los canteros del prior?

Padre sacudió la cabeza.

—Una cosa es poner impedimentos pasivos a los deseos del rey como hicimos al explotar nosotros mismos la cantera, y otra muy distinta enviar hombres armados para expulsar a trabajadores que están allí con permiso expreso del rey. Eso podría hacerme perder el condado.

William aceptó reacio su punto de vista. Padre siempre se mostraba cauto, pero por lo general tenía razón.

—Tengo una sugerencia —dijo el obispo Waleran. William estaba seguro de que ocultaba algo debajo de la manga negra y bordada—. Creo que la catedral no debiera construirse en Kingsbridge.

Aquella observación dejó atónito a William. No comprendía su importancia. Y tampoco padre. Pero a madre se le desorbitaron los ojos y dejó de rascarse la cara por un momento.

—Es una idea interesante —dijo pensativa.

—Antiguamente la mayoría de las catedrales se encontraban en pueblos como Kingsbridge —siguió diciendo Waleran—. Hace sesenta o setenta años, en tiempos del primer rey Guillermo, muchas de ellas fueron trasladadas a ciudades. Kingsbridge es un pueblo pequeño en medio de ninguna parte, allí no hay nada más que un monasterio decadente que no es lo bastante rico para mantener una catedral, y mucho menos para construirla.

—¿Y dónde deseáis vos que se construya? —pregunto madre

—En Shiring —repuso Waleran—. Es una gran ciudad, su población debe alcanzar los mil habitantes y tiene un mercado y una feria de lana anual. Está en un camino principal. Shiring es apropiada. Y si los dos hacemos campaña en ese sentido, el obispo y el conde unidos, podremos lograrlo.

—Pero si la catedral estuviera en Shiring, los monjes de Kingsbridge no podrían ocuparse de ella.

—Ahí está el quid de la cuestión —dijo madre impaciente—. Sin la catedral, Kingsbridge no sería nada. El priorato se hundiría en la oscuridad y Philip sería de nuevo un cero a la izquierda, que es lo que se merece.

—Entonces ¿quién se ocuparía de la nueva catedral? —insistió padre.

—Un nuevo capítulo de canónigos nombrados por mí —dijo Waleran.

Hasta entonces William se había sentido tan desconcertado como su padre, pero en ese momento empezó a comprender la idea de Waleran. Con el traslado de la catedral a Shiring, éste se haría también con el control personal de la misma.

—¿Y qué me decís del dinero? —preguntó padre—. ¿Quién pagará la construcción de la nueva catedral, de no ser el priorato de Kingsbridge?

—Creo que nos encontraremos con que la mayor parte de las propiedades del priorato están dedicadas a la catedral —dijo Waleran—. Si la catedral se traslada, las propiedades van con ella. Por ejemplo, cuando el rey Stephen dividió el antiguo condado de Shiring, cedió las granjas de la colina al priorato de Kingsbridge, como desgraciadamente sabemos muy bien, pero lo hizo para ayudar a la financiación de la nueva catedral. Si le dijéramos que algún otro estaba construyendo la nueva catedral, esperaría que el priorato entregara esas tierras a los nuevos constructores. Como es de suponer, los monjes presentarían batalla, pero el examen de sus cartas de privilegio daría por zanjada la cuestión.

A William, el panorama se le aparecía cada vez más claro. Con esta estratagema, Waleran no sólo obtendría el control de la catedral sino que también se haría con la mayor parte de las riquezas del priorato.

Padre pensaba lo mismo.

—Para vos es un buen plan, obispo, pero ¿queréis decirme qué gano yo con todo ello?

Fue madre quien le contestó.

—¿Es que no lo ves? —dijo enojada—. Tú posees Shiring. Piensa en toda la prosperidad que la catedral traerá consigo a la ciudad. Durante años habrá centenares de artesanos y peones construyendo la iglesia. Todos ellos habrán de vivir en algún sitio y pagarte una renta, tendrán que comer y vestirse de tu mercado. Luego estarán los canónigos a cargo de la catedral, y los fieles que acudirán a Shiring por Pascua y Pentecostés en lugar de hacerlo a Kingsbridge, y los peregrinos que acudirán a ver los sepulcros... Todos ellos gastarán dinero.

Los ojos le brillaban por la codicia. Hacía mucho tiempo que William no recordaba haberla visto tan entusiasmada.

—Si manejamos bien esto —añadió tras una breve pausa—, convertiremos a Shiring en una de las ciudades más importantes del reino.

Y será mía,
se dijo William.
Cuando mi padre muera, yo seré el conde.

—Muy bien —dijo padre—. Arruinará a Philip, os dará poder a vos, obispo, y a mí me hará rico. ¿Cómo podrá hacerse?

—En teoría la decisión de trasladar el emplazamiento de la catedral debe tomarla el arzobispo de Canterbury.

Madre se le quedó mirando.

—¿Por qué "en teoría"?

—Porque precisamente ahora no hay arzobispo. William de Corbeil murió en Navidad y el rey Stephen todavía no ha nombrado sucesor. Sin embargo, sabemos quién tiene todas las probabilidades de obtener el cargo. Nuestro viejo amigo Henry de Winchester. Quiere esa dignidad. El Papa ya le ha dado mando interino y el rey es su hermano.

—¿Hasta qué punto es su amigo? —inquirió padre—. No fue de mucha ayuda para vos cuando intentasteis apoderaros de este condado.

Waleran se encogió de hombros.

—Si puede, me ayudará. Tenemos que presentarle el caso de manera convincente.

—No querrá hacerse enemigos poderosos precisamente en estos momentos en que espera que le nombren arzobispo —sugirió madre.

—Desde luego. Pero Philip no es lo bastante poderoso para ser tenido en cuenta. No es probable que se le consulte para la elección de arzobispo.

—Entonces ¿por qué no habría de darnos Henry lo que queremos? —preguntó William.

—Porque aún no es el arzobispo y sabe que la gente le está observando para ver cómo se comporta durante su periodo transitorio. Quiere que se le vea tomando decisiones juiciosas y no simplemente repartiendo favores entre sus amigos. Ya habrá tiempo suficiente después de la elección.

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