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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los piratas de los asteroides (16 page)

BOOK: Los piratas de los asteroides
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—Nos dirás que se ha dirigido hacia Ganímedes —dijo Conway con expresión desolada.

—¿Pero no comprendéis que es lógico? Los piratas, aun cuando están bien organizados, no pueden atacar la Tierra y sus bases, pero sí pueden organizar un ataque para distraer nuestra atención. Son capaces de hacer que muchas naves terrestres patrullen el extremo más lejano del cinturón de asteroides, para permitir que la armada de Sirio derrote a las restantes unidades de la Tierra. Por otra parte, Sirio no podría sostener una guerra a ocho años luz de su propio planeta, con posibilidades de vencer, a menos que cuente con apoyo en los asteroides. Ocho años luz, después de todo, significan más de ochenta billones de kilómetros. La nave de Antón se dirige hacia Ganímedes para asegurar a los de Sirio que contarán con la ayuda pirata y para indicarles que ya pueden iniciar las acciones bélicas. Sin declaración previa, por supuesto.

—Si tan sólo pudiésemos dejarnos caer en esa base de Ganímedes antes —murmuró Conway.

—Aun sabiendo lo que sucede en Ganímedes —dijo Henree—, no nos haríamos cargo de la gravedad de la situación de no mediar los dos viajes de Lucky a los asteroides.

—Lo sé y te pido disculpas, Lucky. Entretanto, nos resta muy poco tiempo para tomar decisiones. Debemos dar un golpe de gracia en este mismo momento. Una escuadra de naves enviada al asteroide-base del que nos has hablado, Lucky...

—No —interrumpió el joven—, no tendría sentido.

—¿Por qué lo dices?

—No es nuestra intención iniciar la guerra, aun cuando haya de finalizar con una victoria, Eso es lo que ellos quieren. Oye, tío Héctor, Dingo, el pirata, podría haberme liquidado en el asteroide, pero tenía orden de dejarme flotando en el espacio. En un primer momento, creí que querrían presentar mi muerte como un hecho accidental. Ahora comprendo que se trataba de irritar al Consejo; ellos podrían hacer público que habían matado a un miembro del Consejo y, al no ocultarlo, obligarían casi a la concreción de un ataque prematuro. Una de las razones para la invasión de Ceres puede haber sido asegurarse mediante una provocación más.

—¿Y si iniciáramos la guerra con una victoria?

—¿Aquí? ¿A este lado del Sol? ¿Y dejar a la Tierra al otro lado, desprovista de sus unidades de flota más importantes? ¿Con la armada de Sirio aguardando en Ganímedes, también de aquel lado del Sol? Te aseguro que sería una victoria muy costosa. La solución no es iniciar una guerra, sino prevenirla.

—¿Cómo?

—Nada ocurrirá hasta que la nave de Antón descienda en Ganímedes. Tal vez podamos interceptarla e impedir que se produzca la reunión entre ambas fuerzas.

—Es una posibilidad muy endeble —dijo Conway con un gesto de duda.

—No si yo voy. La Shooting Starr es más veloz y tiene mejores ergómetros que cualquier otra nave de la flota.

—¿Que tú irás? —gritó, más que dijo. Conway.

—Sería peligroso enviar unidades de nuestra escuadra. Las fuerzas de Sirio en Ganímedes pensarían, quizá, que es un ataque. Podrían contraatacar y entonces estaríamos en medio de esa guerra que intentamos evitar. La Shooting Starr les parecerá inofensiva: una sola nave; se quedarán tranquilos.

—Te equivocas, Lucky —dijo Henree—. Anton tiene una ventaja de doce horas. Ni siquiera la Shooting Starr podrá darle caza.

—Eres tú el que se equivoca. Sí podrá darle caza. Y una vez que haya cogido a Antón, tío Gus, creo que forzaré a los asteroides a la rendición. Sin ellos Sirio no atacará y no hará guerra.

Los dos científicos lo miraron, silenciosos.

—Ya he regresado dos veces —insistió Lucky, obstinadamente.

—Y las dos veces casi por milagro —refunfuñó Conway.

—Antes no sabía qué tenía entre manos; debía abrirme camino. Pero ahora lo sé. Lo sé con exactitud. Oídme: calentaré los motores de la Shooting Starr y me pondré al habla con el Observatorio de Ceres mientras tanto. Vosotros podríais comunicaros con la Tierra por la onda sub-etérica. Pedidle al coordinador...

Conway le interrumpió:

—Ya me ocuparé yo, hijo. He lidiado con el gobierno desde antes de que tú nacieras. Pero tú, ¿te sabrás cuidar a ti mismo, Lucky?

—¿No lo he hecho siempre, tío Héctor? ¿No es así, tío Gus?

Lucky estrechó las manos de ambos y se alejó de prisa.

Bigman pateó el polvo de Ceres con un gesto de desconsuelo y protestó como un niño.

—Es que llevo puesto el traje..., todo...

—No puedes ir, Bigman —dijo Lucky— y créeme que lo siento.

—¿Por qué no?

—Porque cogeré un atajo hacia Ganímedes.

—Bien, ¿y qué... y qué atajo es ése?

Lucky sonrió apenas:

—¡El del Sol!

Se dirigió hacia la Shooting Starr a través de la pista, dejando a Bigman de pie allí mismo, con la boca abierta.

14. HACIA GANÍMEDES VÍA EL SOL

Un mapa tridimensional del Sistema Solar tendría el aspecto de una planicie. En el centro, se halla el Sol, miembro dominante del Sistema; y realmente lo es, ya que contiene el 99,8 % de toda la materia del Sistema Solar. En otras palabras: su peso es quinientas veces mayor que la suma de todo el resto de los elementos integrantes del Sistema.

En torno al Sol, los planetas describen sus órbitas; todos ellos se mueven casi en un mismo plano: el plano denominado Eclíptica.

Al viajar de planeta a planeta, las naves espaciales comúnmente siguen la eclíptica. Y esto las mantiene dentro de los principales rayos de la comunicación planetaria, de modo que pueden hacer alto en medio de su trayectoria hacia el punto de destino prefijado. En ciertas ocasiones, cuando una nave necesita desarrollar velocidad o eludir posibles detecciones, se separa de la eclíptica, sobre todo cuando debe viajar hacia el otro lado del Sol.

Y Lucky pensaba que la nave de Antón debía estar intentando hacer precisamente eso.

Sin duda se deslizaría fuera de la «llanura» del Sistema Solar, describiría un arco o puente enorme por encima del Sol y regresaría a la «llanura», al otro lado, en las cercanías de Ganímedes. También era indudable que Antón debía haber iniciado su trayectoria de ese modo, porque de lo contrario las fuerzas defensivas de Ceres habrían logrado captar su nave en la filmación. Para los hombres hacer las observaciones espacio-náuticas dentro de la eclíptica, antes que ninguna otra, era casi un reflejo automático. En el instante en que podrían haber pensado en observar fuera de la eclíptica, Antón ya se habría alejado tanto que cualquier observación habría sido inútil.

Con todo, pensó Lucky, existía la posibilidad de que Antón no abandonara la eclíptica en forma permanente. Podía haberse alejado en un primer momento, como si se tratara de una trayectoria regular, pero podría regresar en cualquier otro momento. Las ventajas de reingresar en la eclíptica eran muchas. El cinturón de asteroides se extiende a ambos lados del Sol en forma completa, ya que los asteroides se hallan distribuidos de modo relativamente uniforme en torno al Sol. Si se mantenía dentro del cinturón, Antón se encontraría, durante toda su trayectoria de casi ciento ochenta millones de kilómetros hacia Ganímedes, dentro de la zona de asteroides, y esto implicaba seguridad para él. El gobierno terrestre había hecho una abdicación virtual de sus poderes sobre los asteroides y, exceptuadas las rutas hacia los cuatro cuerpos mayores, las naves del gobierno no se aventuraban en esa zona. Además, y sobre todo, sí alguna lo hacía, Antón tendría siempre la posibilidad de pedir refuerzos a cualquier base asteroidal cercana.

Sí, concluyó Lucky, Antón permanecería dentro del cinturón. En parte porque había pensado todo esto y en parte porque ya había hecho sus propios planes, Lucky condujo a la Shooting Starr fuera de la eclíptica en un arco suave.

El Sol era la clave; era la clave del Sistema entero. Constituía un escollo que implicaba, a su vez, un rodeo para cualquier nave que el hombre pudiese diseñar y construir. Para trasladarse de uno a otro lado del Sistema, una nave debía describir una amplia curva para evitar el Sol; ninguna nave de pasajeros se acercaba a una distancia menor de noventa y seis millones de kilómetros, es decir la distancia aproximada entre el Sol y Venus, y aun así eran imprescindibles los sistemas de refrigeración para que los pasajeros se sintieran confortables.

Podían diseñarse naves para fines técnicos, para que hiciesen el viaje hasta Mercurio, planeta separado del Sol por una distancia oscilante entre los setenta y los cuarenta y cinco millones de kilómetros, según la posición en que se hallara dentro de su órbita. Las naves descendían en el planeta cuando se encontraba en la zona de su trayectoria más alejada del Sol, ya que a menos de cincuenta millones de kilómetros muchos metales se fundían.

Vehículos espaciales aún más especializados se habían construido en ciertas ocasiones, para efectuar estudios de la superficie solar desde una mayor cercanía. Los cascos de esas aves estaban recorridos por un potente campo eléctrico de naturaleza peculiar que, mediante inducción, producía un fenómeno denominado «seudo-licuefacción» en la superficie molecular externa. La reflexión del calor a partir de esa especial superficie externa era casi total, de modo que muy pocos eran los grados de temperatura que lograban atravesar el casco de la nave. Desde fuera, este tipo de vehículo se veía como un espejo perfecto; aun así penetraba calor suficiente dentro de la nave como para elevar la temperatura por encima del punto de ebullición del agua, a distancias de ocho millones de kilómetros del Sol, que era la mayor aproximación registrada. Aunque los seres humanos pudiesen sobrevivir a esa temperatura, no podrían sobrevivir a la radiación de onda corta que fluía desde el Sol hacia la nave a esa distancia: en pocos segundos cualquier ser vivo moriría.

Las desventajas derivadas de la posición relativa al Sol en los viajes espaciales eran bien claras en la presente circunstancia, ya que Ceres estaba a un lado, en tanto que la Tierra y Júpiter se hallaban al otro lado del Sol, en posición casi diametralmente opuesta. Para quien se encontrara en el cinturón de asteroides, la distancia entre Ceres y Ganímedes era de aproximadamente mil ochocientos millones de kilómetros. De ser posible ignorar al Sol, una nave podría describir una trayectoria recta por sobre él y, en ese caso, la distancia sería de apenas algo más de mil millones de kilómetros, o sea menor en un cuarenta por ciento.

Lucky intentaría hacer esto último, en la medida de lo posible.

Condujo a la Shooting Starr en forma exigente, permaneciendo atado casi en forma constante con su g-aparejo, comiendo y durmiendo allí, continuamente bajo la presión de la aceleración. Se permitía sólo un descanso de quince minutos por hora.

Su trayectoria se elevó muy por encima de Marte y la Tierra, pero nada había que ver allí y ni siquiera el telescopio de la nave logró captar algo. La Tierra estaba al otro lado del Sol y Marte se hallaba en una posición casi en ángulo recto con la del mismo Lucky.

Ahora el Sol se veía del tamaño con que se mostraba a la Tierra y el joven sólo podía observarlo a través de las pantallas visoras, que habían sido polarizadas con más intensidad.

En poco tiempo más tendría que utilizar el dispositivo estroboscópico.

Los detectores de radiactividad comenzaron a sonar por momentos. Dentro de la órbita de la Tierra, la densidad de las radiaciones de onda corta también se elevaban hasta valores respetables. Dentro de la órbita de Venus tendría que adoptar precauciones especiales, como por ejemplo llevar un traje semi-espacial con una impregnación de plomo.

Tendré que utilizar algo mejor que el plomo, pensó Lucky; al acercarse al Sol tanto como él debía hacerlo, el plomo no le valdría de nada. Ningún material conocido brindaría la protección necesaria.

Por primera vez desde su aventura en Marte, un año atrás, Lucky extrajo de un diminuto saco especial, prendido a su cintura, el suave y casi transparente objeto que le entregaban los seres energéticos de Marte.

Muchos meses habían transcurrido desde que Lucky abandonara toda especulación acerca del modo de funcionamiento de aquella máscara. Sabía que ese objeto era el resultado del desarrollo de una ciencia que, por caminos aún desconocidos, había proseguido su curso durante un millón de años a partir del estado presente del conocimiento científico humano. Para él era tan incomprensible e imposible de reproducir como lo sería una nave espacial para un troglodita. Pero cumplía sus funciones y eso era lo que contaba.

Se llevó el objeto a la cabeza y, al igual que en ocasiones anteriores, la máscara se adhirió a su cráneo como si poseyera vida propia. En ese mismo instante la luz lo envolvió; por sobre su cuerpo parecieron resplandecer millones de luciérnagas y por esa causa era que Bigman se refería a la máscara denominándola «escudo de luz». En tomo a su cabeza y a su rostro una sólida masa fluorescente cubría por entero sus facciones, sin llegar a impedir la capacidad visual.

Era un escudo de energía diseñado por los marcianos para las necesidades de Lucky; es decir que resultaba impenetrable para toda forma de energía que su organismo no requiriese, tales como cierta intensidad de luz y cierta cantidad de calor. Los gases lo atravesaban libremente, de modo que Lucky podría respirar, y los gases calientes, al filtrarse a través del escudo, perdían parte de su temperatura y llegaban a él ya convenientemente enfriados.

Cuando la Shooting Starr transpuso la órbita de Venus, siempre en dirección hacia el Sol, Lucky llevó el escudo de energía en forma permanente, de modo que no podía comer ni beber, pero a la velocidad que sostenía su nave, la situación no se habría de prolongar durante un período demasiado extenso: un día todo lo más.

Viajaba ahora a una velocidad tremenda, mucho mayor que cualquiera de las que había experimentado hasta ese instante. Sumada al impulso de los motores híper-atómicos -impulso comparativamente pobre-, estaba la atracción incalculable del gigantesco campo de gravitación del Sol, de modo que la Shooting Starr avanzaba a millones de kilómetros por hora.

Lucky activó el circuito eléctrico que convertía la parte exterior del casco de la nave en seudo-licuefactor y se congratuló por haber sido previsor, por haber insistido durante la construcción de la nave para que ese accesorio integrara el equipo. Los termómetros habían registrado temperaturas que superaban los cincuenta y cinco grados centígrados y, comenzaron a indicar un descenso. Las pantallas visoras quedaron cegadas en el momento en que sus protectores metálicos las cubrieron para impedir que las fuertes placas de cristalita resultaran dañadas o se fundieran al calor del Sol.

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