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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

Los pueblos que el tiempo olvido (12 page)

BOOK: Los pueblos que el tiempo olvido
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Cuando salimos a la plaza del poblado, vi a Chal-az; estábamos tan cerca que nos podríamos haber tocado. Nos miramos a los ojos y lo saludé amablemente y me detuve a hablar con él, pero él se apartó sin hacer ademán de reconocerme. Me sorprendí por su conducta, y entonces recordé que To-mar, aunque me había advertido, al parecer no deseaba parecer amistoso conmigo. Yo no podía comprender su actitud, y estaba intentando elucubrar algún tipo de explicación, cuando la detonación de un arma de fuego apartó bruscamente el asunto de mi mente.

Eché a correr, mi cerebro vuelto un remolino de malos presagios, pues las únicas armas de fuego en el país Kro-lu eran las que yo había dejado en la choza con Ajor.

Sólo podía temer que ella estuviera en peligro, pues ahora era más o menos diestra en el manejo del rifle y la pistola, un hecho que eliminaba en gran parte la posibilidad de que el disparo hubiera sido fortuito. Cuando dejé la choza, consideraba que ambos estábamos a salvo entre amigos: ninguna idea de peligro cruzó mi mente. Pero desde mi audiencia con Altan, la presencia y el porte de Du-seen y la extraña actitud de To-mar y Cha-laz habían contribuido a despertar mis recelos, y por eso corrí entre los estrechos y serpenteantes callejones de la aldea kro-lu con el corazón desbocado.

Estoy dotado de un excelente sentido de la dirección, perfeccionado por años en las montañas y en las llanuras y desiertos de mi estado natal, así que encontré el camino de regreso a la choza donde había dejado a Ajor con poca o ninguna dificultad. Mientras entraba por la puerta, la llamé en voz alta. No hubo respuesta. Saqué una caja de cerillas de mi bolsillo y encendí una. Cuando la llama prendió, media docena de guerreros oscuros saltaron sobre mí desde muchas direcciones. Pero incluso en el breve instante en que la cerilla destelló, vi que Ajor no estaba dentro de la choza, y que mis armas y municiones habían desaparecido.

Mientras los seis hombres saltaban sobre mí, un furioso gruñido se alzó tras ellos. Me había olvidado de Nobs. Como un demonio de odio saltó entre aquellos guerreros kro-lu, rasgando, mordiendo, desgarrando con sus largos colmillos y sus poderosas fauces. Ellos me redujeron al instante, y no hace falta decir que los seis habrían podido conmigo si no hubiera sido por Nobs; pero mientras me debatía para librarme de ellos, Nobs saltó primero sobre uno y luego sobre otro hasta que estuvieron tan apurados por salvar el pellejo que sólo pudieron prestarme parte de su atención. Uno de ellos intentaba golpearme en la cabeza con su hacha de piedra, pero lo cogí por el brazo y el mismo tiempo giré sobre mi vientre. Un momento después me puse en pie.

Al hacerlo, agarré al hombre por el brazo y se lo retorcí. Entonces me incliné hacia delante y lancé a mi antagonista contra el otro lado de la choza. A la tenue luz del interior vi que Nobs ya había dado cuenta de uno de ellos, que yacía muy quieto en el suelo, mientras los cuatro restantes que permanecían en pie le golpeaban con cuchillos y hachas.

Corrí junto al hombre que acababa de poner fuera de combate, cogí su hacha y su cuchillo, y me zambullí de nuevo en la pelea. Yo no era rival para aquellos guerreros salvajes con sus propias armas, y pronto me habrían sometido a una derrota ignominiosa y a la muerte si no hubiera sido por Nobs, que por sí solo podía con los cuatro. Nunca he visto a una criatura más rápida que el gran airedale, ni una ferocidad tan espantosa como la que manifestaba en sus ataques. Fue tanto una cosa como la otra lo que contribuyó a la derrota de sus enemigos, quienes, acostumbrados como estaban a la ferocidad de criaturas terribles, parecían asombrados por la visión de esta extraña bestia de otro mundo que batallaba al lado de su amo igualmente extraño. Sin embargo, no eran cobardes, y sólo trabajando en equipo pudimos Nobs y yo vencerlos por fin. Corríamos hacia un hombre, simultáneamente, y mientras Nobs saltaba hacia él desde un lado, yo le golpeaba la cabeza con el hacha de piedra desde el otro.

Cuando el último hombre cayó, oí la carrera de muchos pies que se acercaban desde la plaza. Ser capturado ahora significaría la muerte; sin embargo, no podía intentar escapar de la aldea sin comprobar primero el paradero de Ajor y liberarla si la tenían cautiva. No estaba muy seguro de que pudiera escapar del poblado, pero una cosa estaba clara: no haría ningún servicio a Ajor ni a mí mismo si me quedaba aquí y me capturaban, así que con Nobs, ensangrentado y feliz, corriendo tras mis talones, me interné en el primer callejón y corrí hacia el extremo norte de la aldea.

Solo y sin amigos, acechado a través de los oscuros laberintos de esta salvaje comunidad, rara vez me había sentido más indefenso que en ese momento. Sin embargo, más allá de cualquier temor que pudiera haber sentido por mi propia seguridad estaba mi preocupación por la de Ajor. ¿Qué destino había corrido? ¿Dónde estaba, y en manos de quién?

Dudaba que viviera para descubrir estas respuestas, pero estaba seguro de que me enfrentaría alegremente a la muerte en el intento. ¿Y por qué? Con toda mi preocupación por el bienestar de los amigos que me habían acompañado a Caprona, y de mi mejor amigo de todos, Bowen J. Tyler, Jr., nunca había experimentado el temor casi paralizador por la seguridad de otra criatura que ahora me arrojaba alternativamente a una fiebre de desesperación y un frío sudor de aprensión, mientras mi mente reflexionaba sobre el destino de una pequeña semisalvaje cuya existencia ni siquiera había imaginado unas cuantas semanas antes.

¿Qué era este poder que ella tenía sobre mí? ¿Estaba embrujado, y mi mente se negaba a funcionar con cordura, y el juicio y la razón habían sido destronados por algún loco sentimiento que me negaba obstinadamente a considerar amor? Nunca había estado enamorado. No estaba enamorado ahora… la misma idea era ridícula. ¿Cómo podía yo, Thomas Billings, la mano derecha del difunto Bowen J. Tyler, Sr., uno de los principales industriales de América y el hombre más grande de California, estar enamorado de una., una…? La palabra se me atascó en la garganta. Sin embargo, según mis propios baremos Ajor no podía ser otra cosa; en casa, a pesar de toda su belleza, de su piel delicadamente teñida, por su aspecto, por sus hábitos y costumbres y los usos de su pueblo, por su vida, la pequeña Ajor habría sido considerada una squaw. ¡Tom Billings enamorado de una squaw! Me estremecí ante la idea.

Y entonces en mi mente apareció un súbito y brillante destello, el recuerdo de la imagen de Ajor tal como la había visto por última vez, y viví de nuevo el delicioso momento en que nos abrazamos, los labios rozando los labios, cuando la dejé para acudir al salón del consejo de Altan. Y podría haberme dado de patadas por lo esnob y lo zafio que había demostrado ser… ¡yo, que siempre me había enorgullecido de no ser ni una cosa ni la otra!

Esas cosas me pasaron por la cabeza mientras Nobs y yo recorríamos la oscura aldea, mientras las voces y los pasos de nuestros perseguidores resonaban en nuestros oídos. Estas y muchas otras cosas, pues no podía escapar al ineludible hecho de que la pequeña figura que enlazaba mis recuerdos y mis esperanzas era la de Ajor… ¡querida bárbara!

Mis reflexiones fueron interrumpidas por un ronco susurro desde el negro interior de una choza junto a la que pasábamos. Susurraron mi nombre en voz baja, y un hombre apareció a mi lado mientras yo me detenía con el cuchillo en alto. Era Chal-az.

—¡Rápido! -advirtió-. ¡Aquí dentro! Es mi choza, y no la registrarán.

Vacilé, recordando su actitud de unos minutos antes; y como si leyera mis pensamientos, él dijo rápidamente:

—No podía hablarte en la plaza sin despertar sospechas que me impidieran ayudarte más tarde, pues se había corrido la voz de que Al-tan se había vuelto contra ti y quería destruirte… Todo esto fue después de que llegara Du-seen el galu.

Lo seguí al interior de la choza, y con Nobs pegado a nuestros talones atravesamos varias cámaras hasta llegar a un remoto rincón sin ventanas donde una lamparilla chisporroteaba en batalla desigual contra la negra oscuridad. Un agujero en el techo permitía que el humo de la lámpara de aceite saliera; sin embargo, la atmósfera distaba de ser lúcida.

Cha-laz me indicó que me sentara en una piel tendida sobre el suelo de tierra.

—Soy tu amigo -dijo-. Me salvaste la vida, y no soy ningún ingrato como el batu Al-tan. Te serviré, y hay otros que te servirán contra Al-tan y este galu renegado, Du-seen.

—¿Pero dónde está Ajor? -pregunté, pues me importaba poco mi seguridad mientras ella estuviera en peligro.

—Ajor está también a salvo -respondió él-. Nos enteramos de los planes de Al-tan y Du-seen, que exigió que se la entregaran cuando se enteró de que ella estaba aquí. Al-tan le prometió que la tendría, pero cuando los guerreros fueron a por ella To-mar los acompañó. Ajor trató de defenderse. Ella mató a uno de los guerreros, y entonces To-mar la cogió en brazos cuando los otros le quitaron las armas. Le dijo a los demás que cuidaran del hombre herido, que en realidad ya estaba muerto, y que te capturaran a tu regreso, y que él, To-mar, le llevaría a Ajor a Altan. Pero en vez de hacerlo, se la llevó a su propia choza, donde está ahora con So-al, la ella de To-mar. Todo sucedió muy rápidamente. To-mar y yo estábamos en la choza del consejo cuando Du-seen intentó quitarte el perro. Yo elegí a To-mar para este trabajo. Él salió corriendo de inmediato y acompañó a los guerreros a tu choza mientras yo me quedaba para ver qué pasaba en la choza del consejo y para ayudarte si necesitabas auxilio. Lo que sucedió desde entonces, ya lo sabes.

Le di las gracias por su lealtad y le pedí que me llevara con Ajor, pero él dijo que no podía hacerse, ya que las callejas de la aldea estaban llenas de gente buscándome. De hecho, podíamos oírlos pasar de un lado a otro entre las cabañas, haciendo preguntas, y por fin Chal-az pensó que era mejor ir a la puerta de su morada, que consistía en muchas chozas unidas, para que no entraran a buscar.

Chal-az estuvo ausente durante mucho tiempo: varias horas que me parecieron una eternidad. Los sonidos de la persecución habían cesado hacía largo rato, y yo me estaba inquietando por su larga ausencia cuando lo oír regresar a través de los otros apartamentos de su morada. Cuando entró donde yo estaba, vi una expresión preocupada en su rostro.

—¿Qué ocurre? -pregunté-. ¿Han encontrado a Ajor?

—No -replicó él-, pero Ajor se ha ido. Se enteró de que tú habías escapado y que habías abandonado la aldea, creyendo que ella había escapado también. So-al no pudo detenerla. Escapó por encima de la empalizada, armada sólo con su cuchillo.

—Entonces debo irme -dije, poniéndome en pie. Nobs se levantó y se sacudió. Había estaba durmiendo como un tronco.

—Sí, debes irte de inmediato -reconoció Chal-az-. Casi ha amanecido. Du-seen saldrá entonces a buscarla.

Se inclinó y me susurró al oído:

—Hay muchos que te seguirán para ayudarte. Al-tan ha accedido a ayudar a Du-Seen contra los galus de Jor, pero muchos de nosotros nos hemos combinado para alzarnos contra Al-tan e impedir su despiadada profanación de las leyes y costumbres de los kro-lu y de Caspak. Nos elevaremos como Luata ha ordenado que nos elevemos, y sólo así. ¡Ningún batu puede ganar el estado de galu por medio de traición y por la fuerza de las armas mientras Chal-az viva y pueda descargar un fuerte golpe y clavarle una afilada lanza en la espalda!

—Espero poder vivir para ayudarte -respondí-. Si tuviera mis armas y mi munición, podría valer de mucho. ¿Sabes dónde están?

—No, han desaparecido -dijo él-. ¡Espera! No puedes ir medio armado, y vestido de esa forma. Vas a ir al país galu, y debes ir como galu. ¡Ven!

Y sin esperar respuesta, me condujo a otro apartamento, o para ser más explícito, a otra de las chozas que formaban su habitáculo celular.

Allí había una montaña de pieles, armas y adornos.

—Quítate tu extraño atuendo -dijo Chal-az-, y te equiparé como un auténtico galu. He matado a varios en las incursiones de mis primeros días como kro-lu, y estos son sus trofeos.

«Vi la sabiduría de su sugerencia, y como mis ropas estaban ya tan desgarradas que apenas ocultaban mi desnudez, no tuve ningún reparo en quitármelas. Una vez desnudo, me puse la túnica de ciervo, la cola de leopardo, la tiara dorada, los brazaletes y los adornos de las piernas de los galus, con el cinturón, la vaina y el cuchillo, el escudo, la lanza, el arco y flechas y la larga cuerda que por primera vez comprendí era el arma distintiva el guerrero galu. Es una cuerda de cuero sin curtir, no muy diferente del lazo vaquero de mi juventud. La honda es un óvalo de oro y tiene el peso adecuado para arrojar el lazo. Esta pesada honda, explicó Chal-az, se usa como arma, pues se lanza con gran fuerza y precisión al enemigo y luego se recoge para tirarla otra vez. En la caza y la batalla, ellos usan tanto el lazo como la honda. Si varios guerreros rodean a un solo enemigo, lo rodean con el lazo desde varios lados: pero un solo guerrero contra un único antagonista intentará vencer a su enemigo con el óvalo de metal.

No podría haberme sentido más satisfecho con ninguna otra arma, excepto un rifle, ya que era diestro con el lazo desde la infancia; pero he de confesar que me sentía menos favorablemente inclinado hacia mi atuendo. En lo que se refiere a la sensación, bien podría haber ido completamente desnudo, tan corta y ligera era la túnica. Cuando le pregunté a Chal-az el nombre caspakiano de la cuerda, me dijo que ga, y por primera vez comprendí la derivación de la palabra galu, que significa hombre de la cuerda.

Enteramente equipado no me habría conocido ni yo mismo, tan extraño era mi atuendo y mi armamento. De mi espalda colgaban el arco, las flechas, el escudo, y la lanza corta; del centro de mi cinto colgaba mi cuchillo, y en la cadera izquierda llevaba mi hacha de piedra, y de la izquierda la larga cuerda enrollada. Extendiendo la mano derecha sobre el hombro izquierdo podía coger la lanza o las flechas; mi mano izquierda podía encontrar mi arco por encima de mi hombro derecho, mientras que era necesario un verdadero acto de contorsionista para colocar el escudo delante de mí y en el brazo izquierdo. El escudo, largo y ovalado, se utiliza más como armadura trasera que como defensa contra un ataque frontal, pues los brazaletes de oro del antebrazo izquierdo sirven principalmente para desviar cuchillos, lanzas, hachas o flechas. Pero contra los grandes carnívoros y los ataques de varios antagonistas humanos, el escudo se usa como mejor protección y se sujeta con lazos al brazo izquierdo.

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