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Authors: Jean M. Auel

Los refugios de piedra (31 page)

BOOK: Los refugios de piedra
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Ayla percibía la avidez de Jondalar, y eso avivó su propio deseo. Se habría dado por satisfecha con abrirse a él en ese mismo momento, pero cuando él apartó el cobertor de sus pieles de dormir y descendió por su cuerpo, ella contuvo el aliento, adivinando y anhelando lo que se acercaba.

Jondalar paseó la lengua en torno al ombligo de Ayla muy brevemente. Ninguno de los dos quería esperar. Al apartar de una patada el cobertor, Ayla vaciló por un instante pensando en los Otros, acostados en sus dormitorios. No estaba habituada a convivir con otra gente en la misma morada y se sintió un tanto cohibida. Jondalar, en cambio, no parecía afectado por tales reparos.

Sin embargo, la inquietud de Ayla se desvaneció en cuanto él le besó el muslo, separó sus piernas para besarle el otro muslo, y luego besó los suaves pliegues de su sexo. Se deleitó con el familiar sabor, lamió lentamente y encontró el nódulo pequeño y duro.

El gemido de Ayla aumentó de volumen. Sintió destellos de placer como si la traspasara un relámpago mientras él succionaba y la masajeaba con la lengua. La propia Ayla no era consciente de lo preparada que estaba. Le llegó antes de lo que esperaba. Casi sin previo aviso, empezó a sentir cimas de placer y el abrumador deseo de notar plenamente a Jondalar con toda su virilidad.

Tendió los brazos hacia él, lo obligó a subir y guio su miembro. Penetró profundamente. A la primera embestida, Jondalar tuvo ya que esforzarse por contenerse, por esperar un poco más, pero Ayla estaba ya a punto y lo apremiaba, así que él se dejó llevar. Con gozoso abandono, acometió una y otra vez hasta que, para ambos, la oleadas de placer crecieron y se desbordaron.

Jondalar descansó sobre ella, momento que ella siempre saboreaba con especial satisfacción; pero él recordó entonces que estaba embarazada y se retiró, preocupado por el hecho de que su peso pudiera resultar excesivo. Ayla sintió entonces una fugaz decepción.

Al apartarse, Jondalar se preguntó una vez más si Ayla realmente tendría razón. ¿Era así como se había iniciado el niño dentro de ella? ¿Era el niño también de él, como Ayla sostenía? ¿Acaso aquel prodigioso don del placer que la Madre había otorgado a sus hijos era también la manera mediante la cual Ella bendecía a las mujeres con una nueva vida en su interior? ¿Sería ése el motivo por el que se había creado a los hombres, para dar inicio a la nueva vida dentro de una mujer? Deseaba que Ayla estuviera en lo cierto, deseaba que aquello fuera verdad, pero ¿llegaría a saberlo con certeza algún día?

Al cabo de un rato, Ayla se levantó. Sacó de una mochila un pequeño cuenco de madera y vertió en el un poco de agua del odre. Lobo se había ido a su rincón, cerca de la entrada, y la recibió con la actitud vacilante que siempre adoptaba después de compartir placeres Jondalar y ella. Ayla le sonrió y, con una seña, le hizo saber que se había portado correctamente. Luego, de pie sobre el cesto de noche, se limpió como Iza le había enseñado cuando se convirtió en mujer. «Iza, sé que tenías tus dudas sobre mis necesidades futuras a este respecto, pensó, pero hiciste bien en enseñarme entonces los rituales de la limpieza.»

Cuando Ayla volvió a la cama, Jondalar prácticamente se había dormido. Estaba demasiado cansado para levantarse; Ayla pensó que ya airearía y cepillaría las pieles de dormir por la mañana. Además, puesto que iban a quedarse en un mismo sitio durante una temporada, dispondría de tiempo para lavarlas. Nezzie le había enseñado a hacerlo, pero la tarea requería tiempo y mucho cuidado.

Ayla se tendió en su lado, de espaldas a Jondalar, y éste se abrazó a ella. Acurrucados como dos tórtolos, él se quedó dormido pero ella no pudo conciliar el sueño pese a sentirse satisfecha y a gusto, seguramente porque esa mañana se había levantado mucho más tarde que de costumbre. Mientras yacía despierta, pensó de nuevo en el clan y los Otros. A su mente acudían sin cesar recuerdos de su vida con la gente del clan y sus estancias con diversos grupos de los Otros, y sin darse cuenta empezó a establecer comparaciones.

Ambos tenían a su disposición las mismas clases de materiales, pero difería el uso que hacían de ellos. Unos y otros cazaban animales; unos y otros recolectaban los alimentos que crecían en la tierra; y unos y otros utilizaban pieles, huesos, materias vegetales y piedras para la elaboración de ropa, viviendas, utensilios y armas. Sin embargo, había diferencias entre ellos.

Quizá la más evidente era que la gente de Jondalar decoraba su entorno con pinturas y tallas de animales y con dibujos, en tanto que la gente del clan no lo hacía. Si bien no sabía cómo explicarlo, ni siquiera a sí misma, percibía que la gente del clan expresaba esa decoración en una fase inicial. Por ejemplo, en los funerales, empleaban el ocre rojo para dar color al cadáver; se interesaban por objetos poco comunes, que recogían y guardaban en sus amuletos; y prestaban atención a las cicatrices de los tótems y las marcas hechas en el cuerpo con alguna finalidad especial. Pero la gente del clan, más primitiva, no creaba arte como legado.

Ésa era una cualidad exclusiva de la gente como Ayla, la gente como los mamutoi y los zelandonii, y como cualquiera de los grupos pertenecientes a los Otros que habían conocido en su viaje. Se preguntó si la gente desconocida entre la que había nacido decoraría los objetos de su mundo, y llegó a la conclusión de que sí. Fueron aquellos que vinieron después, aquellos que compartieron aquel mundo antiguo y frío con el clan durante una época, aquellos a quienes la gente del clan llamaba «los Otros», los primeros en concebir a un animal como forma viva, en movimiento, y en reproducirlo mediante un dibujo o una talla. Era una gran diferencia.

Crear arte, trazar contornos de animales o señales con sentido, indicaba la capacidad de realizar abstracciones, la capacidad de captar la esencia de una cosa y transformarla en símbolo de la cosa en sí. El símbolo de una cosa puede adoptar asimismo la forma de un sonido, una palabra. Un cerebro capaz de pensar desde la perspectiva del arte era un cerebro apto para desarrollar plenamente el potencial de otra abstracción de gran importancia: el lenguaje. Y el mismo cerebro capaz de crear una síntesis entre la abstracción del arte y la abstracción del lenguaje lograría algún día establecer una sinergia con ambos símbolos o, dicho de otro modo, un recuerdo de las palabras: la escritura.

A diferencia del día anterior, esa mañana Ayla abrió los ojos muy temprano. No resplandecían ya las brasas del hogar ni había un solo candil encendido, pero distinguió sobre ella los contornos del saliente de piedra caliza, por encima de los paneles oscuros que formaban las paredes de la morada de Marthona, gracias al tenue reflejo de la primera luz del día, la inicial claridad que anunciaba la salida del sol. Nadie más se movía cuando Ayla, en silencio, salió de entre las pieles y, en la penumbra, buscó a tientas el camino hasta el cesto de noche. Lobo alzó la cabeza en cuanto ella se puso en pie, la saludó con un alegre gañido y la siguió.

Tenía unas ligeras náuseas, pero no como para vomitar, y sentía la necesidad de comer algo sólido para aplacar su estómago revuelto. Fue a la cocina y encendió un pequeño fuego. Luego tomó un bocado de carne de bisonte que había quedado la noche anterior en una fuente hecha con un hueso pélvico y también unas verduras pasadas que encontró en el cesto de almacenamiento de alimentos guisados. No muy segura de si su estado había mejorado o no, decidió comprobar si era capaz de prepararse ella misma una infusión para el malestar de estómago. Ignoraba quién le había preparado la infusión del día anterior; se preguntó si habría sido Jondalar. Pensó en hacer también una de las infusiones matutinas que a él más le gustaban.

Sacó la bolsa de las medicinas de su mochila. «Ahora que por fin hemos llegado puedo reabastecer mi provisión de hierbas y medicinas», se dijo mientras examinaba los saquitos uno por uno y recordaba sus usos. «El junco dulce alivia las molestias de estómago… Pero no, Iza me dijo que podía provocar el aborto, y nada más lejos de mis intenciones.» Mientras consideraba los posibles efectos secundarios, halló en su mente otro dato de su amplio bagaje en cuestiones de medicina. «La corteza de abedul negro sirve para prevenir el aborto, pero no me queda. Además, no creo correr el menor riesgo de perder al niño. Con Durc, tuve un embarazo mucho más difícil.» Ayla recordó el día que Iza salió a buscar serpentaria para que no abortara. Por entonces Iza ya estaba enferma, y su estado se agravó a causa del frío y la lluvia. «Creo que ya nunca se recuperó por completo, pensó Ayla. Te echo de menos, Iza. Ojalá estuvieras cerca para poder contarte que he encontrado un hombre a quien unirme. Ojalá hubieras vivido para llegar a conocerlo. Creo que hubieras dado tu aprobación.» Volvió a centrarse en las medicinas. «¡Albahaca, claro! Previene el aborto, y su infusión tiene un sabor muy agradable.» Dejó el saquito a un lado. «La menta tampoco estaría mal. Calma las náuseas y el dolor de estómago y sabe bien. A Jondalar le gusta.» Colocó también ese saquito aparte. «Y lúpulo, que es bueno para el dolor de cabeza y los calambres y, además, relaja, se dijo, y lo puso junto a la menta. Pero no mucho; el lúpulo puede amodorrar... Las semillas de cerraja quizá me vendrían bien ahora, pero hay que dejarlas en remojo mucho tiempo.» Prosiguió con la revisión de sus mermadas provisiones de hierbas medicinales. «Galio, sí, huele bien. Calma el estómago, pero tiene un efecto muy débil. Y manzanilla, que también es buena para el malestar de estómago; quizá podría utilizarla en lugar de la menta. Tal vez sepa mejor al mezclarla con las otras hierbas, pero Jondalar prefiere la menta. La mejorana serviría… o no, no; para molestias de estómago, Iza siempre usaba hojas de mejorana recién cogidas, no secas. ¿Qué más solía usar recién cogido? ¡Hojas de frambueso! ¡Sí, naturalmente! Eso es lo que necesito. Están especialmente indicadas para las náuseas del embarazo. No tengo hojas, pero había frambuesas en el festejo de la otra noche, así que la planta debe de crecer cerca de aquí, y es la temporada. Es mejor coger la hoja cuando la fruta está madura. Me aseguraré de guardar suficiente para el parto. Iza siempre la utilizaba cuando una mujer daba a luz. Me explicó que relajaba el útero de la madre y ayudaba a salir más fácilmente al niño. Aún me quedan flores de tilo, buenas sobre todo cuando el estómago se agarrota debido a los nervios, y las hojas son dulces y dan buen sabor a las infusiones. Los sharamudoi tenían cerca un viejo tilo, enorme y precioso. ¿Habrá algún tilo por aquí?» Con el rabillo del ojo percibió movimiento, y al alzar la mirada vio salir de su dormitorio a Marthona. Lobo también dirigió la vista hacia allí y de inmediato se levantó con actitud expectante.

–Hoy has madrugado, Ayla –dijo la mujer en un susurro para no molestar a quienes aún dormían. Luego saludó al lobo con unas palmadas.

–Como siempre… o como siempre que la noche anterior no me quedo despierta hasta tarde festejando y tomando bebidas fuertes –respondió Ayla con una sonrisa irónica, también en voz baja.

–Sí, Laramar prepara una bebida muy fuerte, pero a la gente le gusta, según parece –comentó Marthona–. Veo que ya has encendido el fuego. Por lo general procuro añadir leña antes de acostarme para tener fuego a la mañana siguiente con sólo avivar las brasas, pero con esas piedras que nos enseñaste podré dejarme llevar por la pereza. ¿Qué haces?

–Preparo una infusión –contestó Ayla–. Por las mañanas me gusta tener una infusión preparada para cuando Jondalar se despierta. ¿Quieres tú un poco?

–He de tomar todas las mañanas una mezcla de hierbas por indicación de Zelandoni, que añado al agua cuando está caliente –explicó Marthona mientras empezaba a limpiar los restos de la cena de la noche anterior–. Jondalar me habló de esa costumbre tuya de prepararle una infusión por la mañana. Ayer se empeñó en dejarte una lista para cuando te despertaras. Dijo que tú siempre tenías una bebida caliente preparada para él todas las mañanas, y quería que por una vez te la encontraras tú al despertar. Le sugerí que pusiera menta, porque fría sabe bien, y tuve la impresión de que tardarías en levantarte.

–Antes me preguntaba si me la habría preparado Jondalar. Pero ¿fuiste tú quien me dejó el odre lleno y el aguamanil? –quiso saber la joven.

Marthona sonrió y asintió con la cabeza.

Ayla cogió las pinzas de madera alabeada, apartó con ellas del fuego una piedra de cocinar caliente y la echó en la canasta de trama tupida llena de agua. En medio de un inicial burbujeo, la piedra emitió un silbido y levantó una nube de vapor. Ayla agregó otra y, pasado un rato, retiró las primeras para añadir más. Cuando el agua rompió a hervir, cada una de las mujeres se hizo su infusión con sus respectivas mezclas de hierbas. Pese a que la mesa baja se había desplazado hacia la entrada para dar cabida a las pieles de dormir de Ayla y Jondalar, quedaba aún espacio de sobra, y ambas se sentaron amigablemente sobre los almohadones junto a la mesa para tomarse sus bebidas calientes.

–Estaba esperando la ocasión de hablar contigo, Ayla –musitó Marthona–. Antes me preguntaba con frecuencia si Jondalar encontraría a una mujer a quien amar. –Estuvo a punto de añadir «otra vez», pero se contuvo–. Tenía muchos amigos y todo el mundo lo apreciaba, pero era muy reservado, y poca gente conocía sus verdaderos sentimientos. Thonolan era la persona con quien mantenía una relación más estrecha. Siempre pensé que algún día se emparejaría, pero no estaba muy segura de que se permitiera enamorarse. Ahora estoy convencida de que sí se ha enamorado. –Sonrió mirando a la joven.

–Suele ser muy reservado, es verdad –convino Ayla–. Tanto que antes de darme cuenta de ello estuve a punto de unirme a otro hombre. Aunque amaba a Jondalar, pensaba que él ya no me amaba a mí.

–No creo que haya la menor duda a ese respecto. Es evidente que te quiere, y me alegro de que te haya encontrado. –Marthona tomó un sorbo de su infusión–. El otro día me sentí orgullosa de ti, Ayla. Se necesita mucho valor para plantar cara a la gente tal como tú hiciste después de la broma de Marona… Ya sabes que ella y Jondalar habían hablado de unirse, ¿verdad?

–Sí, él me lo contó.

–Aunque no me habría opuesto, naturalmente, admito que me complace que no la eligiera. Es una mujer atractiva, y todos la consideraban idónea para él, pero yo no.

Ayla esperaba que le explicara la razón. Marthona se interrumpió y se llevó el vaso a los labios.

–Me gustaría ofrecerte algo más apropiado para ponerte que el «regalo» de Marona –prosiguió la mujer después de beber un poco más de infusión y dejar el vaso.

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