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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (15 page)

BOOK: Los reyes de lo cool
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103

—¿Alguna vez has probado la coca? —le pregunta Brad.

—No —dice Emily con toda sinceridad, aunque evitando mencionar que la cocaína que tienen extendida frente a ellos sobre la mesa de cristal estuvo en una ocasión pegada a su torso.

Brad esnifa una raya, después Emily hace lo propio y poco después se deja llevar de la mano hasta uno de los dormitorios como si fuese idea de él. Cuando cierran la puerta, Brad empieza a desvestirla, pero Emily le aparta de un empujón.

Y después se desviste ella misma.

Se despoja del vestido negro y se planta frente a él con sus bragas y sujetador negros, sabiendo que es un sueño. Le deja admirar durante un par de segundos, después se lleva las manos a la espalda y se desabrocha el sujetador.

Brad sonríe, se quita los zapatos con los pies y sale apresuradamente de sus pantalones y calzoncillos. Levanta a Emily en volandas y la deja caer sobre la cama. Después le separa las piernas, se arrodilla entre ellas y alarga las manos hacia sus braguitas.

Ella se lo impide.

Emily le mira a los ojos, sonríe y dice:

—No, Brad. Si quieres
esto
, tendrás que casarte con él.

Nadie entra en el cuarto de Emily.

No sin pagar.

104

Completamente encocado

Stan hace inventario.

Contempla durante un rato largo la Librería Pan y Maravillas y los productos que intentan venderle a un grupo de compradores cada vez más reducido y decide que todo ha terminado.

Se ve a sí mismo con sus desgastados tejanos y se siente estúpido.

Menos que.

¿Quién?

¿John?

¿Doc?

¿Diane?

Pan y maravillas, piensa.

Jesús.

De todos modos es una ratonera.

Bastaría con un poco de queroseno y una cerilla.

El fuego esta vez.

105

—Tu novio está bastante pasado —le dice Doc a Emily.

Ella mira por encima del hombro y ve a Brad tirado sobre un sofá, con los ojos vidriosos de la coca y la priva. Perderá el conocimiento de un momento a otro.

—Mi prometido —corrige.

—¿Vas a casarte con ese cabezacuadrada? —pregunta Doc.

—Por una temporada —responde ella.

—Vamos —dice Doc, cogiéndola de las manos.

—¿Adónde vamos?

—Ya lo sabes.

Una vez en su dormitorio, dice:

—Quítatelas, Emily.

—Que me quite ¿qué?

—Esas ropas elegantes.

Ella obedece y se yergue frente a él.

Piruetas.

—Dios mío —dice Doc.

Admira su cuerpo perfecto durante varios segundos y después la recuesta sobre la cama.

—Mira
eso
—dice.

Ella se tapa la entrepierna con una mano y dice:

—No, Doc, si quieres esto tendrás que…

Él se ríe.

Se veía venir desde hace tiempo, este encuentro.

Emily rodea con los brazos las anchas espaldas de Doc.

Recuerda estar tumbada en una cueva escuchándole con su madre.

Pronto es como si estuviera cayendo por una cascada y se agarra con más fuerza a su cuerpo.

Gira la cabeza y ve los Charles Jourdan.

Sus preciosos zapatos.

106

John se pone los pantalones y vuelve a salir al salón.

Está hecho polvo.

Taylor no ha sido una atracción, sino el parque entero.

Six Flags.

La Montaña Mágica.

La granja de conejos de Knot.
[6]

La tal Emily, la que les hizo de mula, está sentada en el sofá, junto a un muñeco Ken a escala real que tiene el mismo aspecto que si le acabaran de vapulear.

Sentada como si no estuviera rodeada por una orgía de drogadictos, como si no hubiera una pistola sobre la mesita del café justo frente a sus recatadas rodillas. Como si estuviera a punto de responder a las preguntas del jurado de Miss América para luego hacer acrobacias con bateas en llamas mientras canta un medley de canciones de Oklahoma, pero qué más da, porque

hablando de fuego

ahí hay uno.

En el exterior, el cielo arde.

107

La Librería Pan y Maravillas es, como suele decirse, pasto de las llamas.

Todos se reúnen en la acera de enfrente y observan mientras el departamento de bomberos prácticamente deja que se consuma, intentando únicamente contener el fuego para que no se extienda a otros edificios que
no
consideran una molestia pública.

Con los rostros enrojecidos por el reflejo de las llamas, aguardan y observan:

Doc

Emily

John

Stan y Diane, abrazados por los hombros.

Doc pregunta:

—¿Alguien tiene castañas?

Todos ríen, incluso Stan.

Son

Polvo de estrellas

Deslumbrantes

Atrapados en el trato del diablo.

LAGUNA BEACH
2005
108

El sol se alza rojo sobre las colinas de Laguna.

Ben avanza a grandes zancadas hacia el piso de Chon.

Llama a la puerta.

Espera.

Una adormilada O, vestida con una de las camisetas de Chon, abre la puerta, ve la expresión en el rostro de Ben y grita


¡Nooooooooooooo!

109

Está bien, dice Ben mientras la guía hasta la cama y la hace sentarse.

Está herido, un poco de metralla, han conseguido extraer la mayor parte, está en el hospital, se recuperará.

—Dios.

Ben se permite una ligera sonrisa.

—Me llama y me dice, muy típico de Chon:

110

—La he cagado.

111

—¿Va a volver a casa? —pregunta O.

—No —dice Ben—. También muy típico de Chon. Espera que puedan «recomponerle» lo suficiente para poder regresar con su equipo.

—Capullo —dice O—. Cuando Chon la llama un par de horas más tarde, le pregunta:

—No te habrán disparado al pito, ¿verdad?

—No, sigue intacto.

O se siente bien al oírle reír. Dice:

—Vale, pienso salir a comprarme un uniforme de enfermera…

Chon vuelve a reírse.


Adiós a las armas
.

—¿Es una especie de chiste de mal gusto?

—No, es un libro.

—Ya, sabes que no es lo mío —dice ella—. De acuerdo, «Doctora de la marina» o «Enfermera voluntaria»?

—Enfermera voluntaria. Sin ninguna duda.

112

Ben regresa a casa caminando.

Iba a contarle a Chon lo del chantaje, pero ahora no puede.

Ni de coña piensa agobiarle con esto.

Así pues, tendrá que solucionarlo solo.

Necesita un plan.

Que deje a Chon al margen.

113

Chon cuelga y sigue pensando plácidamente en O durante un par de minutos. Después la aleja de su mente cuando una enfermera de verdad entra con sus «medicinas».

Eufemismo para drogas.

Contra las cuales hay una guerra en marcha. También hay otra Guerra contra el Terrorismo y ambas están conectadas, reflexiona Chon, mientras los medicamentos comienzan a hacerle efecto: o bien los políticos están drogados o bien deberían estarlo.

Una panda de fanáticos religiosos originarios en su gran mayoría de Arabia Saudita estampan aviones contra edificios e invadimos…

Irak.

Debe de ser un rollo generacional, filosofa Chon.

Bush padre declara la guerra a Sadam Hussein y envía tropas a Arabia Saudita (que fue la excusa esgrimida por Bin Laden para declararle la «guerra» a Estados Unidos) por lo que Hussein intenta matar a Bush padre y luego Bush Jr. —hijo fiel, hijo leal— utiliza el ataque de Bin Laden como excusa para vengarse de dicho intento de asesinato.

41 como Brando

43 como Pacino

y con Sadam Hussein en el papel de Virgil «el Turco» (por los pelos) Sollozzo. Y Estados Unidos como una encarnación colectiva y crédula de Diane Keaton.

Es la última vez, Kay, la última vez que te permito hacerme esa pregunta.

Ciérrale la puta puerta en la cara y sigue con lo tuyo, enciérrate con el Gabinete y el Congreso y

Atibórrate de Kool Aid.

No, decide Chon, el problema de los políticos no es que estén drogados, es que no lo están.

Con lo buenas que son las drogas que tienen ahora para tratar los delirios bipolares esquizofrénicos paranoicos.

Funcionan.

El problema es que funcionan tan bien que los pacientes creen que se han curado y dejan de tomarlas y vuelven a enfermar y hacen locuras de la hostia como invadir Irak con la delirante creencia de que con eso vas a conseguir que tu padre te quiera.

Así que, por favor, señor Presidente

piensa Chon mientras flota en la nube de su propio colocón

Por favor

No deje de tomarse la medicación.

114

Dennis Cain, el guerrero de la droga

Se levanta por la mañana sin sentirse diferente, lo cual es casi una decepción tras haber realizado un trato fáustico por su alma.

Quiero decir que uno pensaría que deberías notarlo, ¿verdad?
Algo
diferente.

Ya, pues resulta que no.

Dennis prepara el café, se bebe su zumo de naranja, besa a su esposa en la mejilla, se hace dos huevos revueltos y se los come mientras intercambia charla matutina y adormilada con sus hijas, y le dice a su esposa:

—¿Respecto a las encimeras? Lo he estado pensando. Nos las podemos permitir.

—¿De verdad? ¿Estás seguro?

—Sí, ¿por qué no? Solo se vive una vez.

Termina de desayunar, entra en el coche, saluda al vecino que también está entrando en
su
coche, y se une a los demás peregrinos en el atasco de todas las mañanas en la I-15 dirección Sur.

Es la leche.

Vendes tu alma y nadie se percata de ello.

Ni siquiera tú.

115

Judas aceptó las treinta monedas de plata, pero

¿lo haría Jesús?

¿Si le hubieran hecho la oferta?

Y si Judas se merecía treinta, Jesús debía valer, cuánto…

Trescientas, fácilmente.

Es solo un decir.

En cualquier caso, la historia ha demostrado que

compraron al judío equivocado.

116

Ben no va a cometer el mismo error.

Ben es un consumidor cuidadoso —O podría contaros historias sobre lo loca que la llega a volver Ben dedicando
semanas
a intentar decidir qué televisor de pantalla plana comprar, debatiendo los méritos relativos de Samsung y Sony—, pero no hay asociaciones de ayuda al consumidor en lo que a agentes de narcóticos se refiere.

Sabe que debe superar en nivel a los del condado. La siguiente elección más evidente sería un agente estatal, pero Ben prefiere pensar a largo plazo: si se conforma con un agente estatal, dejará espacio en el tablero para que LMM se le eche encima.

(«Dama.»)

Así que lo que necesita es un federal.

Nada fácil, nada fácil.

Para empezar, los federales son notoriamente honestos.

(Chon objetaría este emparejamiento de «notoriamente» con «honestos», pero está en Afganistán, así que, que le jodan.)

En segundo lugar, los federales también son notoriamente paranoicos

(a Chon le parece bien)

siempre investigándose unos a otros, y

en tercer lugar, Ben no tiene ni idea de cómo abordar a un federal ni

en cuarto

a qué federal en concreto.

Va paseando por la playa ponderando este dilema cuando ve a un pescador enganchar un pequeño pez en su anzuelo y después lanzarlo al agua.

117

En Google puedes buscar cualquier cosa.

Puedes incluso buscar un agente federal antidroga.

Lo que hace Ben es entrar en Google y teclear

«Redada federal» + «Drogas» + «California»

y obtiene

tres millones veinte mil resultados.

Los dólares de vuestros impuestos en acción.

Baja el cursor, descarta la mayoría de ellos y después clica en

«Gran incautación de marihuana en Jamul».

Aparece una foto de varios agentes triunfales en pie junto a unas balas de mala grifa y un artículo que explica que la detención representa un duro golpe al cartel Sánchez-Lauter. La cita del «duro golpe» proviene de un agente de la DEA llamado Dennis Cain que muestra una expresión particular de triunfalismo («Misión cumplida») en la jeta.

Dennis, decide Ben, parece un candidato.

Ambigüedad intencionada.

Así pues:

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Ben entra en una cabina y espera a que el agente especial Dennis Cain responda. Cuando lo hace, Ben simplemente dice:

—Terra Vista 5782 en Majeska Canyon. Criadero. Hidro de primera.

—¿Quién habla?

—¿La quiere o no?

—¿Puede repetir la información?

—Venga. Sé que graban las llamadas.

Ben cuelga.

Después llama a su cultivador en el 5782 de Terra Vista en Majeska Canyon.

—Desaparece.

—¿Qué?

—Desaparece —repite Ben—. Llévate toda la buena mierda que puedas en el coche y deja el resto. Hazlo
ahora
, Kev.

119

Dennis escucha la grabación, no reconoce la voz.

No le hacen demasiada gracia los chivatazos anónimos.

Normalmente suelen ser bromas pesadas, alguno que intenta agobiar a una ex novia o esposa, quizá un camello recién entrado en el negocio. Rastreando la llamada, averigua que ha sido realizada desde una cabina en el aeropuerto John Wayne. Piensa en pasarle el soplo a la Brigada Especial de OC, que sean ellos quienes pierdan el tiempo, pero está siendo un día aburrido y decide que la excursión hasta Orange County merece la pena. Siempre es agradable conducir junto al océano más allá de Camp Pendleton y le apetece salir del despacho, así que, qué diablos.

El soplo demuestra ser oro puro.

Bueno, marihuana pura.

120

Ben espera diez días y después vuelve a llamarle, esta vez desde la estación de AmTrak en el centro de San Diego.

—¿Quién eres? —pregunta Dennis.

—El tío que va a conseguirle su próximo ascenso —responde Ben—. A menos que siga preguntándome quién soy.

—Conozcámonos.

—Mejor no.

—Puedo garantizar tu seguridad —dice Dennis—. Ni vigilancia ni micros.

—¿Confiar en usted?

—Por supuesto que puedes.

—¿Quiere el soplo o no?

Dennis lo quiere.

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