Los viajes de Gulliver (36 page)

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Authors: Jonathan Swift

BOOK: Los viajes de Gulliver
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;; ; La travesía transcurrió sin ningún incidente digno de referencia. A veces, por gratitud hacia el capitán y a insistente requerimiento suyo, me sentaba con él y me esforzaba en ocultar mi antipatía hacia la especie humana, que, sin embargo, estallaba a menudo a pesar mío, lo que él toleraba sin decir nada. Pero la mayor parte del día me lo pasaba encerrado en mi camarote para no ver a ninguno de la tripulación. El capitán quiso muchas veces convencerme de que me despojara de mis vestiduras salvajes y me ofreció prestarme el traje mejor que tenía, pero no pudo conseguir que lo aceptara, pues aborrecía cubrirme con nada que hubiese tenido un yahoo sobre su cuerpo. Solamente le pedí que me prestara dos camisas limpias, que, lavadas después de usadas, creía yo que no me ensuciarían tanto. Me las cambiaba un día sí y otro no y las lavaba yo mismo.

;; ; Llegamos a Lisboa el 5 de noviembre de 1715. Al desembarcar me obligó el capitán a cubrirme con su capa, para impedir que la gente me rodease. Me llevó a su casa, y a formal requerimiento mío me instaló en la habitación trasera más alta. Le rogué encarecidamente que ocultase a todo el mundo lo que yo le había dicho de los houyhnhnms, pues la menor insinuación de tal historia no sólo atraería a verme gentes en gran número, sino que probablemente me pondría en riesgo de ser encarcelado o quemado por la Inquisición. El capitán me persuadió para que aceptase un traje nuevo, pero no quise consentir que el sastre me tomase medida; sin embargo, como don Pedro venía a ser de mi cuerpo, me sentó no mal el vestido hecho como para él. Me equipó de otras cosas necesarias, todas nuevas, que aireé veinticuatro horas antes de usarlas.

;; ; El capitán no tenía esposa ni más que tres criados, a los cuales no se permitía servir la mesa; y su conducta obsequiosísima, unida a un clarísimo entendimiento humano, me hicieron en verdad ir tolerando su compañía. Tanto llegó a influir en mí, que me aventuré a mirar por la ventana trasera. Poco a poco me llevó a otra habitación, desde donde me asomé a la calle; pero aparté la cabeza horrorizado. En una semana consiguió que bajase a la puerta. Noté que mi terror disminuía gradualmente, mas parecían aumentar mi odio y mi desprecio. Al fin tuve el valor de pasear por la calle en su compañía, pero tapándome bien las narices con ruda o a veces con tabaco.

;; ; A los diez días, don Pedro, a quien yo había dado cuenta de mis asuntos domésticos, me presentó como caso de honor y de conciencia la obligación de volver a mi país natal y vivir con mi mujer y mis hijos. Díjome que había en el puerto un barco inglés próximo a darse a la vela y que él me proporcionaría todo lo preciso. Sería cansado repetir sus argumentos y mis contradicciones. Me hizo observar que era de todo punto imposible encontrar islas solitarias como en la que yo quería vivir; en cambio, dueño en mi casa, podía pasar en ella mi vida tan retirado como me acomodase.

;; ; Accedí al cabo, como lo mejor que podía hacer. Salí de Lisboa el 24 de noviembre en un barco mercante inglés, del que no pregunté quién fuese el patrón. Me acompañó don Pedro hasta el navío y me prestó veinte libras. Se despidió de mí cortésmente, y al partir me abrazó, lo que yo conllevé como pude. Durante el último viaje no tuve relación con el capitán ni con ninguno de sus hombres; fingiéndome enfermo, me mantuve encerrado en mi camarote. El 15 de diciembre de 1715 echamos el ancla en las Dunas, sobre las nueve de la mañana, y a las tres de la tarde llegué sano y salvo a mi casa de Rotherhithe.

;; ; Mi mujer y demás familia me recibieron con gran sorpresa y contento, pues tenían por cierta mi muerte. Pero debo confesar con toda franqueza que a mí su vista sólo me llenó de odio, disgusto y desprecio, y más cuando pensaba en los estrechos vínculos que a ellos me unían. Porque aunque después de mi desgraciado destierro del país de los houyhnhnms me había obligado a tolerar la vista de los yahoos y a conversar con don Pedro de Méndez, mi memoria y mi imaginación estaban constantemente ocupadas por las virtudes y las ideas de aquellos gloriosos houyhnhnms; y cuando empecé a considerar que por cópula con un ser de la especie yahoo me había convertido en padre de otros, quedé hundido en la vergüenza, la confusión, y el horror más profundos.

;; ; Tan pronto como entré en mi casa, mi mujer me abrazó y me besó, y como llevaba ya tantos años sin sufrir contacto con este aborrecible animal, me tomó un desmayo por más de una hora. Cuando escribo esto hace cinco años que regresé a Inglaterra. Durante el primero no pude soportar la presencia de mi mujer ni mis hijos; su olor solamente me era insoportable, y mucho menos podía sufrir que comiesen en la misma habitación que yo. En la hora presente no osan tocar mi pan ni beber en mi copa, ni he podido permitir que me coja uno de ellos de la mano. El primer dinero que desembolsé fue para comprar dos caballos jóvenes, que tengo en una buena cuadra, y, después de ellos, el mozo es mi favorito preferido, pues noto que el olor que le comunica la cuadra reanima mi espíritu. Mis caballos me entienden bastante bien; converso con ellos por lo menos cuatro horas al día. Sin conocer freno ni silla, viven en gran amistad conmigo y en intimidad mutua.

Capítulo doceavo

La veracidad del autor. -Su propósito al publicar esta obra. -Su censura a aquellos viajeros que se apartan de la verdad. -El autor se sincera de todo fin siniestro al escribir. -Objeción contestada. -El método de establecer colonias. -Elogio de su país natal. -Se justifica el derecho de la Corona sobre los países descritos por el autor. -La dificultad de conquistarlos. -El autor se despide por última vez de los lectores, expone su modo de vivir para lo futuro, da un buen consejo y termina.

;; ; Ya te he hecho, amable lector, fiel historia de mis viajes durante dieciséis años y más de siete meses, en la que no me he cuidado tanto del adorno como de la verdad. Hubiera podido tal vez asombrarte con extraños cuentos inverosímiles; pero he preferido relatar llanamente los hechos, en el modo y estilo más sencillos, porque mi designio principal era instruirte, no deleitarte.

;; ; Es fácil para nosotros los que viajamos por apartados países, rara vez visitados por ingleses y otros europeos, inventar descripciones de animales maravillosos, así del mar como de la tierra, siendo así que el principal fin de un viajero ha de ser hacer a los hombres más sabios y mejores y perfeccionar su juicio con los ejemplos malos, y también buenos, de lo que relatan con referencia a extranjeros lugares.

;; ; Desearía yo muy de veras una ley que prescribiese que todo viajero, antes de permitírsele publicar sus viajes, viniese obligado a prestar juramento ante el gran canciller de que todo lo que pretendía imprimir era absolutamente verdadero según su más leal saber y entender, pues así no seguiría engañándose al mundo, como hoy generalmente se hace por ciertos escritores, que, a fin de buscar aceptación para sus obras, extravían al incauto lector con las más groseras fábulas. En mis días de juventud he examinado con gran deleite muchos libros de viajes; pero habiendo ido después a las más partes del globo y podido contradecir muchas referencias mentirosas con mi propia observación, he concebido gran disgusto por este género de lectura y alguna indignación de ver cuán descaradamente se abusa de la credulidad humana. Así, pues que mis amistades quisieron suponer que mis menguados esfuerzos no resultarían inaceptables para mi país, me obligué, como máxima de que no debía apartarme nunca, a sujetarme puntualmente a la verdad, aunque tampoco podría caer por lo más remoto en la tentación de separarme de ella mientras perduren en mi ánimo las lecciones y los ejemplos de mi noble amo y los otros ilustres houyhnhnms, de quienes tanto tiempo había tenido el honor de ser humilde oyente.

;; Nec el miserum Fortuna Sinonem

Finxit; vanum etiam; inendacemque improba finget.

;; ; Demasiado conozco cuán escasa reputación puede alcanzarse con escritos que no requieren talento ni estudio ni dote alguna que no sea una buena memoria o un exacto diario. También sé que quienes escriben de viajes, como quienes hacen diccionarios, se ven sepultados en el olvido por el peso y la masa de aquellos que vienen detrás y, por más nuevos, más perfectos en la mentira. Y es más que probable que los viajeros que en adelante visiten los países que yo en este trabajo doy a conocer, logren, rectificando mis errores, si alguno hubiera, y agregando muchos nuevos descubrimientos de cosecha propia, restarme toda estima, ocupar mi puesto y hacen que el mundo olvide si yo fuí autor jamás. Esto sería, sin duda, cruel mortificación si yo escribiese en busca de fama; pero como mi aspiración sólo fue el bien general, no ha de servirme en ningún modo de desengaño. Pues, ¿quién podrá leer lo que yo refiero de las virtudes de los gloriosos houyhnhnms sin sentir vergüenza de sus vicios cuando se considere el animal dominante y razonador de su país? Nada diré de aquellas remotas naciones en que gobiernan yahoos, entre las cuales es la menos corrompida la de los brobdingnagianos, cuyas sabias máximas de moral y de gobierno serían nuestra felicidad si diésemos en observarlas. Pero dejo los comentarios, y al juicioso lector, que por cuenta propia haga observaciones y establezca analogías.

;; ; Me produce no pequeña satisfacción pensar que no es posible que esta mi obra encuentre censores; pues ¿qué objeciones pueden hacerse en contra de un escritor que relata únicamente simples hechos acaecidos en países de tal modo distantes que no puede movernos respecto de ellos interés alguno, bien sea de comercio o de negociaciones políticas? He evitado cuidadosamente caer en todas aquellas faltas que de ordinario y con demasiada justicia se imputan a los que escriben de viajes. Además, no me ocupo para nada de partido ninguno, sino que escribo sin pasión, prejuicio ni malevolencia contra ningún hombre, cualquiera que sea. Escribo con el nobilísimo fin de informar e instruir al género humano, propósito para el que puedo, sin inmodestia, preciarme de cierta superioridad, basada en las enseñanzas recibidas durante el largo tiempo que conversé con los houyhnhnms más eminentes. Escribo sin mira alguna de provecho ni de nombradía, sin dar jamás curso a una palabra que pueda parecer repercusión de afectos personales o suponer la menor ofensa, aun para aquellos que más prontos estén a tomarla. Así, que espero tener justo derecho a calificarme de autor completamente irreprensible, contra el cual los ejércitos de la réplica, el examen, la observación, la interpretación, la averiguación y la anotación no encontrarán nunca motivo para ejercitar sus talentos.

;; ; Confieso que se me ha indicado que el deber me obligaba, como súbdito de Inglaterra, a escribir un memorial a un secretario de Estado inmediatamente después de mi regreso, pues cualesquiera tierras que un súbdito descubre pertenecen a la Corona. Pero dudo que nuestras conquistas en los países de que trato fuesen tan fáciles como fueron las de Hernán Cortés sobre americanos desnudos. Creo que los liliputienses apenas valen el gasto de una flota y un ejército para reducirlos, y pregunto yo si sería prudente ni seguro atacar a los brobdingnagianos, y si un ejército inglés se encontraría muy tranquilo con la isla volante sobre sus cabezas. Los houyhnhnms no parecen tan bien preparados para la guerra, ciencia a que son extraños por completo, ni mucho menos para librarse de armas arrojadizas; no obstante, si yo fuese ministro de Estado, jamás aconsejaría la invasión de aquel territorio. La prudencia, la magnanimidad, el desconocimiento del miedo y el amor al país que reinan entre los habitantes compensarían con largueza todos los defectos en el arte militar. Imagínense veinte mil de ellos lanzándose en medio de un ejército europeo, desordenando sus filas, volcando sus carros, destrozando la cara a los guerreros con terribles sacudidas de sus patas traseras; sin duda que se harían dignos de la reputación de Augusto: Recalcitrat undique tutus. Pero, en vez de proyectos para conquistar aquella nación magnánima, preferiría yo que ellos pudieran y quisieran enviar suficiente número de sus habitantes para civilizar a Europa, instruyéndonos en los elementales principios del honor, la justicia, la verdad, la templanza, el espíritu público, la fortaleza, la castidad, la amistad, la benevolencia y la fidelidad. Virtudes todas éstas cuyos nombres se conservan aún entre nosotros en la mayoría de los idiomas, y se encuentran así en los autores modernos como los antiguos, según puedo aseverar fundado en mis escasas lecturas.

;; ; Pero había otra razón que me detenía en el camino de aumentar los dominios de Su Majestad con mis descubrimientos. A decir verdad, había concebido algunos escrúpulos respecto de la justicia distributiva de los príncipes en tales ocasiones. Por ejemplo: una banda de piratas es arrastrada por la tempestad no saben adonde; por fin, un grumete descubre tierra desde el mastelero; desembarcan para robar y saquear; encuentran un pueblo sencillo, que los recibe con amabilidad; toman de él formal posesión en nombre de su rey; erigen en señal un tablón podrido o una piedra; asesinan a dos o tres docenas de indígenas; se llevan por la fuerza una pareja como muestra; regresan a su patria y alcanzan el perdón. Aquí comienza un nuevo dominio, adquirido con título de derecho divino. Se envían barcos en la primera oportunidad; se expulsa o se destruye a los naturales; se tortura a sus príncipes para obligarlos a declarar dónde tienen su oro; se concede plena autorización para todo acto de inhumanidad y lascivia, y la tierra despide vaho de la sangre de sus moradores. Y esta execrable cuadrilla de carniceros, empleada en esta piadosa expedición, es una colonia moderna, enviada para convertir y civilizar a un pueblo idólatra y bárbaro.

;; ; Pero reconozco que esta descripción en ningún modo se refiere a la nación británica, que puede servir de ejemplo a todo el mundo por su sabiduría, cuidado y justicia en establecer colonias; sus liberales consignaciones para el progreso de la religión y la cultura; su elección de pastores devotos y capaces para propagar el cristianismo; su precaución de poblar las provincias con gentes de vida y conservación moderadas, enviadas de la madre patria; su riguroso celo en la administración de justicia, designando para el ministerio civil, en todas y cada parte de sus colonias, funcionarios de la mayor competencia, totalmente inaccesibles a la corrupción, y, por coronarlo todo, su tino para enviar a los más vigilantes y virtuosos gobernadores, que no tienen más aspiración que la felicidad de los pueblos que dirigen y el honor del rey su señor.

;; ; Pero como los pueblos que yo he descrito no parecen tener el menor deseo de ser conquistados y esclavizados, asesinados ni expulsados por colonias ni abundan en oro, plata, azúcar ni tabaco, juzgué humildemente que no eran de ningún modo objeto apropiado para nuestro celo, nuestro valor y nuestro interés. No obstante, si aquellos a quienes más directamente importa encuentran de su gusto sustentar contraria opinión, estoy dispuesto a declarar, cuando se me requiera legalmente, que ningún europeo visitó aquellos países antes que yo. Es decir, si hemos de creer a los naturales. Pero, por lo que hace a la formalidad de tomar posesión en nombre de mi soberano, jamás se me pasó por las mientes; y aunque se me hubiera pasado, visto el giro que mis asuntos llevaban por entonces, quizá lo hubiera diferido, por prudencia e instinto de conservación, para mejor oportunidad.

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