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Authors: Greg Egan

Tags: #Ciencia Ficción

Luminoso (11 page)

BOOK: Luminoso
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Si yo era o no capaz de hacerlo era otra cuestión.

Intenté unirme a los turistas que avanzaban como regueros de hormigas y me dejé llevar por la corriente. Fui desde la desquiciante aglomeración del bazar Yuyuan (donde estantes repletos de PCs de pulsera a diez céntimos, lentes de contacto sensibles al estado de ánimo y lo último en implantes vocales de karaoke compartían espacio con jaulas de bambú llenas de patos y palomas vivos) hasta la que fuera residencia de Sun Yatsen (por quien había un renovado interés gracias a una miniserie de la Phoenix TV que se anunciaba en diez mil autobuses y en cien mil camisetas). Desde la tumba del escritor Lu Xun («Piensa y estudia siempre... Visita a los generales, después a las víctimas; contempla las realidades de tu tiempo con los ojos abiertos»; nunca lo verás en una miniserie) hasta el McDonalds de Hongkou (donde regalaban figuritas de plástico de Andy Warhol por motivos que se me escapaban).

Hice como que disfrutaba mirando los escaparates entre los templos, pero mi lenguaje corporal era lo bastante hostil como para espantar a cualquier occidental que intentara entablar conversación por muy solo que se sintiera. Por regla general los extranjeros pasaban desapercibidos en casi toda la ciudad, pero aquí saltaban claramente a la vista, incluso entre ellos mismos. Hice todo lo que pude para no darle a nadie la menor excusa para que me recordara.

De vez en cuando miraba por si había mensajes de Alison, pero no los había. Yo le dejé cinco. Marcas de tiza pequeñas y abstractas en las marquesinas de los autobuses y en los bancos de los parques —todas ligeramente distintas, pero todas decían lo mismo: HA ESTADO CERCA, PERO AHORA ESTOY A SALVO. SIGO ADELANTE.

Para cuando anocheció ya había hecho todo cuanto estaba en mi mano por librarme de mi seguidor hipotético, así que me dirigí al siguiente hotel de la lista que habíamos acordado pero no escrito. La última vez que nos vimos las caras, en Hanoi, me había burlado de los meticulosos preparativos de Alison. Ahora me arrepentía de no haberle suplicado que ampliara nuestro lenguaje secreto para incluir contingencias más extremas. GRAVEMENTE HERIDO. TE TRAICIONÉ BAJO TORTURA. LA REALIDAD SE DESMORONA. POR LO DEMÁS TODO BIEN.

El hotel de Huaihai Zhonglu era un poco mejor que el último, pero no con tanta clase como para no aceptar metálico. El recepcionista me dio conversación educadamente y yo le mentí lo mejor que pude sobre mis planes de pasar una semana haciendo turismo antes de irme a Pekín. Al botones se le escapó una sonrisita cuando le di una propina demasiado grande y después me quedé sentado cinco minutos en la cama, preguntándome qué significado se podía inferir de eso.

Habia perdido completamente el sentido de la proporción.

Industrial Algebra podía haber sobornado a todos los empleados de todos los hoteles de Shanghai para que nos buscaran, pero eso equivalía prácticamente a decir que, en teoría, podía haber replicado nuestros doce años de búsqueda de defectos, y entonces no estaría persiguiéndonos. Estaba claro que querían lo que teníamos, y mucho, pero, ¿qué podían hacer realmente al respecto? ¿Pedirle un préstamo a un banco comercial (o a la mafia, o a una triada)? Eso habría funcionado si la carga hubiera sido un kilogramo de plutonio extraviado, o una valiosa secuencia de genes, pero sólo unos pocos cientos de miles de personas en el planeta serian capaces de entender lo que era el defecto, incluso teóricamente. Sólo una fracción de ese número creería que tal cosa era posible realmente, y menos todavía eran lo bastante neos y lo bastante inmorales como para invertir en el negocio de explotarlo.

Aunque las apuestas parecían ser infinitamente altas, los jugadores no eran omnipotentes.

De momento.

Me cambié las vendas del brazo, de un calcetín pasé a un pañuelo, pero la incisión era más profunda de lo que pensaba y seguía sangrando un poco. Salí del hotel y a diez minutos encontré justo lo que necesitaba en una tienda veinticuatro horas. Crema reparatejidos de calidad quirúrgica: una mezcla de adhesivo hecho de colágeno, antiséptico y factores de crecimiento. La tienda ni siquiera se especializaba en productos de farmacia: simplemente acumulaba pasillo tras pasillo atestado de todo tipo de cosas sueltas sin sentido, todas colocadas bajo los imperturbables paneles blanco azulados del techo. Latas de comida, piezas de PVC para fontanería, medicinas tradicionales, anticonceptivos para ratas, vídeo ROMS. Era una profusión aleatoria, una diversidad casi orgánica, como si los productos hubiesen crecido en las estanterías a partir de unas esporas que hubieran llegado allí arrastradas por el viento.

Me dirigí de vuelta al hotel abriéndome paso entre una muchedumbre que no daba tregua, seducido y asqueado a partes iguales por el olor a comida, desorientado ante la interminable sucesión de hologramas y luces de neón en un idioma que apenas entendía. Quince minutos después, aturdido por el bullicio y la humedad, me di cuenta de que me había perdido.

Me paré en una esquina e intenté orientarme. Shanghai se extendía en torno a mí, densa y fastuosa, sensual y despiadada: una simulación económica darwinista que se autogestionaba al borde del desastre. El Amazonas del comercio; esta ciudad de diecisiete millones de habitantes tenía más industrias, más exportadores e importadores, más mayoristas y minoristas, comerciantes y distribuidores y recicladores y personas que rebuscan en la basura, más multimillonarios y más mendigos, que la mayoría de los países del planeta.

Por no hablar de más capacidad de cálculo.

Después de varias décadas, China propiamente dicha estaba llegando a la cúspide de su transición desde el comunismo totalitario sin concesiones hasta el capitalismo totalitario sin escrúpulos: una lenta y perfecta transformación de Mao en Pinochet aplaudida con entusiasmo por sus socios comerciales y las agencias financieras internacionales. No había hecho falta ninguna contrarrevolución; había bastado con ir acumulando capa tras capa de una jeringonza razonada con esmero para allanar el camino que iba desde la antigua doctrina hasta la sorprendente (por obvia) conclusión de que la propiedad privada, una clase media próspera y unos cuantos billones de dólares en inversión extranjera eran exactamente lo que el Partido había estado buscando desde el principio.

El aparato policial del estado seguía siendo tan esencial como siempre Habia que vigilar a los sindicalistas con sus decadentes ideas burguesas sobre salarios no competitivos, a los periodistas con sus nociones contrarrevolucionarias sobre sacar a la luz la corrupción y el nepotismo y a un sinnúmero de activistas políticos subversivos que divulgaban su propaganda desestabilizadora sobre la fantasía de las elecciones libres.

De alguna manera, Luminoso era un producto de esta extraña y paulatina transición de comunismo a no-comunismo. Nadie más, ni siquiera la clase dirigente de la investigación militar de los EE.UU., poseía una máquina autónoma tan potente. Hacía tiempo que el resto del mundo había sucumbido al encanto de las redes, que había cambiado sus imponentes superordenadores, con su fastidiosa arquitectura y sus chips hechos a medida, por unos cuantos cientos de nuevas estaciones de trabajo producidas en masa. De hecho, las mayores hazañas de cálculo del siglo XXI habían pasado a ejecutarse en Internet, en las máquinas de miles de voluntarios que cedían sus procesadores cuando no los iban a utilizar. Así fue como Alison y yo trazamos el mapa del defecto la primera vez: siete mil matemáticos aficionados nos habían estado siguiendo la broma durante doce años.

Pero ahora la red era justo lo contrario de lo que necesitábamos y sólo Luminoso podía sustituirla. Y aunque sólo se lo pudiera permitir la República Popular, y sólo lo pudiera construir el Instituto Popular de Ingeniería Óptica Avanzada... la Corporación QIPS de Shanghai era la única en todo el mundo que podía vender tiempo en él, mientras se seguía utilizando para crear modelos de ondas expansivas de bombas de hidrógeno, cazabombarderos sin piloto y exóticas armas antisatélite.

Por fin logré descifrar las señales de la calle y me di cuenta de lo que había hecho: me había metido por la calle que no era al salir del mercado, tan simple como eso.

Volví sobre mis pasos y todo volvió a sonarme en seguida.

Cuando abrí la puerta de mi habitación Alison estaba sentada en la cama.

—¿Qué pasa con las cerraduras en esta ciudad? —dije.

Nos dimos un abrazo rápido. Habíamos sido amantes, pero eso se había acabado hacía mucho tiempo. Luego fuimos amigos durante años pero aun no tenía claro que ésa fuera la palabra correcta. Ahora toda nuestra relación era demasiado funcional y espartana. Ahora todo tenía que ver con el defecto.

—Recibí tu mensaje —dijo—, ¿Qué pasó?

Le describí los acontecimientos de la mañana.

—¿Sabes lo que tenías que haber hecho?

Eso me dolió.

—Sigo aquí, ¿no? La carga está a salvo.

—Tenías que haberla matado, Bruno.

Me reí. Alison me lanzó una mirada plácida y yo miré a otro lado. No sabía si lo decía en serio y la verdad es que no quería saberlo.

Me ayudó a ponerme la crema reparadora. Mi toxina no era ninguna amenaza para ella: en Hanoi nos habíamos inoculado exactamente los mismos simbiontes, el mismo genotipo del mismo lote exclusivo. Pero era extraño sentir sus dedos desnudos en mi piel agrietada, sabiendo que nadie más en el planeta podía tocarme así, con impunidad.

Lo mismo podía decir del sexo, pero no quería pensar demasiado en eso.

Me estaba poniendo la chaqueta cuando dijo:

—Adivina lo que vamos a hacer mañana a las cinco de la madrugada.

—No me lo digas: ¿yo vuelo a Helsinki y tú a Ciudad del Cabo? Para despistarlos un poco.

Conseguí arrancarle una leve sonrisa.

—No. Hemos quedado con Yuen en el Instituto y disponemos de media hora con Luminoso.

—Eres genial. —Me incliné y le di un beso en la frente—. Pero siempre supe que lo conseguirías.

Y tendría que haber estado loco de contento, pero lo cierto era que se me revolvían las tripas; me sentía casi tan atrapado como cuando me desperté esposado a la cama. Si Luminoso hubiera seguido estando fuera de nuestro alcance (y así debería haber sido, puesto que con la tarifa actual no podíamos permitirnos ni un microsegundo), no nos habría quedado más remedio que destruir todos los datos y esperar a ver qué pasaba. Era obvio que Industrial Algebra había obtenido unos cuantos miles de fragmentos de los cálculos originales de Internet, pero estaba claro que aunque supieran con exactitud en qué consistía nuestro descubrimiento, no tenían ni idea de dónde lo habíamos encontrado. Si hubieran tenido que empezar su propia investigación desde cero —limitados a su propio equipamiento privado por la necesidad de secretismo— podrían haber tardado siglos.

Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás y abandonarlo todo a su suerte. íbamos a tener que enfrentarnos al defecto en persona.

—¿Cuánto has tenido que contarle?

—Todo. —Se acercó al lavabo, se quitó la camiseta y empezó a secarse el sudor del cuello y del torso con una toallita—. Todo menos darle el mapa. Le mostré los algoritmos de búsqueda y los resultados y todos los programas que tendremos que ejecutar en Luminoso; sin los valores específicos de los parámetros, pero lo suficiente para que validara las técnicas. Quería ver una prueba fehaciente del defecto, claro, pero por ahí no pasé.

—¿Y cuánto se creyó?

—No ha hecho ningún comentario. El trato es que tenemos media hora de acceso sin restricciones, pero él puede observar todo lo que hagamos.

Asentí, como si mi opinión contara para algo, como si tuviéramos otra opción. Yuen Ting-Fu había sido el director de la tesis de Alison sobre aplicaciones avanzadas de la teoría de anillos, cuando estudiaba en la universidad de Fu-tan a finales de los noventa. Ahora era uno de los criptógrafos más importantes del mundo, trabajaba como consultor para el ejército, los servicios de inteligencia de algunos estados y unas cuantas multinacionales. Alison me contó una vez que se rumoreaba que había descubierto un algoritmo de tiempo polinómico para calcular el producto de dos números primos; nunca se confirmó oficialmente, pero su reputación era tan grande que conforme se difundía el rumor casi todo el mundo dejó de utilizar el antiguo método de encriptación RSA. No me extrañaba que pudiera solicitar acceso a Luminoso, pero eso no quería decir que no pudiera acabar encerrado en una cárcel veinte años por regalárselo a la gente equivocada, por las razones equivocadas.

—¿Y te fias de él? —dije—. Puede que ahora no crea en el defecto, pero cuando se convenza...

—Querrá exactamente lo mismo que nosotros. De eso estoy segura.

—Vale. Pero, ¿cómo puedes estar segura de que IA no va estar mirando también? Si han deducido por qué estamos aquí y han sobornado a alguien...

Alison me cortó con impaciencia.

—Hay cosas que todavía no se pueden comprar en esta ciudad. Espiar una máquina militar como Luminoso sería un suicidio. Nadie se arriesgaría.

—¿Y qué me dices de espiar proyectos no autorizados que se ejecutan en una máquina militar? Puede que los delitos se cancelen mutuamente y acabes como un héroe.

Se me acercó, medio desnuda, secándose el pelo con mi toalla.

—Esperemos que no.

De repente me eché a reír.

—¿Sabes lo que más me gusta de Luminoso? Que en realidad no dejan que Exxon y McDonnell-Douglas utilicen la misma máquina que el Ejército Popular de Liberación. Porque el ordenador entero desaparece cada vez que lo desenchufan. Si lo miras de este modo, no hay ninguna paradoja.

Alison insistió en que nos turnáramos para hacer guardia. Hacía veinticuatro horas podría haber hecho un chiste al respecto; en ese momento me limité a aceptar el revólver que me entregó. Me senté y me quedé mirando la puerta en la oscuridad teñida de neón. Ella no tardó ni un segundo en meterse en la cama.

El hotel había estado tranquilo toda la noche, pero a partir de ese momento cobró vida. Cada cinco minutos se oían pasos en el pasillo y en las paredes las ratas rebuscaban comida, follaban y puede que hasta dieran a luz. A lo lejos se oía el quejido de las sirenas de policía; abajo, en la calle, una pareja se gritaba. En alguna parte había leído que Shanghai era la capital mundial del crimen; ¿pero lo era
per cápita
o en total?

Pasó una hora y estaba tan nervioso que no sé cómo no me volé un pie. Descargué el arma y me puse a jugar a la ruleta rusa con el cañón vacío. A pesar de todo, aún no estaba listo para meterle una bala en el cerebro a nadie por defender los axiomas de la teoría de números.

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