En concreto, se trataba de una representación de Tres sombreros de copa. Sería en el Teatro Central, que es ese tan enorme que se encuentra en la Isla de La Cartuja. Susana, que sabe algo del tema, me dijo que ese espacio escénico es muy importante porque es muy versátil; la estructura del recinto, digo. A diferencia del Lope de Vega, por ejemplo, que es un teatro a la italiana, muy estático, el Teatro Central fue hecho para que pudiera albergar todo tipo de representaciones y de espectáculos.
Acepté porque era en viernes, tras mi clase de "Magia para Torpes". Eso sí, me sentí un poco bobo porque pensaba que iría más gente con nosotros. Y no. Estábamos solos los tres. Y me sentí, en ciertos momentos de la noche, como si fuera el violinista. Afortunadamente, son una pareja consolidada. O sea, agotada. Apagada, ¡vaya! Y pasión, lo que se dice pasión, no derrochan mucha. Vamos, no sé. Tal vez en su intimidad sean fogosos; no los acompañé tanto. Aparentemente no se profesan una devoción urgente. ¿Acaso cuando yo estaba junto a Silvia la gente pensaría lo mismo de nosotros? Que sí, que éramos una pareja. Y que la costumbre nos había hecho dependientes al uno del otro, aun a costa de haber perdido todo lo demás, todas esas cosas bonitas que uno tiene al comienzo de una relación. Tal vez ya no brilláramos en absoluto... y yo no me hubiera dado cuenta. Generalmente los errores ajenos se ven más claramente que los propios.
En la obra que vimos, el protagonista pasa la noche previa a su boda en un hotel, con gente del mundo del espectáculo. Y se da cuenta, a lo largo de esa madrugada, de que la vida que le espera junto a su futura mujer va a ser un absoluto coñazo. Sin embargo, sabe que nadie le podrá aportar una estabilidad semejante: la sociedad le pide que sea un hombre sensato (crep Armonía), que se case, que respete ciertas tradiciones y promesas. Y él, pese a todo... él la quiere, claro... aunque prefiere otra cosa (crep Fortuna).
"Yo adoraba a mi novia... Pero ahora veo que en mi novia no está la alegría que yo buscaba... A mi novia tampoco le gusta ir a comer cangrejos frente al mar; ni ella se divierte haciendo volcanes en la arena... Y ella no sabe nadar... Ella, en el agua, da gritos ridículos. Hace así: "¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!". Hay discos de gramófono que se titulan "Amame en diciembre lo mismo que me amas en mayo", y que nos llenan el espíritu de sencillez y de ganas de dar saltos mortales... Yo no sabía tampoco que había mujeres como tú, que al hablarnos no les palpita el corazón, pero les palpitan los labios en un constante sonreír... Yo no sabía nada de nada".
Yo no podía dejar de pensar en Noemí y en que yo sentía algo muy parecido a todo esto. Veía a mis amigos, sentados juntos y tan distantes, y no quería ser eso mismo con Silvia. Sí quería. O no quería. ¡Yo qué sé! ¡Es todo tan complicado! No imaginaba a Noemí en el Sloopy Joe's, celebrando mi cumpleaños con mis amigos, porque ella destruye las tradiciones. Además, ella encaja regular con las cosas aburridas. Por eso Silvia era una compañera más solvente para mi vida.
Sigo sin saber si vale la pena amar a alguien, y lo digo por Noemí, con quien pasar una noche duele más que una fractura de tibia y peroné, y que te roba tanta energía. Aunque yo... ¿Acaso seguía creyendo que el amor es como en la literatura o en el cine? ¿Acaso seguía creyéndome que los finales son buenos para los protagonistas, en la vida, si son valientes? En la obra, Dionisio se casa con su novia. Aunque ame a la otra. Y se casa con ella porque sabe que lo otro es efímero.
—¿Te ha gustado la obra, Fede? —me dijo Susana, la de las tetas caídas.
—Bueno... más o menos.
—¿Y eso? —siguió preguntándome muy interesada, no sé bien por qué, mientras íbamos en el coche que ambos se han comprado. Un Toyota Aygo, o algún modelo insulso de ese tipo.
—Verás: de esta obra me gusta que cuenta algo muy real. Me gusta la literatura que se identifica con la vida del público, porque las historias inmortales son las que no dejan de suceder a diario. No me gustan las historias enrevesadas, que narran mil peripecias que les pasan a personajes increíbles. Me gustan las historias sencillas, que no son redondas, porque la vida es muy sencilla y no es redonda. Y después... Me resulta muy creíble que, tras vivir un millón de cosas, en una sola noche, él renunciara a Paula, porque sabe que su sitio está junto a su novia.
—¡Eso es muy estúpido! ¡Nadie se casa con alguien a quien no ama! —dijo Jorge, apretando muy fuerte la mano de su chica.
—Tío... ¡tú eres tonto! Todos los días pasa eso. Casi nadie se enamora y lo deja todo por amor. La gente, casi siempre, se encariña de la persona adecuada. Y, además de eso, muchos se casan tras haberse dejado de amar, si es que se amaron en un principio. La mayoría de las veces el amor responde al conformismo, al miedo a quedarnos solos. La mayoría de los matrimonios unen a personas que dejaron de luchar y que se dejaron arrastrar hasta la orilla.
—¡No es verdad! ¡Hay muchas parejas que mantienen viva la llama del romanticismo! —la voz de Susana me resonaba como un candado oxidado.
—En mi opinión, a mi modo de ver como publicista, casi siempre el romanticismo es un barniz dulce que se le pone a los momentos previos a echar un polvo. Y que vende productos, claro. Hay muy pocas personas capaces de hacer algo realmente bonito y de forma desinteresada. Casi nadie demuestra amor cuando sabe que va a terminar recibiendo un "no" por respuesta. Por tanto, no es desinteresado el amor. El amor y el romanticismo, pienso yo, solo son desinteresados cuando estás seguro de que te vas a llevar calabazas. ¿Quién regala flores en San Valentín a una mujer con la que no tiene esperanzas de acostarte?
—¿De verdad piensas así? —me preguntó Jorge, muy serio, viendo lo cínico que me estaba poniendo, como enfadado conmigo, aunque teóricamente no tuviera motivos para enfadarse conmigo.
—No. Ni siquiera sé lo que pienso.
Solo sabía que necesitaba dormir.
Me pidieron, antes de dejarme en casa, que les contara cómo estaban las cosas con Silvia. Les expliqué, más o menos, que no había novedades.
—¿Y por qué no la buscas?
—¿A Silvia o a Noemí?
—Bueno, no sé. Yo te lo decía por Silvia. Aunque puede que... ¡a las dos! O a alguna de las dos, al menos. ¡Yo qué sé, tío! ¡Estás muy loco!
—No quiero forzar las cosas. Si realmente ha de pasar algo, aparecerá. De eso estoy seguro.
Me recomendaron que saliera, que no me quedara solo en casa. Me dijeron que nunca me habían visto tan mal. Fue un buen consejo, hasta cierto punto y hasta que dejó de serlo. ¡Ni veinticuatro horas pasaron! Tuve la "suerte" de toparme con Silvia durante la noche siguiente, en una fiesta inocua a la que me invitó gente del trabajo. Me sentí, de pronto, como un actor en una obra de teatro. Porque ninguno de los dos, ni Silvia ni yo, decía lo que pensaba.
¿No es fuerte que, para una vez que salgo, me encontrara con Silvia?
Como acabo de venir del teatro, y dado que me sentí de ese modo, y aun a riesgo de perder a los dos o tres lectores que todavía aguantan leyendo mi historia, he decidido contar esa noche como si se tratara de una escena teatral. Te lo aviso para que no te asustes, luego.
Décima lección del curso. Sobre la línea del escroto. |
Voy a comenzar esta clase con una pequeña reflexión etimológica que durará solo veinte segundos. La palabra "comunicación" comparte raíz con "comunión" y esta, a su vez, deviene de "común". No puede existir comunicación, por tanto, si no existe algo en común. Fin de la reflexión etimológica.
Con frecuencia me encuentro ante casos de chicos que consideran que las mujeres son el enemigo, una raza extranjera, que nada tiene que ver con ello. Por lo general cuanto menos femeninos se sienten, más crece su autoestima. Y, sin embargo, si se encierran en ustedes mismos, en su propia sexualidad e identidad, será imposible que se comuniquen con sus parejas. Lo que nos hace entendernos a los seres humanos es lo que nos asemeja, no lo que nos hace diferentes.
No sé si saben que la costura extraña que corta en dos el escroto... esa que es como una rajilla entre los testículos... ¿Se la han mirado alguna vez? No sé si saben que eso, en otro tiempo, fue una vagina. Ustedes no lo recuerdan porque eran solamente un puñado de células... pero tuvieron vagina. La cicatriz les delata. Y vean dónde está: en el lugar donde ustedes cimentan su masculinidad. ¿No les da que pensar que sus órganos sexuales en otro tiempo fueran los propios de una mujer?
Solo una orden, en un determinado momento, nos hace ser lo que somos ahora. Por defecto, los seres humanos son todos femeninos. En ustedes se dio la adopción de un determinado cromosoma... eso sí, para entonces
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una parte importante de su anatomía ya estaba constituida. No se engañen: la inmensa mayoría de nuestras características genéticas, neuronales y biológicas, son comunes.
Sin su "lado femenino" no habrá comunicación porque la comunicación, reitero, procede de lo "común". Por supuesto, las mujeres poseen un componente masculino más o menos acusado, también. Desde él también se pueden establecer vínculos. Podría hablarles de roles, géneros, sexos... de configuraciones genéticas y astrales. Podría hablarles de muchas cosas, pues "lado femenino" y “lado masculino" son conceptos muy relativos y ambiguos. No obstante, este curso no va de eso.
Por otro lado, otra causa importante de las trabas conversacionales es la incapacidad de muchos hombres para escuchar. La "escucha activa" es un hábito que habrán de desarrollar con el paso del tiempo. No obstante, la causa última por la que no escuchan, no es la falta de esa técnica... ¡Si no escuchan es porque no les interesa lo que se les cuenta!
Si sus parejas les hablaran más de fútbol les prestarían más atención. Si sus parejas les plantean la opción de organizar un trío, estoy seguro de que pondrán sus cinco sentidos en escucharlas y en entenderlas: saben y pueden. Si ustedes pierden la concentración en una conversación sobre los vestidos que ellas llevarán en una boda... es porque el tema no les interesa, no porque sean incapaces de escuchar.
La solución de la mayoría de los problemas no pasa, por tanto, por desarrollar el oído ni el hábito. Tampoco por potenciar su lado femenino. Han de aprender a apreciar los temas que a ellas les interesan, si quieren que la conversación mejore. Y, para ello, han de dedicar algo de tiempo a compartir aficiones. Por supuesto, este es un trabajo recíproco. No se sentirán motivados para hacerlo si no se ven correspondidos.
Intercambien horas. Horas de Fórmula 1 por horas de conversación sobre bases de maquillaje. En muchos casos, se sorprenderán. Es posible que a sus parejas les guste más que a ustedes la Fórmula 1... y que ustedes encuentren un gran placer en el tema de conversación "bases de maquillaje", aunque fueran reticentes a priori.
En esta línea, el problema radica en que a muchos de ustedes les asusta que les guste hablar sobre bases de maquillaje. No quieren hablar de eso porque, inconscientemente, les parece poco masculino. ¿Qué les preocupa? ¿Por qué les asusta desarrollar patrones más cercanos al universo femenino? ¿Entienden que eso guarda relación con la orientación sexual? Objetivamente, ¿qué relación media entre saber cuándo hay que acentuar la sombra sobre los pómulos y sentirte atraído por otro hombre? Es estúpido. Y, como tal, sin romper esos tabús, sin romper esos estúpidos corsés, no serán capaces de comprender jamás a una mujer, pues en el fondo les aterra sentirse interesados por lo que ustedes estiman que son "cosas de mujeres".
La mayoría de los hombres que vienen a mis cursos poseen una identidad sexual adolescente. No han madurado. No han valorado, con toda su complejidad, qué es lo que verdaderamente significa ser hombre. La mayoría de ustedes no se ha planteado cuál debería ser su actitud, si quieren ser fuertes, seguros de sí mismos, ariscos y mujeriegos. Simplemente repiten ciertas pautas que la sociedad les lleva a imitar. Son un eslabón más, dentro de la cadena de mercado. Y, sin embargo, pierden por ello muchas cosas que sí son hermosas. Ni siquiera se dan cuenta. Pierden muchos elementos que son clave para dejar de formar parte del colectivo de "los hombres que no entienden a las mujeres".
¿Por qué les aterra tanto, en la mayoría de los casos, ser considerados homosexuales? ¿Qué pieza del engranaje les falta para que sientan un miedo, irracional e inconfesable, a atraer o a ser atraído por otro hombre? Sé que todos ustedes son personas cosmopolitas. Todos dirán que tienen amigos homosexuales, que no les importan estas cuestiones. Aunque no sea verdad. Muchos de ustedes, tal vez, hayan estado en bares de ambiente, aunque sea una vez en sus vidas. Y, sin embargo, el miedo no desaparece, aunque traten de enmascararlo con otros medios y mecanismos de defensa: está en su subconsciente sentir pavor a ser, o a parecer ser, homosexual.
Estoy convencido de que gran parte de sus problemas para comprender a las mujeres pasa por la aversión que sienten hacia la homosexualidad. Estoy convencido de que las entenderían mucho mejor, y las harían más felices, si no sintieran esa continua necesidad de reafirmarse, de mostrarse masculinos, incluso desde la "metrosexualidad". La "metrosexualidad" no deja de ser otro cliché más, explotable por el consumismo. ¿Por qué tanto empeño por remarcar "que somos hombres heterosexuales a los que nos gusta arreglarnos"? ¿Por qué tanto afán por distinguirse de los homosexuales? ¿Qué duda les lleva a reafirmarse tanto?