Más allá de las estrellas (15 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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Rekkon volvió a levantarse para recorrer la habitación a grandes zancadas, golpeando las manos con chasquidos que parecían disparos de un rifle de proyectiles sólidos.

—Esos imbéciles, esos ejecutivos y sus subordinados, con sus listas de enemigos y sus soplones de la Espo, están creando precisamente el clima adecuado para que lleguen a hacerse realidad sus peores temores. La profecía se está cumpliendo; si no se tratara de una cuestión de vida y muerte, seria para morirse de risa.

Han se había recostado contra la pared y observaba a Rekkon con una sonrisa cínica.

¿Realmente había podido pensar el sabio que las demás personas se diferenciaban en algo de los ejecutivos de la Autoridad? En fin, cualquiera que descuidaba su guardia o perdía el tiempo con idealismos se estaba buscando el mismo tipo de desagradable sorpresa que había sufrido Rekkon, pensó Han. Y, por eso, Han Solo viajaba, y siempre viajaría, libre entre las estrellas.

Han bostezó con estudiada lentitud.

—Desde luego, Rekkon, la Autoridad tendrá que andarse con cuidado. A fin de cuentas, ¿qué cartas puede jugar, aparte de todo un Sector lleno de naves, dinero, hombres, armas y equipo? ¿Qué posibilidades tiene de triunfar frente a unas ideas justas y unas manos limpias?

Rekkon se volvió a mirar a Han con su cálida sonrisa.

—Sin embargo, ahí tienes tu propio caso, capitán.

El comunicado de Jessa decía algo sobre ti. Sólo por intentar vivir tu vida como a ti te gusta ya has cometido algunas ofensas mortales contra la Autoridad del Sector Corporativo. Oh, no espero que enarboles una bandera de libertad ni que repitas banalidades. Pero si crees que la Autoridad lleva las de ganar, ¿por qué no juegas en su bando? La Autoridad no sufrirá un desastre por maltratar a ingenuos colegiales y viejos profesores idealistas. Pero a medida que vaya interponiéndose cada vez más en el camino de individualistas encallecidos e intratables como tú mismo, descubrirá su auténtica oposición.

Han suspiró.

—Procura serenarte un poco, Rekkon; nos estás tomando a Chewie y a mí por lo que no somos. Nosotros nos limitamos a conducir el autobús. No somos los Caballeros Jedi, ni los Hijos de la Libertad.

La posible réplica de Rekkon se convirtió en un problema académico, pues en aquel preciso instante zumbó la cerradura de la puerta y una voz masculina exigió a través del fonocaptor:

—¡Rekkon! ¡Abre la puerta!

Con una sensación de frío en el estómago, Han cogió la pistola que le arrojaba Chewbacca, mientras el wookiee apuntaba su ballesta hacia la puerta.

VI

Rekkon se interpuso entre Han y Chewbacca y la puerta.

—Envainad esas armas, capitán, por favor. Ése es Torm, uno de mi grupo. Y aunque no lo fuera, ¿no habría sido más prudente averiguar qué ocurría antes de disponeros a disparar?

Han puso mala cara.

—Da la casualidad de que me gusta disparar primero, Rekkon, en vez de ser el segundo en hacerlo.

Pero bajó el arma y Chewbacca hizo otro tanto con su ballesta. Rekkon accionó los controles de la puerta.

El batiente de la puerta se abrió bruscamente, revelando la figura de un hombre aproximadamente de la misma altura que Han, pero de torso más ancho, con los brazos musculosos y anchas y rudas manos.

En su rostro, de facciones delicadas y altos pómulos, lucían un par de ojos despiertos e inquietos de un color azul líquido. Su pelo formaba una larga y desconcertante mata intensamente roja. Su penetrante mirada se fijó primero en Han y Chewbacca, mientras su mano derecha se contraía en un espasmo reflejo en busca del bolsillo lateral de los pantalones de su mono. Pero en cuanto divisó a Rekkon, frenó este movimiento y lo convirtió en un frotar de la palma sobre la pernera del pantalón. Han comprendió que el hombre estuviera algo nervioso a esas alturas, tras la muerte de varios de sus compañeros de expedición.

El otro reaccionó con presteza.

—¿Nos vamos? —preguntó incluso antes de terminar de cruzar el umbral.

—En seguida —respondió Rekkon, apuntando hacia el rincón donde Max Azul estaba conectado al sistema de procesamiento de datos—. Pronto tendremos los datos que necesitamos. El capitán Solo, aquí presente, y su segundo de a bordo, Chewbacca, nos trasladarán fuera de las fronteras de este mundo en cuanto hayamos terminado. Caballeros, tengo el gusto de presentaros a Torm, uno de mis compañeros.

Torm, recuperada ya su compostura, saludó a los dos con una inclinación de cabeza y luego se fue a examinar a Max Azul. Han le siguió; algún miembro del grupo podía ser un confidente y deseaba familiarizarse con las peculiaridades de cada uno de ellos, a fin de hacer todo lo que estuviera a su alcance para protegerse a sí mismo y a su nave.

—No parece gran cosa, ¿verdad? —inquirió Torm, mirando fijamente a Max Azul.

—No demasiado —respondió Han, en fingido son de broma.

Torm asintió con la cabeza.

—¿Cree que Rekkon conseguirá encontrar lo que está buscando? —preguntó Han—. Quiero decir, que en esta última baza reside su única posibilidad de localizar a sus familiares, ¿verdad? ¿O tal vez no debería hacer preguntas?

Torm le miró con franqueza, directamente a los ojos.

—Sin duda, se trata de un asunto personal, capitán. Pero supongo que tiene derecho a preguntarlo, habida cuenta de que su propia seguridad también está en juego. Y la respuesta es sí; no tengo idea de qué camino podría seguir, si no consigo localizar a mi padre y a mi hermano de esta manera. Hemos depositado todas nuestras esperanzas en la teoría de Rekkon.

Dirigió una breve mirada a Rekkon, que estaba explicándole a Chewbacca las características del equipo de la sala.

—No me fue fácil decidirme a unirme a él. Pero cuando advertí que la Autoridad no se preocupaba demasiado de llevar adelante las investigaciones, y las averiguaciones que intenté hacer por mi cuenta me condujeron hasta él, comprendí que debía comprometerme con la idea de Rekkon.

La voz de Torm se había hecho más vaga a medida que se iba perdiendo en sus propios pensamientos. Pero en seguida recuperó su compostura.

—Aceptar esta misión ha sido un gesto sumamente altruista y admirable por su parte, capitán Solo. No habría muchos jóvenes dispuestos a arriesgar...

—Pare el carro; no ha entendido nada —le interrumpió Han—. Estoy aquí como parte de un trato, Torm. Soy sólo un hombre de negocios. Piloto mi nave a cambio de dinero y procuro velar siempre por mis intereses, ¿está claro?

Torm volvió a mirarlo.

—Perfectamente. Gracias, por aclararme la situación, capitán. Tendré en cuenta su rectificación.

Habían llamado otra vez a la puerta. En esta ocasión, Rekkon hizo entrar a dos de sus co-conspiradores. Eran trianus, pertenecientes a una especie humanoide de felinos. Uno era una hembra adulta, flexible y esbelta, que llegaba aproximadamente hasta la altura de la barbilla de Han. Tenía unos enormes ojos amarillos con una fina rayita vertical de verde iris. Su pelaje, de franjas variopintas sobre el lomo y los flancos, adquiría una suave tonalidad cremosa en la cara, el cuello y el pecho, y se hinchaba en una gruesa melena que le rodeaba la cabeza, el cuello y los hombros.

Un metro de inquieta cola se enroscaba y agitaba a sus espaldas, en una mezcla de todos los colores de su pelaje. La criatura iba vestida con la única prenda que requería su especie, un cinturón en torno a las caderas del que colgaban argollas y bolsas para llevar sus herramientas, instrumentos y demás objetos. Rekkon la presentó como Atuarre.

Atuarre iba acompañada de su cachorro, Pakka. Éste era una copia en miniatura de su madre, con la mitad de su estatura, aunque de color más oscuro y sin la finura y gracia de la otra. Todavía conservaba restos del fino vello y grasa infantil de los primeros años, pero sus ojos muy abiertos parecían encerrar toda la sabiduría y tristeza de un adulto. Su madre habló, pero Pakka no dijo nada. Entonces recordó que Rekkon les había contado que el cachorro habla quedado mudo después de pasar un tiempo sometido a la custodia de la Autoridad. Pakka también llevaba un cinturón con bolsillos, al igual que su madre.

Atuarre señaló a Han y Chewbacca con un fino dedo terminado en una garra.

—¿Qué hacen éstos aquí?

—Han venido para ayudarnos en nuestra huida —explicó Rekkon—. Me han traído el elemento computador que necesitaba para obtener la última información. El único que falta ahora es Engret; no pude comunicarme con él, pero dejé un mensaje en su grabadora con la clave indicándole que se pusiera en contacto conmigo.

Atuarre parecía agitada.

—Engret no efectuó su llamada de rutina y no respondía a su comunicador, de modo que decidí pasar por su barracón antes de venir aquí. Estoy segura de que su habitación está vigilada; los trianus tenemos un olfato infalible para estas cosas. Creo que han matado a Engret, o se lo han llevado, Rekkon.

El jefe del pequeño grupo se sentó. Por un instante Han advirtió que el coraje y la determinación parecían abandonar las facciones de Rekkon. Luego todo pasó y éstas volvieron a brillar con su peculiar vitalidad.

¾
Me temía que así fuera —reconoció—. Engret no habría dejado pasar tantos días sin establecer contacto, por difícil que fuera su situación. Confío plenamente en tu instinto, Atuarre. Debemos dar por supuesto que le han eliminado.

Lo dijo en un tono absolutamente definitivo. No era la primera vez que se enfrentaba a una desaparición inexplicada. Han meneó la cabeza; en un bando se alineaba el poder casi absoluto de la Autoridad y en el otro, algo tan poco sustancial como la amistad, los vínculos familiares. Han Solo, individualista y realista, pensó que el enfrentamiento era absolutamente desigual.

—¿Cómo sabemos que es lo que dice ser? —estaba inquiriendo Atuarre, indicando a Han.

Rekkon levantó la vista.

—El capitán Solo y su segundo oficial Chewbacca, han entrado en contacto con nosotros a través de Jessa. Supongo que todos confiamos en su ayuda y sus consejos, ¿no? Muy bien. Partiremos tan pronto como sea posible; me temo que no tendremos tiempo de recoger nuestro equipaje ni resolver otros asuntos de última hora. Ni tampoco habrá llamadas, de ninguno de nosotros.

Atuarre cogió la mangarra de su cachorro, mientras Pakka examinaba en silencio a Han y Chewbacca.

—¿Cuándo partimos?

Rekkon volvió al lado de Max, para averiguar la respuesta exacta. En ese preciso momento volvió a encenderse el fotorreceptor del módulo computador.

—¡Ya lo tengo! —pió el pequeño robot.

Una placa de datos traslúcida emergió de la ranura de la pared de la terminal de datos. Rekkon la cogió ávidamente.

—Espléndido. Ahora tenemos que compararla con los mapas de instalaciones de la Autoridad...

—Pero esto no es todo —farfulló Max.

Las espesas cejas de Rekkon se fruncieron.

—¿Qué más has averiguado, Max Azul?

—Mientras estaba incorporado al sistema, le he dado una repasada, para hacerme una idea, ¿comprende? ¡Es divertido invadir sistemas de esta manera! Pero, vamos al grano, este edificio tiene una alarma de Seguridad conectada. Y creo que está concentrada en esta planta. Los espos avanzan en esta dirección.

Atuarre emitió un silbido y estrechó más fuertemente a su cachorro. La cara de Torm pareció permanecer impasible al principio, pero Han advirtió una palpitación nerviosa a lo largo de su mandíbula. Rekkon escondió la placa de datos en los pliegues de su túnica y extrajo de sus ropas una gran pistola disruptora. Han ya se estaba ciñendo la pistola al cinto, mientras Chewbacca se colgaba el portamuniciones en bandolera, arrojando al suelo la bolsa de herramientas vacía.

—La próxima vez que me deje seducir por una de estas tentadoras ofertas —le recomendó Han a su compañero—, mantenme inmovilizado hasta que se me pasen las ganas.

Chewbacca gruñó que no vacilaría en hacer lo que le decían.

Torm había extraído un revólver del bolsillo lateral de su pantalón y Atuarre había sacado otro de una de las bolsas que colgaban de su cinturón. Hasta Pakka, el cachorro, iba armado; empuñó una pistola que parecía de juguete y que llevaba oculta en el cinturón.

—Max —preguntó Rekkon—, ¿sigues conectado a la red?

Max le indicó que así era.

—Bien. Entonces, examina los planes de ataque para casos de alarma en este Centro. ¿En qué pasillos, cruces y plantas estarán apostados los espos?

—No puedo darte esta información —respondió Max—, pero podría abrir vía libre entre sus filas, si te interesa.

Estas últimas palabras despertaron el interés de Han.

—¿Qué te ha dicho esa cajita de fusibles?

El sondeador de computadores se explicó.

—Según dice aquí, todos los policías de seguridad deben acudir cuando se da una alarma y modificar su alineación a fin descubrir cualquier nuevo punto conflictivo. Podría provocar un número suficiente de alarmas en otros puntos y obligarlos a dispersarse en distintas direcciones.

—Con eso tal vez no los quitaremos todos de en medio —señaló Han—, pero sin duda reduciremos bastante la oposición. Adelante, Maxie.

Entonces tuvo otra idea.

—Un momento. ¿Puedes dar falsas alarmas en cualquier parte?

Max habló con voz henchida de orgullo.

—En cualquier punto de Orron III, capitán. Esta red tiene tanta capacidad que le han conectado prácticamente todo. Favorable para reducir los costes, pero poco prudente desde el punto de vista de la seguridad, ¿no le parece, capitán?

—Ya lo creo. Sí, échale todo lo que se te ocurra: incendios en las plantas de energía, motines en los barracones, exhibicionismo en la cafetería, lo que más te guste, en todos los rincones del planeta.

Acababa de ocurrírsele que, en caso de que realmente hubiera una nave
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vigía en órbita, una crisis de falsas alarmas también distraería su atención.

Bollux, que había permanecido callado mientras se desarrollaba toda aquella conmoción, se acercó entonces a la terminal del computador, preparado para hacerse cargo de Max en cuanto éste hubiera concluido su trabajo. Rekkon permaneció a su lado.

—Existen dos caminos para salir de aquí que podrían quedar despejados —anunció Max e iluminó los puntos sobre la pantalla.

Los dos caminos, trazados sobre el plano de aquella planta, conducían nuevamente hasta el vestíbulo donde estaban situados los tubos de ascenso y descenso. Uno discurría por su mismo piso y el otro por el piso superior.

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