Más Allá de las Sombras (26 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—Te pagaré el doble de lo que te di por matar a Durzo Blint.

—Qué curioso que no me dijerais que iba a matar a Blint hasta después.

—Salió bien, ¿no es así?

—Solo porque lo pillé desprevenido —dijo Wrable.

—Creía que habías dicho que luchasteis cara a cara —observó ella con calma.

Wrable se ruborizó.

—Sí, sí, así fue, pero me fue de un pelo. Y no me pagasteis ni la mitad de lo que aquello valía.

—Conque esas tenemos. Regateo. Qué cansino. Pon tu precio, asesino.

—Soy un ejecutor, como bien deberíais saber, me cago en todo. Maté a Durzo Blint. En cuanto al regateo... —Meneó la cabeza—. Esto no es regatear.

—¿Cuánto? —Maldición, se había puesto unas mangas largas y gruesas para ocultar el vendaje de su brazo, pero le dolía, y no se atrevía a tocarlo; no delante de Wrable, que se lo contaría al Sa’kagé.

—Sería un trabajo de la hostia, ¿verdad? Dicen que el duque de Gyre mató a un ogro de quince metros de altura en la arboleda de Pavvil. Cuentan que le sirven un loco con los dientes afilados que ha partido hombres limpiamente por la mitad, un perro lobo que camina y mil putas con espadas. Hasta he oído hablar de un demonio que vino con la intención de salvar a Logan, allá cuando el golpe. Es un montón tremendo de amigos tremendos el que tiene ese hombre, y un montón tremendo de enemigos tremendos que se ganaría el ejecutor que lo matase.

—Te daré diez veces lo normal, y te haré barón, con tierras. —Era una suma exorbitante, y notó que a Wrable Cicatrices lo anonadaba la cantidad.

—Tentador, pero no. El único ejecutor que aceptaría este encargo sería Hu Patíbulo.

—¡Entonces mándamelo aquí! —ladró Terah.

—Imposible. Está alimentando a los peces por aceptar encargos que mamá Sa’kagé no veía con buenos ojos. Y mamá Sa’kagé le ha dicho a todos sus pollitos que nada de encargos contra el de Gyre.

—¿Qué? —preguntó Terah—. ¿No sabes quién soy?

—Le diré a los Nueve que lo intentasteis.

Un acceso de furia recorrió a Terah de la cabeza a los pies.

—Si el Sa’kagé se pone en mi contra, por estas que os destruiré a todos.

—¡Por la barba del Gran Rey, mujer! —exclamó Wrable Cicatrices—. Os estamos diciendo que no a un encargo. Hay una gran diferencia entre rechazar un trabajo y ser vuestro enemigo.

—Harás lo que te mando, o acabaré contigo —amenazó Terah.

—No es muy inteligente decirle eso a un ejecutor. Pero claro que así en general tampoco sois una mujer muy inteligente, ¿verdad? ¿Tenéis idea de lo que está haciendo Logan esta mañana? ¿No? Mientras vos estáis aquí intentando asesinar a vuestros aliados, Logan está salvando a los suyos.

—¿De qué estás hablando?

—Los Nueve dicen que tenéis una semana para retirar vuestras amenazas contra él, y para que os hagáis una idea de la guerra que estaríais empezando, han organizado un pequeño desastre diplomático para esta mañana. Os piden que tengáis presente que los futuros desastres no tienen por qué ser pequeños... o diplomáticos.

Terah notó un escalofrío en la columna. ¿Ya habían organizado un desastre? ¿Antes siquiera de que los amenazara?

—¿Cómo lo sabíais? —preguntó.

—Lo sabemos todo —respondió Wrable Cicatrices.

—¡Majestad! —Un criado llegó corriendo al jardín de las estatuas—. Han traído a desayunar con vos a los embajadores de la Capilla y los lae’knaught a la vez, como se había ordenado. Los sirvientes han intentado sentarlos a ambos en el puesto de honor. Están furiosos.

—Yo no invité... —Terah se volvió para fulminar con la mirada a Wrable Cicatrices, pero había desaparecido.

Capítulo 33

—Solon, ¿por qué te odia mi madre? —preguntó Kaede, desde la oscuridad de fuera de su celda.

Solon se incorporó y se sacudió del pelo la mugrienta paja.

—¿Qué ha hecho?

Era temprano por la mañana y hacía frío, y Kaede llevaba un jamete púrpura sobre los hombros. A Solon le alivió no tener que pasarse la conversación intentando no mirar embobado su pecho como un continental; le alivió y le decepcionó.

—¿Sabes por qué o no? —exigió saber Kaede. El acero de su voz le recordó sus visiones cuando Khali llegó a Aullavientos e intentó tentarlo para que se precipitase a su muerte. Había sabido que aquellas visiones eran falsas porque en ellas Kaede no estaba enfadada con él. Tener razón nunca le había sentado peor.

Se puso en pie y caminó hasta los barrotes.

—No será fácil de contar ni de oír.

—A ver.

Solon cerró los ojos.

—Cuando completé mis estudios con los magos azules hace doce años, volví a casa, ¿lo recuerdas? Tenía diecinueve años. Solicité permiso a mi padre para pedir tu mano. Me dijo que tu familia nunca lo consentiría.

—Mi madre jamás se detuvo ante nada para mejorar la posición de mi familia. Por eso nunca entendí que te odiara. Debería haberme animado a casarme con un príncipe.

Solon bajó la voz.

—Tu madre temía que fueses mi hermana.

En rápida sucesión, una avalancha de emociones pasó por la cara de Kaede: desconcierto, incredulidad, comprensión, sorpresa, repugnancia y de nuevo incredulidad.

—Kaede, no es mi deseo calumniar a tus padres. La relación fue breve; solo duró lo que el último y fatídico embarazo de mi madre. Cuando murieron ella y el bebé, mi padre lo tomó como el juicio de los dioses por su conducta. Para entonces tu madre estaba encinta. Años después, cuando mi padre reparó en mi interés por ti, solicitó a un mago verde que viniera a revelarle si eras hija suya. A cambio de dilucidar tu paternidad y guardar el secreto, yo debía cursar mis estudios con los magos verdes. Ni ellos ni mi padre confiaban en que demostrase ningún Talento. No pretendían más que tener como amigo a un príncipe sethí. Resultó que no tenía mucho Talento para la Sanación. —Aunque allí había conocido a Dorian, quien había cambiado su vida, y no solo para bien—. A pesar de todo, informaron a mi padre de que sin duda no eras mi hermana, pero tu madre nunca confió en los magos. Sus miedos le decían que te parecías más a mi padre que al tuyo.

Los ojos de Kaede estaban serenos.

—¿Cómo sé que algo de todo esto es cierto?

—No mentiría sobre mi padre. Fue un gran hombre. Me hizo daño cuando me contó que había sido infiel a mi madre. A él también. No fue el mismo después de que ella muriera. ¿Se te ocurre alguna otra cosa que justifique las acciones de tu madre? ¿Por qué no le preguntas a ella?

—¿Por qué no volviste?

Solon parecía transido de dolor.

—Tenía diecinueve años cuando me enteré. Tú acababas de cumplir los dieciséis. Intenté convencer a tu madre de que los magos decían la verdad. Creyó que la estaba amenazando. Eras joven y no quise envenenar tu relación con ella contándotelo. Tenía una oferta para seguir formándome en Sho’cendi, de modo que la acepté. Te escribí todas las semanas y, al ver que nunca me respondías, envié a un amigo a entregar una carta en persona. Lo echaron de la mansión de tu familia y le dijeron que estabas prometida y que no querías saber nada más de mí.

—Nunca estuve prometida —dijo Kaede.

—No lo supe hasta mucho más tarde. Entonces iba a volver a casa, pero un profeta me dijo que tenía dos caminos ante mí:
Desgarratormentas, cabalgatormentas, por tu palabra o por tu silencio un rey hermano yace muerto
. Si volvía a casa, mataría a mi hermano; si, en cambio, me dirigía a Cenaria, podría salvar de Khalidor al sur.

—¿Y lo hiciste? —preguntó Kaede.

—¿Qué?

—¿Salvaste el mundo? —Su tono tenía un deje de ira profunda.

—No —respondió Solon. Tragó saliva—. Oculté que era un mago a un hombre que era como un hermano para mí, un hombre que habría sido rey. Al descubrirlo, me despidió. Al día siguiente, lo mató un asesino al que podría haber detenido si hubiese estado allí.

—De modo que llegas a casa como un perro apaleado en busca de sobras.

Solon la miró con dulzura, captando el dolor que ocultaba su rabia.

—Llego a casa para arreglar las cosas. No tengo ni idea de qué ha pasado aquí. Ningún sethí ha querido hablar sobre ello en el continente.

—Escogiste el camino equivocado de la profecía —dijo Kaede—. Deberías haberlo matado.

—¿Qué?

Kaede se ajustó bien el jamete y miró por la ventana de Solon.

—Tu hermano fue un horror. Dilapidó toda la buena voluntad que el pueblo sentía por tu familia en cuestión de un año. Su invasión de Ladesh nos costó tres de nuestras cuatro flotas, y el contraataque ladeshiano, nuestras últimas colonias. Obligó a mi hermano Jarris a dirigir un ataque sin posibilidades de éxito y, cuando falló, lo encerró en el calabozo. Donde lo estrangularon. Sijuron afirmó que Jarris se había ahorcado. Obligó a las grandes familias a costear fiestas de una semana de duración que no tenían manera de pagar. Subió los impuestos a los pobres y a los ricos por igual, pero concedió dispensas a sus amigos. Construyó un parque con más de mil animales salvajes. Mientras la gente mendigaba a sus puertas, él ordenaba que hiciesen camas de seda para sus leones, y al cabo de poco empezó a lanzar a esas fieras a cualquiera que lo contrariase. Le gustaba entrenarse con los soldados, pero hacía matar a los hombres por no esforzarse en serio cuando practicaban con él... o por osar magullar la carne imperial cuando sí lo intentaban. Luego le dio por llevar unas tabas que hacía lanzar a cualquiera con el que se encontrase; los resultados variaban desde ganar una bolsa de oro a la muerte.

—Un día me crucé con él y me hizo tirar los huesos, aunque por lo general los grandes del reino estaban exentos. Gané. Me hizo tirar de nuevo. Gané cuatro veces más, hasta que se quedó sin dinero. Estaba enfadado, de manera que ordenó a sus sirvientes que me pagaran. Me di cuenta de que pensaba hacerme tirar hasta que sacara mi muerte. Entonces lo reté a una única tirada definitiva: propuse que tres caras fueran la muerte, y las otras tres el matrimonio. Mi audacia lo intrigó. Dijo que, si de todas formas lo iba a arruinar, ya de paso podía ser su esposa. —Sus ojos estaban fríos de odio—. Sijuron era la mar de ingenioso. Solo me concedió dos de las seis caras.

—Gané. Fue fiel a su palabra y celebró un gran banquete de bodas a expensas de mi familia. Cuando se durmió, le rajé la garganta. Volví al gran salón descalza y en camisón, con los brazos cubiertos de sangre hasta los codos. La fiesta aún duraba. Apenas había tocado la medianoche y aquellas fiestas siempre tenían un curioso deje frenético: todo el mundo sabía que podía morir al menor capricho del rey.

—Todo se detuvo cuando entré. Me senté en la silla del rey y les conté lo que había hecho. Me vitorearon, Solon. Alguien sacó su cuerpo al gran salón y los buenos nobles de este imperio lo despedazaron con sus manos desnudas. Llevo deshaciendo los daños que causó a este país desde entonces. En nueve años, no he podido arreglar ni la mitad de lo que él destruyó en tres.

Solon estaba horrorizado.

—Y nunca te casaste.

—Nunca me volví a casar.

—Ah.

—He estado demasiado ocupada. Aparte, quienes me odian me llaman la Viuda Negra. No me importa. Es bueno que me teman. Por bien que sea cien veces más monarca que tu hermano, al principio di algunos pasos en falso y me enajené a unos cuantos que podrían haber sido amigos. Desde entonces he aprendido, pero hay hombres que nunca perdonan un desaire. Mi permanencia en este trono es una lucha diaria, una lucha que tú podrías alterar fácilmente.

—No tengo ningún deseo de una corona. Lo juraré delante de toda la corte.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres, Solon?

Los ojos de Solon no vacilaron en ningún momento.

—Solo a ti —dijo.

—Solo a mí no puede ser —replicó ella, cortante—. Soy reina, pero mírame a la cara y verás las marcas donde tenía los anillos de mi clan. Tú nunca te has agujereado la mejilla. ¿Te crees que eso no importa? Si yo soy reina, ¿tú qué serías?

—¿Acaso una reina no es una mujer?

—No en primer lugar.

—¿Hay sitio bajo esa corona para el amor?

Vio una pena glacial bajo esa serenidad regia, pero luego desapareció.

—En un tiempo te amé, Solon. Cuando volviste a partir, me quedé destrozada. La gente rezaba por tu regreso, con la esperanza de que pudieras contener a tu hermano o, más tarde, con la de que lo sustituyeras. Yo también rezaba por tu regreso, por otros motivos. Pero no viniste. Recé incluso la noche de mi boda para que llegaras y arreglases las cosas. Recé mientras tu hermano me arrastraba a su cama para que echaras la puerta abajo. No lo hiciste. —Hablaba con voz baja, pero fría—. Además —dijo—, me casé con tu hermano.

—Pero has dicho que lo... —Solon se interrumpió, maldiciendo su insensibilidad y su estupidez.

Kaede cerró los ojos.

—Fue después —explicó—. Mi intención era emborracharlo tanto que perdiera el conocimiento, pero por una vez no estaba de humor para beber, y yo... yo estaba demasiado asustada. Esperé hasta que todo acabó y se hubo dormido. Aun después de lo que acababa de hacer, apenas pude degollarlo. Dormido tenía un gran parecido contigo.

—Lo siento muchísimo —dijo Solon.

Ella le dio una bofetada. Fuerte.

—No te atrevas a compadecerme. No te atrevas.

—No es compasión. Es amor, Kaede. Te hice daño y dejé que te hicieran daño, y lo siento mucho.

—Dentro de dos días, me casaré con Oshobi Takeda.

—No le quieres.

—No seas estúpido. —Por supuesto que no le quería.

—Kaede, dame una oportunidad. Haré lo que sea.

—Puedes presenciar los festejos desde tu celda. Adiós, Solon.

* * *

Terah esperaba con impaciencia en la monstruosidad negra que Garoth Ursuul había construido a modo de trono. Había tardado media mañana en apaciguar a los embajadores de la Capilla y los lae’knaught. Sus intentos de desentrañar quién había organizado su desastre diplomático habían sido fútiles. La gente señalaba a un lado o al otro, y era imposible saber quién mentía.

Por fin entró Luc, resplandeciente en su capa de tejido de oro de general supremo, sus botas de cuero de becerro y su túnica y calzas blancas y elegantes.

—Los rumores son ciertos —anunció, mientras se arrodillaba en el último escalón delante de su trono—. Logan ha llegado con mil cuatrocientos hombres.

—¿No han perdido a nadie al abrir brecha en las filas ceuríes? —preguntó Terah. El primer informe se limitaba a recoger que Logan había llegado a las puertas. Sus órdenes de no abrirle habían sido desviadas o desatendidas. Había albergado la esperanza de que los ceuríes lo matasen por ella.

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